Si bien los pueblos preestatales ocasionalmente rezaban a estos grandes espíritus, o incluso los visitaban en sus trances, el núcleo de las creencias animistas solía ser otro. En realidad, la mayoría de los primitivos dioses creadores se abstenían de relacionarse con los seres humanos. Una vez creado el universo, se retiraban de los asuntos del mundo y dejaban a otras deidades menores, espíritus animistas y a los humanos plena libertad para labrar sus propios destinos. Desde el punto de vista del ritual, la categoría principal de seres animistas eran los antepasados de la banda, la aldea, el clan o los otros grupos de parentesco cuyos miembros creían descender de una estirpe común.
Ya he señalado con anterioridad que los pueblos del nivel de las bandas y aldeas no suelen conservar por mucho tiempo en la memoria a cada muerto en particular. En vez de honrar a las personas fallecidas recientemente o acudir a ellas en busca de favores, las culturas igualitarias suelen prohibir la utilización del nombre del difunto e intentan desterrar su espíritu y huir de él. Para los washos, pueblo de cazadores y recolectores indígenas de la frontera entre California y Nevada, las almas de los difuntos estaban furiosas por haber perdido sus cuerpos, eran peligrosas y había que evitar su presencia. Por esta razón, los washos quemaban la choza, las ropas y pertenencias del difunto y, sigilosamente, trasladaban su campamento a otro lugar con la esperanza de que el alma del difunto no pudiera encontrarlos. Los dusun del norte de Borneo maldicen el alma del difunto y le advierten que se mantenga alejada de la aldea. De mala gana el alma recoge las pertenencias depositadas en su tumba y parte para el país de los muertos.
Pero este recelo hacia los difuntos recientes no se hace extensivo a los que han muerto ya tiempo atrás, ni tampoco a la generalidad de los espíritus de los antepasados. En consonancia con la ideología de la filiación, los pueblos del nivel de las bandas y aldeas acostumbran a conmemorar y aplacar los espíritus ancestrales de la comunidad. Gran parte de lo que se conoce como totemismo no es sino una forma de culto difuso a los antepasados. La gente, de conformidad con las normas de filiación imperantes, expresa el reconocimiento de la comunidad a los fundadores de su grupo de parentesco tomando el nombre de animales (el canguro, el castor) o de fenómenos de la naturaleza (las nubes, la lluvia). Este reconocimiento incluye a menudo rituales destinados a alimentar, proteger o asegurar la multiplicación de los totems animales o naturales y, por ende, de proteger la salud y el bienestar de los hombres. Los aborígenes australianos, por ejemplo, creían descender de animales que en el inicio de los tiempos, en la «época del sueño» o edad dorada, habían viajado por el país, dejando diseminados a su paso recuerdos de su viaje antes de convertirse en seres humanos. Cada año los descendientes de un determinado antepasado totémico volvían sobre los pasos del viaje de la «época del sueño». En su recorrido cantaban, bailaban y escrutaban las piedras sagradas ocultas en escondrijossituados a lo largo del sendero que había pisado el primer canguro o la primera oruga witchetty. Al volver al campamento se adornaban para adoptar la apariencia de su totem e imitaban su comportamiento. Así, los arunta del clan de la oruga witchetty se engalanaban con collares, narigueras, colas de animales y plumas, se pintaban en el cuerpo la figura sagrada de la oruga y fabricaban con arbustos una choza en forma de crisálida, en la cual entraban a cantar de su viaje. Los cabecillas salían después al exterior, seguidos del resto, arrastrando los pies y deslizándose, imitando así los movimientos que efectúa la oruga para salir de la crisálida.
En la mayoría de las sociedades del nivel de aldea existe una comunidad indiferenciada de espíritus de antepasados que vigilan de cerca a sus descendientes, prontos a castigarlos si cometen incesto o rompen los tabúes que prohíben comer determinados alimentos. Para asegurar el éxito de las actividades importantes como la caza, la horticultura, la maternidad y la guerra, éstas necesitan ir precedidas de la bendición de los antepasados, y esta bendición acostumbra a obtenerse mediante la celebración de festines en su honor según el principio de que un antepasado bien alimentado es un antepasado benéfico. En las montañas de Nueva Guinea, por ejemplo, la gente cree que los espíritus delos antepasados disfrutan comiendo cerdo tanto como los vivos. Para agradarles, se sacrifican piaras enteras de cerdos antes de partir para la guerra o con ocasión de acontecimientos importantes de la vidade una persona, como el matrimonio o la muerte. Pero en consonancia con una organización política redistributiva basada en los grandes hombres, nadie pretende que sus antepasados merezcan un trato especial.
Al aumentar la población, la riqueza heredable y la competencia intrasocial entre los diversos grupos de parentesco, la gente tiende a prestar una mayor atención a los parientes muertos concretos y recientes con el fin de legitimar su derecho a la herencia de tierras y otros bienes. Los dobuanos, pueblo de las islas del Almirantazgo, en el Pacífico Sur, que se dedica al cultivo del ñame y a la pesca, tienen lo que parece ser una forma incipiente de culto al antepasado concreto. Cuando moría el jefe de una familia dobuana, los hijos limpiaban su cráneo, lo colgaban de los maderos del techo de su casa yle ofrecían alimento y bebida. Se dirigían a él como «Señor Espíritu», le pedían protección contra la enfermedad y el infortunio y, a través de los oráculos, recababan su consejo. Si el Señor Espíritu no colaboraba, sus herederos le amenazaban con deshacerse de él. En realidad el Señor Espíritu no tenía ninguna posibilidad de éxito. La muerte de sus hijos constituía la prueba definitiva de su ineficacia. Por lo tanto, cuando la casa pasaba a sus nietos, éstos arrojaban al Señor Espíritu a la laguna y ponían en su lugar la calavera de su padre como símbolo del nuevo patrón espiritual del hogar.
Al ir evolucionando las jefaturas, las clases dirigentes contrataban a especialistas cuyo cometido consistía en memorizar los nombres de los antepasados de los jefes. Para asegurarse de que los restos mortales de estos dignatarios no fueran a desaparecer como la calavera del Señor Espíritu, los jefes supremos mandaban construir tumbas primorosas que mantenían de forma tangible los vínculos entre las diversas generaciones. Por último, con la aparición de Estados e imperios, las almas de los dirigentes fueron subiendo al firmamento a reunirse con los altos dioses, y sus restos mortales, momificados y rodeados de muebles exquisitos, joyas raras y carros incrustados en oro, y otros objetos de lujo, eran enterrados en criptas y pirámides gigantescas que sólo podría haber construido un verdadero dios. Pero ya me he referido a ello en otra ocasión.
En los tiempos más remotos, la creencia en la existencia de un mundo de espíritus alimentó la esperanza de que era posible incitar u obligar a los seres espirituales a ayudar al hombre a llevar una vida más larga, más sana y más satisfactoria. Todas las culturas que conocemos poseen un repertorio de técnicas para obtener este tipo de ayuda. Pero entre las simples sociedades del nivel de las bandas yaldeas, la mayoría de los adultos poseen un conocimiento práctico de estas técnicas, de conformidad con un uso abierto e igualitario de los recursos naturales.
Entre los esquimales, el hombre debía tener una canción de caza, mezcla de canto, plegaria y fórmula mágica heredada de su padre o de los hermanos de su padre, o adquirida de un personaje famoso. Susurraba para sí esta canción al prepararse para sus actividades del día. Alrededor del cuello llevaba una bolsita con diminutas tallas de animales, garras y pedacitos de piel, guijarros, insectos y otros objetos, que correspondían todos a un «ayudante espiritual» particular que le protegía contra los espíritus hostiles y le ayudaba en la caza. En otro tiempo prevalecía asimismo en toda América del Norte un tipo muy parecido de relación individualista con los espíritus guardianes. Entre los indios cuervos de las grandes llanuras, un hombre debía tener un «espíritu guardián» si quería alcanzar algún éxito como guerrero, cazador o amante. Obtener ese espíritu no era tarea fácil: había que tener una visión en la que se aparecía el guardián y daba a conocer su identidad. Al no poseer drogas alucinógenas, y de conformidad con un código de valor personal e indiferencia por el dolor físico, el joven cuervo provocaba esta visión infligiéndose torturas. Salía solo a la montaña, se despojaba de sus ropas y se abstenía de ingerir comida y bebida. Si no bastaba con esto, se cortaba una falange del dedo anular de la mano izquierda. Mentalizados desde la infancia a esperar una visión, la mayoría de los jóvenes conseguían tenerla. Eran adoptados por un búfalo, una serpiente, una cría de halcón, el pájaro-trueno, un enano o un extranjero misterioso, que le enseñaba una canción secreta y le auguraba fortuna en la batalla, la captura de caballos u otra meta vital.
No obstante, el peso que tiene la religión de factura propia entre los pueblos organizados en bandas y aldeas, todas las sociedades conocidas reconocen que algunos individuos, llamados chamanes, poseen una aptitud especial para obtener ayuda del mundo de los espíritus. (Chamán es un término procedente de los pueblos siberianos de habla tungúsica). Los chamanes son expertos en la comunicación con el mundo de los espíritus, que visitan durante sus sueños y trances. Para entrar entrance ingieren sustancias alucinógenas, bailan al son monótono de tambores, o simplemente cierran los ojos y se concentran. Sus cuerpos se vuelven rígidos y empiezan a sudar, gemir y temblar a medida que entran en el mundo de los espíritus y apelan a sus guardianes para que curen a los enfermos, predigan el futuro, encuentren a personas perdidas o alejen a las fuerzas malignas.
Sabemos que, en todo el mundo, los chamanes dominan un buen repertorio de trucos de prestidigitación para impresionar a sus clientes. Los chamanes siberianos organizaban sus sesiones aoscuras, en tiendas cuyas esquinas estaban sujetas por largas correas ocultas bajo las alfombras extendidas a sus pies. Para simular la llegada de los espíritus guardianes, el chamán no tenía que hacerotra cosa que mover un poco los dedos de los pies para que la tienda diera una violenta sacudida. Entonces los espíritus hablaban con voz aguda que parecía flotar en lo alto de la tienda, pues los chamanes siberianos eran asimismo consumados ventrílocuos. También se practicaban otras artes de engaño relacionadas con la creencia, muy difundida en las sociedades preindustriales, de que las enfermedades son causadas por objetos malévolos que los brujos introducen en los cuerpos de laspersonas. Los chamanes, asistidos por sus ayudantes espirituales, intentaban extirpar estos objetos, generalmente por succión, apretando su boca firmemente contra la piel del paciente. En América del Norte y del Sur los chamanes se preparan para la extracción del objeto causante intoxicándose con grandes fumaradas de tabaco que exhalan sobre sus pacientes. Soplando, echando humo y chupando con todas sus fuerzas, el curandero finalmente se echaba hacia atrás y escupía o vomitaba triunfalmente una astilla de hueso, una espina o una araña muerta, que sabía muy bien no habían estado jamás en el cuerpo del enfermo.
Michael Harner, estudioso contemporáneo de la práctica chamánica, insiste en que nada hay de fraudulento en la cura por succión. Los chamanes introducen en sus bocas los objetos dañinos porque su presencia facilita la extracción del equivalente espiritual de tales objetos, que, efectivamente, se alojan en el cuerpo del paciente y son los causantes de la enfermedad, de manera que, al escupir o vomitar el objeto intruso, los chamanes no hacen sino mostrar un símbolo material dela realidad espiritual. Puede ser. Pero yo prefiero una interpretación ligeramente distinta. La teoría médica moderna sostiene que los enfermos convencidos de que van a curarse tienen reacciones inmunológicas más fuertes y más probabilidades de recuperación que aquéllos que han perdido la esperanza. Ni los chamanes ni los pacientes dudan de que estos cuerpos extraños son causa de enfermedad. De ahí que la selección cultural favoreciera el recurso al engaño y a la prestidigitación con el fin de exhibir la prueba necesaria para conseguir el efecto terapéutico, aunque el chamán creyera que el propio acto de curación exigía la extirpación de objetos espirituales intangibles.
Incluso después del nacimiento de las jefaturas y los Estados, el chamanismo siguió siendo un componente importante de la vida religiosa; de hecho nunca ha perdido su atractivo popular y mucha gente lo practica todavía como medio para establecer contactos entre los vivos y los muertos. La búsqueda de «cauces» (sintonización con nuestras anteriores encarnaciones con ayuda de guías espirituales) practicada por Shirley MacLaine, por ejemplo, no es más que una de las innumerables variantes de nuestra época.
No estoy diciendo en absoluto que los rituales religiosos sean poco más o menos los mismos que al principio. La aparición de las jefaturas y los Estados dio lugar a nuevos estratos de creencias y prácticas religiosas propias de sociedades evolucionadas y centralizadas. La aparición de las jefaturas avanzadas y Estados se vio acompañada del desarrollo de instituciones eclesiásticas integradas por especialistas profesionales y de dedicación exclusiva: las primeras iglesias y los primeros sacerdotes. A diferencia de los chamanes, los sacerdotes vivían separados de la gente común, estudiaban astronomía, cosmología y matemáticas, se ocupaban del paso de las estaciones y de otras fechas señaladas a lo largo del año, e interpretaban la voluntad de los antepasados de la clase dominante y delos dioses. Y, sin embargo, había continuidad. Durante largo tiempo los rituales de los especialistas religiosos siguieron siendo lo que habían sido para los fundadores de linajes de los simples cultos a los antepasados. Como el Señor Espíritu y los antepasados ávidos de cerdo de Nueva Guinea, los dioses delas primeras religiones eclesiásticas querían comer. Era responsabilidad de los primeros sacerdotes asegurar que comieran bien.
La relación del hombre con los dioses siempre ha estado regida por una gran variedad de emociones, motivos y expectativas. Pero pecaríamos de hipócritas si negáramos que un impulso sobresale por encima de todos los demás sentimientos desde el principio del pensamiento animista. Nuestra especie siempre ha esperado de los dioses y demás espíritus beneficios de algún tipo. En palabras de Ruth Benedict, «la religión fue ante todo y sobre todo una técnica para alcanzar el éxito». La mayoría de las veces el provecho perseguido era tangible y terrenal: recuperación de la enfermedad, éxito en las empresas comerciales, lluvias para regar los cultivos agostados, victoria en el campo de batalla. Las peticiones de inmortalidad, resurrección y dicha eterna en el cielo se nos pueden antojar menos burdas, pero no dejan de requerir a los dioses en el reparto de bienes y servicios. Incluso cuando los beneficios ansiados se limitan a recibir ayuda para actuar y pensar de conformidad con los deseos de la divinidad o para alcanzar la paz interior, por muy nobles que sean nuestras motivaciones, deseamos un servicio. ¿Ha existido alguna vez una religión que no se preguntara qué podían hacer los dioses por los hombres además de inquirir qué podían hacer los hombres por los dioses? No lo creo.