Los señores de la instrumentalidad (129 page)

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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—No es esa clase de sala de control.

—¿De qué se trata, pues? —exclamó Casher, algo irritado.

—Es la sala de control de una nave de planoforma. Esta casa, estos condados, hasta Mottile por un lado y Ambiloxi por el otro. El mar mismo, hasta el golfo de Esperanza. Todo es una nave.

Casher cobró un interés profesional.

—Si está apagada, él no puede causar ningún daño.

—No está apagada —dijo T'ruth—. Mi amo la deja conectada. Así puede mantener en marcha las máquinas climáticas y convertir esta región de Henriada en un sitio agradable.

—Es decir, que corres el riesgo de que un lunático lleve todas estas fincas al espacio.

—Él ni siquiera se eleva —dijo T'ruth sobriamente.

—¿Qué hace, entonces? —aulló Casher.

—Cuando se apodera de los controles, planea.

—¿Planea? Por la Campana, niña, no trates de engañarme. Si se hace planear un lugar como éste, se puede destruir el planeta entero. En la historia del espacio sólo ha habido dos o tres pilotos capaces de hacer planear una máquina como ésta.

—Pero él es capaz —insistió la niña.

—¿Quién es él?

—Creí que lo sabías. O que habías oído hablar de ello. Se llama John Joy Tree.

—¿Tree, el capitán de viaje? —Casher tiritó—. Murió hace tiempo, después de hacer un vuelo récord.

—No murió. Compró la inmortalidad y se volvió loco. Vino aquí y vive bajo la protección de mi amo.

—Oh —murmuró Casher. No atinó a decir nada más. John Joy Tree, el gran norstriliano que viajó por primera vez más allá de la galaxia: era como el Magno Taliano de otros tiempos, quien podía volar en el espacio sólo con su cerebro vivo.

¿Pero luchar con él? ¿Quién podía luchar con él?

Los pilotos vuelan, los asesinos matan, las mujeres aman y olvidan. Cuando se embrollan los propósitos, todo sale mal.

—¿Tienes más café? —preguntó bruscamente Casher.

—No necesitas café.

Él la interrogó con la mirada.

—Eres un luchador. Necesitas una guerra —declaró T'ruth, señalando con su manita de niña una pequeña puerta que parecía la entrada de una alacena—. Entra allí. Él está allí ahora. De nuevo está manipulando las máquinas. ¡Me tiene sobre ascuas, temiendo que mi amo vuele en pedazos en cualquier momento! Y he soportado esto durante más de cien años.

—Ve tú misma —dijo Casher.

—Tú has estado en la sala de control de una nave.

—Sí —admitió Casher.

—Sabes que la gente entra allí desnuda y asustada. Sabes cuánto adiestramiento se requiere para llegar a ser capitán de viaje. ¿Qué supones que me pasa? —chilló con voz estridente, airada, excitada, infantil.

—¿Qué ocurre? —preguntó Casher sin interés. Sentía fatiga en cada hueso. Batallas inútiles, asesinatos, gentes muertas discutiendo cuando sus baladas ya habían pasado de moda. ¿Por qué la Hechicera de Gonfalón no hacía su propio trabajo?


¡Porque no puedo!
—chilló ella al captar este pensamiento.

—Bien. ¿Por qué no puedes?


Porque me convierto en mí misma.

—¿Qué? —exclamó Casher, sobresaltado.

—Soy una niña-tortuga. Mi forma es humana. Mi cerebro es grande. Pero soy una
tortuga.
Por mucho que mi amo me necesite, sólo soy una tortuga.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—¿Qué hacen las tortugas cuando se enfrentan al peligro?

No las subpersonas tortugas, sino las tortugas verdaderas, esos animalitos. Habrás oído hablar de ellos.

—Incluso los he visto en algún mundo. Ante el peligro se ocultan en el caparazón.

—Eso es lo que yo hago —sollozó T'ruth— en vez de defender a mi amo. Puedo enfrentarme a muchas cosas, no soy una cobarde. ¡Pero en esa sala de control olvido, olvido, olvido!

—¡Envía a un robot!

—¿Un robot contra John Joy Tree? —exclamó T'ruth— ¿También tú te has vuelto loco?

Farfullando, Casher admitió que no serviría de mucho enviar a un robot contra el mejor capitán de viaje.

—Iré, si lo deseas —concluyó dócilmente.

—¡Ve ahora! —gritó T'ruth—. ¡Entra!

T'ruth le tiró del brazo, casi arrastrándolo hacia la puertecilla brillante que parecía tan inocente.

—Pero... —dudó él.

—Sigue andando —suplicó T'ruth—. No te pedimos nada más. No lo mates, pero asústalo, lucha con él, hiérelo si es preciso. Tú puedes hacerlo, yo no —gemía mientras lo arrastraba—. Sólo sería
yo.

T'ruth abrió al puerta y Casher vio una luz clara, brillante y azulada como los cielos de la Cuna del Hombre, la Madre Tierra, tal como aparecían en todos los visores.

Se dejó empujar hacia dentro.

Oyó el chasquido de la puerta a sus espaldas.

Ni siquiera había reparado en los detalles ni en el hombre sentado en el asiento del capitán cuando sintió el sabor y el significado de la sala como una bocanada en la garganta.

Esta sala
, pensó,
es el infierno.

Ni siquiera recordaba dónde había aprendido la palabra «infierno». Denotaba el bien convertido en mal, la esperanza en angustia, los deseos en codicia.

De algún modo, ese cuarto significaba todo eso.

Y entonces...

10

Y entonces el principal ocupante del infierno se volvió hacia él y lo miró de frente.

Si era John Joy Tree, no parecía estar loco.

Era un hombre apuesto, rechoncho y rubicundo, de ojos brillantes y azules. Movía la boca como una mujer tentadora.

—Hola —saludó John Joy Tree.

—Tanto gusto —respondió tontamente Casher.

—No sé cómo te llamas —dijo el hombre vivaz y rubicundo, con una voz que no le pareció de loco.

—Soy Casher O'Neill, de la ciudad de Kaheer del planeta Mizzer.

—¿Mizzer? —John Joy Tree rió—. Pasé una noche allá, hace mucho tiempo. El recibimiento fue excepcional. Pero tenemos que hablar de otras cosas. Viniste aquí a matar a la submuchacha T'ruth. Recibiste órdenes del honorable Rankin Meiklejohn. ¡Ojalá se ahogue en alcohol! La niña te ha atrapado y ahora quiere que me mates, pero no se atreve a pronunciar esas palabras.

Mientras hablaba, John Joy Tree pasó los controles de la nave espacial a punto muerto y se dispuso a abandonar el asiento de capitán.

—Ella no habló de matarte —protestó Casher—. Dijo que tú podrías matarme a mí.

—Claro que podría. —El piloto inmortal se puso de pie. Era bastante más bajo que Casher, pero parecía un hombre fuerte y formidable. La luz azulada del cuarto le daba un perfil claro y preciso.

La situación excitó los nervios del miedo en el cuerpo de Casher. De pronto sintió una gran necesidad de ir al cuarto de baño, pero si daba la espalda a ese hombre, en ese lugar, moriría como un buey en el matadero. Tenía que enfrentarse a John Joy Tree.

—Adelante —dijo el piloto—. Pelea conmigo.

—Yo no he dicho que fuese a pelear contigo —dijo Casher—. Se supone que debo asustarte, pero no sé cómo hacerlo.

—Así no vamos a ninguna parte —suspiró John Joy Tree—. ¿Vamos fuera y pedimos a la pobre T'ruth que nos sirva un trago? Puedes decirle que has fracasado.

—Creo que me asusta más ella que tú.

John Joy Tree se repantigó en un cómodo asiento de pasajeros.

—Muy bien. Haz algo. ¿Quieres boxear? ¿Guantes? ¿A puño limpio? ¿O prefieres un duelo con espadas? ¿O con puntas de alambre? Hay algunas en ese armario. O podemos ocupar una pequeña nave cada uno y batirnos en duelo en el espacio.

—Eso no sería muy inteligente —objetó Casher—, yo peleando en una nave contra el mejor capitán de viaje...

John Joy Tree rió entre dientes, un sonido desagradable y apenas audible que provocó en Casher la sensación de que toda la situación era ridícula.

—Pero yo tengo una ventaja —continuó Casher—. Sé quién eres tú, pero tú no sabes quién soy yo.

—¿Cómo podría saberlo —dijo John Joy Tree—, si la gente sigue naciendo por todas partes?

Sonrió socarronamente. El hombre tenía su encanto. Sin apartar los ojos de Casher, buscó a tientas una jarra y se sirvió un trago.

Brindó burlonamente y Casher aceptó el brindis. Tenía miedo y estaba solo. Más solo que nunca.

De pronto, John Joy Tree se puso en pie y clavó los ojos detrás de Casher, cambiando de expresión. Casher no se volvió. Era un viejo truco.

—Lo has hecho tú —soltó Tree, escupiendo las palabras—. Esta vez violarás todas las leyes y me matarás. Este idiota elegante no es sólo un truco más.

—No lo sé —murmuró una voz detrás de Casher. Era una voz de hombre, vieja, lenta y cansada.

Casher no había oído entrar a nadie.

Los años de adiestramiento de Casher le resultaron útiles. Caminó cuatro o cinco pasos de lado, sin apartar la mirada de John Joy Tree, hasta que alcanzó a ver al otro hombre.

Era un personaje alto y delgado, de tez amarilla y pelo amarillo. Los ojos tenían un mórbido color azul. Miró a Casher y dijo:

—Soy Madigan.

¿Éste es el amo?
, pensó Casher.
¿Éste es el ser que esa niña encantadora está condicionada para adorar?

No tuvo más tiempo para reflexionar.

—A mí me encuentras despierto. A él lo encuentras cuerdo. Ten cuidado —susurró Madigan como si no hablara con nadie en especial.

Madigan se lanzó hacia los controles, pero su cuerpo alto y delgado no se podía mover muy deprisa.

John Joy Tree saltó de la silla y también se lanzó hacia los mandos.

Casher le hizo la zancadilla.

Tree cayó, rodó, se levantó, con un pie y una rodilla en el suelo. En su mano centelleó un cuchillo muy parecido al de Casher.

Casher sintió llamear su cuerpo cuando una fuerza desconocida lo arrojó contra la pared. Abrió los ojos, lleno de terror.

Madigan había ocupado el asiento del piloto y manipulaba los controles como si en cualquier momento fuera a destruir el mundo de Henriada. John Joy Tree miró de soslayo a su viejo anfitrión y se volvió hacia el hombre que tenía delante.

Había otro personaje allí.

Casher lo conocía.

Le resultaba familiar.

Era él mismo, levantándose y brincando como una serpiente. En la mano izquierda empuñaba un cuchillo que buscaba el cuello de John Joy Tree.

El Casher-imagen atacó a Tree. El golpe provocó ecos en todo el cuarto.

Los azules ojos de Tree se le salían de las órbitas. Tree hundió con fuerza el cuchillo en el abdomen del Casher-imagen. El joven cayó jadeando, sosteniéndose las tripas sangrantes. La sangre que manaba del Casher-imagen empapó la alfombra.

¡Sangre!

De pronto Casher supo qué tenía que hacer y cómo hacerlo, sin que nadie se lo dijera.

Creó un tercer Casher en un extremo del cuarto y lo armó con manoplas de hierro. Allí estaba él mismo, contra la pared; allá estaba el Casher moribundo, en el suelo; allá estaba el tercero, avanzando hacia John Joy Tree.

—Aquí está la muerte —gritó el tercer Casher, con una voz en la cual Casher reconoció una estridente simulación de la suya.

Tree dio media vuelta.

—No eres real —objetó.

El Casher-imagen se alejó de la consola y atacó a Tree con una manopla de hierro. El piloto brincó hacia atrás, pasándose una mano por la cara ensangrentada.

John Joy Tree gritó a Madigan, que jugaba con los controles sin siquiera ponerse un casco de luminictor:

—¡La has hecho entrar! ¡La has dejado entrar junto con este hombre! ¡Sácala de aquí!

—¿A quién? —preguntó distraídamente Madigan.

—A esa bruja, T'ruth. Reclamo el derecho de asilo según las antiguas leyes.
Sácala de aquí.

El Casher real, de pie contra la pared, no sabía cómo controlaba al Casher-imagen de las manoplas de hierro, pero de hecho lo dominaba. Lo hizo hablar con una voz tan frenética como la de Tree:

—John Joy Tree, no te traigo la muerte. Te traigo sangre.

Mis manos de hierro convertirán tus ojos en pulpa. Te dejaré las cuencas vacías. Mis manos de hierro te partirán los dientes y te romperán la mandíbula mil veces, de modo que ningún médico, ninguna máquina podrá repararte. Mis manos de hierro te triturarán los brazos, te convertirán las manos en muñones sangrantes. Mis manos de hierro te quebrarán las piernas. Mírate la sangre, John Joy Tree... Habrá mucha más sangre. Me has matado una vez. ¿Ves a ese joven en el suelo?

Ambos miraron al primer Casher-imagen, quien acababa de agonizar en la alfombra, rodeado de un charco de sangre.

John Joy Tree se volvió hacia el Casher-imagen y le dijo:

—Tú eres la Hechicera de Gonfalón. No puedes asustarme. Eres una niña-tortuga y no puedes hacerme daño.

—Mírame —dijo el Casher real.

John Joy Tree miró a uno y otro Casher.

Empezaba a parecer asustado.

Ambos Cashers gritaron con una voz frenética que surgía de las honduras de la mente de Casher:

—¡Tendrás sangre! Sangre y ruina. Pero no te mataremos. Vivirás herido, ciego, castrado, sin brazos y sin piernas. Recibirás el alimento por medio de tubos. No puedes morir. Suplicarás la muerte y nadie te oirá.

—¿Por qué? —gritó Tree—. ¿Por qué? ¿Qué te he hecho?

—Me recuerdas mi hogar —aulló Casher—. Me recuerdas la sangre derramada por el coronel Wedder, cuando las pobres e inútiles víctimas de la lujuria de mi tío pagaron con sangre su venganza. Me recuerdas a mí mismo, John Joy Tree, y voy a darte el castigo que yo merezco.

Aun perdido en la brumas de la locura, John Joy Tree era un valiente.

De súbito, lanzó el cuchillo contra el Casher real. El Casher-imagen dio un gran salto y atajó el cuchillo con una manopla de hierro. El cuchillo chocó con estrépito contra la manopla y cayó sobre la alfombra en silencio.

Casher vio lo que tenía que ver.

Descubrió el palacio de Kaheer, lleno de muerte, la íntima y pegajosa necedad de la muerte repentina: hombres muertos aferrando objetos que habían intentado rescatar; muchachas degolladas tendidas en su propia sangre, las caras muertas pulcramente maquilladas con carmín y rimel. Vio a una niña destripada de la ingle o la garganta: aferraba una muñeca rota, parecía una muñeca rota. Vio estas imágenes y obligó a John Joy Tree a verlas.

—Eres malo —dijo John Joy Tree.

—Soy muy malo —reconoció Casher.

—¿Me dejarás ir, si prometo no entrar más en este cuarto?

Las imágenes de Casher se esfumaron, tanto el cadáver del suelo como el luchador con manoplas de hierro. Casher no sabía cómo T'ruth le había enseñado el perdido arte de la lucha con réplicas, pero sin duda, él lo había aprendido.

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