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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (18 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—¿No es extraño? —preguntó Velvet—. Es muy similar al pájaro que vimos en la isla de Verkat.

—No es similar, cariño —le respondió Polgara—. Es el mismo.

—Eso es imposible, Polgara. Estamos en el otro extremo del mundo.

—Para un pájaro con esas alas, las distancias son casi irrelevantes.

—¿Qué hace aquí?

—Tiene su propia misión que cumplir.

—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?

—No me lo ha dicho y preguntárselo habría sido de mala educación.

Zakath llevaba un rato caminando de un extremo al otro de la cubierta para acostumbrarse a la armadura.

—Este traje tiene un aspecto espléndido —dijo—, pero es muy incómodo, ¿verdad?

—No tanto como no tenerlo puesto cuando lo necesitas —respondió Garion.

—Supongo que con el tiempo uno se acostumbra a usarlo.

—No demasiado.

Aunque aún estaban lejos de la isla de Perivor, el extraño barco de silenciosa tripulación continuó avanzando con rapidez y atracó junto a una costa arbolada al mediodía del día siguiente.

—Para serte absolutamente franco —le dijo Seda a Garion mientras desembarcaban los caballos—, me alegro de dejar esa embarcación. Un barco que navega en contra del viento y unos marineros que no dicen palabrotas me ponen nervioso.

—A mí hay infinidad de cosas que me ponen nervioso en este asunto —dijo Garion.

—La diferencia es que tú eres un héroe y yo un hombre normal.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Los héroes no deben ponerse nerviosos.

—¿Quién inventó esa regla?

—Es un hecho probado. ¿Qué ocurrió con el albatros?

—Se alejó en cuanto avistamos tierra —respondió Garion mientras se bajaba la visera de la armadura.

—No me importa lo que diga Polgara —dijo Seda estremeciéndose—. He conocido a muchos marineros y nunca he oído a ninguno de ellos decir nada bueno de esos pájaros.

—Los marineros son supersticiosos.

—Garion, todas las supersticiones tienen cierta base. —El hombrecillo escudriñó el bosque oscuro que cubría la parte alta de la costa—. No es una costa muy atractiva, ¿verdad? Me pregunto por qué no nos dejaron en un puerto.

—No creo que nadie comprenda las razones de los dalasianos para hacer las cosas.

Después de desembarcar los caballos, Garion y los demás montaron y se internaron en el bosque.

—Creo que será mejor que fabrique algunas lanzas para ti y para Zakath —le dijo Durnik a Garion—. Cyradis habrá tenido alguna razón para vestiros con esas armaduras y he notado que un hombre con armadura no está completo sin una lanza. —El herrero desmontó, cogió su hacha y se perdió entre los árboles. Poco después regresó con dos robustos maderos. —Esta noche, cuando acampemos, les haré las puntas —prometió.

—Esto va a resultar incómodo —dijo Zakath mientras intentaba manipular la lanza y el escudo.

—Se hace así —dijo Garion ofreciéndole una demostración—. Amarra el escudo al brazo izquierdo y coge las riendas con la misma mano. Luego apoya la base de la lanza sobre el estribo derecho y sostenla con la mano libre.

—¿Alguna vez has peleado con una lanza?

—En varias ocasiones. Es bastante útil cuando luchas contra un hombre vestido con armadura. Si lo arrojas del caballo, tardará mucho tiempo en volver a ponerse de pie.

Beldin, que como de costumbre iba delante para explorar el camino, volvió planeando entre los árboles.

—No creerás lo que voy a decirte —le dijo a Belgarath mientras recuperaba su forma natural.

—¿A qué te refieres?

—Allí arriba hay un castillo.

—¿Un qué?

—Uno de esos edificios enormes que suelen tener murallas, fosos y puentes levadizos.

—Ya sé lo que es un castillo, Beldin.

—Entonces ¿para qué preguntas? Bueno, el que está aquí cerca parece trasplantado directamente de Arendia.

—¿Podrías aclararnos esto, Cyradis? —le preguntó Belgarath a la hechicera.

—No es ningún misterio, Belgarath —respondió ella—. Hace unos dos mil años, un grupo de aventureros del oeste naufragaron junto a las costas de esta isla. Al ver que no podían reparar el barco, se establecieron aquí y se casaron con mujeres locales. Sin embargo han conservado las costumbres, los modales e incluso la forma de hablar de su tierra natal.

—¿Con muchos «vos» y todo tipo de fiorituras? —Ella asintió—. ¿Y tienen castillos? —La vidente volvió a asentir—. ¿Y los hombres llevan armaduras, como ahora Garion y Zakath?

—Todo tal cual lo habéis descrito, príncipe Kheldar.

El hombrecillo refunfuñó.

—¿Qué ocurre, Kheldar? —le preguntó Zakath.

—Hemos viajado miles de kilómetros sólo para volver a encontrarnos con los mimbranos.

—Los informes que recibí durante la batalla de Thull Mardu indicaban que eran muy valientes. Eso podría explicar la reputación de esta isla.

—Oh, desde luego, Zakath —dijo el hombrecillo—. Los mimbranos son los seres más valientes de la tierra..., tal vez porque no tienen el sentido común necesario para sentir miedo. Mandorallen, el amigo de Garion, está totalmente convencido de que es invencible.

—Y lo es —afirmó Ce'Nedra, saliendo en defensa de su protector—. En una ocasión lo vi matar a una león sin ningún arma.

—He oído hablar de él —dijo Zakath—, pero creí que su reputación era exagerada.

—No demasiado —dijo Garion—. Una vez les sugirió a Barak y a Hettar la posibilidad de atacar una legión tolnedrana los tres solos.

—Quizá fuera una broma.

—Los caballeros mimbranos no saben hacer bromas —le aseguró Seda.

—No pienso quedarme escuchando cómo insultáis a mi caballero —dijo Ce'Nedra con vehemencia.

—No lo insultamos, Ce'Nedra —protestó Seda—, nos limitamos a describirlo. Es tan noble, que su recuerdo conmueve mi corazón.

—Será porque la nobleza es una cualidad extraña para los drasnianos —observó ella.

—Extraña no, Ce'Nedra. Incomprensible.

—Tal vez después de dos mil años hayan cambiado —dijo Durnik esperanzado.

—Yo no contaría con ello —gruñó Beldin—. Según mi experiencia, la gente que vive aislada tiende a aferrarse más que nadie a sus costumbres.

—Sin embargo, debo advertiros una cosa —dijo Cyradis—. Los habitantes de esta isla son el resultado de una extraña mezcla. En algunas cosas se comportan como habéis dicho, pero también poseen antecedentes dalasianos y están versados en las artes de nuestro pueblo.

—Oh, genial —dijo Seda con sarcasmo—, mimbranos que usan trucos de hechicería. Espero que sepan hacia dónde dirigirlos.

—Cyradis —dijo Garion—, ¿es por eso que Zakath y yo llevamos armaduras? —Ella asintió—. ¿Y por qué no lo dijiste antes?

—Era necesario que lo descubrierais solos.

—Bien. Vayamos a echar un vistazo —propuso Belgarath—. Ya hemos tratado con mimbranos en otras ocasiones y casi siempre logramos evitar problemas.

Atravesaron el bosque bajo el sol dorado del mediodía, y al llegar a la última hilera de árboles, vieron el edificio que había anunciado Beldin. Se alzaba sobre un alto promontorio y estaba rodeado por las habituales murallas con almenas.

—Fantástico —murmuró Zakath.

—No tiene sentido que nos escondamos entre los árboles —les dijo Belgarath—, pues no podremos atravesar el campo sin que nos vean. Garion, tú y Zakath iréis al frente. Los hombres vestidos con armadura suelen ser mejor recibidos.

—¿Vamos a cabalgar directamente hacia el castillo? —preguntó Seda

—¿Por qué no? —respondió Belgarath—. Si todavía actúan como mimbranos, se verán obligados a ofrecernos su hospitalidad por una noche. Además, necesitamos información.

Salieron al prado descubierto y se dirigieron a paso lento hacia el castillo de aspecto lúgubre.

—Cuando lleguemos allí, será mejor que me dejes hablar a mí —le aconsejó Garion a Zakath—. Creo que podré hablar su jerga.

—Buena idea —asintió Zakath—. Yo me atragantaría con todos esos remilgos.

El sonido estridente de un cuerno anunció que los habían visto desde el castillo. Pocos minutos después, una docena de caballeros vestidos con relucientes armaduras atravesó el puente levadizo al trotecillo. Garion adelantó unos pasos a Chretienne.

—Os ruego que detengáis vuestros pasos, señor caballero —dijo el hombre que parecía ser el jefe—. Me llamo Astellig, soy barón de este lugar. —¿Puedo preguntaros vuestro nombre y el asunto que os trae ante mis puertas a vos y a vuestros compañeros?

—No puedo revelaros mi nombre, caballero —respondió Garion—, por razones que os explicaré en el momento oportuno. Mi compañero y yo nos hemos embarcado en una urgente misión con este heterogéneo grupo que aquí veis y hemos venido en busca de refugio para pasar la noche, que, según creo, se cernirá sobre nosotros en pocas horas.

Garion estaba bastante orgulloso de su lenguaje.

—No necesitáis pedirlo —dijo el barón—, pues el honor, además de las reglas de cortesía, obliga a todos los auténticos caballeros a ofrecer cobijo y ayuda a cualquier compañero en el transcurso de una misión.

—Nunca podré agradeceros vuestra hospitalidad, Astellig. Como podréis observar, llevamos con nosotros a distinguidas damas, a quienes el rigor de nuestro viaje ha fatigado sobremanera.

—Entonces vayamos directamente a mis aposentos, caballero. Es menester de todo hombre de noble cuna cuidar del bienestar de las damas.

Tras hacer una florida reverencia, el caballero giró su caballo y los condujo hacia la cima de la colina, seguido de cerca por sus hombres.

—Muy elegante —murmuró Zakath.

—Pasé unos días en Vo Mimbre —explicó Garion—. Después de un tiempo, acabas acostumbrándote a su forma de hablar. El único problema es que a veces las frases son tan complicadas que olvidas lo que ibas a decir antes de terminarlas.

Cruzaron el puente levadizo detrás del barón Astellig y luego desmontaron en un patio de baldosas.

—Mis criados os conducirán a vos y a vuestros compañeros a aposentos apropiados, caballero —dijo—. Allí podréis refrescaros. Luego os ruego tengáis la bondad de reuniros conmigo en la sala principal para decirme cómo puedo ayudaros en vuestra noble misión.

—Vuestra cortesía os honra, mi señor —respondió Garion—. Os aseguro que mi compañero y yo nos reuniremos con vos tan pronto nos hayamos ocupado de acompañar a las damas.

Siguieron a uno de los criados del barón a las cómodas habitaciones del segundo piso del edificio principal.

—Me has sorprendido, Garion —dijo Polgara—. Jamás habría imaginado que sabías hablar de forma civilizada.

—Gracias —dijo él con sarcasmo.

—Tal vez sea conveniente que tú y Zakath habléis a solas con el barón —le dijo Belgarath a Garion—. Hasta ahora te las has arreglado bastante bien para mantener el anonimato, pero si te acompañamos, el barón podría sentir curiosidad y pedirte que nos presentaras. Tantea la situación con cuidado. Averigua cuáles son las costumbres locales y pregúntale si hay alguna guerra cerca. —Se volvió hacia Zakath—. ¿Cuál es la capital de la isla?

—Creo que Dal Perivor.

—Entonces debemos dirigirnos allí. ¿Dónde está?

—Al otro lado de la isla.

—Por supuesto —suspiró Seda.

—Será mejor que bajéis —les dijo Belgarath a los dos hombres vestidos con armaduras—. No hagáis esperar a nuestro anfitrión.

—Cuando todo esto acabe, ¿considerarías la posibilidad de alquilarme a Belgarath? —le preguntó Zakath a Garion mientras los dos caminaban con estrépito por los pasillos—. Podrías hacer un buen negocio, ¿sabes? Y mi gobierno sería el más competente del mundo.

—¿De verdad querrías tener al frente de tu gobierno a un hombre que vivirá eternamente? —preguntó Garion divertido—. Eso sin mencionar el hecho de que tal vez sea más corrupto que Seda y Sadi juntos. Es un viejo insoportable, Zakath. Su sabiduría supera a la de generaciones enteras, pero tiene muchas costumbres deplorables.

—Es tu abuelo, Garion —protestó Zakath—. ¿Cómo puedes hablar de ese modo de él?

—La verdad es siempre la verdad, Majestad.

—Los alorns sois muy extraños, amigo.

—Nunca hemos intentado disimularlo, amigo.

De repente oyeron un tintineo a sus espaldas y la loba se abrió paso entre los dos.

—Me preguntaba adonde os dirigíais —le dijo a Garion.

—Vamos a hablar con el amo de esta casa, pequeña hermana —respondió él.

—Os acompañaré —dijo ella—. Si fuera necesario, podría ayudaros a evitar errores.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Zakath.

—Viene con nosotros para evitar que cometamos errores —tradujo Garion.

—¿Una loba?

—Comienzo a sospechar que no se trata de una loba normal, Zakath.

—Me alegro de que incluso un cachorro sea capaz de demostrar ciertas dotes perceptivas —dijo la loba con presunción.

—Gracias —respondió él—. Me alegro de obtener la aprobación de un ser tan amado.

Ella sacudió la cola.

—Sin embargo, te ruego que mantengas tu descubrimiento en secreto.

—Por supuesto —prometió él.

—¿De qué hablabais? —preguntó Zakath.

—De asuntos de lobos —respondió Garion—. No podría traducirlo.

El barón Astellig se había quitado la armadura y estaba sentado ante el fuego crepitante en un enorme sillón.

—Siempre es así, caballeros —dijo—. La piedra proporciona una excelente protección contra los enemigos, pero siempre está fría y las huellas del invierno tardan en abandonar su dura superficie. Por lo tanto, nos vemos forzados a mantener ardiendo los fuegos, incluso cuando el verano baña nuestra isla con su agradable calor.

—Es tal como decís, mi señor —respondió Garion—. También los enormes muros de Vo Mimbre albergan este agobiante frío.

—¿Acaso habéis estado en Vo Mimbre, señor caballero? —preguntó el barón con asombro—. Yo entregaría todas mis posesiones actuales y futuras a cambio de la oportunidad de contemplar esa fabulosa ciudad. ¿Cómo es en realidad?

—Colosal, mi señor —respondió Garion—. Sus piedras doradas reflejan con deslumbrante esplendor la luz del sol, como si quisieran rivalizar con la magnificencia de los cielos.

Los ojos del barón se llenaron de lágrimas.

—Soy muy afortunado, caballero —dijo con la voz ahogada por la emoción—. Este inesperado encuentro con un caballero de noble misión y maravillosa elocuencia ha sido una bendición para mí, pues a lo largo de la eterna progresión de los años, el recuerdo de Vo Mimbre ha nutrido el espíritu de quienes aquí vivimos nuestro exilio, pero con cada nueva estación los ecos de ese recuerdo se vuelven más remotos, así como los amados rostros de aquellos que nos precedieron ya sólo se nos aparecen en un sueño que se desvanece y muere a medida que la cruel senectud avanza cautelosa a nuestro encuentro.

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