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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (19 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—Mi señor —dijo Zakath con voz vacilante—, vuestras palabras han tocado mi corazón. Si algún día tengo el poder de hacerlo, y no dudo de que así será, dispondré que viajéis a Vo Mimbre y os presentéis ante el trono del palacio, para que de ese modo podáis reuniros con vuestros compatriotas.

—¿Lo ves? —murmuró Garion a su amigo—. Es un hábito contagioso.

El barón se secó las lágrimas sin disimulo.

—He reparado en vuestro acompañante, caballero —le dijo a Garion para superar la incomodidad del momento—. Una perra, según creo...

—Tranquila —le dijo Garion con firmeza a la loba.

—Ése es un término muy ofensivo —gruñó ella.

—No es culpa suya. Él no lo ha inventado.

—Tiene una silueta esbelta, apariencia ágil —continuó el barón— y sus ojos dorados reflejan una inteligencia muy superior a la de los perros híbridos que atestan este reino. ¿Podríais, por favor, identificar su raza?

—Es una loba, mi señor —respondió Garion.

—¡Una loba! —exclamó el barón y se levantó de un salto—. Debemos huir antes de que se arroje sobre nosotros y nos devore.

Garion extendió una mano y acarició las orejas de la loba. Era un gesto algo ostentoso, pero solía impresionar a la gente.

—Vuestro valor es increíble, caballero —dijo el barón, maravillado.

—Es mi amiga —respondió Garion—. Estamos unidos por lazos que nunca alcanzaríais a comprender.

—Te aconsejo que pares de hacer eso —le dijo la loba—, a menos que no te importe perder una pata.

—¡No te atreverías! —exclamó él retirando la mano.

—No estás completamente seguro, ¿verdad? —dijo ella mostrando los dientes en un gesto similar a una sonrisa.

—¿Sabéis hablar el lenguaje de las bestias? —preguntó el barón atónito.

—De algunas, mi señor —respondió Garion—. Como ya sabréis, cada especie tiene su propia lengua. Aún no he logrado aprender el lenguaje de las serpientes. Creo que se debe a la forma de mi boca.

El barón soltó una carcajada.

—Sois un bromista, caballero. Me habéis ofrecido mucho en que pensar y ante lo cual admirarme, pero ahora volvamos al asunto principal. ¿Por qué no podéis revelarme el propósito de vuestra misión?

—Ahora ten cuidado —le advirtió la loba a Garion.

—Como quizá ya sepáis —comenzó el joven tras meditar unos instantes—, al otro lado de los mares están sucediendo cosas terribles.

Era una táctica bastante efectiva, pues en el mundo siempre están sucediendo cosas malas.

—Es verdad —asintió el barón con vehemencia.

—Mi intrépido compañero y yo hemos jurado enfrentarnos al mal. Sabed, sin embargo, que si permitiéramos que se conociera nuestra identidad, el rumor correría delante, como si anunciara con ladridos nuestra llegada, y la revelaría a los viles individuos contra quienes pretendemos luchar. Estamos convencidos de que tan pronto como nuestro ruin enemigo se enterara de nuestra proximidad, sus secuaces intentarían detenernos, y por eso debemos ocultarnos tras nuestras viseras y evitar dar a conocer a todos nuestros nombres..., que han merecido honores en diversas partes del mundo. —Garion comenzaba a disfrutar de la situación—. Ninguno de los dos tememos a criatura viviente alguna —dijo con una seguridad que ni el propio Mandorallen habría conseguido emular—. Sin embargo, nos acompañan unos queridos amigos cuyas vidas no deseamos poner en peligro. Además, nuestra misión está llena de arriesgados encantamientos que podrían necesitar de todo nuestro valor. Por eso, aunque ello no nos guste, debemos acercarnos a esos viles individuos con la cautela de un ladrón si queremos lograr administrarles su merecido castigo.

Garion pronunció la última palabra con un tono lo más sentencioso posible y el barón lo comprendió de inmediato.

—Mi espada y las de mis caballeros están a vuestra inmediata disposición, mi señor. Juntos erradicaremos el mal de una vez para siempre.

No cabía duda de que el barón era mimbrano hasta la médula, pero Garion alzó una mano para detenerlo.

—No, honorable Astellig —dijo—. Aunque estaría encantado de contar con vuestra ayuda, eso no es posible. Esta tarea nos ha sido asignada a mí y a mis compañeros. Si aceptara vuestra colaboración, despertaría la ira de los seres del mundo de los espíritus que luchan como nosotros en este asunto. Todos nosotros somos mortales, pero el mundo de los espíritus es un reino de seres inmortales, y si desafiara sus órdenes podría interferir con el propósito de los espíritus amigos que nos apoyan en esta última batalla.

—Aunque ello llene de congoja mi corazón, caballero —dijo el barón con tristeza—, debo reconocer la sensatez de vuestros argumentos. Deberíais saber, sin embargo, que un pariente mío acaba de llegar de la capital, Dal Perivor, y me ha advertido en secreto de un preocupante giro de los acontecimientos en la corte. Hace apenas unos días, un mago apareció en el palacio, y sin duda usando encantamientos como los que habéis mencionado, logró convertirse en poco tiempo en el consejero favorito de nuestro rey. Ahora ejerce una autoridad casi absoluta sobre el reino, así que debéis ser prudentes, caballeros, pues si acaso ese mago fuera uno de vuestros enemigos, ahora posee poder suficiente para infligiros graves daños. —Hizo una mueca de preocupación—. Creo que no debe de haberle resultado difícil engañar al rey, pues aunque no debería decirlo, Su Majestad no es un hombre de grandes dotes intelectuales. —¿Cómo era posible que un mimbrano hablara así?—. Este mago —continuó el barón—, es un hombre perverso, y el espíritu de camaradería que nos une me induce a rogaros que rehuyáis su compañía.

—Agradezco vuestro consejo, mi señor —dijo Garion—, pero nuestro destino y el de nuestra misión nos obliga a ir a Dal Perivor. Si es necesario, nos enfrentaremos a ese mago y liberaremos al reino de su influencia.

—Que los dioses y los espíritus guíen vuestra mano —dijo el barón con vehemencia. Luego sonrió—. Quizá, si os place, podría ver cómo vos y vuestro lacónico compañero le administráis el castigo que consideréis oportuno.

—Sería un honor, mi señor —le aseguró Zakath.

—Entonces, mis señores —dijo el barón—, os comunico que mañana viajaré con diversos nobles hacia el palacio del rey en Dal Perivor para participar en un gran torneo, cuyos vencedores tendrán que solucionar un antiguo problema que aflige a nuestro reino. Debéis saber también que una milenaria tradición dispone que durante esos días se olviden los malentendidos y fricciones entre los hombres, a modo de tregua general, de modo que podemos esperar tranquilidad durante nuestro viaje al oeste. Y ahora, señores, ¿me concedéis el honor de acompañarme a la capital?

—Mi señor —respondió Garion con un reverencia que hizo crujir la armadura— vuestra generosa invitación no podría ser más conveniente para nuestros propósitos. Y ahora, si nos disculpáis, nos retiraremos a hacer los preparativos para el viaje.

Mientras Garion y Zakath caminaban por el largo pasillo, las uñas de las patas de la loba resonaban tras ellos con un sonido metálico.

—Estoy satisfecha —dijo—. Teniendo en cuenta que aún sois un par de cachorros, no lo habéis hecho tan mal.

Capítulo 12

Perivor resultó ser una isla agradable, con onduladas colinas de color verde esmeralda, donde pastaban las ovejas, y oscuros campos arados donde crecían los cultivos en hileras meticulosamente rectas. El barón Astellig miró a su alrededor con orgullo.

—Es una bonita tierra —observó—, aunque sin duda no tanto como la lejana Arendia.

—Creo que sufriríais una decepción al conocer Arendia, mi señor —dijo Garion—. Aunque el paisaje sea hermoso, el reino no lo parece tanto a causa de las disputas constantes y la miseria de los siervos.

—¿Acaso esa antigua institución aún perdura allí? Aquí se abolió la esclavitud hace ya varios siglos. —Garion se sorprendió—. Los habitantes de esta isla eran seres apacibles y nuestros antepasados buscaron a sus esposas entre ellos. Al principio, estos hombres sencillos eran considerados esclavos, tal como se acostumbraba en Arendia, pero pronto nuestros ancestros se dieron cuenta de que esto entrañaba la mayor de las injusticias, pues estaban emparentados con ellos a través del matrimonio. —El barón hizo una pequeña mueca de disgusto—. ¿Y esos conflictos que mencionasteis están muy extendidos por nuestra madre patria?

—Tenemos pocas esperanzas de que acaben, mi señor —suspiró Garion—. Tres grandes ducados lucharon entre sí durante siglos hasta que por fin uno de ellos, Mimbre, obtuvo una supuesta supremacía. Sin embargo, las disputas continuaron de forma clandestina. Además, los barones del sur de Arendia se enfrentan en sangrientas guerras por las razones más triviales.

—¿Guerra? ¿De veras? Aquí, en Perivor, también hay conflictos, pero los reglamentamos de tal modo que pocas veces llegan a costar vidas.

—¿Qué queréis decir con «reglamentarlos», mi señor?

—Casi siempre, excepto en los casos de raptos de ira o de afrentas graves, esas disputas se resuelven con torneos —sonrió el barón—. De hecho, sé de más de un conflicto que se originó con la complicidad de los implicados, como excusa para organizar uno de esos torneos que entretienen a nobles y plebeyos por igual.

—¡Qué sistema tan civilizado, mi señor! —exclamó Zakath.

Garion comenzaba a cansarse de inventar frases floridas, de modo que rogó al barón que lo disculpara un momento y volvió atrás a charlar con Belgarath y los demás.

—¿Qué tal te va con el barón? —le preguntó Seda.

—Bastante bien. La mezcla con los dalasianos ha suavizado las cualidades más irritantes de los arendianos.

—¿Por ejemplo?

—La estupidez. Han abolido la esclavitud y por lo general solucionan sus disputas con torneos en lugar de guerras. —Garion se volvió hacia Belgarath, que dormitaba sobre su caballo—. Abuelo —dijo y el anciano abrió los ojos—. ¿Crees que hemos conseguido llegar antes que Zandramas?

—No hay forma de saberlo con seguridad.

—Podría volver a usar el Orbe.

—Será mejor que no lo hagas. Si ella está en la isla, no podemos saber dónde ha desembarcado. Si no hubiera venido por aquí, el Orbe no delataría su presencia, pero como estoy seguro de que ella puede percibir sus vibraciones, lo único que haríamos es alertarla de nuestra llegada. Además, el Sardion está en esta parte del mundo. No la despertemos todavía.

—Deberías preguntárselo a tu amigo el barón —sugirió Seda—. Si Zandramas está aquí, es probable que él haya oído hablar de ella.

—Lo dudo —dijo Belgarath—. Hasta ahora se ha tomado muchas molestias para pasar inadvertida.

—Es verdad —admitió Seda—, y supongo que ahora se tomará más. Podría tener dificultades para explicar la presencia de tantas luces bajo su piel.

—Esperemos a que lleguemos a Perivor —decidió Belgarath—. Antes de hacer nada irreversible, quiero ver cómo están las cosas allí.

—¿Crees que serviría de algo hablar con Cyradis? —preguntó Garion en voz baja mientras miraba de soslayo a la vidente.

Cyradis viajaba en un lujoso carro que el barón había suministrado para las damas.

—No —respondió Belgarath—. No le permitirán contestarnos.

—Tal vez contemos con ventaja —observó Seda—. Se supone que Cyradis debe hacer la elección, y el hecho de que viaje con nosotros en lugar de con Zandramas parece una buena señal, ¿no es cierto?

—No —discrepó Garion—. No creo que viaje con nosotros, sino que está aquí para vigilar a Zakath. El tiene algo muy importante que hacer y ella no quiere que se desvíe del camino apropiado.

Seda gruñó.

—¿Y dónde piensas empezar a buscar ese mapa que debes encontrar? —le preguntó a Belgarath.

—Quizás en una biblioteca —respondió el anciano—. Es evidente que ese mapa es otro de los «misterios» que debo descubrir, y con los demás he tenido bastante suerte en las bibliotecas. Garion, intenta convencer al barón de que nos lleve al palacio del rey en Dal Perivor. Las bibliotecas de los palacios suelen ser las más completas.

—Por supuesto —asintió Garion.

—Además, quiero echarle un vistazo a ese mago. Seda, ¿tienes alguna oficina en Dal Perivor?

—Me temo que no, Belgarath. En esta isla no hay nada que valga la pena vender.

—Bueno, no tiene importancia. Tú eres un hombre de negocios y en la ciudad encontrarás a otros. Quiero que entables conversación con ellos con la excusa de informarte sobre las rutas comerciales. Estudia cada mapa que puedas conseguir. Ya sabes lo que buscamos.

—Estás haciendo trampa, Belgarath —gruñó Beldin.

—¿Qué quieres decir?

—Cyradis dijo que el mapa lo tenías que encontrar tú.

—Me limito a delegar responsabilidades, Beldin. Es perfectamente lícito.

—No creo que ella lo vea de esa forma.

—Tú podrás explicárselo. Eres mucho más persuasivo que yo.

El viaje se desarrolló en cómodas etapas para no cansar a los caballos. Los equinos de Perivor no eran muy grandes y tenían que cargar con el peso de hombres vestidos con armadura, de modo que tardaron varios días en llegar a lo alto de la colina que se alzaba sobre la ciudad portuaria de Dal Perivor, capital del reino.

—He aquí Dal Perivor —anunció el barón—, sede de la corona y corazón de la isla.

Garion notó enseguida que los arendianos llegados a aquella costa dos mil años antes habían intentado construir una réplica exacta de Vo Mimbre. Las murallas de la ciudad eran altas, gruesas y amarillas, y en lo alto de las torres del interior ondeaban banderas de brillantes colores.

—¿Dónde encontraron las piedras amarillas, mi señor? —le preguntó Zakath al barón—. No he visto ningún mineral semejante en el viaje hacia aquí.

El barón carraspeó con actitud culpable.

—Las murallas fueron pintadas —explicó.

—¿Con qué fin?

—En memoria de las de Vo Mimbre —dijo el barón con tristeza—. Nuestros antepasados añoraban Arendia. Vo Mimbre es la joya de nuestra madre patria y los muros dorados nos recuerdan nuestros orígenes, a pesar de la enorme distancia que nos separa.

—Ah —dijo Zakath.

—Como os he prometido, caballero —le dijo el barón a Garion—, tendré el placer de acompañaros al palacio del rey, quien sin duda os hará los honores pertinentes y os ofrecerá su hospitalidad.

—Una vez más estamos en deuda con vos, mi señor —respondió Garion.

—Debo confesaros, caballero, que mis motivos no son enteramente desinteresados —admitió el barón con una sonrisa astuta—, pues aumentaré mi prestigio al llevar al palacio a extraños caballeros embarcados en una noble misión.

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