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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (38 page)

BOOK: La vidente de Kell
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Durnik y Toth habían tomado posiciones junto a Garion y Zakath, y los cuatro bajaban las escaleras, implacables, paso a paso, hiriendo o derribando a los sacerdotes vestidos de negro que salían a su encuentro. El martillo de Durnik parecía apenas menos temible que la espada del rey de Riva. Los grolims caían ante ellos a medida que continuaban su inexorable descenso. Toth daba golpes a diestra y siniestra con el hacha de Durnik, con la misma naturalidad con que un hombre tala un árbol. Zakath era un esgrimista y hacía amagos o quites con su enorme, aunque ligera espada. Sus estocadas eran rápidas y casi siempre mortales. El camino del temible cuarteto pronto quedó alfombrado de cuerpos contorsionados y empapado con ríos de sangre.

—Tened cuidado al andar —aconsejó Durnik mientras machacaba el cráneo de otro grolim—. Los escalones se han vuelto resbaladizos.

Garion degolló a otro grolim, cuya cabeza rodó escaleras abajo mientras el cuerpo caía hacia un costado de la escalinata. Entonces el joven se atrevió a mirar por encima de su hombro. Belgarath y Beldin se habían unido a Velvet y la ayudaban a ahuyentar a los grolims que escalaban las gradas. Beldin parecía experimentar un morboso placer al hundir su cuchillo curvo en los ojos de los murgos y luego, con un brusco giro y un tirón, extraer por sus cuencas grandes trozos de cerebro. Belgarath esperaba, tranquilo, con los dedos apoyados sobre su cinturón de soga. Cuando la cabeza de un grolim aparecía por encima del borde de piedra, el anciano extendía un pie y pateaba al sacerdote en plena cara. Puesto que la distancia entre las escaleras y el fondo del anfiteatro era de unos nueve metros, ninguno de los grolims que caía volvía a intentar el ascenso.

Cuando Garion y sus amigos llegaron al pie de las escaleras, casi no quedaba ningún grolim vivo. Con su acostumbrada prudencia, Sadi fue de un extremo al otro de la escalera, hundiendo su daga envenenada en los cuerpos de los grolims caídos, sin hacer distinciones entre heridos y muertos.

Zandramas parecía sorprendida por el violento descenso de sus enemigos, pero mantuvo la compostura y se irguió en actitud desdeñosa y desafiante. Junto a ella, boquiabierto de terror, se encontraba un hombre con una corona barata y un andrajoso traje de rey. Por el leve parecido que sus rasgos guardaban con los de Zakath, Garion supuso que se trataba del archiduque Otrath. Luego vio por fin a su pequeño hijo.

Había evitado mirarlo durante el sangriento descenso, pues no estaba seguro de cuál sería su reacción en un momento en que la concentración resultaba vital. Como les había anticipado Beldin, Geran ya no era un bebé. Sus rizos dorados conferían un aspecto tierno a su rostro, pero sus ojos no reflejaron dulzura al encontrarse con los de su padre. Era evidente que Geran sentía un profundo odio hacia la mujer que lo sujetaba con fuerza en sus brazos.

Garion alzó la espada hasta su visera, a modo de saludo, y el pequeño respondió levantando la mano libre.

Entonces el rey de Riva inició un implacable avance, deteniéndose apenas lo suficiente para patear fuera de su camino una cabeza de grolim. Las dudas que lo habían atormentado en Dal Perivor se habían desvanecido. Zandramas estaba a pocos metros de distancia y el hecho de que fuera mujer le tenía sin cuidado. El joven continuó avanzando con su llameante espada en alto.

Sin embargo, la sombra que se formaba al límite de su vista se volvió más oscura y Garion vaciló, presa de una creciente aprensión que parecía incapaz de ahuyentar.

La sombra, que al principio era imprecisa, comenzó a cobrar la forma de un espantoso rostro que se alzaba por encima de la hechicera vestida de negro. Tenía las cuencas de los ojos vacías y la boca entreabierta en una expresión de inenarrable angustia, como si el propietario de aquella cara hubiera sido arrastrado desde un lugar glorioso y luminoso hasta otro increíblemente horrendo. Sin embargo, aquella angustia no despertaba compasión o ternura, sino que expresaba la implacable necesidad de ese ser horrible de encontrar a otros dispuestos a compartir su miseria.

—¡Contemplad al Rey de los Infiernos! —gritó Zandramas con voz triunfal—. Huid si queréis vivir unos segundos más, antes de que os conduzca hasta las tinieblas, las llamas y la angustia eternas.

Garion se detuvo. No podía avanzar hacia aquel espantoso horror.

Entonces una voz surgió de entre sus recuerdos y con ella una imagen. Creyó estar en el húmedo claro de un bosque, en cualquier lugar del mundo. Una ligera llovizna caía desde el cielo oscuro de la noche y, a sus pies, las hojas estaban empapadas. Eriond hablaba con indiferencia. Garion recordó que aquella escena había sucedido poco después del primer encuentro con Zandramas, que había adoptado la forma de un dragón para atacarlos. «Pero el fuego no era real —les explicaba el joven—. ¿No lo sabíais?» Parecía sorprendido de que no lo entendieran. «Sólo era una ilusión. El mal no es más que eso... Una ilusión. Lamento que os hayáis preocupado, pero no había tiempo para explicaciones.»

Ésa era la clave y por fin Garion lo comprendía. Las alucinaciones eran producto de la locura, los espejismos no. No se estaba volviendo loco. La cara del Rey de los Infiernos no era más real que el espejismo de Arell, que Ce'Nedra había encontrado en el bosque. Aquélla era la única arma con que la Niña de las Tinieblas podía enfrentarse al Niño de la Luz, un truco sutil dirigido a la mente. Era un arma poderosa y frágil a la vez, pues un simple rayo de luz podía destruirla. Volvió a avanzar.

—¡Garion! —gritó Seda.

—Prescinde de ese rostro —le dijo Garion—. No es real. Zandramas intenta volvernos locos. La cara no está allí, no tiene más sustancia que una sombra.

Zandramas retrocedió y la enorme cara de su espalda se desvaneció. Sus ojos se pasearon de un sitio a otro, deteniéndose, según notó Garion, en el portal de la cueva. Entonces Garion supo con absoluta certeza que había algo en aquella caverna: el último recurso de Zandramas.

Con aparente indiferencia por la desaparición del arma que siempre había servido a los Niños de las Tinieblas, la hechicera de Darshiva hizo un rápido gesto a los pocos grolims que seguían con vida.

—No —dijo la voz clara y cristalina de la vidente de Kell—. No puedo permitirlo. Esta cuestión se decidirá mediante una elección y no en el curso de una absurda pelea. Guardad la espada, Belgarion de Riva, y retirad a vuestros secuaces, Zandramas de Darshiva.

Garion notó que los músculos de sus piernas se habían paralizado y que era incapaz de dar un solo paso. Se giró con esfuerzo y dolor, y vio a Cyradis bajando las escaleras, de la mano de Eriond, seguida por tía Pol, Poledra y la reina de Riva.

—La misión que compartís —continuó Cyradis con su retumbante voz colectiva— no consiste en destruiros mutuamente, pues si uno de los dos matara al otro, vuestras tareas quedarían inconclusas y yo no podría realizar la mía. En ese caso todo lo que es, lo que fue y lo que será desaparecería. Guardad vuestra espada, Belgarion, y haced retirar a vuestros grolims, Zandramas. Vayamos al Lugar que ya no Existe para hacer la elección. El universo comienza a cansarse de nuestras demoras.

Garion enfundó su espada de mala gana, pero la hechicera de Darshiva entrecerró los ojos en una mueca de furia.

—Matadla —ordenó a sus grolims con una voz escalofriantemente perentoria— Matad a la ciega dalasiana en nombre del nuevo dios de Angarak.

Los grolims supervivientes, llenos de fanatismo religioso, se dirigieron hacia el pie de las escaleras. Eriond suspiró y, decidido, se interpuso entre ellos y Cyradis.

—Eso no será necesario, Portador del Orbe —le dijo Cyradis.

La vidente inclinó la cabeza y la voz coral ascendió en un crescendo. Los grolims vacilaron y luego comenzaron a andar a tientas, mirando, sin ver, la luz que los rodeaba.

—Es el encantamiento —murmuró Zakath—, el mismo que rodea Kell. Están ciegos.

Sin embargo, en esta ocasión, lo que los grolims veían en su ceguera no era la cara de dios que contemplaba el amable y anciano sacerdote que habían conocido en el campamento de pastores, en las cercanías de Kell, sino algo muy distinto. Por lo visto el encantamiento era capaz de producir dos efectos diferentes. Los grolims gritaron, primero alarmados, después asustados. Luego sus gritos se convirtieron en aullidos y se volvieron, tropezando unos con otros, incluso arrastrándose, para huir de aquello que veían. Se dirigieron a la orilla del mar, con la evidente intención de seguir al grolim atacado por los extraños polvos de Sadi. Caminaron con torpeza entre el ahora tranquilo oleaje y luego, uno a uno, se sumergieron en aguas profundas.

Algunos sabían nadar, pero la mayoría no. Los que podían hacerlo, se alejaron con desesperación hacia alta mar, al encuentro de una muerte inevitable. Aquellos que no sabían nadar se hundieron, alzando los brazos en actitud suplicante mucho después de que sus cabezas se hubieran sumergido. La superficie del agua se llenó de burbujas durante unos instantes, pero pronto volvió a calmarse.

El albatros revoloteó con sus enormes alas sobre ellos y luego volvió a planear encima del anfiteatro.

Capítulo 23

—Por fin estáis como siempre habéis querido estar, Niña de las Tinieblas, sola —dijo Cyradis con dureza.

—Aquellos que me acompañaban no eran importantes —respondió Zandramas con indiferencia—. Han cumplido su cometido y ya no los necesito.

—¿Estáis preparada para atravesar el portal del Lugar que ya no Existe y hacer vuestra elección en presencia del Sardion?

—Por supuesto, sagrada vidente —respondió Zandramas con sorprendente docilidad—. Será un placer unirme al Niño de la Luz, para que ambos podamos penetrar en el templo de Torak.

—Mantente alerta, Garion —susurró Seda—. Su tono no me gusta y creo que está tramando algo.

Sin embargo, era evidente que Cyradis también intuía que se trataba de una trampa.

—Vuestra súbita aceptación resulta sorprendente, Zandramas —dijo—. Durante estos largos meses habéis hecho vanos intentos por evitar este encuentro, y ahora aceptáis de buena gana entrar a la gruta. ¿Qué os ha hecho cambiar de opinión? ¿Por ventura acecha algún peligro dentro de la caverna? ¿Aún intentáis conducir con engaños al Niño de la Luz hacia su propia muerte, movida por la secreta esperanza de evitar la elección?

—La respuesta a esa pregunta, bruja ciega, está detrás de ese portal —respondió Zandramas con brusquedad. Luego giró su cara brillante hacia Garion—. Sin duda, el gran justiciero de los dioses no tendrá miedo —dijo ella—. ¿O acaso aquel que mató a Torak se ha vuelto cobarde y temeroso? ¿Qué amenaza puedo significar yo, una simple mujer, para el guerrero más poderoso del mundo? Investiguemos esa gruta juntos, Belgarion. Con toda confianza dejo mi seguridad en vuestras manos.

—No será así, Zandramas —declaró la vidente de Kell—. Ya es demasiado tarde para trucos y engaños. Sólo la elección podrá liberaros. —Hizo una pausa e inclinó la cabeza un instante, durante el cual Garion volvió a oír un murmullo colectivo—. Ah —dijo por fin—, ya lo comprendemos. Ese pasaje del Libro de los Cielos era confuso, pero ahora se ha aclarado. —Se giró hacia el portal—. Venid aquí, Señor de los Demonios. No esperéis a vuestra víctima en la oscuridad, salid donde podamos veros.

—¡No! —gritó Zandramas con voz ronca.

Pero era demasiado tarde. De mala gana, como si lo arrastrara una fuerza invisible, el mutilado dragón salió cojeando de la gruta, rugiendo y arrojando fuego por la boca.

—Otra vez, no —protestó Zakath.

Garion, sin embargo, vio algo más que un dragón. Al igual que aquella vez en el bosque, cuando con sólo catorce años había herido a un jabalí y había contemplado la figura de Barak superpuesta a la del temible oso que acudía en su ayuda, ahora veía la figura de Mordja, el Señor de los Demonios, dentro de la silueta del dragón. Mordja, principal enemigo de Nahaz, el demonio que había arrojado a Urvon al eterno foso del infierno. Mordja, el demonio que con su media docena de brazos finos como serpientes empuñaba una enorme espada que Garion conocía bien. El Señor de los Demonios, personificado en la forma de un dragón, avanzaba con monstruosos pasos hacia el rey de Riva con Cthrek Goru, la temible espada de las tinieblas que había pertenecido a Torak.

.Las llameantes nubes rojas estallaron en truenos mientras la horrible bestia doble se aproximaba a ellos.

—¡Separaos! —gritó Garion—. ¡Seda! ¡Diles lo que deben hacer! —Inspiró hondo mientras los rayos caían del cielo rojo para azotar las caras de la pirámide escalonada, acompañados de truenos que estremecían la tierra—. ¡Adelante! —le dijo Garion a Zakath, pero de repente se detuvo, atónito.

Poledra se acercó al monstruo tan tranquila como si estuviera paseando por un prado.

—Más que Señor de los Demonios sois el Señor de la Decepción, Mordja —le dijo a la criatura que se quedó súbitamente paralizada ante ella—, pero es hora de acabar con los engaños. Por fin diréis la verdad. ¿Qué buscáis todos los de tu raza en este lugar? —El Señor de los Demonios, paralizado en la forma de un dragón, rugía con odio mientras hacía vanos esfuerzos por liberarse de la fuerza que lo inmovilizaba—. Hablad, Mordja —le ordenó Poledra.

¿Cómo era posible que alguien tuviera tanto poder?

—No lo haré —respondió Mordja, como si escupiera las palabras.

—Lo haréis —dijo la abuela de Garion con una voz asombrosamente tranquila, y de inmediato Mordja dejó escapar un aullido de inimaginable dolor—. ¿Qué os proponéis? —insistió Poledra.

—¡Sirvo al Rey de los Infiernos! —gritó el demonio.

—¿Y qué se propone el Rey de los Infiernos?

—Quiere apoderarse de las piedras del poder —aulló Mordja.

—¿Por qué?

—Para romper las cadenas con que el maldito UL lo aprisionó mucho antes de la creación.

—¿Por eso ayudasteis a la Niña de las Tinieblas y por eso vuestro enemigo Nahaz socorrió al discípulo de Torak? ¿Acaso vuestro amo no sabía que ambos intentaban crear un nuevo dios?, ¿un dios que sin duda lo encadenaría con mayor firmeza?

—Lo que ellos buscaban no tenía importancia —gruñó Mordja—. Es verdad que Nahaz y yo nos enfrentamos, pero nuestra lucha no tenía nada que ver con el loco Urvon o con la sucia Zandramas. En el mismo instante en que cualquiera de los dos se apoderara del Sardion, el Señor de los Demonios cogería la piedra por medio de mis manos o las de Nahaz. Entonces, con el poder del Sardion, uno u otro arrancaría Cthrag Yaska de manos del justiciero de los dioses y entregaría ambas piedras a nuestro amo. En cuanto él tocara las piedras, se convertiría en el nuevo dios. Sus cadenas se romperían y podría enfrentarse a UL de igual a igual... No, no de igual a igual, sino como un ser superior, pues todo lo que es, fue o será le pertenecería sólo a él.

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