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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (20 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—Eso está muy bien —rió Garion—. De ese modo, todos ganaremos algo.

El palacio era casi idéntico al de Vo Mimbre, un fortificación dentro de otra con altas murallas y una imponente puerta.

—Espero que esta vez mi abuelo no tenga que hacer crecer un árbol —le dijo Garion a Zakath en un murmullo.

—¿A qué te refieres?

—La primera vez que fuimos a Vo Mimbre, el caballero que custodiaba la puerta no creyó a Mandorallen cuando éste le presentó a Belgarath, el hechicero, así que el abuelo cogió una ramita de la cola de su caballo e hizo crecer un manzano frente al palacio, en medio de la plaza. Luego ordenó al escéptico caballero que dedicara el resto de su vida a cuidarlo.

—¿Y el caballero lo hizo?

—Supongo que sí. Los mimbranos suelen tomarse esas cosas muy a pecho.

—Es gente muy extraña.

—Oh, ya lo creo. Tuve que obligar a Mandorallen a que se casara con una joven a quien amaba desde la infancia y al mismo tiempo evitar una guerra.

—¿Cómo pudiste evitar una guerra?

—Proferí ciertas amenazas y creo que me tomaron en serio. —Reflexionó unos instantes—. También es probable que la tormenta que desaté ayudara a convencerlos —añadió—. Bueno, lo cierto es que hacía años que Mandorallen y Nerina se amaban, pero habían estado sufriendo en silencio durante todo ese tiempo. Yo acabé cansándome del asunto y añadí nuevas amenazas a las anteriores. Este cuchillo grande que tengo aquí —dijo señalando la espada que llevaba amarrada a su espalda— suele surtir bastante efecto.

—¡Garion! —rió Zakath—. ¡Eres un verdadero patán!

—Es probable —admitió Garion—, pero después de todo logré que se casaran. Ahora los dos son muy felices, pero si algo fuera mal, siempre podrán culparme a mí, ¿no crees?

—Eres muy distinto a la mayoría de los hombres, amigo —dijo Zakath con seriedad.

—Así es —suspiró Garion—, aunque preferiría no serlo. El mundo es una carga demasiado pesada para nuestras espaldas, Zakath, y no nos deja tiempo para nuestras propias vidas. ¿No te gustaría salir a cabalgar una mañana de verano, sólo para mirar el amanecer o descubrir qué hay detrás de la siguiente colina?

—Creí que eso era lo que estábamos haciendo.

—No exactamente. Hacemos todo esto porque estamos obligados y yo hablaba de hacerlo por simple diversión.

—Hace años que no hago nada simplemente para divertirme.

—¿No te divirtió amenazar con crucificar al rey Gethel de los thulls? Ce'Nedra me lo contó.

Zakath soltó una carcajada.

—No estuvo mal —admitió—, aunque por supuesto, nunca lo habría hecho. Gethel era un idiota, pero también resultaba necesario en ese momento.

—Siempre volvemos a lo mismo, ¿verdad? Tú y yo hacemos lo que es necesario en lugar de cualquier otra cosa que preferiríamos hacer. Ninguno de los dos eligió este camino, pero siempre haremos lo que se espera de nosotros. De lo contrario, el mundo se acabaría y hombres buenos y honestos morirían con él. No lo permitiré si puedo evitarlo. Nunca traicionaré a esos hombres, ni tú tampoco, pues en el fondo eres uno de ellos.

—¿Yo un buen hombre?

—No te subestimes, Zakath. Pronto vendrá alguien que te enseñará a dejar de odiarte. —Zakath se sobresaltó de forma evidente—. ¿Creías que no lo sabía? —dijo Garion, implacable—. Pero eso está a punto de acabar. El dolor, el sufrimiento y los remordimientos pronto dejarán de molestarte. Si necesitas instrucciones para ser feliz, consúltame. Para eso están los amigos, ¿no crees?

Dentro de la visera de Zakath se oyó un sollozo ahogado.

La loba, que caminaba entre los dos caballos, alzó la vista hacia Garion.

—Bien dicho —lo felicitó—. Tal vez te haya juzgado mal y ya no seas un cachorro.

—Hago todo lo que puedo —respondió Garion también en el lenguaje de los lobos—. Sólo espero no haberte decepcionado mucho.

—Creo que prometes, Garion.

Eso confirmaba algo que Garion había estado sospechando desde hacía un tiempo.

—Gracias, abuela —dijo, seguro al fin de la identidad de la loba.

—¿Tanto tiempo te llevó descubrirlo?

—Si me hubiera equivocado, podrías haberlo considerado una descortesía.

—Creo que llevas demasiado tiempo con mi hija mayor. He notado que ella está demasiado pendiente de las reglas del decoro. ¿Puedo contar con que guardes en secreto tu descubrimiento?

—Si así lo deseas...

—Será lo más sensato. —Miró hacia la puerta del palacio—. ¿Qué lugar es éste?

—Es el palacio del rey.

—¿Qué es un rey para un lobo?

—Es costumbre entre los humanos mostrarse respetuosos con él, abuela, aunque se siente más respeto por la tradición que por el humano que lleva la corona.

—¡Qué curioso! —resopló ella.

Por fin, el puente levadizo descendió con grandes crujidos y rechinar de cadenas, y el barón Astellig los condujo hacia el patio del palacio.

La sala del trono del palacio de Dal Perivor era muy similar a la de Vo Mimbre, un amplio recinto abovedado con contrafuertes en las paredes. La luz entraba a raudales por las altas y estrechas ventanas situadas entre los contrafuertes y, al filtrarse a través de los paneles de colores, cobraba el brillo deslumbrante de las piedras preciosas. El suelo era de mármol pulido, y al fondo, sobre una plataforma de piedra alfombrada en rojo, estaba el trono de Perivor, con gruesas cortinas púrpura tras el respaldo. A cada lado de las cortinas, se exhibían las antiguas armas de los dos mil años de historia de la corona. Lanzas, mazas y enormes espadas, más altas que cualquier hombre, expuestas entre los raídos estandartes de guerra de reyes olvidados.

Confundido por las numerosas semejanzas entre los dos palacios, Garion casi esperaba ver acercarse a Mandorallen, vestido con su resplandeciente armadura, flanqueado por el gigantón de barba roja, Barak, y el experto jinete, Hettar. Una vez más, tuvo la extraña sensación de que los hechos se repetían. De pronto comprendió que al contarle sus experiencias pasadas a Zakath había estado desahogándose, como si, de una forma misteriosa, el encuentro que se llevaría a cabo en el Lugar que ya no Existe le exigiera un acto previo de purificación.

—Si os place, caballeros —les decía el barón Astellig a Garion y a Zakath—, nos acercaremos al trono para que pueda presentaros a Su Majestad, el rey Oldorin. Le advertiré sobre las restricciones que vuestra misión os ha obligado a observar.

—Vuestra consideración y cortesía os honra, mi señor —dijo Garion—. Y será un inmenso placer saludar a vuestro rey.

Los tres caminaron por el pasillo de mármol hacia la plataforma alfombrada. Garion observó que Oldorin parecía más robusto que el rey Korodullin de Arendia, aunque sus ojos reflejaban una temible carencia de sensatez.

Un caballero alto y robusto salió al encuentro de Astellig.

—Esto es impropio, mi señor —dijo—. Decidle a vuestros compañeros que se levanten la visera para que el rey pueda ver quién sé aproxima a él.

—Explicaré a Su Majestad la razón de este misterio, mi señor —respondió Astellig con solemnidad—. Puedo aseguraros que estos caballeros, a quienes me atrevo a llamar amigos, no intentan faltar el respeto a nuestro señor rey.

—Lo siento, barón Astellig —dijo el caballero—, pero no puedo permitirlo.

El barón se llevó la mano a la empuñadura de la espada.

—Tranquilo —le advirtió Garion mientras apoyaba una mano enguantada sobre su brazo—. Como todo el mundo sabe, está prohibido empuñar las armas en presencia del rey.

—Sois un hombre versado en las reglas del protocolo, caballero —dijo el hombre que les bloqueaba el paso, un poco menos seguro de sí mismo.

—He estado en presencia de reyes en otras ocasiones, mi señor, y estoy familiarizado con las tradiciones. Os aseguro que no pretendemos faltar el respeto a Su Majestad al acercarnos al trono con la cara cubierta. Sin embargo, estamos obligados a hacerlo por exigencias de una dura misión que nos ha sido asignada.

El caballero vacilaba.

—Sabéis expresaros, caballero —reconoció de mala gana.

—Si os place, señor caballero —continuó Garion—. ¿Tendríais la bondad de acompañarnos al barón Astellig, a mi compañero y a mí hasta el trono? Sin duda, un hombre de vuestro evidente valor será capaz de evitar cualquier afrenta.

Garion sabía que en aquellas situaciones nunca estaban de más unos halagos.

—Será como decís, mi señor —decidió el caballero.

Los cuatro hombres se acercaron al trono y saludaron con una reverencia algo rígida.

—Mi señor —dijo Astellig.

—Barón —respondió Oldorin con un gesto distraído.

—Tengo el honor de presentaros a dos extraños caballeros que han venido desde muy lejos para cumplir una noble misión. —El rey los miró con interés. La palabra «misión» parecía sonar igual que el repique de campanas en las cabezas de los mimbranos—. Como habréis notado, Majestad —continuó Astellig—, mis amigos llevan los rostros ocultos tras sus viseras, pero no debéis interpretar este gesto como una falta de respeto, pues la naturaleza de su misión exige cautela. Ambos gozan de una eminente reputación más allá de las costas de nuestra isla, y si mostraran sus rostros, serían reconocidos de inmediato. Entonces, los ruines enemigos que persiguen serían advertidos de su proximidad e intentarían obstaculizarles el paso. Por esa razón, sus viseras deben permanecer cerradas.

—Es una precaución razonable —asintió el rey—. Salud, caballeros, y sed bienvenidos a mi reino.

—Sois muy amable, Majestad —dijo Garion—, y agradecemos vuestra comprensión de las circunstancias. Nuestra misión está llena de peligrosos encantamientos y temo que si reveláramos nuestra identidad, fracasaríamos en su realización y el mundo entero sufriría.

—Lo comprendo perfectamente, caballero, y no os pediré detalles de esa misión. Las paredes de mi palacio tienen oídos y hasta es probable que algunos de los presentes sean aliados de los villanos a quienes perseguís.

—Sabias palabras, mi rey —dijo una voz ronca desde el fondo de la sala—. Yo mismo conozco bien los innumerables peligros que entrañan los encantamientos y comprendo que incluso la gran fuerza de estos dos valientes caballeros podría ser insuficiente para vencerlos.

Garion se volvió. El hombre que había hablado tenía los ojos totalmente blancos.

—Es el mago de quien os he hablado —murmuró el barón Astellig—. Tened cuidado con él, caballeros, pues tiene sojuzgado al rey.

—Ah, el bueno de Erezel —dijo el rey y se le iluminó la cara—, acercaos al trono, por favor. Quizá vos que sois tan sabio podáis aconsejar a estos dos caballeros sobre cómo evitar los peligros de los encantamientos que obstaculizan su camino.

—Será un placer, mi señor —respondió Naradas.

—¿Sabes quién es? —le preguntó Zakath a Garion en un murmullo.

—Sí.

Naradas se aproximó al trono.

—Si me disculpáis la sugerencia, caballeros —dijo en tono almibarado—, está a punto de comenzar un gran torneo, y si no participáis, podríais despertar sospechas en los espías que aquel que buscáis sin duda habrá apostado aquí. Por consiguiente, mi primer consejo es que participéis en el torneo para evitar percances.

—Excelente sugerencia, Erezel —aprobó el necio rey—. Caballeros, éste es Erezel, magnífico mago y principal consejero del trono. Tened en cuenta sus palabras, pues encierran una gran verdad. Además, será un inmenso honor para nosotros que os unáis a nuestro divertimento.

Garion apretó los dientes. Naradas llevaba semanas intentando demorarlos, y con aquella propuesta de apariencia inocente, por fin iba a conseguirlo. Sin embargo, ya no tenían escapatoria.

—Será un honor uniros a vos y a vuestros valientes caballeros en la contienda, Majestad —dijo Garion—. Decidme, por favor, ¿cuándo comenzarán los juegos?

—Dentro de diez días, caballero.

Capítulo 13

Las habitaciones adonde fueron conducidos tenían un aspecto misteriosamente familiar. Los arendianos que habían naufragado en aquellas costas tantos siglos atrás habían intentado recrear su amado palacio de Vo Mimbre hasta el último detalle..., incluidas las inconveniencias. Durnik, con su característico sentido práctico, pronto reparó en ese hecho.

—Deberían haber aprovechado la oportunidad para mejorar algunas cosas —observó.

—El apego a las tradiciones tiene su encanto, cariño —sonrió Polgara.

—Quizá sea nostálgico, Pol, pero algunos toques modernos no habrían venido mal. Has notado que los baños están en el sótano, ¿verdad?

—Creo que Durnik tiene razón, Polgara —asintió Velvet.

—En Mal Zeth resultaba mucho más cómodo —dijo Ce'Nedra—. Un baño en la habitación ofrece todo tipo de oportunidades para divertirse y hacer picardías.

Las orejas de Garion enrojecieron de forma violenta.

—Creo que no alcanzo a comprender la parte más interesante de esta conversación —dijo Zakath con ironía.

—Olvídalo —dijo Garion con voz cortante.

Entonces llegaron las modistas, y Polgara y las demás damas se volcaron de lleno a una actividad que, según había notado Garion, parecía llenar los corazones femeninos de arrobadora dicha.

Tras las modistas llegaron los sastres, que parecían igualmente dispuestos a hacerlos sentir lo más anticuados posible. Beldin, por supuesto, rechazó con firmeza sus servicios, e incluso llegó a enseñar su puño grande y deforme a un insistente sastre para demostrarle que estaba muy satisfecho con su aspecto.

Garion y Zakath, por su parte, siguieron vestidos con armadura, pues la restricción impuesta por la vidente de Kell les impedía cambiarse de ropa.

Cuando por fin los dejaron solos, la expresión de Belgarath se volvió seria.

—Quiero que tengáis mucho cuidado en el torneo —les dijo a los dos hombres de armadura—. Naradas sabe quiénes somos y ya ha conseguido demorarnos. Podría intentar llegar un poco más lejos. —De repente miró hacia la puerta con asombro—. ¿Adonde vas? —le preguntó a Seda.

—A echar un vistazo —respondió el ladronzuelo, con aire inocente—. Nunca está de más saber contra qué peligro te enfrentas.

—De acuerdo, pero ten cuidado y no permitas que nada entre en tu bolsillo por error. Estamos en una situación delicada, y si alguien te viera robando, podríamos meternos en graves problemas.

—Belgarath —respondió Seda ofendido—, nadie me ha visto robar jamás.

Luego se alejó refunfuñando.

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