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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (13 page)

BOOK: La vidente de Kell
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—¿No será peligroso visitar la isla si sus habitantes son tan salvajes?

—No. Mientras no se intente desembarcar allí con un ejército, se muestran educados y bastante hospitalarios. Sólo cuando se ven atacados empiezan a ir mal las cosas.

—¿Realmente tenemos tiempo para ir a ese lugar? —le preguntó Seda a la vidente de Kell.

—Mucho tiempo, príncipe Kheldar —respondió ella—. Durante eones, las estrellas nos han dicho que el Lugar que ya no Existe espera vuestra llegada y que vos y vuestros compañeros llegarán allí el día señalado.

—Y también Zandramas, supongo.

—¿Cómo podría realizarse el encuentro sin la presencia de la Niña de las Tinieblas? —preguntó ella con una pequeña sonrisa en los labios.

—Creo haber detectado un deje sarcástico en tu voz, Cyradis —dijo él con tono burlón—. ¿No es algo inusual en una vidente?

—Qué poco sabéis, príncipe Kheldar —respondió ella con una sonrisa—. A menudo nos reímos a carcajadas de los mensajes escritos claramente en el cielo y de los esfuerzos que hace alguna gente para ignorar o evitar los designios del destino. Cumplid las instrucciones de los cielos, Kheldar, y os ahorraréis la angustia y la confusión causadas por los intentos de eludir vuestro destino.

—Usas la palabra «destino» con excesiva ligereza, Cyradis —acusó él.

—¿Acaso no habéis venido aquí en respuesta a un destino dispuesto para vos desde el comienzo de los días? Vuestra afición por el comercio y el espionaje ha sido sólo una excusa para manteneros ocupado hasta que llegara el día señalado.

—Es una forma muy cortés de decirle a alguien que se ha estado comportando como un niño.

—Todos somos niños, Kheldar.

Beldin atravesó planeando el bosque moteado por el sol, evitando los árboles con diestros movimientos de las alas. Por fin se posó en el suelo y recuperó su forma natural.

—¿Problemas? —le preguntó Belgarath.

—No tantos como esperaba —respondió el enano encogiéndose de hombros—. Y eso me preocupa un poco.

—¿No es una incoherencia?

—La coherencia es la defensa de las mentes mediocres. Zandramas no puede ir a Kell, ¿verdad?

—Eso creemos.

—Entonces tendrá que seguirnos para llegar al lugar del encuentro, ¿no es cierto?

—Sí, a menos que de alguna forma haya descubierto otro camino.

—Eso es lo que me preocupa. Si debe seguirnos, ¿no sería lógico que hubiera llenado el bosque de tropas y grolims para que averiguaran nuestro rumbo?

—Supongo que sí.

—Pues no hay ningún ejército en las cercanías. Sólo unas pocas patrullas de rutina.

—¿Qué pretende? —dijo Belgarath con una mueca de preocupación.

—Lo mismo me pregunto yo. Creo que nos tiene reservada una sorpresa en alguna parte.

—Entonces mantén los ojos bien abiertos. No la quiero husmeando detrás de mí.

—Eso podría simplificar las cosas.

—Lo dudo. En todo este asunto no ha habido nada simple y no creo que a esta altura vayan a cambiar las cosas.

—Seguiré explorando.

El enano volvió a transformarse en halcón y levantó vuelo.

Aquella noche montaron el campamento junto a una fuente que brotaba de unas rocas cubiertas de musgo. Belgarath parecía estar de mal humor, así que los demás lo evitaron y se concentraron en sus tareas que, tras tanto repetirlas, se habían convertido en hábitos.

—Estás muy callada esta noche —le dijo Garion a Ce'Nedra después de la cena, cuando se sentaron alrededor del fuego—. ¿Qué te ocurre?

—No tengo ganas de hablar. Eso es todo.

La joven reina no había logrado liberarse del extraño letargo que la embargaba y a última hora de la tarde se había quedado dormida sobre el caballo en varias ocasiones.

—Pareces cansada —observó él.

—Lo estoy. Llevamos mucho tiempo de viaje y todo el cansancio acumulado parece haberme afectado de repente.

—¿Por qué no te vas a dormir? Te sentirás mucho mejor después de una buena noche de descanso.

Ella bostezó y le extendió los brazos.

—Llévame —dijo.

Él la miró atónito. A Ce'Nedra le gustaba sorprender a su marido, pues cuando lo hacía, él abría mucho los ojos y su cara cobraba un aspecto infantil.

—Me encuentro bien, Garion. Sólo estoy un poco cansada y necesito que me mimen como a un bebé. Llévame a la tienda y arrópame entre las mantas.

—Bueno, si eso es lo que quieres...

Garion se incorporó, la levantó con facilidad y cruzó el campamento en dirección a la tienda que compartían.

—Garion —dijo ella con voz somnolienta una vez que él la hubo arropado.

—¿Sí, cariño?

—No te metas en la cama con la cota de malla, por favor. Hueles como una vieja olla de hierro.

Aquella noche, el descanso de Ce'Nedra se vio perturbado por extraños sueños. Parecía ver gente y lugares que no había visto ni recordado desde hacía años. Veía a los legionarios que custodiaban el palacio de Ran Borune y a Morin, el chambelán de su padre, corriendo por los pasillos de mármol. De repente aparecía en Riva y mantenía una larga e incomprensible conversación con el Guardián de Riva, mientras la rubia sobrina de Brand hilaba ovillos de lino junto a la ventana. A Arell no parecía preocuparle la daga cuya empuñadura sobresalía entre sus omóplatos. Ce'Nedra se movía, murmurando para sí, y de inmediato comenzaba a soñar otra vez. Luego parecía estar en Rheon, al este de Drasnia, donde cogía con indiferencia una de las dagas de Vella, la bailarina nadrak, y con la misma indiferencia la clavaba en el vientre de Ulfgar, el jefe del culto del Oso. Sin embargo, Ulfgar estaba hablándole a Belgarath en tono despectivo y prescindía completamente de Ce'Nedra mientras ella removía despacio la daga hundida en sus entrañas.

Poco después aparecía una vez más en Riva, donde Garion y ella estaban sentados desnudos junto al espumoso lago de un bosque, rodeados por miles de mariposas que revoloteaban a su alrededor.

En sus inquietos sueños viajaba a la antigua ciudad de Val Alorn, en Cherek, y de allí se iba a Boktor para asistir al funeral del rey Rhodar. Una vez más veía el campo de batalla de Thull Mardu y la cara del hombre que se había asignado a sí mismo la tarea de protegerla, Olban, el hijo de Brand.

Eran sueños incoherentes, y la joven reina parecía viajar en el tiempo y el espacio sin esfuerzo, como si buscara algo, aunque le resultaba imposible recordar de qué se trataba.

A la mañana siguiente se sentía tan cansada como la noche anterior. Cada movimiento le suponía un gran esfuerzo y no podía parar de bostezar.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Garion mientras se vestían—. ¿No has dormido bien?

—En realidad no —respondió ella—. He tenido unos sueños muy extraños.

—¿Quieres hablar de ellos? A veces es la mejor manera de evitar que se repitan noche tras noche.

—No tenían sentido, Garion. Saltaban de una cosa a otra. Era como si ella quisiera pasearme de un sitio a otro por alguna misteriosa razón.

—¿Ella? ¿Había una mujer?

—¿He dicho «ella»? No sé por qué. Nunca vi a esa persona. —Ce'Nedra volvió a bostezar—. Espero que quienquiera que fuera haya acabado, pues no podría soportar otra noche como ésta. —La joven entornó los ojos y lo miró con una expresión pícara—. Sin embargo, algunas partes del sueño eran bastante agradables —dijo—. Estábamos sentados junto a un lago de Riva y... ¿quieres saber lo que hacíamos?

—Eh, no, Ce'Nedra, creo que no —dijo Garion mientras un leve rubor ascendía por su cuello.

Pero ella comenzó a contárselo de todos modos, con lujo de detalles, hasta que Garion huyó de la tienda.

La intranquilidad de la noche había acentuado la lasitud que la embargaba desde la salida de Kell y aquella mañana cabalgó semidormida, pese a sus esfuerzos por mantenerse en vela. Garion le habló varias veces para advertirle que su caballo estaba a punto de perder el rumbo, y por fin, en vista de que no parecía capaz de mantener los ojos abiertos, le quitó las riendas de las manos y lo guió él mismo.

A media mañana, Beldin volvió a unirse a ellos.

—Será mejor que os escondáis —le dijo a Belgarath brevemente—. Una patrulla de darshivanos viene en esta dirección.

—¿Nos buscan a nosotros?

—¿Cómo puedo saberlo? Aunque si es así, no parecen tomárselo muy en serio. Internaos unos doscientos metros en el bosque y dejad que pasen de largo. Yo los vigilaré y te avisaré cuando se hayan ido.

—De acuerdo.

Belgarath volvió atrás en el camino y condujo a los demás hacia un lugar resguardado del bosque.

Desmontaron y aguardaron en tensión. Pronto oyeron el tintineo de los trajes de los soldados que se acercaban al trote por el camino.

Pese al peligro potencial de la situación, Ce'Nedra no podía mantener los ojos abiertos y oía los susurros de los demás como si se encontrara a una gran distancia. Por fin, volvió a quedarse dormida.

De repente se despertó, o al menos parcialmente. Caminaba por el bosque, abstraída en sus pensamientos. Sabía que debía sentir miedo por haberse separado de los demás, pero por extraño que pareciera, no era así. Siguió andando sin rumbo fijo, como si respondiera a una sutil llamada.

Por fin llegó a un claro cubierto de hierba y flores silvestres y se encontró con una joven rubia que sostenía un bulto cubierto de mantas entre los brazos. La joven llevaba trenzas recogidas sobre las sienes y su semblante era tan claro como el color de la leche fresca. Era la sobrina de Brand, Arell.

—Buenos días —saludó—. Te estaba esperando.

En el fondo de la mente de la reina, una voz intentaba decirle que algo iba mal, que la joven rubia no podía estar allí. Pero Ce'Nedra no podía recordar por qué.

—Buenos días, Arell —le respondió a su querida amiga—. ¿Qué demonios haces aquí?

—He venido a ayudarte, Ce'Nedra. Mira lo que he encontrado —dijo mientras levantaba un extremo de la manta para mostrarle una carita pequeña.

—¡Mi pequeño! —exclamó Ce'Nedra, rebosante de alegría, y corrió hacia ella con los brazos extendidos. Cogió al pequeño de los brazos de su amiga y lo apretó contra su cuerpo, apoyando la mejilla sobre sus rizos—. ¿Cómo has podido encontrarlo? —le preguntó a Arell—. Hace mucho tiempo que lo estamos buscando.

—Viajaba sola por el bosque —respondió Arell— cuando me pareció oler el humo de un campamento. Fui a investigar y encontré una tienda junto a un pequeño arroyo. Miré en el interior y allí estaba el pequeño príncipe Geran. No había nadie más, así que lo cogí y vine a buscarte.

La mente de Ce'Nedra seguía intentando decirle algo, pero ella estaba demasiado feliz para prestarle atención. Mecía al pequeño entre sus brazos y le cantaba una suave canción de cuna.

—¿Dónde está el rey Belgarion? —le preguntó Arell.

—Por allí —respondió ella con un gesto impreciso.

—Deberías volver con él para comunicarle que su hijo está a salvo.

—Sí. Se pondrá muy contento.

—Tengo asuntos que atender, Ce'Nedra. ¿Crees que podrás encontrar el camino sola?

—Oh, claro que sí, pero ¿no podrías venir conmigo? Su Majestad querrá recompensarte por devolvernos a nuestro hijo.

—La dicha que refleja tu rostro es suficiente recompensa —sonrió Arell—, y yo debo ocuparme de una cuestión muy importante. Sin embargo, es probable que pueda unirme a vosotros más tarde. ¿Hacia dónde os dirigís?

—Creo que hacia el sur —respondió Ce'Nedra—. Tenemos que llegar a la costa.

—¿Ah, sí?

—Sí. Vamos a una isla. Creo que se llama Perivor.

—Se supone que pronto habrá una especie de encuentro, ¿verdad? ¿Acaso se llevará a cabo en Perivor?

—Oh, no —aclaró Ce'Nedra sin dejar de arrullar a su bebé—. Sólo vamos allí para buscar más información. Luego seguiremos viaje.

—Es probable que no pueda reunirme con vosotros en Perivor —dijo Arell con una pequeña mueca de preocupación—, pero si me dices dónde será ese encuentro, tal vez pueda ir allí.

—Espera —dijo Ce'Nedra con aire pensativo—, ¿cómo se llamaba? Ah, sí, ya recuerdo. Será en un lugar llamado Korim.

—¿Korim? —exclamó Arell asombrada.

—Sí. Belgarath parecía muy contrariado cuando lo descubrió, pero Cyradis le ha dicho que todo irá bien. Por eso tenemos que ir a Perivor. Cyradis dice que allí hay algo que nos hará ver las cosas con claridad. Me parece que habló de un mapa, o algo así. —Dejó escapar una risita tonta—. Para serte franca, Arell, en los últimos días he tenido tanto sueño que no he podido enterarme de lo que decía la gente que me rodeaba.

—Por supuesto —dijo Arell con aire ausente y la frente arrugada en una mueca de concentración—. ¿Qué podría haber en Perivor que explicara este absurdo? —dijo para sí—. ¿Estás segura de que la palabra era Korim? Tal vez hayas entendido mal.

—Eso es lo que oí, Arell. Yo no lo leí, pero Beldin y Belgarath no dejaban de hablar de las tierras altas de Korim, que ya no existen. ¿Y acaso el encuentro no debía llevarse a cabo en el Lugar que ya no Existe? Todo parece encajar, ¿no crees?

—Sí —respondió Arell con una extraña mueca—, ahora que lo pienso, tienes razón. —Luego se incorporó y alisó su túnica—. Tengo que irme, Ce'Nedra —dijo—. Lleva al pequeño con tu marido. —Sus ojos parecieron resplandecer bajo la luz del sol—. Dale recuerdos míos a Belgarion y también a Polgara —añadió con un deje malicioso en la voz.

Luego se giró y cruzó el florido prado en dirección al bosque oscuro.

—Adiós, Arell —dijo Ce'Nedra a su espalda—, y gracias por encontrar a mi pequeño.

Arell no respondió.

Garion estaba furioso. Al descubrir que su mujer había desaparecido, saltó a su caballo y se internó en el bosque a todo galope. Cuando había recorrido unos trescientos metros, Belgarath lo alcanzó.

—¡Garion! ¡Detente! —gritó el anciano.

—¡Pero abuelo! —respondió Garion—. ¡Tengo que encontrar a Ce'Nedra!

—¿Y dónde piensas comenzar la búsqueda? ¿O acaso vas a limitarte a cabalgar en círculos, confiando en la suerte?

—Pero...

—¡Usa la cabeza, chico! Hay otro método mucho más rápido. Conoces su olor, ¿verdad?

—Por supuesto, pero...

—Entonces tendremos que usar la nariz. Desmonta y envía el caballo de vuelta con los demás. De ese modo será más rápido y mucho más seguro.

De repente, Garion se sintió muy tonto.

—No se me había ocurrido —confesó.

—Ya me había dado cuenta. Ahora deshazte del caballo.

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