—¡Monstruoso! —exclamó Fafhrd. Afreyt le miró con el ceño fruncido y le exhortó a callar con un movimiento de la mano, mientras el Ratonero se cruzaba con un dedo los labios vagamente sonrientes.
Dedos reanudó su relato:
—Como tal vez sepáis, esas orugas grises y erizadas de púas, aunque se alimentan exclusivamente de madera, si se las saca de sus túneles huyen de la luz retorciéndose para meterse en la grieta o pequeño orificio más cercano, tanto si es material inerte como carne viva, y entonces se contorsionan introduciéndose más y más hasta que mueren por falta de madera o de alimento apropiado. Mi instructora me dijo que a veces los usaban para forzar o disciplinar a las nuevas putas, jóvenes o mayores, ya que en general no causan lesiones duraderas, sino que sólo hacen sufrir.
—De modo que había gusanos berbiquíes... —empezó a decir el Ratonero, y se llevó en el acto una mano a la boca.
—Así pues, me avine, recordando la regla de mi madre, la de que era preciso encajar en cualquier entorno nuevo... y no tardé en aprender otra clase de habilidad digital y varias cosas más, hasta que conseguí la alabanza a regañadientes de mi joven instructora. Yo no trataba de superarla, puesto que necesitaba amigos y ella era mi principal guardiana cuando tocábamos puerto. Por ejemplo, no imité su sello personal, que también daba razón de su sobrenombre, y que consistía en soplarse la mano antes de usarla en su trabajo. Deslizaba los dedos por el cuerpo de aquel a quien servía, sosteniendo una desenvuelta cháchara mientras me aproximaba a la zona del blanco, decía que mi mano era una princesa perdida y embrujada, a la que un conjuro había reducido a un tamaño tan pequeño y que se maravillaba inocentemente de todas las cosas que encontraba en su mundo minúsculo y las acciones que se sentía impulsada a realizar con ellas. Eso encantaba a los marineros y alimentaba su fantasía.
»Así estaba ocupada, y bajo la mirada dura y vigilante de Mano Caliente, cuando avisté por primera vez los muelles de Lankhmar, Kvarch Nar, rodeada de bosques, Ool Hrusp y otras ciudades del Mar Interior.
»También llegué a la conclusión de que el período de inconsciencia que había pasado dentro del saco había sido prolongado con drogas, no durante horas sino días por lo menos, pues en cuanto tuve oportunidad de examinarme despacio, descubrí que el cabello me había crecido y tenía la piel tan pálida como durante las dos semanas de reclusión antes de que me iniciara en mi noviciado, mientras que todo el restante vello de mi cuerpo había sido depilado. Pero cualesquiera otras cosas que pudieran haberme ocurrido durante ese período y si había estado prisionera en un solo lugar o me habían transportado antes de embarcarme en la
Comadreja,
jamás lo supe ni tampoco Mano Caliente lo sabía o podía decírmelo. En mi mente no había más que un tumultuoso mar de oscuras impresiones de pesadilla que era incapaz de descifrar.
»Mano Caliente se hizo amiga mía, pero no hasta tal punto que me invitara a desertar con ella en Ool Plerns. Creo que lo habría hecho, pero sabía que la pérdida de las dos camareras de a bordo habría significado una persecución segura y desesperadamente decidida. De hecho, antes de marcharse me ató muy bien (era experta en ataduras) y me amordazó, diciéndome misteriosamente, antes de despedirme con un beso: "Hago esto por tu propio bien, Deditos. Es posible que así te ahorres una paliza".
»Y, en efecto, no me azotaron, pero la próxima vez que la
Comadreja
tocó puerto, en No—Ombrulsk, antes de la larga travesía hasta llegar aquí, me confinaron en la entraña del barco, atada a los maderos con una cadena y un collar de hierro con candado cuya llave tenía el capitán. Antes había servido para encadenar a la hembra de sabueso que usaba en sus persecuciones, hasta que la perra murió durante la travesía anterior de la
Comadreja.
«Nunca me había sentido tan sola como me sentí durante la larga y fatigosa travesía siguiente. En los peores momentos me consolaba recordando el último beso de Mano Caliente, aunque al mismo tiempo la detestaba con todas mis fuerzas. También decidí huir del barco en la Isla de la Escarcha, a la que hasta entonces siempre había considerado una leyenda, por muy extraños y salvajes que fuesen sus habitantes. —Miró a quienes la rodeaban y sus ojos destellaron—. Sabía que el primer paso debía ser el de hacer cuanto pudiera para que no volvieran a encadenarme abajo. Así pues, como ya no debía temer el resentimiento de Mano Caliente, dediqué todo mi ingenio e imaginación a realzar y prolongar los éxtasis de todos aquellos a los que servía, aunque no tanto, naturalmente, en el caso de los tripulantes, como para ofender al capitán o los oficiales si éstos me veían. Y simpaticé con todos ellos, ni que decir tiene, de una manera maternal, trabajando para aumentar el área de familiaridad y confianza entre nosotros.
»En consecuencia, cuando por fin llegamos a la Isla de la Escarcha y atracamos en Puerto Salado, me permitieron subir a cubierta para echar un breve vistazo y tomar el aire, aunque bajo custodia. Pronto me di cuenta de que las gentes de tierra eran civilizadas y humanas, pero fingí que cuanto veía me causaba temor y repugnancia, lo cual me ayudó a persuadir a mis captores de que había poco riesgo de que me escapara. Cuando vosotras, Mayo y Brisa, os unisteis a los que venían para ver el barco recién atracado, no tardé en oír indecentes susurros lujuriosos por parte de los tripulantes de la
Comadreja
a mi alrededor.
—¿De veras?
—¿En serio?
Ella asintió con gesto solemne a las dos niñas y siguió diciendo:
—Fingí que estaba enfadada con ellos, pues querían muchachas bárbaras cuando me tenían a mí, pero aquella noche le confesé al capitán lo mucho que me gustaría enseñaros con su ayuda las artes en las que Mano Caliente me había instruido y disciplinado cuando os resistierais, quejándome de que no había tenido a nadie a quien humillar desde que me convertí en la principal camarera de a bordo. Él respondió que le gustaría complacerme, pero que secuestraros sería demasiado arriesgado. Sin embargo, seguí halagándole, y finalmente me dijo que las cosas serían distintas si bajaba a tierra y os atraía a bordo secretamente sin decírselo a nadie. Fingí que me aterraba poner los pies en la Isla de la Escarcha, pero al final le dejé persuadirme.
»Y así fue cómo pude escapar de la
Comadreja
y advertiros, queridas señoras Afreyt y Cif —concluyó Dedos con una sonrisa dubitativa.
—¿Lo veis? —El Ratonero rompió su silencio casi jubiloso—. ¡Ella misma planeó el rapto! O por lo menos forzó al capitán de la
Comadreja
a intensificar sus planes. Es el viejo proverbio: «¿Una maquinación tortuosa? ¡Seguro que alguna mujer la ha tramado!».
—Pero sólo lo hizo para... —empezó a decir Cif enfurecida.
—Capitán Ratonero —dijo simultáneamente Afreyt—. ¡Con todo el respeto, eres imposible!
Cif añadió:
—Sólo empleó la maña y la astucia de las que tú mismo te habrías valido en una situación similar.
—Ésa es la pura verdad —confirmó Fafhrd— Huésped Dedos, eres la Princesa de los Maquinadores. Jamás había oído una historia más garbosa. —Entonces, sotto voce, le dijo a Afreyt—: Este Ratonero se vuelve cada vez más maniático y testarudo. No puede haberse quitado de encima la maldición de la ancianidad. Eso lo explicaría.
Mará intervino entonces:
—En realidad no te habría gustado azotarnos, ¿verdad, Dedos?
klute: Apuesto a que sí. ¡Con un látigo para perros! El de la perra de persecución.
brisa: No, no habría hecho eso. habría pensado en algo mejor, como meternos gusanos berbiquíes en las fosas nasales.
mayo: ¡O en las orejas!
klute: O tal vez en la ensalada.
brisa: O nos los habría metido por...
afreyt: ¡Niñas! Ya es suficiente. Id a buscar la cena, todas vosotras. En seguida. Dedos, ayúdalas, por favor.
Todas se levantaron excitadas, empezando a susurrar camino de la cocina.
—Y mientras cenamos, Ratonero, espero que no... —dijo Afreyt, pero él la interrumpió.
—Oh, sé muy bien que todos estáis contra mí. Me callaré de buena gana. Permíteme decirte que es dura tarea ser la voz de la prudencia y el buen juicio cuando todos sois nobles y generosos y montáis temerariamente vuestros caballos liberales favoritos.
Cif sonrió, encogiéndose de hombros, y alzó un ojo al cielo.
—De todos modos, me sentiría mejor si no te limitaras a permanecer callado y...
—¿Por qué no? —le preguntó él casi con un gruñido—. Si ya has roto un plato, puedes seguir rompiéndolos todos. Princesa Dedos —llamó a la muchacha—, ¿querría venir aquí vuestra
alteza?
La muchacha dejó sobre la mesa la bandeja de bollos calientes que acababa de traer y se volvió hacia él con la mirada respetuosamente baja.
—¿Sí, señor?
—Mis amigos aquí presentes me dicen que debería cogerte la mano derecha. —Ella la extendió. El Ratonero la cogió y dijo—: Princesa, admiro tu valor y astucia, cualidad esta última en la que, según me dicen, nos parecemos. ¡Bienvenida seas y todo eso! —exclamó, apretándole la mano. Ella ocultó un sobresalto mientras le sonreía. Él siguió reteniéndole la mano—. Pero escucha esto, realeza: por muy lista que seas, no lo eres tanto como yo. Y si, por tu culpa, alguna de estas muchachas o de mis demás amigos sufriera algún daño, recuerda que habrás de responder ante mí.
—Ésa es una cláusula que aceptaré y respetaré con mucho gusto, señor —dijo ella, y tras hacer una ligera reverencia regresó apresuradamente a la cocina.
—Trae cuatro cubiertos más —le gritó Afreyt—. Veo que Groniger regresa del cabo en compañía. ¿Quiénes son esos que caminan con él, Fafhrd?
—Skullick y Pshawri —respondió el norteño, tras examinar al grupo que se dirigía hacia ellos dejando a sus espaldas los últimos resplandores del sol—. Vienen a informarnos de lo que han hecho durante la jornada. Y el viejo Ourph... últimamente el anciano mingol suele asolear sus viejos huesos allá donde pueda explorar a la vez el puerto, al sur, y el Maelstrom dormido hacia el este.
Los últimos rayos del sol sobre el promontorio del cabo se oscurecieron y la luna brumosa en seguida pareció abrillantarse más por encima de los cuatro caminantes.
—Andan deprisa —comentó Cif—. Incluso el viejo Ourph, que suele rezagarse.
Afreyt se aseguró de que la muchacha había realizado su tarea y los cubiertos adicionales estaban en su lugar.
—Entonces que la bendición de la diosa sea con todos vosotros, y empecemos a comer o no lo haremos nunca.
Habían probado los frescos rábanos de huerta con especias y en salmuera y estaban atacando el cordero asado y las conservas de menta dulce cuando los cuatro caminantes se aproximaron. Simultáneamente el techo de nubes se volvió de un pálido amarillo limón que reflejaba la luz del sol poniente o ya puesto, como un suave y sostenido toque de trompeta para dar la bienvenida. Sus rostros se mostraron súbitamente claros en el resplandor crepuscular, como si todos ellos se hubieran quitado una máscara.
—La
Comadreja
abandonó el puerto —dijo Groniger lacónicamente—. El cielo moteado al norte presagia un viento que acelerará su marcha. Y hay noticias de considerable interés —añadió, mirando hacia el encorvado y arrugado Ourph.
Como el mingol no respondió en seguida ni nadie preguntó de inmediato cuáles eran las nuevas, Pshawri explicó:
—Antes de que la
Comadreja
zarpara, capitán Ratonero, troqué pieles de ciervo y una de marta por siete maderos de pino, dos planchas de roble y grano de pimienta que deseaba el cocinero. Recogimos la cosecha de mazorcas y enjalbegamos el granero. Gilgy parece haberse recuperado de su insolación.
—¿La madera estaba curada? —preguntó quisquillosamente el Ratonero. Pshawri asintió—. Entonces, la próxima vez no te olvides de decirlo. Me gusta la concisión, pero no a expensas de la precisión.
Skullick habló entonces.
—Skor nos hizo carenar el
Halcón Marino,
capitán Fafhrd, pues con la luna de los Sátiros la marea está en su punto más bajo y mañana por la noche habrá luna llena, y terminamos de fijar las coberturas de cobre. Hubo una cacería de aves salvajes. Salimos a pescar con el
Kringle.
No capturamos nada.
—Basta —dijo Fafhrd, haciendo un ademán para imponer silencio—. ¿Cuáles son esas noticias de importancia, Ourph?
Afreyt se levantó y dijo:
—La cortesía es lo primero. Caballeros, unios a nosotros. Aquí están vuestros cubiertos. Los otros tres mostraron su agradecimiento con inclinaciones de cabeza y se dirigieron al pozo para lavarse las manos, pero el anciano mingol se quedó donde estaba, encorvado y dirigiendo a Fafhrd una mirada negra como su túnica de larga falda. Entonces dijo en un tono sombrío:
—Capitán, cuando estaba de guardia en el cabo a media tarde y el sol había recorrido la mitad de su descenso al oeste, miré hacia el gran Maelstrom que durante año y medio, las últimas seis estaciones, ha permanecido en calma como un lago de montaña, de una manera antinatural, y vi que empezaba a moverse y seguía haciéndolo, lenta, lenta, lentamente, como si el mar fuese tan espeso como una pócima de bruja.
Para sorpresa de todos los presentes, el Ratonero se levantó bruscamente y exclamó furibundo:
—¿Qué? ¿Qué es lo que dices, miserable vejestorio? ¡Negra araña de mal agüero! ¡Esqueleto seco!
—No, Ratonero, lo que dice es cierto —le reprobó Groniger, que había regresado para ocupar el lugar que le habían asignado al lado de las mujeres—. ¡Lo he visto con mis propios ojos! Por fin las corrientes han regresado y el torbellino de la isla está girando perezosamente. Con un poco de suerte... y la ayuda de las tormentas del norte que se están preparando... arrojará a la orilla el resto de los barcos mingoles naufragados para que los recojamos, junto con otros barcos hundidos desde entonces. Alégrate, amigo.
El Ratonero le fulminó con la mirada.
—¡Avaro calculador, codicioso de gris madera de acarreo! No, ahí hay cosas enterradas en el mar que yo no habría vuelto a pescar. ¡Escucha, viejo Ourph! Cuando el torbellino empezó a girar de nuevo, ¿viste a algún malhechor husmeando por allí? Huelo la obra de un mago.
—Ningún mago, capitán Ratonero, ninguno en absoluto —aseguró el anciano mingol—. Pshawri y Skullick —señaló a los dos hombres que ocupaban sus lugares a la mesa, más abajo— fueron antes allí en el
Kringle
y estuvieron un rato anclados. Ellos confirmarán lo que digo.