La Hermandad de las Espadas (22 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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—¿Qué? —repitió el Ratonero, casi gritando y en tono acusador mientras se volvía hacia los dos hombres mencionados por Ourph y los traspasaba con la mirada—. ¿Fuisteis ahí con el
Kringle? ¿Os
metisteis en el torbellino?

—¿Qué más da? —replicó audazmente Skullick—. Ya te he dicho que salimos a pescar. Estuvimos un rato anclados y Pshawri se zambulló una vez. —El viejo Ourph asintió—. Nada en absoluto.

—Fafhrd puede ocuparse de ti —le dijo el Ratonero, dejándole de lado. Entonces, centrándose en su hombre, le asaetó a preguntas—: ¿Qué mala jugada has hecho, Pshawri? ¿Para qué te zambulliste? ¿Qué esperabas encontrar? ¿Te has sumergido en medio del Maelstrom sin mi orden ni mi permiso?
¿Qué encontraste allí abajo y sacaste del agua?

—Me agravias, capitán —replicó Pshawri, sonrojado y mirándole directamente a los ojos—. Skullick puede responder por mí. Estaba allí.

—No sacó nada —dijo Skullick rotundamente—. Y lo que pudiera haber sacado, estoy seguro de que lo habría guardado para dártelo.

—No te creo —dijo el Ratonero—. Los dos sois unos insubordinados. De ti, lugarteniente Pshawri, puedo ocuparme. Durante el resto de esta luna quedas degradado al rango de marinero común. Cuando llegue la luna nueva volveré a considerar tu caso. Hasta entonces el asunto queda cerrado. No quiero saber nada más al respecto.

Fafhrd se dirigió a Afreyt, que estaba a su lado, y le dijo por la comisura de la boca:

—¡Dos rabietas en una sola velada! Es evidente que la maldición de la ancianidad sigue atenazándole.

Afreyt le respondió en un susurro:

—Creo que está descargando en Pshawri lo que le queda de su extraño enfado con esa muchacha, Dedos.

pshawri: Me juzgas mal, capitán.

ratonero: ¡He dicho que no quiero saber nada más!

ourph: Capitán Ratonero, mencioné a tu lugarteniente y al sargento de Fafhrd para que fuesen testigos de mis palabras, no para acusarles de nada.

groniger: Aquí, en la Isla de la Escarcha, aborrecemos la magia, la superstición y las malas palabras por igual. Ya hay bastantes problemas en la vida sin todo eso.

skullick: Esta noche se han hecho ciertas acusaciones y se han pronunciado malas palabras...

fafhrd: Así pues, no acumulemos más. ¡Cierra el pico, sargento!

Durante estos intercambios, el Ratonero permaneció sentado, con el ceño fruncido, mirando adelante con fijeza y, salvo por su brusca admonición, con los labios fuertemente apretados.

Afreyt se puso en pie, haciendo que también se levantara Cif, que estaba sentada a su otro lado.

—Caballeros —dijo en voz serena—. Esta noche todos me satisfaréis siguiendo el prudente consejo del capitán Ratonero, que, como podéis ver, él mismo es el primero en seguir, dándonos buen ejemplo, de no decir nada más sobre este confuso asunto. —Miró alrededor de la mesa, deteniéndose especialmente en Pshawri con una expresión inquisitiva.

—Y, después de todo, es la víspera del Día de la Luna Llena.

—Así pues, os ruego que cenéis —añadió Afreyt, sonriente—, o pensaré que no os gusta nuestra cocina.

—Y llenad de nuevo las jarras —dijo Cif—. En el vino se encuentra la mejor sabiduría.

Cuando se sentaron, Fafhrd y Groniger mostraron su aprobación aplaudiendo ligeramente, y todas las niñas les imitaron.

—Ciertamente, el silencio es plata —profirió el viejo Ourph en voz ronca.

Mayo, que estaba sentada al lado de Dedos, le dijo:

—Tengo una túnica blanca que podré prestarte para mañana por la noche.

Al otro lado, Brisa comentó:

—Y yo tengo un velo de repuesto. Y creo que Klute tiene...

—A menos, naturalmente —la interrumpió Mayo—, que quieras llevar tus propias prendas.

—No —se apresuró a decir Dedos—. Ahora estoy en la Isla de la Escarcha y quiero parecerme a vosotras. —Les sonrió.

—Es extraño —le susurró Cif a Afreyt—. Sé que esta noche el Ratonero se ha comportado como un monstruo y, sin embargo, no puedo evitar la sensación de que en cierta manera tiene razón con respecto a Dedos y Pshawri, que ambos nos han mentido de alguna manera, quizás de maneras distintas. Esa chica ha permanecido tan serena... y ha hablado casi como lo haría una sonámbula.

»Y Pshawri... siempre trata de impresionar al Ratonero y ganarse su alabanza, lo cual molesta al capitán. Pero hace dos semanas, cuando llegó el último mercante de Lankhmar..., el
Cometa
se llamaba, trajo una carta con un sello verde para Pshawri, y desde entonces ha habido algo nuevo en sus choques con el Ratonero, algo nuevo y pesado.

—También yo he percibido un estado de ánimo distinto en Pshawri —dijo Afreyt—. ¿Tienes alguna idea de lo que decía esa carta?

—Por supuesto que no.

—Entonces déjame que te diga esto: esa extraña sensación que tienes acerca del Ratonero y los otros dos, ¿procede de tu propio pensamiento y tus imaginaciones o de la diosa?

—Ojalá estuviera segura —respondió Cif, mientras las dos miraban al mismo tiempo la luna nebulosa y desagradablemente deforme.

afreyt: Es posible que durante la ceremonia de mañana nos dé una respuesta.

cif: Debemos apremiarla para que lo haga.

8

Aquella noche un frío inexplicable invadió la Isla de la Escarcha, un viento del norte cargado de nieve sopló sobre la ciudad e hizo sonar lúgubremente las campanas de madera de acarreo en el arco, hecho con una quijada de leviatán, del Templo de la Luna, y todos los durmientes tuvieron tremendas pesadillas entre escalofríos, unas pesadillas tan extenuantes que abotargaron sus sentidos impidiéndoles librarse de ellas despertándose. Cuando por fin llegó el alba destellando a través de los remolinos de nieve en polvo, reveló que Fafhrd, aunque dormido, se había levantado de la cama, arrastrando detrás de sí las mantas, y se había abierto paso por el laberinto de varas de plata y bronce que constituían la cabecera de la enorme cama para invitados de Cif, hasta que la parte trasera de su cabeza presionó el techo y quedó allí, como un crucificado dormido, mientras ella, abajo, cogiéndole los tobillos, soñaba que vagaban por un desierto helado hasta que una ráfaga de gélido viento les separó y se llevó al norteño hacia el cielo grisáceo hasta que pareció tan pequeño como una gaviota que se esfuerza por remontar el vuelo, y que una similar servidumbre morfeica había levantado al Ratonero Gris, desnudo aunque cubierto por la sábana arrastrada consigo, para meterse bajo la segunda mejor cama para invitados, donde él y Cif habían seguido durmiendo, y ella soñó que atravesaban umbríos corredores subterráneos sin más iluminación que un resplandor misterioso que emanaba de la frente del Ratonero, como si llevara una estrecha máscara brillante en la que sus ojos eran horrendos pozos de oscuridad, hasta que el héroe de gris se separó de ella al caer por una trampa en cuya puerta estaba escrito en fosforescente alfabeto lankhmarés: «El Inframundo».

Pero tales apuros y penosas experiencias personales, ominosas visiones nocturnas y paseos sonámbulos, no tardaron en ser olvidados, se hicieron nebulosos en la memoria, cuando se dieron cuenta de la extensión que tenía la calamidad general e iniciaron una carrera desesperada para corregirla.

Había que frotar a los entumecidos seres queridos, socorrer a las ovejas perdidas, así como a los pastores semicongelados y otros que habían dormido al raso, recoger los hornos fríos almacenados durante el verano y encenderlos, cortar leña y cargar carretillas con paletadas de carbón marino, sacar prendas de invierno del fondo de los arcones, duplicar y triplicar los amarres de los barcos que se bamboleaban en los muelles y anclados en medio del puerto, asegurar con listones las compuertas de los tejados y las escotillas en las cubiertas, visitar a quienes vivían solos.

Cuando hubo tiempo para hablar y preguntarse qué había pasado, algunos supusieron que Khahkht, el Mago del Hielo, estaba rabioso, otros que la invisible princesa alada de la alta Stardock había atacado por sorpresa y, ¡los más alarmistas!, que las corrientes glaciales por fin habían abierto túneles en la corteza de Nehwon apagando sus fuegos internos. Cif y Afreyt esperaban obtener respuestas durante la ceremonia de la luna llena, y cuando la madre Grum y el Consejo de Ancianos la canceló basándose en la inclemencia del tiempo, pues tenía que celebrarse al aire libre, ellas siguieron de todos modos con los preparativos. La madre Grum no puso objeciones, pues creía en la libertad de culto, pero el Consejo se negó a dar su sanción formal.

Así pues, no era de extrañar que la congregación que se reunió ante el arco con las campanas del Templo de la Luna, sin techo y con sus doce columnas de piedra que indicaban las doce lunas del año, fuese tan pequeña: todos los asistentes a la cena de la noche anterior en casa de Afreyt habían sido apremiados, por ésta y Cif, para que acudieran a la ceremonia. Como las dos mujeres eran las dirigentes del rito proscrito vestían, naturalmente, su atuendo invernal de sacerdotisas, túnicas de piel blanca con capucha, mitones y botas de piel de camero forradas de lana. Las cinco muchachas asistieron como novicias obedientes, aunque habría sido difícil mantenerlas al margen de lo que ellas consideraban una fantástica aventura. Vestían un atuendo similar, pero con ropas más cortas, por lo que de vez en cuando mostraban sus rodillas rosadas, y la dureza del clima hacía que el velo y los guantes de piel de cordero que usaba Dedos fuesen de lo más apropiado. Fafhrd y el Ratonero acudieron como las parejas de sus damas, aunque habían pasado una dura jornada de trabajo, primero en casa de Afreyt y luego en su cuartel. Ambos parecían tener la mente en otra parte, como si cada uno hubiera empezado a recordar las pesadillas que habían acompañado a su extraño sonambulismo. Skullick y Pshawri se presentaron con ellos. Presumiblemente sus capitanes habían reforzado con órdenes los ruegos de las damas de aquéllos, aunque Pshawri tenía un extraño aspecto de resolución, e incluso el alegre Skullick parecía preocupado.

Nadie había presionado a Ourph para que asistiera, dada su edad considerable, pero de todos modos estaba allí, muy abrigado en pieles mingolas, con un gorro cónico de piel negra y botas de piel de foca a las que estaban fijadas unas pequeñas raquetas para nieve mingolas.

También estaba presente el jefe de tráfico portuario Groniger, cuya ausencia habría sido de esperar, dado su ateísmo. Pero él explicó:

—La brujería siempre es asunto mío. Aunque sea una superstición consumada, tres de cada cuatro veces está asociada con delitos, piratería y motines en el mar y toda clase de fechorías en tierra. Y no me digáis que vuestras sacerdotisas de la luna son brujas blancas y no negras. Sé lo que sé.

Y al final la madre Grum también se presentó, envuelta en pieles hasta las orejas y andando como un pato debido a las raquetas para la nieve más grandes que las de Ourph.

—Como experta en aquelarres —dijo gruñendo—, tengo el deber de libraros de las magulladuras que pudiera produciros vuestra conducta desenfrenada y evitar que, en cualquier caso, nadie intente deteneros. —Y al decir esto último miró amistosamente a Groniger.

La acompañaba la prostituta Rill, que también era sacerdotisa de la luna, cuya mano izquierda parcialmente mutilada le daba una curiosa afinidad (sin mezcla de lujuria, o así se creía) con Fafhrd, el cual había perdido totalmente la suya.

Aquellas quince personas, agrupadas de una manera irregular, permanecieron en pie mirando hacia el este a lo largo de los tejados de Puerto Salado, con sus gabletes muy dentados para desprender la nieve, esperando que se
alzara
la luna. De vez en cuando movían los pies con rapidez para calentarlos. Y cada vez que lo hacían, las macizas losas grises que eran las campanas colgadas con cadenas de la alta mandíbula de leviatán parecían vibrar leve pero profundamente, simpatizando con ellos o en recuerdo de su hueco sonido anterior, cuando sopló el viento o tal vez anticipando la inminente aparición de la diosa.

Cuando el resplandor bajo de la luna se intensificó hacia una zona central por encima de los tejados dentados, las nueve mujeres se apartaron un poco de los seis varones, les dieron la espalda y se apiñaron, de modo que ellos no pudieran oír las palabras invocatorias susurradas por Afreyt, ni pudieran ver los objetos sagrados que Cif extrajo de su ancho manto y mostró a su alrededor.

Entonces, cuando apareció un recorte de uña deslumbradoramente blanco del astro, serrado por los dientes del tejado más central, hubo un suspiro generalizado de reconocimiento o satisfacción que resonó inanimadamente gracias a un aumento de las bajas vibraciones reales o imaginarias de las campanas, los grupos se separaron, se mezclaron y formaron una larga hilera cogidos de las manos, encabezada por las niñas, Mayo la primera, los demás unidos al azar, y todos empezaron a rodear lenta y rítmicamente el templo, dieron dos vueltas y luego se deslizaron entre las columnas lunares de piedra tallada, las de la Nieve, el Lobo, la Semilla, la Bruja, el Espectro, el Asesino, el Trueno, el Sátiro, la Cosecha, la Segunda Bruja, la Helada y los amantes, en grupos de seis, de cuatro, de tres, en parejas e individualmente.

Las niñas avanzaron serpenteando una tras otra, cogidas de la mano y con gráciles movimientos, como en un sueño. El viejo Ourph se movía ágilmente, marcando el compás con patadas en el suelo, mientras que la madre Grum se movía con brío a pesar de su considerable cantidad de grasa y con un ritmo sorprendentemente seguro. Rill cerraba la retaguardia, balanceando con su mano mutilada una lámpara de aceite de leviatán sin encender.

A medida que la luz de la luna se intensificaba lentamente, Dedos se maravillaba no sin cierto temor de los extraños signos rúnicos y escenas salvajes talladas en las gruesas columnas de piedra. Brisa le apretó la mano para tranquilizarla y le susurró entrecortadamente que representaban las aventuras de la legendaria reina bruja Skeldir cuando descendió al Inframundo para conseguir la ayuda que le permitiría rechazar las tres invasiones simorgyanas en la época dorada de la isla.

Una vez completados los siete lentos círculos místicos y cuando el orbe de un blanco deslumbrante de Skama (el nombre más sagrado de la diosa) se hubo levantado del todo, de modo que estaba completamente rodeada por la negrura del cielo, Mayo encabezó a la hilera ondulante a través del gran prado, hacia el oeste, avanzando con toda confianza bajo la luna llena. Durante un breve trecho las sombras de las doce columnas y las campanas colgadas de la mandíbula de leviatán les acompañaron, y luego uno tras otro se lanzaron a través de la extensión sin caminos iluminada por la luna, la hierba helada y espolvoreada de nieve crujiendo bajo sus pies. May siguió un rumbo serpenteante, virando ora a la izquierda, ora a la derecha, que imitaba su última ondulación entre las columnas, pero les encaminó directamente al oeste, precedidos por sus sombras.

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