La casa del alfabeto (47 page)

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Authors: Jussi Adler-Olsen

Tags: #Intriga, suspense

BOOK: La casa del alfabeto
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Y, sin embargo, el arma se disparó.

El golpe del proyectil sorprendió a Bryan, de la misma manera que lo hizo el ruido que éste produjo. No sintió ningún dolor, ni tampoco supo dónde le había alcanzado. El eco del disparo amortiguado apenas se había propagado, cuando Bryan se abalanzó sobre el hombre que se tambaleaba, con las piernas abiertas a ambos lados de la pendiente, una apoyada en el sendero, la otra deslizándose ladera abajo. Entonces se oyó el segundo disparo y el árbol que Bryan tenía a sus espaldas lo recibió sordamente, abriendo unas fauces amarillentas en su corteza. Bryan extendió inmediatamente la mano para agarrar el rostro de Lankau, a la vez que le propinaba una fuerte patada en el pecho.

El hombretón lo miró, estupefacto, la boca se le había quedado abierta. De ella no se escapó ni el más mínimo sonido, a pesar del dolor que debió de provocarle la patada. Entonces se desplomó y cayó hacia atrás, ladera abajo, sin soltar a Bryan. Sólo el suelo blando evitó que Bryan perdiera la conciencia. Cuando el cuerpo pesado lo hubo arrollado un par de veces, los dos cuerpos enmarañados se detuvieron, por fin, gracias a la maleza que marcaba el paso al sendero que corría al final de la columnata. Sin poder moverse, se quedaron tendidos el uno al lado del otro en medio del arbusto, mirándose jadeantes a los ojos. De algunos rasguños en la cara de Lankau brotaron unos hilillos de sangre que fueron deslizándose hasta alcanzar las pestañas del ojo sano. En la caída, Lankau había estrujado la pistola con tanta saña contra su rostro que la mira le había desgarrado la piel. No dejaba de parpadear. Aunque agitaba la cabeza, la sangre estuvo constantemente a punto de cegarlo. A menos de veinte centímetros sobre su cabeza estaba la pistola, medio hundida en el fango.

Bryan echó la cabeza hacia atrás y, sin ningún tipo de contemplaciones, le propinó una serie de testarazos a su adversario que hicieron que el cerebro de Bryan explotara en múltiples descargas y destellos.

Fue entonces cuando su perseguidor emitió un sonido. Bryan se precipitó sobre su enorme cuerpo e intentó alcanzar la pistola. En ese mismo movimiento y de forma absolutamente inesperada, su cabeza se fue hacia atrás cuando el hombretón lo agarró por los tolanos.

La salvación de Lankau llegó desde atrás. Unos jóvenes se habían apiñado alrededor de los dos hombres y no paraban de proferir una sarta interminable de improperios incomprensibles. Las chicas se amontonaban a sus espaldas con una expresión de regocijo en sus caras. Habían acudido en busca de emoción; los escondrijos de la columnata tampoco los defraudaron esta vez.

Dos de los jóvenes agarraron a Lankau y lo pusieron en pie mientras le limpiaban la americana con unos suaves golpes en la espalda. Lankau se llevó la mano a la cara ensangrentada y, con una mirada aturdida, echó un vistazo a su alrededor buscando su arma, sin por ello dejar de hablar atropelladamente a los jóvenes. Poco a poco, fue aflojando la mano con la que tenía agarrado a Bryan por el pelo y los músculos de su nuca se relajaron. Bryan permaneció en silencio mientras daba unos pasos pendiente arriba, en una postura algo desmañada. Nadie se dio cuenta de que el arma se había perdido debajo de su cuerpo.

Bryan no entendió nada de lo que Lankau les dijo a los jóvenes, pero de pronto desapareció del lugar.

El semicírculo que se había creado alrededor de Bryan no parecía querer disolverse inmediatamente.

Con mucha cautela, Bryan echó el brazo hacia atrás y rozó la pistola con la mano. Era más pesada de lo que había pensado. Justo por encima de la culata encontró el seguro. Nadie oyó que lo ponía. Luego, con mucha cautela, introdujo el cañón por el cincho del pantalón y se cerró la americana para cubrirla. Le llegó el dolor al sacar la mano del cincho. Todos lo miraron al oír sus gemidos. Una de las muchachas se llevó la mano a la boca y jadeó cuando Bryan alzó la mano ensangrentada y se la miró.

—¡Me ha disparado! —se limitó a decir Bryan, sin esperar que el grupo de jóvenes entendiera sus palabras.

Una de las chicas empezó a gritar. Detrás de los demás apareció un joven de cabellos casi blancos y, con mucho cuidado, ayudó a Bryan a ponerse en pie. La mancha roja en el bolsillo trasero crecía imparable, pero con menor rapidez de la que Bryan había temido en un primer momento. El disparo había atravesado limpiamente el glúteo mayor medio, la parte más carnosa del gran músculo del trasero, al que popularmente se suele llamar asentaderas. Tanto la herida de bala, por donde había entrado el proyectil, como la herida por donde la bala había abandonado el cuerpo, se habían cerrado casi por completo. La pérdida de sangre no era significativa. La pierna izquierda de Bryan cedió bajo su peso.

Y entonces el semicírculo retrocedió.

El joven del pelo rubio profirió unas cuantas palabras y el grupo se disolvió en pocos segundos. Todos, salvo el que había gritado, salieron corriendo pendiente abajo, siguiendo los pasos de Lankau. El chico del pelo blanco se volvió hacia Bryan.

—¿Podrá andar? —le preguntó, vacilante.

Fue un alivio oírlo hablar en inglés.

—Sí, sí puedo, gracias.

—Los demás están intentando atraparlo.

El joven echó la vista hacia abajo, desde donde los gritos nítidos de los demás dejaban bien a las claras su propósito. Bryan dudaba mucho de que fueran a encontrar al hombre que buscaban.

—Tiene que perdonarnos. ¡Me parece que nos equivocamos! ¿Lo atacó ese hombre?

--¡Sí!

--¿Sabe por qué?

--¡Sí!

--¿Por qué?

--¡Porque quería quitarme mi dinero!

—¡Llamemos a la policía!

—¡No! ¡No lo hagan! No creo que vuelva a hacer algo así.

—¿Por qué no lo cree? ¿Acaso lo conoce?

—En cierto modo, sí.

Aunque el glúteo se compone de un grupo de músculos que, gracias a su gran tamaño, se distinguen por poder funcionar satisfactoriamente a pesar de sufrir lesiones, Bryan tuvo que agarrarse a todo lo que alcanzó para poder dar los primeros pasos.

El chico del pelo plateado lo abandonó sin despedirse, precipitándose ladera abajo, en busca de sus compañeros.

Cinco minutos más tarde, su vocerío animado se hubo extinguido.

Esta vez, el sendero que llevaba hasta la estación terminal del funicular se le hizo más largo. Por cada diez pasos que daba, Bryan se veía obligado a detenerse y echar un vistazo a su trasero. Las oscuras manchas en los pantalones hablan dejado de crecer.

Cuando aparecieron los finos cables del funicular detrás de las copas de los árboles, Bryan supo que la hemorragia se había detenido. Ni en calidad de médico ni de víctima tenía por qué preocuparse más por vendajes o por un ingreso indeseado en un hospital; tenía otras preocupaciones.

La primera era mantenerse con vida. Era imposible adivinar de dónde y cuándo podía llegar la próxima agresión. Lo único que sabía era que sería inevitable. Estaban decididos a atentar contra su vida y había sido Petra Wagner quien le había tendido aquella trampa.

La segunda preocupación era ¿por qué?

¿Por qué le había mentido Petra Wagner, y por qué era tan importante deshacerse de él? Al fin y al cabo, se habían arriesgado incluso a agredirlo en pleno día.

La tercera preocupación eran unas ramitas quebradas que se extendían de forma alarmante y sin gracia por debajo de los arbustos que las habían sustentado. El hueco en la maleza que señalaban era casi imperceptible. Por encima, los arbustos se cerraban, pero las hojas vibraban ligeramente al viento. Bryan agarró la culata y sacó la pistola de su escondite. Antes de abrir la boca echó un vistazo a su alrededor una vez más. No detectó ningún movimiento sospechoso.

—¡Sal de ahí! —dijo en voz baja, dando una fuerte patada en el suelo que hizo saltar la gravilla del sendero.

Lankau se puso en pie inmediatamente. Su rostro estaba totalmente embadurnado de sangre.

Entonces soltó unos gruñidos ininteligibles. Bryan reconoció inmediatamente el tono de voz utilizado. A pesar de los años que habían pasado, su adversario seguía manteniendo aquella infamia desenfrenada a flor de piel.

—¡Háblame en inglés! Supongo que sabrás, ¿no es así?

—¿Por qué?

La animadversión traslució en el rostro del gigante mientras fijaba los ojos en la pistola. En el momento en que Bryan le quitó el seguro, su rostro se retorció y, de un salto, se apartó. Bryan volvió a mirarlo y luego dirigió la mirada a la pistola. La reacción de Lankau era para él todo un misterio.

—¡Puedes estar seguro de que te dispararé si vuelves a hacer eso una vez más! A partir de ahora, vas a seguirme tranquilito y calladito. Si haces cualquier movimiento sospechoso, sea éste premeditado o no, será el último que hagas, te lo advierto.

El hombre del rostro ancho se quedó mirando los labios de Bryan con una expresión de incredulidad.

—¿Has olvidado tu lengua materna, cerdo?

Su inglés era el de un hombre de negocios, un flujo desordenado de palabras, aunque todas ellas precisas. Sin embargo, el acento era el de un hombre sin estudios.

El hombre que Bryan tenía delante seguía los gestos de la mano que sostenía la pistola. Cuando salió de entre los arbustos, su aspecto era miserable, con la camisa colgándole por fuera de los pantalones, lamparones oscuros en las rodillas y el pelo ralo y alborotado a un lado. A pesar del aspecto de aquel hombre, Bryan no se fiaba. Con la autoridad que le confería su calidad de médico, Bryan golpeó a su enemigo en el plexo solar dos veces, con tal precisión que el gigante que tenía delante estuvo a punto de desmayarse. Cuando Lankau volvió a encontrarse de pie, Bryan lo arreó para que marchara un metro por delante de él.

Cuando llegaron a las cercanías del funicular, Bryan se metió la pistola en el bolsillo y se apretujó contra el cuerpo de Lankau para que éste notara la presión del cañón, a pesar de su espalda fornida.

—Vas a mantenerte tranquilo cuando subamos a la góndola, ¿lo has entendido?

Bryan volvió a empujarlo con el cañón de la pistola, como para subrayar la seriedad de la situación. Delante de él, Lankau gruñó. Luego se dio la vuelta lentamente y miró a Bryan directamente a los ojos. El ojo muerto estaba semiabierto.

—¡Ándate con cuidado con esa Kenju, perro sarnoso! Tiene la mala costumbre de dispararse a deshora.

Resultaba imposible adivinar si el hombre que había delante de la góndola era revisor o no, pero lo cierto es que no hizo ningún ademán dirigido a delatarlos. Al ver el rostro ensangrentado de Lankau, reculó asustado hasta el fondo de la cabina y se quedó totalmente mudo.

—Bueno, lo siento, tengo que llevar a éste al hospital. ¡Soy médico!

El hombre sacudió la cabeza nerviosamente. No entendía lo que le decía Bryan. Bryan introdujo a Lankau en la góndola de un empujón.

—Se ha caído, ¿sabe?

Hasta que la góndola bamboleante no hubo superado el primer poste, el hombre no salió de la sombra para mirarlos.

—¡Tu coche! —recalcó Bryan cuando finalmente terminó su viaje en el funicular.

Lankau se apresuró a cruzar la calle y sacó las llaves. El BMW tenía una multa de aparcamiento. Un poco más allá estaba aparcada la furgoneta de Bryan. Ésta también tenía un papelito blanco que parecía cubrir todo el parabrisas. A partir de ahora, sería asunto del hippy que se la había vendido.

Lankau conducía. Sentado como estaba, contemplando a su archienemigo en una situación de lo más cotidiana mientras salían lentamente de la ciudad, a Bryan le pareció que las profundidades del ser humano le eran reveladas. Dejando de lado su rostro magullado, Lankau parecía un padre de familia de lo más corriente. El interior del coche daba muestras de su vida ordinaria en forma de paquetes de tabaco, envoltorios de caramelos y otros efectos que hacía pensar en imperturbabilidad y convivencia tranquila. Bryan tenía a su lado a un ciudadano corriente, a un consumidor y a un hedonista. La bolsa de golf en el asiento trasero hablaba por sí misma. Un fragor de Wagner había tomado la cabina en el momento en que Lankau había girado la llave. Un asesino, un sádico, un simulador, un wagneriano; también era todo eso. Ningún hombre había podido ser creado a imagen y semejanza de Dios, tan ambiguo, tan poco sincero, tan áspero como podía llegar a ser bajo la superficie. ¿Y qué individuo podía verse del todo libre de llevar a un Lankau en lo más profundo de su ser?

—Vamos a ir a un sitio donde nadie nos pueda molestar —anunció Bryan bajando el volumen de la obertura al llegar a su último pasaje.

—¡Para que puedas matarme sin ser molestado, me imagino! —El hombre corpulento parecía indiferente.

—Para que pueda matarte sin que me molesten si me da la gana, ¡así es! —repuso Bryan, a la vez que iba grabando el recorrido en su memoria.

La ciudad desapareció a sus espaldas. El sol seguía enviando sus destellos blancos por las calles transversales. Uno de los ciudadanos más jóvenes se despedía de la espontaneidad del verano atravesando, a toda pastilla y calado hasta los huesos, las anchas cunetas que conducían una corriente de agua, aparentemente eterna, a lo largo del borde de las aceras. Una mujer joven intentaba atraparlo, sin tiempo siquiera para disculparse con la monja que a punto había estado de arrollar.

—¿Por qué has vuelto? ¿Por qué nos persigues? ¿Es por el dinero?

La comisura de los labios del hombre del rostro ancho se contrajo en una mueca mientras sus ojos fríos seguían el tráfico.

—¿Qué dinero?

—Petra Wagner dice que has preguntado por Gerhart Peuckert. ¿Era él quien tenía que conducirte a nosotros? ¿Era él quien iba a guiarte hasta nuestra mercancía?

—¿Acaso Gerhart Peuckert sigue con vida?

Bryan examinó el rostro de Lankau en un intento de detectar alguna convulsión. Sin embargo, era un rostro sin vida. Lankau giró la cabeza lentamente hacia Bryan.

—¡No, Von der Leyen! —repuso, volviendo la cabeza hacia el paisaje, y sonrió—. No sigue con vida.

Cuando las casas y las granjas empezaron a diseminarse por el paisaje cortado por las viñas, Bryan se vio obligado a tomar una decisión. Lankau tenía más información para él, había dicho, y conocía un lugar en el que, con toda seguridad, podrían hablar sin ser molestados. Todo parecía indicar que Lankau estaba preparándole otra trampa. El lugar, a un par de millas del casco urbano, parecía estar desierto. A pesar de los múltiples caminillos y carreteras secundarias y el tráfico constante de gente volviendo a casa, cualquiera de las casas apartadas de la carretera podía esconder secretos que Bryan prefería desconocer.

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