—¿Educado? Yo… yo…
—Invitad a ese oyente secreto a que venga a sentarse con nosotros —dijo Odrade.
Tuek se pasó una mano por su húmeda frente. Su padre y su abuelo, Sumos Sacerdotes antes que él, habían preparado respuestas rituales para muchas ocasiones, pero ninguna para un instante como éste. ¿Invitar al tleilaxu a sentarse allí? ¿En aquella sala con…? Tuek recordó de pronto que no le gustaba el olor de los Maestros tleilaxu. Su padre se había quejado también de eso:
—¡Huelen a comida repugnante!
Odrade se puso en pie.
—Será mejor que me dirija personalmente al que está escuchando mis palabras —dijo—. ¿Debo ir yo misma a invitar al oculto oyente a que…?
—¡Por favor! —Tuek permaneció sentado, pero alzó una mano para detenerla—. Tuve muy pocas posibilidades. Se presentó con documentos de las Habladoras Pez y de los ixianos. Dijo que nos ayudaría a conseguir que Sheeana regresara a nuestros…
—¿Ayudaros? —Odrade bajó la vista hacia el sudoroso sacerdote con algo parecido a la piedad. ¿Aquel hombre creía gobernar Rakis?
—Pertenece a la Bene Tleilax —dijo Tuek—. Se llama Waff, y…
—Sé cómo se llama y sé por qué está aquí, mi Señor Tuek. Lo que me sorprende es que vos le permitáis que espíe en…
—¡No está espiando! Estamos negociando. Quiero decir, hay nuevas fuerzas a las cuales deberemos ajustar nuestras…
—¿Nuevas fuerzas? Oh, sí: las rameras de la Dispersión. ¿Ha traído ese Waff algunas con él?
Antes de que Tuek pudiera responder, la puerta lateral de la sala de audiencias se abrió. Waff entró como obedeciendo a una señal, con dos Danzarines Rostro tras él.
—¡Sólo vos! —dijo Odrade, señalándole con un dedo—. Esos otros no han sido invitados, ¿no es así, mi Señor Tuek?
Tuek se puso pesadamente en pie, notando la proximidad de Odrade, recordando todas las terribles historias acerca de las proezas físicas de las Reverendas Madres. La presencia de Danzarines Rostro era un añadido más a su confusión. Siempre lo llenaban de tan terribles recelos.
Volviéndose hacia la puerta e intentando componer sus rasgos en una expresión invitadora, Tuek dijo:
—Sólo… sólo el Embajador Waff, por favor.
Las palabras ardieron en la garganta de Tuek. ¡Era algo mucho peor que terrible! Se sentía desnudo ante toda aquella gente.
Odrade hizo un gesto hacia un almohadón a su lado.
—Waff, ¿verdad? Por favor, acercaos y sentaos.
Waff le dirigió una inclinación de cabeza como si nunca antes la hubiera visto.
¡Qué educado!
Con un gesto a sus Danzarines Rostro para que permanecieran fuera, avanzó hacia el almohadón indicado, pero permaneció de pie junto a él.
Odrade vio el flujo de tensiones agitarse en el pequeño tleilaxu. Algo parecido a un gruñido aleteó en sus labios. Todavía seguía llevando aquellas armas en sus mangas. ¿Estaba dispuesto a romper su acuerdo?
Era el momento, pensó Odrade, de que las sospechas de Waff adquirieran de nuevo toda su fuerza original y más. Debía sentirse atrapado por las maniobras de Taraza. ¡Waff deseaba sus madres procreadoras! La vaharada de sus feromonas anunciaba sus más profundos miedos. De modo que se atenía mentalmente a parte de su acuerdo… o al menos a una
forma
de ese acuerdo. Taraza no esperaba que Waff estuviera realmente dispuesto a compartir todo el conocimiento que había obtenido de las Honoradas Matres.
—Mi Señor Tuek me ha contado que habéis estado… ahhh, negociando —dijo Odrade.
¡Hagamos que recuerde esa palabra!
Waff sabía dónde deberían concluirse las auténticas negociaciones. Mientras hablaba, Odrade se dejó caer de rodillas, luego reclinada, sobre su almohadón, pero sus pies siguieron colocados de tal modo que en cualquier momento pudiera reaccionar ante un intento de ataque por parte de Waff.
Waff bajó la vista hacia ella y luego hacia el almohadón que ella le había indicado para él. Lentamente, se dejó caer en el almohadón, pero sus brazos permanecieron apoyados sobre sus rodillas, las mangas dirigidas hacia Tuek.
¿Qué es lo que está haciendo?,
se preguntó Odrade. Los movimientos de Waff decían que estaba siguiendo sus propios planes.
—He estado intentando —dijo Odrade— hacer comprender al Sumo Sacerdote la importancia del Manifiesto Atreides para nuestro mutuo…
—¡Atreides! —exclamó Tuek. Casi se dejó caer en su almohadón—. No puede ser Atreides.
—Un manifiesto muy persuasivo —dijo Waff, reforzando los evidentes temores de Tuek.
Al menos
eso
se correspondía con el plan, pensó Odrade.
Dijo:
—La promesa del S’tori no puede ser ignorada. Mucha gente equipara el S’tori a la presencia de su dios.
Waff le lanzó una sorprendida y furiosa mirada.
—El Embajador Waff me ha dicho que ixianos y Habladoras Pez se sienten alarmados por ese documento —dijo Tuek—, pero lo he tranquilizado diciéndole…
—Creo que podemos ignorar a las Habladoras Pez —dijo Odrade—. Oyen el ruido de dios por todas partes.
Waff reconoció la entonación especial de sus palabras. ¿Estaba dándole la razón en aquello? Por supuesto, estaba en lo cierto en lo referente a las Habladoras Pez. Se habían apartado tanto de sus antiguas devociones que su influencia era mínima, y cualquiera que fuese esa influencia podía ser dirigida por los nuevos Danzarines Rostro que ahora las guiaban.
Tuek intentó sonreírle a Waff.
—Habláis de ayudarnos a…
—Habrá tiempo para eso más tarde —interrumpió Odrade. Tenía que mantener la atención de Tuek centrada en el documento que tanto le preocupaba. Citó del Manifiesto: «Vuestra voluntad y vuestra fe… vuestro sistema de creencias… minan vuestro universo.»
Tuek reconoció las palabras. Había leído el terrible documento. Aquel
Manifiesto
decía que Dios y toda su obra no eran más que creaciones humanas. Se preguntó cómo debía responder. Ningún Sumo Sacerdote podía permitir que algo así quedara sin contestar.
Antes de que Tuek encontrara las palabras, Waff intercambió una mirada con Odrade y respondió en una forma que sabía que ella iba a interpretar correctamente. Odrade no podía hacer menos, siendo quién era.
—El error de la presciencia —dijo Waff—. ¿No es así como lo llama este documento? ¿No es ahí donde dice que la mente del creyente se estanca?
—¡Exactamente! —dijo Tuek. Se sintió agradecido hacia el tleilaxu por su intervención. ¡Aquél era precisamente el núcleo de esta peligrosa herejía!
Waff no le miró, sino que continuó con los ojos fijos en Odrade. ¿Había pensado la Bene Gesserit que sus designios eran inescrutables? Dejemos que se enfrenten con un poder mayor que el suyo. ¡Se creían tan fuertes! ¡Pero la Bene Gesserit no sabía realmente cómo el Altísimo guardaba el futuro del Shariat!
Tuek no pensaba detenerse allí.
—¡Ataca todo lo que nosotros consideramos sagrado! ¡Y se está difundiendo por todas partes!
—Por medio de los tleilaxu —dijo Odrade.
Waff alzó sus mangas, dirigiendo sus armas hacia Tuek. Vaciló únicamente porque vio que Odrade había reconocido parte de sus intenciones.
Tuek miró del uno al otro. ¿Era cierta la acusación de Odrade? ¿O era tan sólo otro truco Bene Gesserit?
Odrade vio la vacilación de Waff y supuso sus razones. Sondeó su mente, buscando una respuesta a sus motivaciones. ¿Qué ventaja obtendría el tleilaxu matando a Tuek? Obviamente, Waff pretendía sustituir al Sumo Sacerdote por uno de sus Danzarines Rostro. Pero ¿qué conseguiría con ello?
Ganando tiempo, Odrade dijo:
—Deberíais ser muy cauteloso con lo que hacéis,
Embajador
Waff.
—¿Cuándo ha gobernado nunca la cautela en las grandes necesidades? —preguntó Waff.
Tuek se puso en pie y se dirigió pesadamente hacia un lado, retorciéndose las manos.
—¡Por favor! Estos recintos son sagrados. Es un error discutir herejías aquí, a menos que planeéis destruirlos. —Miró a Waff—. No es cierto, ¿verdad? Los tleilaxu no sois los autores de tan terrible documento.
—No es nuestro —admitió Waff. ¡Maldito sea ese mequetrefe de sacerdote! Tuek estaba ahora a un lado y presentaba de nuevo un blanco móvil.
—¡Lo sabía! —dijo Tuek, situándose detrás de Waff y Odrade.
Odrade mantuvo su mirada fija en Waff. ¡Estaba planeando asesinato! Estaba segura de ello.
Tuek habló detrás de ella.
—No sabéis lo equivocada que estáis respecto a nosotros, Reverenda Madre. Ser Waff nos ha pedido que formemos un monopolio de melange. Yo le expliqué que nuestro precio a la Bene Gesserit debe permanecer invariable porque una de vosotras fue la abuela de Dios.
Waff inclinó la cabeza, aguardando. El sacerdote volvería a ponerse de nuevo a tiro. Dios no permitiría un fracaso.
Tuek permaneció detrás de Odrade, mirando a Waff. Un estremecimiento sacudió su cuerpo. Los tleilaxu eran tan… tan repelentes y amorales. No podía confiarse en ellos. ¿Cómo podía ser aceptada la negativa de Waff?
Sin dejar de observar a Waff, Odrade dijo:
—Pero, mi Señor Tuek, ¿la perspectiva de unos mayores ingresos no os resultó atractiva? —Vio el brazo de Waff girar ligeramente, casi apuntándola a ella. Sus intenciones se hicieron claras.
—Mi Señor Tuek —dijo Odrade—, este tleilaxu pretende asesinarnos a los dos.
A sus palabras, Waff alzó rápidamente sus dos brazos, intentando apuntar a los dos separados y difíciles blancos. Antes de que sus músculos respondieran, Odrade estaba bajo su guardia. Oyó el débil silbido de los lanzadores de dardos, pero no sintió ninguna picadura. Su brazo se alzó en un cortante golpe para romper el brazo derecho de Waff. Su pie derecho rompió su brazo izquierdo.
Waff gritó.
Nunca hubiera sospechado una tal rapidez en una Bene Gesserit. Era casi igual a lo que había visto en la Honorada Matre en la nave de conferencias ixiana. Incluso a través de su dolor se dio cuenta de que debía informar de aquello. ¡Las Reverendas Madres gobernaban las derivaciones sinápticas bajo compulsión!
La puerta detrás de Odrade se abrió de golpe. Dos Danzarines Rostro de Waff penetraron rápidamente en la sala. Pero Odrade estaba ya detrás de Waff, ambas manos en su garganta.
—¡Quietos, o él muere! —gritó.
Los dos se inmovilizaron.
Waff se debatió bajo sus manos.
—¡Quieto! —ordenó ella. Odrade miró a Tuek tendido en el suelo a su derecha. Un dardo había hecho blanco.
—Waff ha matado al Sumo Sacerdote —dijo Odrade, hablando a sus propios oyentes secretos.
Los dos Danzarines Rostro siguieron mirándola. Su indecisión era fácil de ver. Ninguno de ellos, observó, se había dado cuenta de cómo aquello les situaba en manos de la Bene Gesserit. ¡Los tleilaxu estaban atrapados!
Se dirigió a los Danzarines Rostro:
—Retiraos y llevaos ese cuerpo al pasillo, y cerrad la puerta. Vuestro Maestro ha hecho algo estúpido. Os necesitará más tarde. —A Waff, dijo—: Por el momento, me necesitáis más a mí de lo que necesitáis a vuestros Danzarines Rostro. Decidles que se marchen.
—Iros —graznó Waff.
Cuando los Danzarines Rostro siguieron mirándola, Odrade dijo:
—Si no os marcháis inmediatamente, lo mataré y luego me encargaré de vosotros dos.
—¡Haced lo que os dice! —chilló Waff.
Los Danzarines Rostro tomaron aquello como una orden de obedecer a su Maestro. Odrade oyó algo más en la voz de Waff. Obviamente podía hablarse de histeria suicida.
Una vez estuvo a solas con él, Odrade le quitó las descargadas armas de sus mangas y las guardó en uno de sus bolsillos. Podrían ser examinadas con detalle más tarde. Había poco que pudiera hacer por sus huesos rotos excepto reducirlo brevemente a la inconsciencia y arreglarlos. Improvisó unas tablillas mediante almohadones y trozos retorcidos de tela verde del mobiliario del Sumo Sacerdote.
Waff recuperó rápidamente la consciencia. Gruñó cuando miró a Odrade.
—Vos y yo somos aliados ahora —dijo Odrade—. Las cosas que han ocurrido en esta estancia han sido oídas por alguna de mi gente y por representantes de una facción que deseaba reemplazar a Tuek por uno de los suyos.
Todo aquello era demasiado rápido para Waff. Tardó un momento en captar lo que ella había dicho. Su mente se centró, sin embargo, en lo más importante.
—¿Aliados?
—Imagino que resultaba difícil tratar con Tuek —dijo ella—. Ofrecerle unos obvios beneficios era suficiente para que invariablemente se derritiera. Les habéis hecho un favor a algunos de los sacerdotes matándolo.
—¿Están escuchando ahora? —chilló Waff.
—Naturalmente. Discutamos vuestro propuesto monopolio de la especia. El desgraciadamente fallecido Sumo Sacerdote dijo que vos lo habíais mencionado. Dejadme ver si puedo deducir la extensión de vuestro ofrecimiento.
—Mis brazos —gimió Waff.
—Todavía estáis vivo —dijo ella—. Dad gracias por mi buen juicio. Hubiera podido mataros.
El giró su cabeza apartándola de ella.
—Hubiera sido mejor.
—No para la Bene Tleilax, y seguramente no para mi Hermandad —dijo ella—. Dejadme ver. Sí, prometisteis proporcionar a Rakis nuevas factorías de especia, el nuevo modelo aéreo, que solamente tocan el desierto con sus cabezas barredoras.
—¡Estuvisteis escuchando! —acusó Waff.
—En absoluto. Una proposición muy atractiva; puesto que estoy segura de que los ixianos las están suministrando gratuitamente por sus propias razones. ¿Debo proseguir?
—Dijisteis que somos aliados.
—Un monopolio forzaría a la Cofradía a comprar más máquinas de navegación ixianas —dijo ella—. Tendríais a la Cofradía en las fauces de vuestra trituradora.
Waff alzó la cabeza para mirarla con ojos centelleantes. El movimiento arrojó un ramalazo de agonía por sus rotos brazos y gimió. Pese al dolor, estudió a Odrade con entrecerrados ojos. ¿Creían realmente las brujas que éste era el alcance del plan tleilaxu? Difícilmente se atrevía a esperar que la Bene Gesserit se equivocara tanto.
—Naturalmente, este no es vuestro plan básico —dijo Odrade.
Waff abrió mucho los ojos. ¡Ella estaba leyendo su mente!
—Estoy deshonrado —dijo—. Cuando salvasteis mi vida salvasteis algo inútil. —Se dejó caer hacia atrás.
Odrade inspiró profundamente.
Es el momento de utilizar los resultados de los análisis de la Casa Capitular
. Se inclinó hacia Waff y susurró en su oído: