Herejes de Dune (32 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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La violencia estalló a la derecha de Odrade. La gente empezó a golpearse entre sí. Más proyectiles trazaron sus arcos hacia los cinco danzarines. La multitud reanudó su canto a un ritmo mucho más rápido.

Al mismo tiempo, la parte de atrás de la multitud fue hendida por los Guardianes. Los espectadores allí no distrajeron su atención de los danzarines, no hicieron ninguna pausa en su contribución al creciente caos, pero se abrió un camino entre ellos.

Absolutamente cautivada. Odrade siguió mirando. Muchas cosas ocurrieron simultáneamente: el tumulto, la gente maldiciendo y golpeándose entre sí, el constante canto, el implacable avance de los Guardianes.

Dentro del escudo de sacerdotisas, podía verse a Sheeana mirando de un lado a otro, intentando captar la excitación que la rodeaba.

Alguien de entre la multitud extrajo un palo y empezó a golpear a la gente a su alrededor, pero nadie amenazó ni a los Guardianes ni a ningún otro miembro del grupo de Sheeana.

Los danzarines siguieron con su ritmo dentro de un cada vez más estrecho círculo de espectadores. Toda la escena estaba acercándose al edificio de Odrade, obligando a ésta a apretar su cabeza contra el plaz y mirar en un difícil ángulo hacia abajo para poder seguir viendo.

Los Guardianes que conducían el grupo de Sheeana avanzaban por un pasillo cada vez más amplio entre aquel caos. Las sacerdotisas no miraban ni a derecha ni a izquierda. Los Guardianes de amarillo casco miraban directamente al frente.

Desdén era una palabra demasiado débil para aquel hecho, decidió Odrade. Y no era correcto decir que la torbellineante multitud ignoraba la presencia del grupo. Cada parte era consciente de la otra, pero existían en mundos separados, observando las reglas estrictas de tal separación. Tan sólo Sheeana ignoraba el secreto protocolo, tendiendo el cuello hacia arriba para intentar ver algo más allá de los cuerpos que la protegían.

Directamente debajo de Odrade, la multitud se lanzó hacia adelante. Los danzarines fueron abrumados por la presión, fueron barridos hacia un lado como naves atrapadas por una tremenda ola. Odrade vio atisbos de carne desnuda siendo puñeada y empujada de mano en mano entre el gritante caos.

Sólo gracias a la más intensa concentración pudo Odrade individualizar los sonidos que llegaban hasta ella.

¡Era una locura!

Ninguno de los danzarines se resistió. ¿Estaban siendo asesinados? ¿Era un sacrificio? Los análisis de la Hermandad ni siquiera habían tocado aquel punto.

Los cascos amarillos se apartaron a un lado debajo de Odrade, abriendo un camino para Sheeana y sus sacerdotisas para que pudieran entrar en el edificio, luego los Guardianes cerraron de nuevo filas. Se volvieron y formaron un arco protector en torno a la entrada del edificio. Mantuvieron sus mazas horizontales y tendidas a la altura de su cintura.

El caos más allá de ellos empezó a disminuir. Ninguno de los danzarines era visible, pero había bajas, gente tendida en el suelo, otra tambaleándose. Podían verse manos ensangrentadas.

Sheeana y las sacerdotisas estaban fuera de la vista de Odrade, dentro del edificio. Odrade se echó hacia atrás e intentó evaluar todo lo que acababa de presenciar.

Increíble.

¡Absolutamente ninguno de los relatos, holofotos o grabaciones de la Hermandad reflejaban fielmente aquello! Parte de ello eran los olores… el polvo, el sudor, una intensa concentración de feromonas humanas. Odrade inspiró profundamente. Sintió que temblaba por dentro. La multitud se había convertido en individuos que estaban abandonando el bazar. Vio algunas personas que lloraban. Otras maldecían. Otras reían.

La puerta detrás de Odrade se abrió de pronto. Sheeana entró riendo. Odrade se volvió y entrevió a sus propias guardias y a algunas de las sacerdotisas en el pasillo antes de que Sheeana cerrara la puerta.

Los ojos marrón oscuro de la muchacha brillaban excitadamente. Su estrecho rostro, que ya empezaba a suavizarse con las curvas que evidenciaban la llegada de la pubertad, estaba tenso con reprimida emoción. La tensión se disolvió cuando se enfocaron en Odrade.

Muy bien,
pensó Odrade, observando aquello.
Lección primera de los vínculos que ya han empezado a establecerse.

—¿Viste a los danzarines? —preguntó Sheeana, dando vueltas y deslizándose por el suelo hasta detenerse delante de Odrade—. ¿No eran hermosos? ¡Creo que eran tan hermosos! Cania no quería que mirara. Dice que es peligroso que yo tome parte en Siaynoq. ¡Pero a mí no me importa! ¡Shaitan nunca se comería a esos danzarines!

Con una repentina efusión de consciencia, que tan sólo había experimentado antes durante la agonía de la especia, Odrade penetró en el esquema total de lo que acababa de presenciar en la Gran Plaza. Había necesitado únicamente las palabras y la presencia de Sheeana para hacer que todo quedara claro:

¡Un lenguaje!

Muy profundo dentro de la consciencia colectiva de aquella gente, todos llevaban, de forma totalmente inconsciente, un lenguaje que podía decirles cosas que ellos no deseaban oír. Los danzarines las decían. Sheeana las decía. El conjunto estaba compuesto por tonos vocales y movimientos y feromonas, una compleja y sutil combinación que había evolucionado de la forma en que evolucionan todos los lenguajes.

Por necesidad.

Odrade sonrió ante la feliz muchacha que estaba de pie ante ella. Ahora, Odrade sabía cómo atrapar a los tleilaxu. Ahora, sabía más de los designios de Taraza.

Debo acompañar a Sheeana al desierto a la primera oportunidad. Aguardaremos tan sólo a la llegada de ese Maestro tleilaxu, ese Waff. ¡Lo llevaremos con nosotras!

Capítulo XXI

Libertad e Independencia son conceptos complejos. Se remontan a ideas religiosas de Libre Albedrío, y están relacionados con el Gobernante Místico implícito en las monarquías absolutas. Sin monarcas absolutos hechos al esquema de los Viejos Dioses y gobernando por la gracia de un creer en la indulgencia religiosa, Libertad e Independencia nunca hubieran adquirido su actual significado. Esos ideales deben su propia existencia a pasados ejemplos de opresión. Y las fuerzas que mantienen tales ideas se erosionarán a menos que sean renovadas por una enseñanza dramática o nuevas opresiones. Esta es la clave más básica de mi vida.

Leto II, Dios Emperador de Dune: Grabaciones de Dar–es–Balat

A unos treinta kilómetros en el denso bosque al nordeste del Alcázar de Gammu, Teg los mantuvo aguardando bajo la protección de una manta de camuflaje de vida hasta que el sol se ocultó detrás de las altas tierras al oeste.

—Esta noche tomaremos otra dirección —dijo.

Hacía ya tres noches que los conducía a través de la oscuridad de los árboles en una demostración maestra de Memoria Mentat, cada paso dirigido exactamente a lo largo del camino que Patrin había trazado para él.

—Me siento rígida de tanto permanecer sentada —se quejó Lucilla—. Y esta va a ser otra noche fría.

Teg dobló la manta de camuflaje de vida y la colocó encima de su mochila.

—Podéis caminar un poco por los alrededores —dijo—. Pero no abandonaremos el lugar basta que sea noche cerrada.

Teg permaneció sentado con su espalda contra el tronco de una conífera de densas ramas, mirando fuera de las profundas sombras mientras Lucilla y Duncan se movían por el claro. Los dos se detuvieron allí durante un momento, temblando, mientras los últimos recuerdos del calor del día huían ante el frío de la noche. Si, sería una noche fría otra vez, pensó Teg, pero iban a tener pocas oportunidades de pensar en ello.

Lo inesperado.

Schwangyu nunca esperaría que ellos siguieran estando todavía tan cerca del Alcázar, y yendo a pie.

Taraza hubiera debido ser más enérgica en sus advertencias respecto a Schwangyu,
pensó Teg. La violenta y abierta desobediencia de Schwangyu a una Madre Superiora desafiaba la tradición. La lógica Mentat no podía aceptar la situación sin más datos.

Su memoria le trajo un dicho de sus días escolares, uno de aquellos aforismos cautelares por los que se suponía que un Mentat debía saber refrenar su lógica.

«Dado un sendero lógico, una navaja de Occam desarrollada con impecable detalle, un Mentat puede seguir esa lógica hasta su desastre personal.»

Se sabía que la lógica fallaba.

Pensó de nuevo en el comportamiento de Taraza en la nave de la Cofradía e inmediatamente después.
Deseaba que yo supiera que estaría por completo a mis propios recursos. Debo ver el problema a mi propia manera, no a la suya.

De modo que la amenaza de Schwangyu había sido una auténtica amenaza que él había descubierto y enfrentado y resuelto por sus propios medios.

Taraza no había sabido lo que podía ocurrirle a Patrin debido a todo esto.

Realmente a Taraza no le importa lo que le ocurra a Patrin. O a mí. O a Lucilla.

¿Pero y al ghola?

¡A Taraza debe importarle!

No era lógico que ella… Teg abandonó aquella línea de razonamiento. Taraza no deseaba que él actuara lógicamente. Deseaba que él hiciera exactamente lo que estaba haciendo, lo que siempre había hecho en momentos de crisis.

Lo inesperado
.

Así que había una especie de lógica en todo aquello, pero era algo que pateaba a quienes lo llevaban a cabo fuera del nido y los arrojaba al caos.

A partir de cuyo momento debemos creamos nuestro propio orden.

El pesar anegó su consciencia.
¡Patrin! ¡Maldito seas, Patrin! ¡Tú lo sabías y yo no! ¿Qué hubiera hecho sin ti?

Teg casi pudo oír la respuesta de su viejo ayudante, aquella voz rígidamente formal que utilizaba siempre Patrin cuando regañaba a su comandante.


Haréis lo mejor que podáis, Bashar.

El más frío razonamiento progresivo le decía a Teg que nunca volvería a ver a Patrin en carne y hueso, ni oír la auténtica voz del viejo. Sin embargo… la voz seguía allí. La persona persistía en su memoria.

—¿No deberíamos irnos?

Era Lucilla, de pie frente a él bajo las protectoras ramas del árbol. Duncan aguardaba a su lado. Ambos se habían echado la mochila sobre sus hombros.

Mientras permanecía allá sentado había llegado la noche. El intenso resplandor de las estrellas creaba vagas sombras en el claro. Teg se puso en pie, tomó su mochila e, inclinándose para evitar las ramas más bajas, salió al claro. Duncan ayudó a Teg a colocarse la mochila.

—Schwangyu considerará esta eventualidad —dijo Lucilla—. Sus buscadores vendrán tras nosotros. Vos lo sabéis.

—No hasta que hayan seguido hasta el final el rastro falso —dijo Teg—. Vamos.

Abrió camino hacia el oeste a través de una abertura entre los árboles.

Durante tres noches los había llevado a lo largo de lo que había denominado «el sendero de la memoria de Patrin». Mientras caminaban en aquella cuarta noche, Teg se reprendió a sí mismo por no proyectar las consecuencias lógicas del comportamiento de Patrin.

Comprendí las profundidades de su lealtad, pero no proyecté esa lealtad hasta su más obvio resultado. Hemos estado juntos tantos años que pensé que conocía su mente tanto como conocía la mía propia. ¡Patrin, maldito seas! ¡No había necesidad de que murieras!

Teg se admitió a sí mismo que había
habido
una necesidad. Patrin la había visto. El Mentat no se había permitido verla. La lógica podía moverse tan ciegamente como cualquier otra facultad.

Como decía y
demostraba
a menudo la Bene Gesserit.

De modo que caminaremos. Schwangyu no espera esto.

Teg se vio obligado a admitir que caminar por los lugares agrestes de Gammu creaba una perspectiva totalmente nueva para él. Toda aquella región había sido abandonada para que creciera con vida vegetal durante los Tiempos de Hambruna y la Dispersión. Más tarde había sido replantada, pero en su mayor parte de una forma totalmente al azar. Secretos caminos y señales codificadas guiaban hoy el acceso. Teg imaginó a Patrin como un joven estudiando aquella región… aquella prominencia rocosa visible a la luz de las estrellas desde un claro entre los bosques, aquel promontorio en forma de asta, aquel sendero cruzando gigantescos árboles.


Esperarán que echéis a correr hacia una no–nave
—habían acordado él y Patrin, mientras trazaban sus planes—.
El reclamo debe conducir a los perseguidores en esa dirección.

Patrin no había dicho que él sería el reclamo.

Teg tragó saliva, sin conseguir eliminar el nudo en su garganta.

Duncan no podía ser protegido en el Alcázar,
se justificó.

Aquello era cierto.

Lucilla se había mostrado nerviosa durante su primer día bajo el camuflaje de vida que les protegía de ser descubiertos por los instrumentos de los rastreadores aéreos.

—¡Debemos ponernos en contacto con Taraza!

—Cuando podamos.

—¿Y si a vos os ocurre algo? Necesito saber todo vuestro plan de escape.

—Si a mí me ocurre algo, ninguno de los dos seréis capaces de seguir el sendero de Patrin. No hay tiempo de implantarlo en vuestras memorias.

Duncan tomó muy poca parte en la conversación aquel día. Les observó silenciosamente o dormitó, despertándose de tanto en tanto con una expresión furiosa en sus ojos.

Durante el segundo día bajo la manta de camuflaje de vida, Duncan preguntó de pronto a Teg:

—¿Por qué quieren matarme?

—Para frustrar los planes que la Hermandad tiene para ti —dijo Teg.

Duncan miró a Lucilla con ojos llameantes.

—¿Cuáles son esos planes?

Cuando Lucilla no respondió, Duncan dijo:

—Ella lo sabe. Ella lo sabe porque se supone que yo debo depender de ella. ¡Se supone que debo quererla!

Teg pensó que Lucilla ocultaba muy bien su desánimo. Obviamente, sus planes para el ghola se habían visto trastocados, toda su secuencia desarticulada por aquella huida.

El comportamiento de Duncan revelaba otra posibilidad:

¿Era el ghola un latente Decidor de Verdad? ¿Qué poderes adicionales habían sido introducidos en aquel ghola por los astutos tleilaxu?

A la segunda caída de la noche entre la espesura, Lucilla estaba llena de acusaciones.

—¡Taraza os ordenó que restaurarais sus memorias originales! ¿Cómo podéis hacer esto aquí?

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