—Quizá os guste saber el precio de nuestro silencio —sugirió Taraza. Tomó la pétrea mirada de Waff por una aceptación, y añadió: Por una parte, compartiréis con nosotras todo lo que averigüéis acerca de esas rameras producidas por la Dispersión que se hacen llamar Honoradas Matres.
Waff se estremeció. Mucho se había confirmado matando a las Honoradas Matres. ¡Los entresijos sexuales! Sólo las psiques más fuertes podían resistir el verse atrapadas por tales éxtasis. ¡La potencialidad de una herramienta así era enorme! ¿Debía eso ser compartido con estas brujas?
—
Todo
lo que averigüéis sobre ellas —insistió Taraza.
—¿Por qué las llamáis rameras?
—Intentan copiarnos a nosotras, pero se venden a cambio de poder, y hacen burla de todo lo que nosotras representamos. ¡Honoradas Matres!
—¡Os superan al menos en diez mil a una! Hemos visto las pruebas.
—Una de nosotras puede vencerlas a todas ellas —dijo Taraza.
Waff guardó silencio, estudiándola. ¿Era aquello simplemente un alarde? Uno nunca podía estar seguro cuando procedía de las brujas Bene Gesserit.
Hacían
cosas. El lado oscuro del universo mágico les pertenecía a ellas. En más de una ocasión las brujas habían adormecido el Shariat. ¿Era la voluntad de Dios que los auténticos creyentes pasaran por otra prueba?
Taraza permitió que el silencio siguiera edificando sus propias tensiones. Captó el torbellino interior de Waff. Aquello le recordó la conferencia preliminar de la Hermandad preparando aquel encuentro con él. Bellonda había hecho una pregunta de engañosa simplicidad:
—¿Qué sabemos
realmente
de los tleilaxu?
Taraza había captado la respuesta surgir en cada mente en torno a la mesa de conferencias de la Casa Capitular:
Únicamente sabemos seguro lo que ellos quieren que sepamos
.
Ninguna de sus analistas podía evitar la sospecha de que los tleilaxu habían creado deliberadamente una imagen–máscara de ellos mismos. La inteligencia tleilaxu tenía que ser medida sobre el hecho de que sólo ellos controlaban el secreto de los tanques axlotl. ¿Era eso un accidente afortunado, como sugerían algunos? Entonces, ¿por qué nadie más había sido capaz de duplicar ese logro en todos aquellos milenios?
Gholas.
¿Estaban utilizando los tleilaxu el proceso ghola para su propio tipo de inmortalidad? Podía ver sugestivos indicios de ello en las acciones de Waff… nada definido, pero sí altamente sospechoso.
En las conferencias de la Casa Capitular, Bellonda había vuelto repetidamente a sus sospechas de base, remachando:
—Todo ello… ¡todo ello, digo! ¡Todo en nuestros archivos puede ser basura apta únicamente para pienso de sligs!
Aquella alusión había hecho que algunas de las más relajadas Reverendas Madres en torno a la mesa se estremecieran.
¡Sligs!
Aquellos reptantes cruces entre gigantescas babosas y cerdos podían proporcionar carne para algunas de las más caras comidas en su universo, pero las criaturas en sí encarnaban todo lo que la Hermandad consideraba repugnante con relación a los tleilaxu. Los sligs habían sido uno de los primeros elementos de trueque de la Bene Tleilax, un producto desarrollando en sus tanques y formado con el núcleo helicoidal a partir del cual toda vida toma su forma. El que la Bene Tleilax los hubiera hecho se añadía al aura de obscenidad en torno a una criatura cuyas multibocas masticaban incesantemente cualquier tipo de basura que se les echara, transformando rápidamente aquella basura en excrementos que no sólo olían a pocilga sino que eran asquerosos.
—La mejor carne a este lado de los cielos —había citado Bellonda, de una publicidad de la CHOAM.
—Y procede de la obscenidad —había añadido Taraza.
Obscenidad.
Taraza pensó en aquello mientras contemplaba a Waff. ¿Por qué concebible razón podía un pueblo edificar a su alrededor una máscara de obscenidad? La expresión de orgullo de Waff no podía encajarse con esa imagen.
Waff tosió ligeramente, cubriéndose la boca con una mano. Sintió la presión de las costuras allá donde había ocultado dos de sus potentes lanzadores de dardos. Una minoría entre sus consejeros había advertido:
—Como con las Honoradas Matres, el vencedor en este encuentro con la Bene Gesserit será quien salga llevando la información más secreta acerca del otro. La muerte del oponente garantizará el éxito.
Debo matarla, pero ¿luego qué?
Otras tres Reverendas Madres aguardaban al otro lado de aquella compuerta. Indudablemente Taraza tenía preparada una señal para el instante en que la compuerta fuera abierta. Sin esa señal, seguro que lo que ocurriría a continuación sería violencia y desastre. No creía ni por un instante que ni siquiera sus nuevos Danzarines Rostro pudieran vencer a aquellas Reverendas Madres de ahí afuera. Las brujas debían estar totalmente alerta. Debían haber reconocido la naturaleza de los guardias de Waff.
—Compartiremos —dijo Waff. Las admisiones implícitas en aquello le dolieron, pero sabía que no había alternativas. La jactancia de Taraza acerca de las habilidades relativas podía ser inexacta debido a su extremo alarde, pero pese a todo captaba exactitud en ella. No se hacía ilusiones, sin embargo, acerca de lo que podía ocurrir a continuación si las Honoradas Matres sabían lo que había ocurrido realmente a sus representantes. La no–nave desaparecida no podía ser achacada todavía a los tleilaxu. Las naves desaparecen. El asesinato deliberado era totalmente otro asunto. Seguro que las Honoradas Matres intentarían exterminar a un oponente tan descarado. Aunque fuera tan sólo como ejemplo. Los tleilaxu regresados de la Dispersión decían tanto como eso. Habiendo visto a las Honoradas Matres, Waff creía ahora en esas historias.
—Mi segundo punto de la agenda —dijo Taraza para esta reunión es vuestro ghola.
Waff se agitó en la silla basculante.
Taraza se sintió repelida por los pequeños ojos de Waff, su redondo rostro con su nariz respingona y sus dientes demasiado afilados.
—Habéis estado matando a nuestros gholas para controlar el avance de un proyecto en el cual vosotros no tenéis parte alguna excepto el proveer un sólo elemento de él —acusó Taraza.
Waff se preguntó una vez más si debía matarla. ¿Nada se les ocultaba a aquellas malditas brujas? La implicación de que la Bene Gesserit tenía un traidor en el mismo núcleo tleilaxu no podía ser ignorada. ¿De qué otra manera podían saberlo?
—Os aseguro, Reverenda Madre Superiora, que el ghola…
—¡No me aseguréis nada! Nosotras mismas nos aseguramos. —Con una mirada de tristeza en su rostro, Taraza agitó lentamente la cabeza de uno a otro lado—. Y pensáis que no sabemos que nos estáis vendiendo productos tarados.
Waff habló rápidamente:
—¡Cumplen con todos los requerimientos impuestos por vuestro contrato!
Taraza agitó nuevamente la cabeza de uno a otro lado. Aquel diminuto Maestro tleilaxu no tenía ni idea de lo que estaba revelando allí.
—Habéis enterrado vuestro propio plan en su psique —dijo Taraza—. Os advierto, Ser Waff, que si vuestras
alteraciones
obstruyen nuestros designios, os heriremos más profundamente de lo que vos creéis que sea posible.
Waff se pasó una mano por el rostro, sintiendo el sudor en su frente. ¡Malditas brujas! Pero ella no lo sabía todo. Los tleilaxu regresados de la Dispersión y las Honoradas Matres —que ella calumniaba tan amargamente— habían proporcionado a los tleilaxu una poderosa arma sexual que
no
podría ser compartida, ¡no importaban las promesas que hiciera aquí! Taraza digirió en silencio las reacciones de Waff, y se decidió por una mentira lisa y llana.
—Cuando capturamos vuestra nave ixiana de conferencias, vuestros nuevos Danzarines Rostro no murieron con la suficiente rapidez. Aprendimos mucho de ellos.
Waff se vio empujado casi hasta el borde de la violencia.
¡Diana!,
pensó Taraza. La mentira había abierto una avenida de revelación hasta una de las más ultrajantes sugerencias de sus consejeras. Ahora no parecía ultrajante.
—
La ambición tleilaxu es producir una completa imitación prana–bindu
—había sugerido su consejera.
—¿Completa?
Todas las Hermanas presentes en la conferencia se habían mostrado asombradas por la sugerencia. Implicaba una forma de copia mental que iba más allá de la impresión memorística que ya conocían.
La consejera, la Hermana Hesterion de Archivos, había acudido armada con una bien organizada lista de material de apoyo.
—
Sabemos ya que lo que hace mecánicamente una sonda ixiana, los tleilaxu lo hacen con nervios y carne. El siguiente paso es obvio.
Viendo la reacción de Waff a su mentira, Taraza siguió examinándolo cuidadosamente. En aquel momento el hombre estaba en su punto más peligroso.
Una mirada de rabia cruzó el rostro de Waff. ¡Las cosas que sabían las brujas eran demasiado peligrosas! No dudaba en absoluto de la afirmación de Taraza.
¡Debo matarla sin importar las consecuencias para mí. Debemos matarlas a todas. ¡Abominaciones!. Esa es su palabra, y las describe perfectamente.
Taraza interpretó correctamente su expresión. Habló rápidamente:
—No corréis en absoluto ningún peligro por parte de nosotras durante tanto tiempo como no dañéis nuestros designios. Vuestra religión, vuestra forma de vida, todo eso es problema vuestro.
Waff vaciló, no tanto por lo que Taraza decía sino por el recuerdo de sus poderes. ¿Qué más sabían? ¡Continuar en una posición servil, sin embargo! Tras rechazar una alianza parecida con las Honoradas Matres. Y con el predominio tan cerca después de todos aquellos milenios. El desánimo lo invadió. La minoría entre sus consejeros había tenido razón después de todo.
«No puede existir ningún lazo entre nuestros pueblos. Cualquier acuerdo con las fuerzas powindah es una unión basada en la perversidad.»
Taraza captaba todavía la violencia potencial en él. ¿Lo había empujado demasiado lejos? Se alertó defensivamente. Una involuntaria sacudida de los brazos del hombre llamó su atención.
¡Armas en sus mangas!
Los recursos tleilaxu no debían ser subestimados. Sus rastreadores no habían detectado nada.
—Sabemos las armas que lleváis encima —dijo. Otra completa mentira brotó por sí misma—. Si cometéis un error ahora, las rameras sabrán también cómo utilizáis esas armas.
Waff inspiró lentamente tres veces. Cuando habló, estaba de nuevo bajo control:
—¡No seremos satélites de la Bene Gesserit!
Taraza respondió con tono neutro, con una voz lisa:
—Ninguna de mis palabras o acciones ha sugerido este papel para vuestro pueblo.
Aguardó. No hubo ningún cambio en la expresión de Waff, ni la más ligera vacilación en la desenfocada mirada que le dirigió.
—Nos estáis amenazando —murmuró—. Exigís que compartamos todo lo que…
—¡Compartir! —restalló ella—. Uno no debe
compartir
con compañeros desiguales.
—¿Y qué compartiríais con nosotros? —preguntó él.
Taraza habló con el tono de regaño que utilizaría con un niño:
—Ser Waff, ¿os habéis preguntado por qué vos, un miembro gobernante de vuestra oligarquía, habéis acudido a este encuentro?
Con voz aún firmemente controlada, Waff respondió:
—¿Y por qué vos, Madre Superiora de la Bene Gesserit, habéis venido?
—Para reforzarnos —habló suavemente ella.
—No habéis dicho lo que compartiríais —acusó él—. Aún esperáis sacar ventaja.
Taraza siguió observándole cuidadosamente. Muy pocas veces había captado una tal rabia reprimida en un ser humano.
—Pedidme abiertamente lo que queréis —dijo.
—¡Y nos lo
daréis
en prueba de vuestra gran generosidad!
—Lo negociaremos.
—¿Dónde estaba la negociación cuando me ordenasteis… ¡ME ORDENASTEIS!, que…?
—Vinisteis aquí firmemente resuelto a romper cualquier acuerdo al que llegáramos —dijo ella—. ¡Ni una sola vez habéis intentado negociar! Os sentáis frente a alguien dispuesto a llegar a un trato con vos, y lo único que hacéis…
—¿Un trato? —La memoria de Waff retrocedió a la ira de la Honorada Matre ante aquella palabra.
—Eso es lo que he dicho —murmuró Taraza—. Un trato.
Algo parecido a una sonrisa retorció las comisuras de la boca de Waff.
—¿Creéis que yo tengo autoridad para sellar
un trato
con vos?
—Tened cuidado, Ser Waff —dijo ella—. Tenéis la autoridad definitiva. Reside en esa habilidad última de destruir completamente al oponente. No he recibido aún esa amenaza, pero la tenéis. —Miró a sus mangas.
Waff suspiró. Qué dilema. ¡Ella era powindah! ¿Cómo podía uno hacer un trato con una powindah?
—Tenemos un problema que no puede ser resuelto por medios racionales —dijo Taraza.
Waff ocultó su sorpresa. ¡Aquellas eran las mismas palabras que había utilizado la Honorada Matre! Meditó en lo que aquello podía significar. ¿Podían la Bene Gesserit y las Honoradas Matres hacer causa común? La amargura de Taraza indicaba otra cosa, pero ¿cuándo podía confiar uno en las brujas?
Una vez más, Waff se preguntó si se atrevería a sacrificarse a sí mismo para eliminar a aquella bruja. ¿Para qué serviría? Seguro que otras entre ellas sabían lo mismo que sabía ella. Aquello lo único que haría sería precipitar el desastre.
Había
una disputa interna entre las brujas, pero también eso podía ser de nuevo tan sólo otra argucia.
—Nos pedís que compartamos algo —dijo Taraza—. ¿Qué ocurriría si os dijera que nuestra oferta es parte de nuestras preciadas líneas genéticas humanas?
No había ninguna duda respecto al repentino interés de Waff.
—¿Por qué deberíamos acudir a vosotras para tales cosas? —dijo él—. Tenemos nuestros tanques y podemos tomar muestras genéticas casi en cualquier parte.
—¿Muestras de qué? —preguntó ella.
Waff suspiró. Uno nunca podía escapar de la agudeza Bene Gesserit. Era como un ataque con espada. Suponía que debía haberle revelado cosas a la mujer que la habían conducido de forma natural a aquel tema. El daño ya estaba hecho. Ella había deducido correctamente (¡o sus espías se lo habían dicho!) que las reservas sin seleccionar de genes humanos tenían poco interés para los tleilaxu, con su sofisticado conocimiento del profundo lenguaje de la vida. Nunca daba resultados subestimar a la Bene Gesserit o a los productos de sus programas procreadores. ¡El Propio Dios sabía que habían producido a Muad'dib y al Profeta!