—¡Eso es lo que demostró el Tirano! El Alma Colectiva era suya para ser manipulada. Hay ocasiones, Miles, en las que la supervivencia exige que comulguemos con el alma. Las almas, ya sabéis, están buscando siempre una salida.
—¿No ha quedado anticuada en nuestros tiempos la comunión con las almas? —preguntó Teg. A Odrade no le gustó el tono burlón de su voz, y observó que despertaba una irritación similar en Taraza.
—¿Creéis que estoy hablando de modas en religión? —exclamó Taraza, su aguda voz insistentemente dura—. ¡Ambos sabemos que las religiones pueden ser creadas! Estoy hablando de esas Honoradas Matres que han prosperado con éxito en algunos de nuestros caminos, pero no poseen nuestra profunda consciencia. ¡Se atreven a situarse en el centro de la adoración!
—Una cosa que la Bene Gesserit ha evitado siempre —dijo él—. Mi madre decía que los adoradores y los adorados estaban unidos por la fe.
—¡Y pueden ser divididos!
Odrade se dio cuenta de que Teg se sumergía de pronto en modo Mentat, una mirada desenfocada en sus ojos, sus rasgos plácidos. Entonces vio parte de lo que Taraza estaba haciendo.
El Mentat conduce a la manera romana, un píe sobre cada caballo. Cada pie se apoya en una realidad diferente mientras la búsqueda de los esquemas lo conduce hacia adelante. Debe conducir distintas realidades hacia una única meta.
Teg habló con la voz pensativa y llana de un Mentat.
—La división de las fuerzas enemigas ganará la batalla por la supremacía.
Taraza dejó escapar un suspiro de placer casi sensual, como dando rienda suelta a su auténtica naturaleza.
—Infraestructura de dependencia —dijo Taraza—. Esas mujeres de la Dispersión controlarían las fuerzas divididas, con todas esas fuerzas intentando poderosamente ocupar el liderazgo. Ese oficial militar en la nave de la Cofradía, cuando habló de sus Honoradas Matres, habló a la vez con adoración y odio. Estoy seguro de que lo captasteis en su voz, Miles. Sé lo bien que vuestra madre os enseñó.
—Lo capté. —Teg había centrado de nuevo su atención en Taraza, pendiente de todas sus palabras, del mismo modo que Odrade.
—Dependencias —dijo Taraza—. Cuán simples pueden ser, y cuán complejas. Tomad, por ejemplo, el deterioro de los dientes.
—¿El deterioro de los dientes? —Teg fue apartado de su sendero Mentat y Odrade, observando aquello, vio que su reacción era exactamente la que Taraza deseaba. Taraza estaba conduciendo a su Bashar Mentat con mano maestra.
Y se supone que yo debo verlo y aprender de ello
, pensó.
—El deterioro de los dientes —repitió Taraza—. Un simple injerto al nacer impide esa plaga en la mayor parte de la humanidad. Sin embargo, debemos cepillarnos los dientes y cuidar de ellos. Es algo tan natural en nosotros que ni siquiera pensamos en ello. Los utensilios que utilizamos se supone que son una parte normal de nuestro entorno. Sin embargo esos utensilios, los materiales que los forman, los instructores en el cuidado de los dientes y los monitores Suk, todos ellos están interrelacionados.
—Un Mentat no necesita que se le expliquen las interdependencias —dijo Teg. Seguía habiendo curiosidad en su voz, pero con un definido subtono de resentimiento.
—Por supuesto —dijo Taraza—. Ese es el entorno natural del proceso de pensamiento de un Mentat.
—Entonces, ¿por qué estáis elaborando todo esto?
—Mentat, contemplad ahora lo que sabéis de esas Honoradas Matres y decidme: ¿Cuál es su punto débil?
Teg respondió sin la menor vacilación.
—Sólo pueden sobrevivir si continúan incrementando la dependencia de aquellos que las apoyan. Es como el callejón sin salida de un adicto.
—Exactamente. ¿Y el peligro?
—Pueden arrastrar consigo a gran parte de la humanidad.
—Ese era el problema del Tirano, Miles. Estoy segura de que él lo sabía. Ahora, prestadme mucha atención. Y tú también, Dar. —Taraza miró a través del pasillo y encontró los ojos de Odrade—. Los dos me habéis escuchado. Nosotras, las Bene Gesserit, estamos acumulando un gran poder… somos
elementos
que fluyen con la corriente humana. Ellas pueden atascarnos. Están seguras de causar daño. Y nosotras…
Una vez más, el transbordador entró en un período de fuertes sacudidas. La conversación resultó imposible mientras se sujetaban a sus asientos y escuchaban el rugir y el crujir a su alrededor. Cuando disminuyó la interrupción, Taraza alzó su voz.
—Si sobrevivimos a esta maldita máquina y llegamos a Gammu, deberéis hablar a solas con Dar, Miles. Habéis visto el Manifiesto Atreides. Ella os dirá todo lo referente a él y os preparará. Eso es todo.
Teg se volvió y miró a Odrade. Una vez más, sus rasgos agitaron sus recuerdos: un notable parecido con Lucilla, pero había algo más. Lo dejó a un lado.
¿El Manifiesto Atreides?
Lo había leído porque le había llegado procedente de Taraza con instrucciones de que lo hiciera.
¿Prepararme? ¿Para qué?
Odrade vio la interrogadora expresión en el rostro de Teg. Ahora comprendía los motivos de Taraza. Las órdenes de la Madre Superiora adquirían ahora un nuevo significado, del mismo modo que lo hacía el propio Manifiesto.
«Al igual que el universo es creado por la participación de la consciencia, el presciente humano arrastra consigo esa facultad creadora hasta su último extremo. Este era el profundamente mal comprendido poder del bastardo Atreides, el poder que transmitió a su hijo, el Tirano.»
Odrade conocía aquellas palabras con la familiaridad de ser su autora, pero ahora volvieron a ella como si nunca antes se hubiera tropezado con ellas.
¡Maldita seas, Tar!
, pensó Odrade.
¿Y si estás equivocada?
A nivel cuántico, nuestro universo puede ser visto como un Lugar Indeterminado, predecible de una forma estadística tan sólo cuando uno emplea números lo suficientemente grandes. Entre ese universo y uno relativamente predecible, donde el paso de un planeta determinado puede ser calculado al picosegundo, entran en juego otras fuerzas. Para el universo intermedio donde se hallan nuestras vidas diarias, lo que uno cree es una fuerza dominante. Las creencias de uno ordenan el desarrollo de Los acontecimientos diarios. Si los suficientes de nosotros creen, cualquier cosa nueva puede ser traída a la existencia. La estructura de creencias crea un filtro a través del cual el caos es transformado en orden.
Análisis del Tirano, del Dossier de Taraza: Archivos BG
Los pensamientos de Teg eran un torbellino cuando regresó a Gammu de la nave de la Cofradía. Salió del transbordador en el chamuscado borde del campo de aterrizaje particular del Alcázar, y miró a su alrededor como si lo viera por primera vez. Era casi mediodía. Tan poco tiempo había transcurrido, y tanto había cambiado.
¿Hasta qué límite había impartido la Bene Gesserit una lección esencial?, se preguntó. Taraza lo había arrojado fuera de sus familiares procesos Mentat. Tenía la sensación de que todo el incidente en la nave de la Cofradía había sido preparado únicamente para él. Había sido apartado violentamente de un curso predecible. Qué extraño parecía Gammu mientras cruzaba la zona vigilada de los pozos de entrada.
Teg había visto muchos planetas, aprendido sus costumbres, visto como éstas se imprimían en sus habitantes. Algunos planetas poseían un gran sol amarillo que estaba muy próximo y mantenía cálidas a las cosas vivas, haciéndolas crecer y evolucionar. Algunos planetas poseían pequeños soles débiles que colgaban muy lejos en un cielo oscuro, y su luz apenas llegaba a ellos. Dentro e incluso fuera de este abanico existían variaciones. Gammu era una variación amarillo verdosa con un día de 31'27 horas estándar y un año de 2'6 años estándar. Teg había creído que conocía Gammu.
Cuando los Harkonnen se vieron obligados a abandonarlo, los colonos dejados atrás por la Dispersión vinieron del grupo daniano, bautizándolo con el nombre que Halleck le había dado en la nueva gran cartografía. Los colonos lo habían conocido como Caladan en aquellos días, pero los milenios tendían a acortar algunas etiquetas.
Teg hizo una pausa en la entrada de los revestimientos protectores que ascendían desde muy profundo en el Alcázar. Taraza estaba hablando intensamente con Odrade.
El Manifiesto Atreides
, pensó.
Incluso en Gammu, pocos admitían la ascendencia Harkonnen o Atreides, aunque los genotipos eran visibles por todas partes… especialmente los dominantes Atreides: aquellas narices largas y afiladas, las altas frentes y las bocas sensuales. A menudo, los indicios estaban diseminados… la boca en un rostro, aquellos ojos penetrantes en otro, e incontables mezclas. A veces, sin embargo, una sola persona los exhibía todos, y entonces veía el orgullo, el conocimiento interior:
«¡Soy uno de ellos!»
Los nativos de Gammu lo reconocían y le cedían el paso, pero pocos lo etiquetaban.
Subyacente a todo esto estaba lo que los Harkonnen habían dejado atrás… líneas genéticas que iban hasta tan lejos como los albores de los griegos, afganos y mamelucos, sombras de historia antigua que pocos aparte de los historiadores profesionales o aquellos adiestrados por la Bene Gesserit podían ni siquiera nombrar.
Taraza y su séquito llegaron junto a Teg. Este oyó a Taraza decirle a Odrade:
—Debes contárselo todo a Miles.
Muy bien, se lo contaría todo, pensó. Se volvió y abrió camino por entre los guardias interiores cruzando el largo pasillo bajo las torretas hasta el Alcázar propiamente dicho.
¡Maldita sea la Bene Gesserit!
, pensó.
¿Qué están haciendo realmente aquí en Gammu?
Gran cantidad de signos Bene Gesserit podían ser vistos en aquel planeta: la procreación continuada para fijar los rasgos seleccionados, y aquí y allá un visible énfasis en los seductores ojos de las mujeres.
Teg devolvió casi maquinalmente el saludo a una capitana de la guardia.
Ojos seductores, sí
. Había apreciado aquello inmediatamente después de su llegada al Alcázar del ghola, y especialmente durante su primera vuelta de inspección por el planeta. Se había visto a sí mismo en muchos rostros también, y recordó aquello que el viejo Patrin había mencionado tantas veces.
—Tenéis el aspecto de Gammu, Bashar.
¡Ojos seductores! Aquella capitana de la guardia, hacía un momento. Ella y Odrade y Lucilla eran parecidas en esto. Poca gente prestaba mucha atención a la importancia de los ojos en el momento de la seducción, pensó. Se necesitaba una educación Bene Gesserit para captar aquel detalle. Unos pechos desarrollados en una mujer y unas caderas prietas en los hombres (esa dura apariencia muscular en las posaderas)… eso era lo que por naturaleza resultaba más importante en los encuentros sexuales. Pero sin los ojos, el resto no servía para nada. Los ojos eran esenciales. Podías caer fácilmente rendido ante la clase adecuada de ojos, había aprendido, sumergirte directamente en ellos y ser inconsciente de lo que estaba ocurriendo hasta que tu pene estaba firmemente atrapado en su vagina.
Había observado los ojos de Lucilla inmediatamente después de su llegada a Gammu, y se había conducido cautelosamente con ella. ¡No había la menor duda acerca de cómo utilizaba la Hermandad sus talentos!
Allí estaba Lucilla ahora, aguardando en la sala central de inspección y descontaminación. Le dirigió el aleteante gesto con la mano que indicaba que todo iba bien con el ghola. Teg se relajó y observó el encuentro de Lucilla con Odrade. Las dos mujeres poseían rasgos notablemente similares pese a la diferencia de edad. Sus cuerpos eran completamente distintos, sin embargo. Lucilla era mucho más sólida, frente a las formas altas y esbeltas de Odrade.
La capitana de la guardia de los ojos seductores se acercó a Teg y se inclinó hacia él.
—Schwangyu acaba de saber a quién habéis traído con vos —dijo, señalando con la cabeza a Taraza—. Ahhh, ahí está. Schwangyu salió de un tubo ascensor y avanzó hacia Taraza, dirigiéndole apenas una furiosa mirada a Teg.
Taraza deseaba sorprenderte
, pensó él.
Todos sabemos por qué.
—No pareces feliz de verme —dijo Taraza, dirigiéndose a Schwangyu.
—Estoy sorprendida, Madre Superiora —dijo Schwangyu—. No tenía la menor idea. —Miró de nuevo a Teg, con una expresión venenosa en sus ojos.
Odrade y Lucilla interrumpieron su mutuo examen.
—Había oído hablar de ello, por supuesto —dijo Odrade—. Pero es toda una impresión encontrarte de pronto a ti misma en el rostro de otra persona.
—Te lo advertí —dijo Taraza.
—¿Cuáles son vuestras órdenes, Madre Superiora? —preguntó Schwangyu. Era lo más cerca que podía llegar de preguntarle a Taraza cuál era el motivo de su visita.
—Desearía hablar en privado con Lucilla —dijo Taraza.
—Haré que os preparen unos aposentos —dijo Schwangyu.
—No te molestes —dijo Taraza—. No voy a quedarme. Miles ya ha arreglado las cosas para mi transporte. Los deberes requieren mi presencia en la Casa Capitular. Lucilla y yo hablaremos ahí afuera, en el patio. —Taraza apoyó un dedo en su mejilla—. Oh, y me gustaría observar al ghola sin que él lo sepa durante unos minutos. Estoy segura de que Lucilla podrá arreglar eso.
—Está tomando muy bien el adiestramiento más intenso —dijo Lucilla, mientras ambas se dirigían hacia un tubo ascensor.
Teg volvió su atención a Odrade, notando mientras su mirada cruzaba el rostro de Schwangyu la intensidad de su ira. No estaba intentando ocultarla.
¿Era Lucilla una hija o una hermana de Odrade?, se preguntó Teg. Se le ocurrió de pronto que debía existir un propósito Bene Gesserit detrás del parecido. Sí, por supuesto… ¡Lucilla era una Imprimadora!
Schwangyu dominó su ira. Miró con curiosidad a Odrade.
—Iba a comer, Hermana —dijo. ¿Queréis acompañarme?
—Debo tener unas palabras a solas con el Bashar —dijo Odrade—. Si no hay inconveniente, quizá podamos quedarnos aquí para nuestra charla. No debo ser vista por el ghola.
Schwangyu frunció el ceño, sin intentar ocultar su desconcierto ante Odrade. ¡En la Casa Capitular sabían dónde estaban las lealtades! Pero nadie… ¡nadie!, la echaría de aquel puesto de mando observativo. ¡La oposición tenía sus derechos!
Sus pensamientos estaban claros incluso para Teg. Notó la rigidez de la espalda de Schwangyu mientras se alejaba.