Read El Legado Online

Authors: Katherine Webb

El Legado (41 page)

BOOK: El Legado
4.29Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Y por aquella época la familia de Mo encontró uno en el bosque y fue por todo el pueblo preguntando de quién era. Nadie se lo adjudicó, de modo que ellos lo criaron. Pero mi madre no lo dejó pasar, y a todo el que quiso escucharla le aseguró que ese niño había estado en la casa grande un día y que lady Calcott se lo había llevado y lo había abandonado. Como es lógico, lady C quiso deshacerse de ella. La acusó de robar algo y eso fue todo. Se vio fuera de la casa antes de tener tiempo de coger el abrigo. Piense lo que quiera. Algunos en el pueblo decían que mi madre se había inventado la historia del niño para vengarse, ¿entiende? Para hacer presión contra los Calcott que la habían dejado en la calle. Tal vez haya algo de verdad en eso. Era tan joven cuando pasó todo; no tenía más de quince años. Quizá era demasiado joven para tener un cargo de responsabilidad, pero me cuesta creer que mi madre mintiera sobre algo así. O que robara. Era el colmo de la honradez. —Se interrumpe, con la mirada perdida en el pasado, y me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración.

El corazón me palpita dolorosamente, los dedos me tiemblan un poco. Señalo con la uña el bebé borroso de la foto de Nueva York.

—Ese es el niño. El que apareció en la casa. El que Caroline abandonó en el bosque. Su madre no mentía.

George me mira con los ojos desorbitados y siento el alivio de cerrar el caso, de resolver el enigma, por remoto que sea.

Le cuento todo lo que sé, lo que he deducido de las cartas, de esa foto, del mordedor y de la funda con los lirios amarillos bordados que falta. Y de la vieja animadversión contra los Dinsdale. Hablo hasta que se me seca la boca y tengo que beber café frío para poder seguir. Cuando acabo me siento agotada pero satisfecha. Es como descubrir algo valioso que había perdido; como llenar un agujero enorme de mi pasado..., de nuestro pasado. El mío, el de Beth, el de Dinny. Es mi primo. No dos familias en guerra, sino una sola familia. George habla por fin.

—Bueno, estoy pasmado. ¡Por fin hay pruebas, después de todos estos años! ¡Créame, querida, que si mi madre puede oírla desde donde se encuentra, está haciendo el baile de la victoria ahora mismo! ¿Está completamente segura?

—Sí. Probablemente no se sostendría ante un tribunal, pero estoy segura. Ese bebé llegó con ella de Estados Unidos y lo mantuvo oculto mientras se casaba con lord Calcott. Pero por alguna razón acabó en la casa y ella tuvo que deshacerse de él... Esa es la parte más enigmática..., dónde estuvo todo ese tiempo. Si se había casado antes y había tenido un bebé, ¿por qué lo ocultó? Pero es demasiada coincidencia. El bebé que desapareció y el que encontraron tienen que ser el mismo.

—Es una lástima que toda la gente que llamó mentirosa a mi madre ya no esté aquí para enterarse de la verdad.

—¿Cómo se llamaba su madre? —pregunto, en un impulso.

—Cassandra. Evans era su apellido entonces. Espere, le enseñaré una foto.

George se acerca al aparador, abre un cajón y revuelve dentro. La foto que me da es la de Cassandra Evans el día de su boda. Cassandra Hathaway ahora. Una joven menuda, de aspecto delicado, con la mirada resuelta y una sonrisa radiante. De cutis fino, lleva el pelo castaño recogido en tirabuzones, con una corona de flores encima. El vestido es sencillo, suelto, con una pieza de encaje en el corpiño y toques de tul en el cuello. Esa joven vio al abuelo Flag cuando era el «buen hijo» de Caroline. Debía de saber lo que Caroline se moría por confesar a la tía B. Miro los puntos negros y granulados de sus ojos, tratando de averiguar el secreto que esconden.

Me voy de Corner Cottage poco después, prometiendo volver a visitarlo. «¡Una nueva
entente cordiale
entre los Calcott y los Hathaway!», ha exclamado George, encantado, cuando me iba. No he tenido valor para decirle que es posible que no vuelva nunca al pueblo, a la casa, a ninguna parte. Me coge por sorpresa lo que me produce ese pensamiento, cuando llevo veinte años o más viviendo lejos totalmente feliz. Me siento al borde de una gran tristeza, un profundo pozo del que no podré salir nunca si caigo en él; lo que Beth temía que hiciera en la orilla del estanque. Y sin embargo ni siquiera he deshecho el equipaje en la casa. Mi ropa sigue en la maleta; está sumida en el caos, como yo. He salido de mi trayectoria establecida y ahora avanzo en punto muerto, sin saber adónde iré a parar.

Pienso en los lazos de sangre mientras vuelvo en coche a casa. En las pequeñas señales, las pequeñas tendencias que todos nuestros antepasados nos han dejado. Mi propensión a hacer el payaso en las situaciones embarazosas; las dotes artísticas de mi madre; la gracia de Beth; las cejas rectas y los ojos negros de Dinny. Un aluvión de pequeños trazos que se arremolinan en lo más profundo de nosotros. Pienso en la sangre de Beth y mía. En la de Dinny, en la del abuelo Flag. En la de Henry, por supuesto. Henry, el último vástago del clan Calcott. Una vez nos enseñó la sangre de Dinny en el túmulo. Creo que hasta él se quedó sorprendido por un momento. Sorprendido y luego satisfecho, por supuesto. Exultante. Eso fue el verano que desapareció, pero era al comienzo de las vacaciones. Podría haber sido la primera vez que se veían ese año, pero no estoy segura.

Había visto pelear a chicos antes. En el colegio, en la esquina del patio donde el lateral del polideportivo protegía a los combatientes de la mirada vigilante del monitor de los recreos. La esquina, así la llamábamos. Susurrábamos la palabra de oreja a oreja durante las clases: la próxima cita secreta, la siguiente lucha a muerte. «¡Gary y Neil en la esquina a la hora de comer!» El escándalo siempre me inundaba de emoción, aunque las peleas nunca duraban mucho. Sacudidas de abrigo; alguien dando vueltas, arrojado al suelo. Tirones de pelo, quizá; una patada en la espinilla, las rodillas rasguñadas. Entonces el monitor veía el corro que se formaba alrededor o un niño empezaba a gritar. El vencedor se ganaba el derecho a escapar, el perdedor tenía que quedarse y asegurar que no había pasado nada.

Pero con Dinny y Henry fue diferente. Habíamos ido al túmulo para probar los aeromodelos que llevábamos haciendo toda la mañana con papel marrón y palos de polo. Necesitábamos un buen lugar de lanzamiento, fue el veredicto; corrientes térmicas apropiadas, dijo Dinny. Meredith se había estado buscando problemas en el pueblo, como siempre. Había prohibido a los arrendatarios de la finca dar trabajo a cualquier clase de empleado itinerante, lo que los dejaba a ellos sin la ayuda que necesitaban y que podían permitirse pagar, y a los Dinsdale sin los empleos de verano que contaban con encontrar aquí. Eso era lo que pretendía, por supuesto, aunque ya no estoy tan segura. Debía de saber que al final tendría que tirar la toalla. Creo que solo lo hacía para recordarles que estaba allí y que los odiaba. En casa hubo toda clase de discusiones, muchas de las cuales escuchamos a escondidas. También Henry, por supuesto. Nos siguió hasta el túmulo con eso como munición.

—¿No deberías estar pidiendo limosna? Pronto toda tu familia tendrá que salir a mendigar..., o a robar, claro —se burló de Dinny, sin preámbulos—. ¡No podréis comprar comida si os quedáis aquí!

—¡Cállate, Henry! ¡Vete! —le ordenó Beth, pero él curvó el labio hacia ella.

—¡Cállate tú! ¡No puedes decirme lo que debo hacer! ¡Voy a decirle a la abuela que habéis estado jugando con los sucios gitanos!

—¡Díselo! ¡Como si me importara! —gritó Beth.

Se puso rígida, tan tensa y recta como una jabalina.

—Pues debería importarte..., si los tratas podrías convertirte en uno de ellos. Ya hueles como ellos. Supongo que eres lo bastante estúpida para ser uno... —Jadeaba después de haber subido la colina corriendo hasta alcanzarnos; la rabia le cubrió el cuello de manchas.

Dinny lo miró con tanta ira que lancé el avión de papel con ansiosa desesperación.

—¡Mira! ¡Mira qué lejos está yendo! —grité, dando saltos.

Pero ninguno de ellos miró.

—¿Qué te pasa? ¿Aún no has aprendido a hablar? ¿O tú también eres estúpido? —atormentó Henry a Dinny.

Dinny lo miró con la mandíbula tensa, pero no dijo nada. Su silencio era un desafío y Henry no dio marcha atrás.

—Acabo de ver a tu madre. ¡Estaba revolviendo en el cubo de la basura, buscando tu cena!

Dinny se abalanzó hacia él, tan deprisa que no me di cuenta de que se había movido hasta que chocó contra Henry y los dos empezaron a bajar la colina rodando.

—¡Basta! —gritó Beth, pero no sé a cuál de los dos se dirigía.

Me quedé inmóvil, clavada al suelo. No era una pelea de patio, no se estaban tirando del abrigo. Parecía que querían matarse. Vi dientes apretados, puños, músculos jóvenes tensándose.

De pronto Henry dio un puñetazo afortunado. Suerte ciega, porque Dinny trataba de arañarle la cara y tenía los ojos cerrados. Henry agitó los brazos, descargando una lluvia de golpes, y tuvo suerte. Dinny se quedó un momento sentado, atónito, luego un chorro de sangre brillante le salió de la nariz y empezó a gotearle por la barbilla. Beth y yo nos quedamos mudas del horror; de que Henry hubiera ganado; de que Dinny sangrara tanto. Nunca había visto sangre así, tan roja, tan rápida. No era como las manchas apagadas que veía en la tabla del carnicero cuando iba a comprar con mamá. Dinny ahuecó la mano debajo de la barbilla para recoger la sangre, como si quisiera guardarla. Debía de dolerle. Se le llenaron los ojos de lágrimas, que le corrieron por las mejillas, mezclándose con la sangre. Cuando se dio cuenta de lo que había logrado, Henry se detuvo sobre él y sonrió. Recuerdo sus fosas nasales ensanchándose de modo triunfal, lo arrogante que se le veía. Se alejó con paso altanero. Dinny lo observaba y yo observaba a Dinny, echando chispas por los ojos, y por un momento Beth y yo tuvimos miedo de acercarnos a él.

Nochevieja cae en miércoles y parece un miércoles más; sin la emoción del pasado. De todos modos, siempre era una emoción teñida de pavor, me digo ahora. El zumbido y el estruendo de los fuegos artificiales sobre el Támesis, la sombría perspectiva de lo que tardaríamos en escapar de la multitud después. Ahora es un simple miércoles, envuelto de un plazo límite de otra clase. Beth dijo que se quedaría hasta Año Nuevo. Eso es lo que le supliqué, solo hasta Año Nuevo. Es decir, mañana. Solo se me ocurre una cosa que podría prolongar su estancia y es que ganara la discusión con Maxwell. Si Eddie volviera antes de que empezara el colegio, puede que quisiera quedarse.

Pero estoy emocionada por algo, por supuesto. Emocionada por el anuncio que tengo previsto hacer esta noche. Fuera hace un tiempo tempestuoso. Subo el volumen de la radio para ahogar el rugido del viento que azota las esquinas de la casa. Me ha costado mucho convencer a Beth de ir al pub; he tenido que mentir y decirle que quizá sea la última vez que vea a Dinny antes de que nos vayamos. Hasta el rugido del viento podría disuadirla de ir.

—¿Suelto o recogido? —le pregunto cuando entra en el cuarto de baño, sosteniéndome el pelo en lo alto y dejándolo caer, sacudiéndolo.

Me mira y ladea la cabeza.

—Suelto. Solo vamos al pub, ¿no?

Me peino con los dedos.

—Sí, voy a ir con tejanos.

Se coloca detrás de mí, apoya la barbilla en mi hombro y se mira. ¿Lo ve? ¿Ve que los huesos de su cara están desnudos comparados con los míos? ¿Que su piel parece muy fina, muy pálida?

—Ya sé que es Nochevieja. Pero... no tengo ganas de salir. No conocemos a esa gente... —dice, apartándose de nuevo.

—Estoy empezando a... La conocerías si salieras más. Por favor, Beth, no puedes quedarte sola. Esta noche no.

—¿Por qué estás tan obsesionada con pasar más tiempo con él? ¿De qué servirá? Ya no lo conocemos. ¡Llevamos vidas totalmente diferentes! Pronto nos iremos y probablemente no volveremos a verlo nunca más.

Da vueltas por la habitación detrás de mí, agitada.

—No estoy obsesionada —murmuro, poniéndome sombra plateada en los párpados y examinando el efecto en el espejo.

Noto que me mira.

—Es Dinny. —Me encojo de hombros—. Es una de las personas más importantes de nuestra niñez. —Me vuelvo hacia ella y la obligo a mirarme—. Mira, no pensemos en todo eso esta noche, ¿vale? Saldremos y brindaremos por el nuevo año y lo pasaremos bien.

La sacudo ligeramente. Toma una honda bocanada de aire y lo retiene un momento.

—Está bien. Tienes razón. ¡Lo siento! —Parece aliviada y sonríe un poco.

—Así está mejor. Ahora vete y sirve dos whiskies. Muy generosos —ordeno.

—Aquí lo tienes —dice cuando bajo a la cocina.

—Esto nos animará un poco. —Sonrío.

Entrechocamos los vasos y bebemos. La sonrisa de Beth parece un poco forzada, pero lo está intentando.

—¿Cómo estaba Maxwell? ¿Va a volver Eddie?

—¿Aquí? No. Quiero que venga a casa el último fin de semana de vacaciones. Max dice que van a ir a casa de sus padres... —Suspira—. No sé, tengo la sensación de que siempre soy la que tiene que pelear para conseguir los mejores días del calendario.

—Bueno, estuvo con nosotras en Navidad...

La decepción me corroe. Nada la retendrá aquí ahora. Algo se remueve dentro de mí, se retuerce, trata de abrirse paso hasta ella, para aferrarla a este momento. No he terminado. Estoy nerviosa de ansiedad.

—¡Unos pocos días de cuatro semanas de vacaciones! No es justo.

—Pero unos días bastante importantes —arguyo, elevando la voz.

He perdido el hilo de la conversación. Tendría que estar alentándola para que se pelee más, para que haga que Eddie regrese... aquí, con su amigo Harry. Beth bebe un sorbo de whisky. Observo cómo se le mueve el cartílago del cuello al tragar.

—Lo sé. Solo... lo echo de menos, Rick. No le veo sentido a mi vida cuando no está conmigo para cuidarlo —dice con aire desamparado.

—El sentido de tu vida es ser su madre, tanto si está en la habitación como si no. Y ser mi hermana mayor. Y, lo más importante en estos momentos, beber whisky conmigo, porque no quiero ser la única que empiece el año con dolor de cabeza.

—Salud, entonces —dice Beth con gravedad, echándose al coleto todo el contenido del vaso y riéndose cuando le arde la nariz.

—¡Eso está mucho mejor! —Me río.

Fuera hace un frío cortante. El aire se cuela a través de la ropa y de la sensación de bienestar del alcohol; nos lloran los ojos, se nos cuartean los labios. Caminamos deprisa apretando los dientes, encorvándonos de forma poco elegante. Está despejado; el cielo está impenetrable, desgarrado por el viento implacable. Hay luces por todo el pueblo, protegiéndolo de la noche solitaria, y el calor y la humanidad del White Horse estallan como una ola cuando abro la puerta. Está de bote en bote. Inhalamos la respiración de los demás, nadamos a través de ella; el pesado y alegre olor a alcohol y a cuerpos. Las voces tan altas, tan cercanas. Estoy segura de que el silencio en el corazón de Beth será vencido. Me abro camino hasta la barra, buscando entre la gente a Patrick o a Dinny o a algún otro conocido. Lo que veo son los rizos rasta de Harry en la acogedora sala del fondo del pub. Pido dos whiskies y dos aguas, inclino la cabeza y sonrío a Beth para que me siga.

BOOK: El Legado
4.29Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Dark Horde by Brewin
Blue Moon by Weaver, Pam
Secrets of a Lady by Grant, Tracy
At First Sight by Heather Todd
Warlord by Elizabeth Vaughan
House of Skin by Curran, Tim
Embers by Antoinette Stockenberg