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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

El Guardiamarina Bolitho (31 page)

BOOK: El Guardiamarina Bolitho
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—¿Qué harás una vez termine esto? —preguntó Richard.

—¿Hacer? —rió Hugh—; Supongo que volveré a mi grado de teniente cadete en algún maldito buque de guerra. He fracasado en lo que vine a hacer aquí, y mi ascenso se ha ido a paseo.

Bolitho se levantó al oír cascos de caballos en el patio. Resonó un portazo, y un instante después apareció la señora Tremayne con ojos grandes como platos.

—¡Le tienen, señorito Richard! ¡Le han encontrado!

La estancia pareció resucitar en un santiamén. Sirvientes, guardabosques, el propio Pendrith corrían de un lado a otro.

Pendrith explicó:

—Unos soldados le encontraron, señor. Andaba por el camino, con las manos atadas a la espalda y los ojos vendados. ¡Aún hubo suerte de que no se cayera de cabeza por el acantilado!

Se hizo el silencio cuando Dancer cruzó la puerta. Venía cubierto por un largo chubasquero. Dos dragones del regimiento de De Crespigny le ayudaban a andar.

Bolitho se avanzó hacia él y le agarró por los hombros. Ninguno de los dos podía proferir una palabra. Se miraron con intensidad durante varios segundos.

—Esta vez ha faltado poco, Dick —dijo por fin Dancer.

Harriet Bolitho se abrió camino entre los cuerpos y arrancó el chubasquero de la espalda de Dancer. Luego le tomó en sus brazos y atrajo su cabeza contra su hombro, mientras las lágrimas corrían sin freno por sus mejillas.

—¡Mi pobre muchacho!

Sus captores le habían dejado únicamente el pantalón. Ciego por la cinta que cubría sus ojos y descalzo.

Dancer anduvo por un camino desconocido. Tropezó y cayó en varias ocasiones, y sin duda habría perecido de frío. También le habían golpeado. Bolitho vio en su espalda las marcas dejadas por los cordajes.

—Señora Tremayne —ordenó con prontitud la madre de Bolitho—, acompañe a estos hombres a la cocina. Déles todo lo que le pidan, incluido dinero.

Los soldados saludaron con respeto y restregaron la suela de sus botas.

—Agradecidos, señora. Ha sido un placer ser de ayuda.

Dancer se agachó junto al fuego y musitó:

—Me condujeron hasta una aldea alejada, y comentaban entre ellos que era un lugar de brujería, por lo que nadie se atrevería a buscarme allí. Eso les hacía reír mucho. Me advirtieron que si no soltabais a su compañero me matarían.

Alzó la cabeza hacia Hugh Bolitho.

—Siento haber fracasado, señor. Los atacantes parecían auténticos soldados y nos embistieron sin cuartel. —Se estremeció y se cubrió el brazo con la mano, como intentando disimular su desnudez.

—Lo hecho, hecho está, señor Dancer —respondió Hugh—. Me alegro de verle vivo, y lo digo sinceramente.

La señora Bolitho se acercó sosteniendo un tazón de sopa humeante.

—Tómate esto, Martyn —su voz parecía haber recuperado la serenidad—. Y enseguida, a la cama.

Dancer miró hacia Bolitho.

—Me tuvieron siempre con los ojos vendados. Una vez que intenté liberarme, noté que acercaban a mi cara un hierro al rojo vivo. Uno de ellos me amenazó diciendo que si lo volvía a intentar no necesitarían taparme los ojos, pues con aquel hierro me iban a dejar ciego.

Se estremeció de nuevo mientras Nancy cubría sus hombros con un chal de lana.

Hugh Bolitho pegó un puñetazo contra la pared.

—Son gente lista. Aunque no pudiese reconocer sus caras, sabían que recordaría el lugar.

Dancer se alzó con expresión de dolor. Antes de ser descubierto por la patrulla de soldados sus pies descalzos habían recibido numerosos cortes.

—A uno de ellos le conozco.

Se quedaron todos mirándole, temiendo que cayese redondo allí mismo.

—Eso ocurrió el primer día. Yo estaba tumbado en la oscuridad, esperando morir en cualquier momento, y le oí. Supongo que no le habían avisado que me tenían allí. —Su puño apretó con más fuerza la mano de la dama—. Era ese hombre que vino aquí, señora. Ese que se llama Vyvyan.

Ella asintió calmosamente, expresando favor con su mirada.

—Has sufrido mucho, Martyn, y nosotros estábamos muy preocupados. —Le besó con cariño en los labios—. Ahora tienes que ir a acostarte. En la cama hay todo lo que necesitas.

Hugh Bolitho se le había quedado mirando como si no hubiese oído bien.

—¿Sir Henry? ¿Estás seguro?

—¡Olvídalo, Hugh! —exclamó su madre—. ¡Ya le han hecho sufrir bastante, a este chico!

Bolitho vio que la energía reaparecía de pronto en las facciones de su hermano: parecía una nube achubascada que se acercase a un buque encalmado.

—Para ti puede ser un chico, mamá. Pero no ha dejado de ser oficial de mi barco.

Hugh no lograba disimular su excitación.

—En nuestras propias narices. Por supuesto, los hombres de Vyvyan siempre resultaban estar muy cerca, y nunca lográbamos cazar a ningún forajido. Y ese prisionero, claro, precisaba sacárselo de encima antes de que lo interrogase un juez. El canalla, para salvar su vida, habría sido capaz de denunciarle.

Bolitho sintió que se le secaba la boca. Vyvyan, para completar el escenario, había sido capaz de hacer disparar contra algunos de sus propios hombres. Se trataba de un monstruo, no de un ser humano. Y su plan funcionaba, o por lo menos iba a funcionar si nadie creía la historia contada por Dancer.

Jefe de los raqueros y promotor de naufragios, contrabandista e implicado de alguna forma en una probable rebelión de América, parecía una pesadilla inacabable.

Vyvyan lo había planeado todo. Desde el principio fue más listo que las autoridades. Fue él quien tuvo la idea de intercambiar prisioneros y convenció al coronel.

El guardiamarina se dirigió a su hermano:

—¿Qué piensas hacer?

Hugh sonrió con amargura.

—Me gustaría informar de esto al almirante. Pero lo primero es descubrir dónde se encuentra esa aldea. No estará lejos de la costa. —Sus ojos brillaban como ascuas—. Esa vez, Richard, esa próxima vez que nos enfrentemos, ¡no tendrá tanta suerte!

Richard siguió a Dancer por las escaleras rodeadas de retratos familiares y le acompañó a su dormitorio.

—De ahora en adelante, Martyn, no pienso quejarme por ser destinado a un navío de línea.

Dancer se sentó sobre la cama e, inclinando la cabeza, escuchó el silbido del viento que rebotaba en los cristales de la ventana.

—Yo tampoco.

Se dejó caer sobre el colchón, completamente agotado.

Richard Bolitho, viendo su cabeza dormida bajo la luz de varias velas, pensó de pronto en aquella otra cabeza rubia muerta que había visto sobre la hierba, y sintió una avalancha de gratitud.

9
LA MANO DEL DIABLO

El coronel De Crespigny observaba la decoración de la cámara del
Avenger
, donde se hallaba sentado, con una mezcla de curiosidad y asco.

—Como ya le he explicado a su… eh… comandante —decía—, no hay bastantes pruebas para arriesgarse en una operación.

Los dos guardiamarinas iniciaron gestos de protestas, y el coronel añadió a toda prisa:

—No es que no crea lo que usted oyó, o cree haber oído. Pero es que en un tribunal eso no tendría ninguna fuerza probatoria; y créame, un hombre de la posición y con la autoridad de sir Henry recurriría a las más altas instancias.

Se inclinó hacia Dancer y, al moverse, hizo crujir el cuero brillante de sus botas.

—Imagínese a usted en el juicio, ante un buen abogado llegado de Londres, un juez de instrucción de esos que se las saben todas y un jurado convencido de antemano. Su voz sería la única en protestar. Admito que la tripulación de la goleta puede ser considerada sospechosa; pero no hay nada que la conecte, por lo menos hasta ahora, con sir Henry o con una actividad delictiva. Aun cuando hallemos nuevas pruebas, servirán contra los hombres de la goleta, no contra el caballero en cuestión.

Hugh Bolitho dejó reposar los hombros contra el costado del barco. Con los ojos cerrados dijo:

—Parece que no podemos hacer nada.

El coronel tomó una copa y la llenó con exquisito cuidado.

—Si logran hallar la aldea y allí encuentran alguna prueba, o algún testigo, algo consistente, acaso puedan llevar el caso adelante. Pero sin eso… Piensen que los más comprometidos son ustedes, y que ante un tribunal de investigación les convendrá tener a sir Henry a su favor. Deben pensar en protegerse ustedes.

Richard miraba a su hermano y compartía su sentimiento de fracaso e injusticia. Si Vyvyan llegaba a sospechar lo que tramaban, pondría en marcha otro plan para hundir aún más a su hermano en la desgracia.

Junto a ellos se sentaba Gloag, que a pesar de carecer de la autoridad de un oficial había sido invitado a la reunión a causa de su experiencia.

—Por esa zona debe de haber más de cien aldeas y poblados como el que cuenta el señor —dijo ásperamente—. Eso llevaría meses.

—Antes de terminar el rastreo —masculló Hugh Bolitho—, alguien se lo habrá hecho saber al almirante, y el
Avenger
será destinado a otra misión, ¡y con otro comandante, por supuesto!

—Muy probable —asintió De Crespigny—. Llevo casi toda la vida en el Ejército de Infantería, y todavía me sorprenden las reacciones de mis superiores.

Hugh Bolitho iba a alcanzar una copa, pero interrumpió su movimiento.

—Hoy he terminado mi informe escrito destinado al almirante y al jefe superior de Aduanas e Impuestos de Penzance. Está haciendo las copias mi secretario, el señor Whiffin. También he escrito cartas a los parientes de los hombres muertos, y he dado órdenes para la venta de sus petates y baúles. —Hizo un gesto de impotencia con las manos—. No sé qué más puedo hacer.

Bolitho le examinó con detenimiento y descubrió allí mismo a una persona muy distinta de aquel joven seguro de sí mismo, arrogante y hasta testarudo, que a menudo había visto en su hermano.

—Hay que encontrar la aldea —dijo—. Y hay que encontrarla antes de que se lleven de allí los mosquetes y el resto del botín logrado en saqueos y robos. Tiene que haber una pista, estoy seguro de que la hay.

—Pienso como usted —dijo De Crespigny suspirando—. Pero aunque enviara hasta el último hombre y el último caballo de que dispongo no descubriría nada. Los bandidos se esconden bajo tierra igual que comadrejas. Aparte de que sir Henry acabaría por sospechar que vamos tras él. Su idea de «capturar» a un saqueador y luego intercambiarlo fue una obra maestra. Con ella puede convencer a cualquier jurado, y más aún a uno de aquí.

Dancer se mostró de pronto excitado.

—Sir Henry dijo que conocía a ese bandido, y que aunque estuviese libre podía cazarle de nuevo y encerrarle.

De Crespigny agitó su cabeza con desánimo.

—Si tiene usted razón en sus sospechas sobre sir Henry, ese hombre está ya muerto o se ha ido de viaje a un lugar lejano, donde no pueda perjudicarle.

—¡No! —explotó Hugh Bolitho—. Lo que dice el señor Dancer es lo único sensato que he oído hasta ahora. —Su mirada recorrió la cámara, como buscando una escapatoria—. Vyvyan es demasiado hábil para inventar una historia que se pueda investigar. Intentemos descubrir quién era ese hombre, y de dónde procede, y estaremos en el buen camino.

Hugh parecía haber recuperado toda su vitalidad:

—¡Es la única pista de que disponemos, por Dios!

El señor Gloag se agitó con aprobación.

—Será alguien de alguna finca de sir Henry, apuesto lo que quieran.

Bolitho notó que una brisa de esperanza había entrado en la cámara. Era de momento muy poca cosa, pero algo más que hacía unos minutos.

—Mandemos a alguien a nuestra casa —dijo—. Que pregunten por Hardy. Antes de estar con nosotros trabajó con Vyvyan.

—¿Su jardinero? —preguntó sorprendido De Crespigny—. ¡Si me jugase lo que usted se juega, yo buscaría a alguien más fiable!

—Con todos los respetos, señor —replicó Hugh Bolitho con una sonrisa—, no es usted quien se juega la carrera, sino yo, junto con el buen nombre de mi familia.

El
Avenger
, tirando del cable de su fondeo, se balanceó con pereza, como pidiendo que le dejasen hacerse a la mar y recuperar su protagonismo.

—¿Qué me dicen? —preguntó Bolitho—. ¿Lo intentamos?

Bill Hardy era ya muy mayor; su especial destreza con plantas y flores compensaba quizá la progresiva pérdida de visión de sus ojos. En toda su vida no se había movido de un cuadrado de diez millas cuadradas, y sabía las historias de casi todo el mundo. De carácter reservado, Bolitho sospechaba que su padre lo empleó por compasión, o acaso porque Vyvyan nunca había disimulado su admiración —o interés— por la señora Bolitho.

—En cuanto sea posible —dijo Hugh Bolitho—. Pero con mucha cautela. Si levantamos la liebre, será un desastre.

Extrañamente, permitió que su hermano y Dancer regresasen a la casa y se ocupasen de la misión. Bolitho se preguntó si delegaba el caso para no complicar las cosas, o por miedo a perder los estribos.

Andaban a toda prisa por la plaza adoquinada y Dancer, jadeando, declaró:

—¡Empiezo a sentirme libre de nuevo! ¡Diría que estoy listo para enfrentarme con lo que venga!

Richard, mirándole, sonrió. Su ilusión inicial era pasar juntos la Navidad y disfrutar de una de aquellas cenas fantásticas que preparaba la señora Tremayne. El futuro inmediato, sin embargo, igual que el cielo gris que amenazaba lluvia, resultaba menos animador de lo intuido en la cabina del
Avenger
. Antes que a la mesa de la señora Tremayne, se tendrían que enfrentar a un tribunal de investigación.

La madre de Bolitho estaba escribiendo una carta en la biblioteca. Contaba los acontecimientos a su marido. Siempre había por lo menos una docena de misivas por los caminos de la mar, pensó Bolitho. O retenidas en el despacho de algún almirante que esperaba la arribada del navío.

—Hablaré yo con él —se ofreció tras escuchar el plan de su hijo.

—Hugh dijo que no lo hicieras —protestó Bolitho—. Ni él ni yo queremos mezclarte en esto.

La dama sonrió.

—Me mezclé en esto el día en que conocí a vuestro padre. —Se cubrió los hombros con un mantón y añadió—: El pobre Hardy fue condenado a las colonias por un robo de pescado y comida, para su familia. Fue un año muy duro, en que la cosecha salió mal y había muchas enfermedades. Sólo en Falmouth, murieron de la fiebre una cincuentena de personas. Y el pobre Hardy se sacrificó en vano, pues su hijo y su esposa murieron de todas formas. Es un hombre de honor.

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