El Desfiladero de la Absolucion (64 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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—Voy con él —dijo Valensin, levantándose mientras los ayudantes le llevaban a Hallatt.

—He dicho que no te muevas —repitió Escorpio. El médico dio un puñetazo en la mesa.

—Acabas de matar a un hombre, ¡bestia simplona! O al menos así será si no recibe atención médica inmediata. ¿Es eso algo que realmente quieres sobre tu conciencia, Escorpio?

—Quédate donde estás.

Valensin dio un paso hacia la puerta.

—Adelante, entonces. Detenme si de verdad significa tanto para ti. Tienes los medios para hacerlo.

La cara de Escorpio se convirtió en una máscara de furia y odio que Antoinette nunca había visto antes. Le sorprendió que los cerdos tuviesen la necesaria destreza facial para producir una expresión tan extrema.

—Te detendré, confía en mí. —Escorpio metió la mano en un bolsillo o funda bajo la mesa y sacó un cuchillo. No era ninguno que Antoinette hubiese visto antes. La hoja, al ser accionada por el cerdo, se volvió borrosa.

—Escorpio —dijo Antoinette, levantándose también—, deja que vaya. Es médico.

—Hallatt debe morir.

—Ya hemos sufrido demasiadas muertes —dijo ella—. Una más no va a mejorar las cosas.

El cuchillo temblaba en su mano como si no estuviese del todo domado. Antoinette pensó que se le caería en cualquier momento. Entonces sonó una musiquilla. El inesperado ruido pareció pillar al cerdo desprevenido. Su furia desapareció repentinamente. Miró a la fuente del sonido. Provenía de su brazalete de comunicación. Escorpio detuvo el cuchillo, que se volvió sólido de nuevo, y lo volvió a guardar de donde había salido. Miró a Valensin y pronunció una palabra.

—Ve.

El Doctor hizo un breve gesto con la cabeza, con el rostro aún mostrando su enfado, y salió a toda prisa tras los ayudantes que se habían llevado al herido.

Escorpio levantó el brazalete hasta su oreja y escuchó a una vocecita estridente y lejana. Tras un minuto frunció el ceño y le pidió que repitiese lo que había dicho. Conforme el mensaje era repetido, relajó el ceño, aunque no completamente.

—¿Qué pasa? —preguntó Antoinette.

—La nave —dijo—. Está pasando algo.

Diez minutos más tarde, una lanzadera había sido requisada y desviada de sus tareas de evacuación. Descendió a una manzana de la Gran Concha, aterrizando entre edificios mientras un grupo de agentes de la división despejaban el área y proporcionaban un acceso seguro para la pequeña comitiva de notables de la colonia. Vasko fue el último en subir a bordo, tras Escorpio y Antoinette Bax, mientras que Blood y el resto se quedaron en tierra cuando la nave volvió a elevarse. La lanzadera arrojó una fuerte luz blanca hacia los edificios. Los ciudadanos en tierra tuvieron que protegerse los ojos sin querer apartar la vista. No había nadie en Primer Campamento que no deseara urgentemente estar en cualquier otro lugar. Solo había sitio para ellos tres porque la bodega de la lanzadera ya estaba cargada casi hasta el límite de su capacidad con evacuados.

Vasko notó que la máquina aceleraba. Se aferró a una agarradera en el techo, deseando que el vuelo fuese breve. Los evacuados lo miraban asombrados, como esperando una explicación que él no estaba en situación de proporcionar.

—¿A dónde se supone que los llevan? —preguntó al capataz al mando.

—Hacia el interior —dijo en voz baja, refiriéndose al territorio más protegido—, pero ahora los llevaremos a la nave. No podemos permitirnos perder un tiempo precioso.

La fría eficiencia de la decisión lo dejó atónito y, tuvo que reconocerlo, admirado.

—¿Qué pasa si no les gusta el cambio? —preguntó, manteniendo la voz baja.

—Siempre pueden presentar una reclamación.

El viaje no duró mucho. En esta ocasión llevaban a un piloto, aunque muchos vuelos de evacuación se hacían con naves sin tripulación, pero estimaron que este era demasiado singular. Se mantuvieron a baja altura en su camino hacia el mar y luego realizaron un amplio giro alrededor de la base de la nave. Vasko tuvo la suerte de estar junto a la pared en la que abrió una ventana por la que veía la plateada bruma. A su alrededor los evacuados se agolparon para mirar.

—Cierra esa ventana —dijo Escorpio.

—¿Qué?

—Ya me has oído.

—Yo que tú haría lo que dice —dijo Antoinette.

Vasko cerró la ventana. Si había un día en el que no discutirle al cerdo, pensó, era precisamente este. En cualquier caso no había podido ver nada, solo un atisbo de la amenazante presencia de la nave.

Ascendieron, presumiblemente continuando el vuelo en espiral alrededor de la nave. Luego notó que la lanzadera desaceleraba y tocaba suelo. Transcurrido un minuto más o menos, una línea de luz señaló la apertura de salida por la que indicaron a los evacuados que bajaran. Vasko no pudo ver con claridad lo que había allí fuera, en la zona de recepción. Tan solo pudo ver de pasada a los guardias de la División en posición de alerta, guiando a los recién llegados con una eficacia que traspasaba los límites de la urgencia educada. Habría esperado que la gente mostrase cierta rabia cuando se dieran cuenta de que les habían traído a la nave en lugar de al refugio en tierra, pero lo único que observó fue dócil aceptación. Quizás no se habían dado cuanta todavía de que esto era la nave y no un área de tratamiento en superficie al otro lado de la isla. Si era así, prefería no estar por allí cuando se enterasen del cambio de planes.

En seguida, la lanzadera estuvo vacía de evacuados. Vasko casi esperaba que los invitasen a salir también, pero en lugar de eso los tres permanecieron a bordo con el piloto. La puerta se volvió a cerrar y la nave partió del muelle.

—Ahora sí puedes abrir esa ventana —dijo Escorpio.

Vasko creó una amplia ventana en el casco, lo suficientemente grande para que los tres miraran hacia fuera, pero por el momento no había nada que ver. Sintió que la nave daba una sacudida y viraba en su descenso del muelle de recepción, pero no supo decir si seguían cerca de la
Nostalgia por el Infinito
o regresaban a Primer Campamento.

—Dijiste que algo le pasaba a la nave —dijo Vasko—. ¿Son los niveles de neutrinos?

Escorpio se giró hacia Antoinette.

—¿Cómo van?

—Más altos que la última vez que informé sobre ellos —dijo—, pero según nuestras estaciones de control, no han estado ascendiendo al mismo ritmo que antes. Siguen subiendo, pero no tan rápido. Quizás mi charla con John sirvió de algo, después de todo.

—Entonces, ¿cuál era el problema?

Escorpio señalo a algo al otro lado de la ventana.

—Ese —dijo.

Vasko siguió la mirada del cerdo y vio la espiral de la nave surgiendo de la bruma plateada del mar. Habían descendido rápidamente y estaban a la altura en la que la nave emergía del agua. Era allí donde tan solo la noche anterior Vasko había visto las barcas y a los escaladores intentando ascender hasta los puntos de entrada de la nave. Pero todo había cambiado desde entonces. No había escaladores ni barcas. En lugar de un anillo de agua transparente alrededor de la base de la nave, la espiral estaba rodeada de un borde espeso e impenetrable de biomasa malabarista de un turbio color verde y textura intrincada. La capa se extendía a lo largo de más o menos un kilómetro a la redonda, conectándose con otros grupos de biomasa mediante puentes flotantes de la misma materia verdosa. Pero eso no era todo. La capa alrededor de la nave iba escalando por el casco, formando una piel de biomasa. Debía de tener decenas de metros de espesor en algunos puntos, docenas de metros más en la base. En ese momento, Vasko estimaba que habría alcanzado unos doscientos o trescientos metros de altura. El extremo superior no formaba un círculo uniforme, sino más bien irregular, como una sonda extendiendo sus zarcillos inquisidores y sus frondas cada vez más alto. Venas de color verde claro se distinguían al menos a cien metros por encima de la masa principal. Toda la envoltura se movía incluso mientras la observaban, trepando inexorablemente hacia arriba. La masa principal debía moverse a casi un metro por segundo. Suponiendo que mantuviera ese ritmo, cubriría toda la nave en una hora.

—¿Cuándo empezó todo esto? —preguntó Vasko.

—Hace unos treinta o cuarenta minutos —dijo Escorpio—. Nos avisaron en cuanto la concentración empezó a acumularse en la base.

—¿Por qué ahora? Quiero decir, después de todos los años que lleva la nave aparcada aquí, ¿por qué iban a empezar a atacarla precisamente hoy? —preguntó Vasko.

—No lo sé —respondió Escorpio.

—No podemos estar seguros de que sea un ataque —dijo Antoinette tranquilamente.

El cerdo se volvió hacia ella.

—Entonces, ¿qué te parece a ti que es?

—Podría ser cualquier cosa —respondió ella—. Vasko tiene razón, un ataque no tiene sentido. No en este momento, después de tantos años. Tiene que haber otra explicación —y añadió—: Espero.

—Tú lo has dicho —replicó Escorpio.

La lanzadera siguió rodeando la nave. Por todo su contorno se repetía la historia. Era como ver una película a cámara rápida del musgo cubriendo un enorme edificio de piedra, o del moho envolviendo a una estatua; un moho resuelto y deliberado.

—Esto cambia las cosas —dijo Antoinette—. Estoy preocupada, Escorp. Puede que no sea un ataque, pero ¿qué pasa si me equivoco?, ¿qué pasa con la gente que ya está a bordo?

Escorpio levantó su brazalete y habló susurrando.

—¿A quién llamas? —preguntó Antoinette. Tapó el micrófono con la mano.

—A Mari Pellerin —dijo—. Creo que ya es hora de que el cuerpo de nadadores averigüe lo que está pasando.

—Estoy de acuerdo —dijo Vasko—. En mi opinión, ya tenían que haber salido a nadar, en cuanto la actividad malabarista comenzó. ¿No están para eso?

—No dirías eso si fueras tú el que tuviera que salir a nadar ahí fuera —dijo Antoinette.

—No, no tengo que ir yo. Tienen que ir ellos, es su trabajo. Escorpio siguió hablando en voz baja por el brazalete.

Seguía diciendo lo mismo una y otra vez, como si se lo repitiera a gente diferente. Finalmente negó con la cabeza y bajó el brazo.

—Nadie puede encontrar a Pellerin —dijo.

—Tiene que estar en algún sitio —dijo Vasko—. Preparada, a la espera de órdenes. ¿Has probado en la Gran Concha?

—Sí.

—Déjalo —dijo Antoinette, tocando la manga del cerdo—. Es todo un caos. No me extraña que las líneas de comunicación se colapsen.

—¿Y qué pasa con el resto de nadadores? —preguntó Vasko.

—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Escorpio.

—Si Pellerin no tiene ganas de hacer su trabajo, ¿qué pasa con los demás? Siempre estamos oyendo lo importantes que son para la seguridad de Ararat. Ahora es el momento de demostrarlo.

—O morir en el intento —dijo Escorpio. Antoinette negó con la cabeza.

—No les pidas que salgan a nadar, Escorp. No merece la pena. Lo que sea que está pasando es el resultado de una decisión colectiva tomada por la biomasa. Un par de nadadores no van a solucionar nada a estas alturas.

—Ya, pero me esperaba algo más de Mari —dijo Escorpio.

—Ella sabe cuál es su deber —dijo Antoinette—. No creo que nos abandonase si tuviera elección. Esperemos que esté bien.

Escorpio se apartó de la ventana y avanzó hacia el frontal de la nave. Incluso cuando la aeronave cabeceaba respondiendo a las impredecibles corrientes termales que giraban en torno a la enorme nave, el cerdo permanecía anclado al suelo. Bajo y ancho, Escorpio se encontraba más cómodo sobre sus patas durante las turbulencias que cualquiera de sus acompañantes humanos.

—¿A dónde vas? —preguntó Vasko. El cerdo miró hacia atrás.

—Voy a decirle que cambie nuestro plan de vuelo. Se suponía que íbamos a regresar a por más evacuados.

—¿Y no vamos a hacerlo?

—Después. Primero quiero subir a bordo a Aura. Creo que el cielo podría ser el lugar más seguro en este instante.

28

Ararat, 2675

Vasko y Escorpio se encargaron de la incubadora, que transportaron con cuidado hasta la bodega vacía de la lanzadera. El cielo se estaba oscureciendo y la matriz termal de la lanzadera estaba de un color rojo rabioso, con sus piezas silbando y chasqueando. Khouri les siguió con recelo, encorvada frente a la opresiva manta de aire caliente atrapado bajo las curvadas alas de la lanzadera. No había dicho nada más desde que se despertó, moviéndose en un estado semiconsciente de cauta conformidad. Valensin iba tras sus pacientes, aceptando cabizbajo la situación. Sus dos sirvientes médicos rodaban lentamente tras él, unidos a su amo por inviolables lazos de obediencia.

—¿Por qué no vamos a la nave? —seguía preguntando Valensin.

Escorpio no le había respondido todavía. Se comunicaba de nuevo con alguien a través del brazalete, probablemente con Blood o alguno de sus lugartenientes. Escorpio negó con la cabeza y gruñó una palabrota. Las noticias no parecían ser bien recibidas, pensó Vasko.

—Yo voy delante —dijo Antoinette—, por si el piloto necesita ayuda.

—Dile que vaya despacio y estable —ordenó Escorpio—. No queremos correr riesgos, y que esté preparado para sacarnos fuera de aquí si fuese necesario.

—Asumiendo que esta cosa tenga potencia para alcanzar la órbita.

Despegaron. Vasko ayudó al doctor y a sus asistentes mecánicos a sujetar firmemente la incubadora. Valensin le mostró cómo podían hacer que las paredes interiores de la lanzadera formasen rebordes y nichos con diferentes calidades de adhesión. Pronto pegaron la incubadora y dejaron a los dos sirvientes vigilando sus funciones. Aura, la «cosa» arrugada y llena de tubos visible a través del plástico tintado, parecía ajena a todo el jaleo.

—¿A dónde vamos? —preguntó Khouri—. ¿A la nave?

—En realidad hay un problemilla con la nave —dijo Escorpio—. Vamos, echa un vistazo, creo que te parecerá algo interesante.

Volvieron a rodear la nave, a la misma altitud que antes. Khouri se quedó mirando el espectáculo con los ojos muy abiertos sin comprender nada. A Vasko no le extrañó lo más mínimo su reacción. Cuando él había visto la nave, hacía tan solo media hora, estaba en las primeras etapas del avance devorador de la biomasa malabarista. Y es que el proceso no había hecho más que empezar, por lo que era fácil asimilar lo que estaba pasando. Pero ahora la nave no estaba. En su lugar había una impresionante e irregular espiral verde. Él sabía que había una nave bajo la masa, pero era difícil imaginar lo extraña que debía resultar la imagen para alguien que no había visto la primera etapa del desarrollo malabarista.

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