El Desfiladero de la Absolucion (61 page)

Read El Desfiladero de la Absolucion Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
6.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Creo estamos más lejos de lo que imaginas.

—¿Por qué dices eso? Ambos vamos hacia el sur, ¿no? Ambos viajamos en la caravana hacia el Camino. ¿Tú ves alguna diferencia?

—Muchas —dijo Rashmika—. Yo no voy de peregrinaje. Voy a… investigar.

—Llámalo como quieras —dijo con una sonrisa.

—Es un asunto personal secular. Un asunto que no tiene nada que ver con tu religión, en la que por cierto no creo, pero que tiene mucho que ver con el bien y el mal.

—Yo tenía razón. Ciertamente eres una persona seria y decidida. A Rashmika no le gustó su comentario.

—¿No deberías regresar con tus amigos?

—No me lo permiten —dijo—. Podrían haber tolerado un momento de distracción, incluso podrían haberme perdonado un lapsus como el que te mencioné antes, pero una vez los has abandonado, se acabó. Estás contaminado. Ya no hay vuelta atrás.

—¿Por qué los dejaste?

—Por ti, como he dicho antes. Porque verte allí abrió un rayo de duda en mi armadura. Supongo que nunca estuve demasiado convencido, o de lo contrario ni siquiera me habría fijado en ti. Pero la segunda vez, cuando casi te caes, ya tenía dudas sobre si tendría la convicción suficiente para continuar.

—En ese momento Rashmika comenzó a decir algo, pero él la detuvo con un movimiento de la mano y continuó hablando—.

No debes culparte. En realidad podría haber sido cualquiera. Mi fe nunca fue tan fuerte como la de los demás, y cuando pensaba en lo que me esperaba, en lo que me estaba metiendo, supe que no tendría la fuerza para soportarlo.

Rashmika sabía a lo que se refería. Los rigores de esta parte del peregrinaje no eran nada comparados con lo que le pasaría a Pietr cuando llegasen a la catedral de destino. Allí su fe sería irreversiblemente consolidada con medios químicos. Y como observador, lo adaptarían quirúrgicamente y neurológicamente para permitirle contemplar Haldora durante cada instante de su existencia. Sin dormir, sin distracciones, ni siquiera el descanso de un parpadeo. Solo silenciosa observación hasta su muerte.

—Yo tampoco tendría el valor —dijo ella—. Incluso si creyera.

—¿Por qué no crees?

—Porque creo en las explicaciones racionales. No creo que los planetas simplemente dejen de existir sin un buen motivo.

—Pero existe una buena razón. La mejor que pueda haber.

—¿La obra de Dios?

Pietr asintió. Fascinada, Rashmika observaba el movimiento de su nuez, presionando contra el borde del cuello de la camisa.

—¿Se puede pedir una explicación mejor?

—Pero ¿por qué aquí?, ¿por qué ahora?

—Porque estamos en el Final de los Tiempos —dijo Pietr—. Hemos sufrido guerras humanas y plagas humanas. Luego tuvimos plagas ajenas y noticias de guerras ajenas. ¿No te preguntas de dónde vienen los refugiados?, ¿no te preguntas por qué vienen hasta aquí precisamente? Ellos lo saben. Saben que este es el lugar donde empezará, este es el lugar donde ocurrirá.

—Creí que habías dicho que no eras creyente.

—He dicho que no estaba seguro de la fortaleza de mi fe, que no es exactamente lo mismo.

—Creo que si Dios quisiera comunicarnos algo, encontraría una forma mejor que a través de unas desapariciones aleatorias de un gigante gaseoso a años luz de la Tierra.

—Pero no son aleatorias —corrigió Pietr, eludiendo el resto de su argumentación—. Eso es lo que todo el mundo piensa, pero no es verdad. Las iglesias lo saben y los que han dedicado tiempo a estudiar los archivos también lo saben.

Ahora, muy a su pesar, advirtió que quería oír lo que él tenía que contarle. Pietr tenía razón, las desapariciones de Haldora siempre habían sido presentadas por las iglesias como hechos aleatorios, sujetos a la inescrutable voluntad divina. Y lo vergonzoso del asunto era que ella siempre lo había creído, sin cuestionarlo. Nunca se había parado a pensar que la verdad podía ser más compleja. Había estado demasiado preocupada con sus estudios académicos de los scuttlers para ver nada más allá.

—Y si no son aleatorias —preguntó—, ¿entonces cómo son?

—No sé cómo lo llamarías si fueses matemática o una estudiosa de la materia. Yo no soy ninguna de las dos cosas. Solo sé que gente así me lo ha dicho. Es cierto que no se puede predecir cuándo va a suceder una desaparición, por lo que en ese sentido sí son aleatorias, pero el tiempo medio entre las desapariciones se ha ido reduciendo desde que Quaiche fue testigo de la primera. Sin embargo hasta hace poco nadie lo ha visto con claridad. Ahora no pueden obviarlo si se estudian las pruebas.

Rashmika sintió una punzada en la nuca.

—Entonces enséñame esas pruebas. Quiero verlas.

La caravana viró bruscamente al entrar en otro de los túneles horadados en la pared del acantilado.

—Te enseñaré las pruebas —dijo Pietr—, pero si son o no las pruebas adecuadas, es ya otra cuestión.

—Me pierdo, Pietr.

La caravana arañó y raspó las paredes del estrecho túnel. Rashmika oyó golpes y materiales sueltos (rocas y hielo) martilleando en el tejado. Se acordó de los observadores de allí arriba y se preguntó cómo saldrían de esta.

—Llegaremos al puente en unas cuatro o cinco horas —dijo Pietr—. Cuando estemos a medio camino nos veremos en el tejado, donde estuvimos antes. Te enseñaré algo interesante.

—¿Por qué iba a querer reunirme contigo en el tejado, Pietr? ¿Me puedo fiar de ti?

—Por supuesto —dijo él.

Aun así, Rashmika únicamente aceptó su palabra porque sabía que él creía en lo que decía.

Ararat, 2675

Khouri se despertó. Escorpio estaba junto a ella cuando abrió los ojos, sentado en la silla junto a la cama donde Valensin había estado antes. Había transcurrido otra hora y se había perdido la reunión en la Gran Concha. Lo consideró un trato justo. La mujer parpadeó y se frotó los ojos soñolientos. Tenía las comisuras de los labios blancas por la saliva reseca.

—¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?

—Es por la mañana del día después de rescatar a Aura. Llevas dormida casi todo el día. El médico dice que es simplemente cansancio. Todo el tiempo que llevas con nosotros has debido de estar funcionando a base de vapor.

Khouri giró la cabeza al otro lado de la cama.

—¿Y Aura?

—El médico dice que está bien. Como tú, solo necesita descansar. Teniendo en cuenta por todo lo que ha pasado, está bastante bien.

Khouri cerró los ojos y suspiró. En ese momento Escorpio vio cómo se relajaba toda la tensión de su cuerpo. Era como si durante todo el tiempo que había estado con ellos, desde que la sacaron de la cápsula, hubiera estado llevando una máscara y ahora se hubiese desecho de ella. Abrió de nuevo los ojos. Eran como ventanas hacia una mujer más joven. Escorpio recordó claramente cómo era Khouri antes de que las dos naves se separasen en el sistema Resurgam, hace media vida.

—Me alegro de que esté sana y salva —dijo Khouri—. Gracias por ayudarme, y siento lo que le pasó a Clavain.

—Yo también, pero no había otra elección. Skade mandaba. Nos tendió una trampa y caímos en ella. Una vez supo que no podía beneficiarse aferrándose a Aura, estaba lista para entregárnosla. Pero no nos iba a dejar marcharnos sin pagar. Creía que Clavain aún le debía algo.

—Pero lo que le hizo…

Escorpio le acarició la cabeza suavemente.

—No pienses en eso ahora. No vuelvas a pensar nunca más en eso, si puedes evitarlo.

—Él era tu amigo, ¿verdad?

—Supongo que sí, si es que he tenido amigos alguna vez.

—Estoy segura de que has tenido amigos, Escorp, y creo que aún los tienes. Dos más ahora, si los quieres.

—¿Madre e hija?

—Ambas estamos en deuda contigo.

—Tendré que pensármelo.

Khouri se rió. Era agradable escuchar a alguien reírse, aunque ella era la última de la que lo hubiera esperado. Antes del viaje al iceberg le había parecido que estaba impulsada por una obsesión, como una poderosa y decidida arma programada caída del cielo. Pero ahora entendía que era tan frágil y humana con el resto, lo que quiera que «humano» significase para un cerdo.

—¿Te importa si te pregunto una cosa? —dijo Escorpio—. Si tienes sueño, puedo volver más tarde.

—¿Me acercas el agua?

Le dio el vaso de agua al que señalaba. Se bebió la mitad y luego se limpió los residuos blancos de sus labios húmedos.

—Adelante, Escorp.

—Tú tienes una conexión con Aura, ¿no? Una conexión mental, a través de los implantes que Remontoire os puso a las dos.

—Sí —dijo con cautela.

—¿Entiendes todo lo que te transmite?

—¿Qué quieres decir?

—Dices que Aura habla a través de ti. Vale, creo que eso lo entiendo, pero ¿captas alguna vez mensajes involuntarios?

—¿Cómo qué?

—¿Te acuerdas de la filtración que tuvimos en la guerra contra los lobos? ¿Información que se escapa por las defensas? ¿Alguna vez captas filtraciones de Aura, cosas que llegan hasta ti pero que no sabes procesar?

—No lo sé. —Parecía menos contenta que hacía un minuto. Fruncía el ceño. Las ventanas habían vuelto a cerrarse—. ¿En qué tipo de información estabas pensando exactamente?

—No estoy seguro —dijo. Se pellizcó el puente de la nariz—. No es más que un disparo a ciegas. Cuando te sacamos de la cápsula, Valensin te atiborró de sedantes porque no nos dejabas examinarte. Te dejó bien frita, pero mientras dormías seguías diciendo cosas.

—¿Ah, sí?

—La palabra era «Helia», o algo así. Parece que significa algo para ti, pero cuando te preguntamos nos contestaste con lo que yo llamaría una negativa convincente. Me inclino a pensar que decías la verdad, que esa palabra no significa nada para ti, pero me preguntaba si significaría algo para Aura.

Lo miró con recelo e interés.

—¿Significa algo para ti?

—No, que yo sepa. Ciertamente no significa nada para nadie en Ararat, pero ¿y para el resto de la cultura de la humanidad? Podría ser casi cualquier cosa. Hay muchos idiomas, muchos pueblos, muchos lugares.

—Sigo sin poder ayudarte.

—Lo entiendo, pero la cuestión es que mientras estaba aquí sentado esperando que te despertaras, dijiste algo más.

—¿Qué dije?

—Quaiche.

Se llevó el vaso a los labios y terminó con lo que quedaba de agua.

—Sigue sin tener ningún significado para mí —dijo.

—Qué lástima, esperaba que te sonase de algo.

—Bueno, quizás signifique algo para Aura. No lo sé, ¿vale? Yo solo soy su madre. Remontoire no obraba milagros. Nos conectó, pero no es que todo lo que ella piense sea accesible para mí. Me volvería loca si así fuese. —Hizo una pausa—. Tenéis bases de datos y cosas así, ¿por qué no buscas en ellas?

—Lo haré en cuanto las cosas se tranquilicen un poco. —Escorpio se levantó del asiento—. Otra cosa más. Me han dicho que le has trasladado una petición en particular al Doctor Valensin.

—Sí, he hablado con el médico —dijo cadenciosamente, parodiando su tono anterior.

—Entiendo tus razones, respeto tu deseo y simpatizo contigo. Si hubiera una forma segura…

Khouri cerró los ojos.

—Es mi bebé. Me la robaron. Ahora quiero dar a luz como debía haber sido.

—Lo siento —dijo Escorpio—, pero no puedo permitirlo.

—No hay posibilidad de discutirlo, ¿verdad?

—Me temo que ninguna en absoluto.

No respondió nada, ni siquiera apartó la mirada de él, pero se retiró y se levantó una barrera que no necesitaba ver para notar. Escorpio se alejó de la cama y salió despacio de la habitación. Había esperado que Khouri llorase cuando le comunicase la noticia. Si no lloraba, imaginaba que se pondría histérica o le insultaría o suplicaría, pero permaneció quieta, en silencio, como si hubiera sabido desde siempre que sería así. Mientras salía, la fuerza de su dignidad le provocó un estremecimiento en la nuca, pero eso no cambió nada. Aura era una niña, pero también era una ventaja táctica.

27

Ararat, 2675

En las entrañas de la nave, Antoinette se detuvo.

—¿John? —pregunt—. Soy yo otra vez. He bajado para hablar contigo.

Antoinette sabía que estaba cerca. Sabía que la observaba, atento a todos sus movimientos. Cuando la pared se movió hacia atrás, revelando el bajorrelieve de una figura con traje espacial, logró controlar el instinto natural de sobresaltarse. No era exactamente lo que había estado esperando, pero seguía siendo una aparición.

—Gracias —dijo—. Me alegro de verte de nuevo.

La figura era más un indicio que un dibujo elaborado. La imagen brillaba y las deformaciones de la pared experimentaban un constante y rápido cambio, batiéndose y ondulándose como una bandera bajo el vendaval. Cuando la imagen surgía ocasionalmente para volver a fundirse con la rugosa textura de la pared, era como si estuviese oculta tras capas de polvo marciano que se abría camino horizontalmente a su campo de visión. La figura le hacía gestos, levantando un brazo para tocarse con la mano enguantada el estrecho visor de su casco espacial.

Antoinette levantó su mano a modo de saludo, pero la figura de la pared simplemente repitió el mismo gesto, con mayor énfasis esta vez. Entonces se acordó de las gafas que el Capitán le había dado la otra vez. Las sacó de su bolsillo y se las colocó. De nuevo la visión a través de las gafas era sintética, pero esta vez, al menos por ahora, no había desaparecido nada de su campo visual. Eso la tranquilizó. No le había gustado la sensación de que algunos elementos grandes y potencialmente peligrosos le fuesen ocultados a sus ojos. Era sorprendente pensar que durante siglos la gente había aceptado tales manipulaciones en su entorno como un aspecto de la vida perfectamente normal, aceptando los filtros visuales como algo tan corriente como las gafas de sol o las orejeras. Era aún más chocante pensar que habían permitido a las máquinas que controlaban esos filtros que se introdujeran en sus cráneos, donde podían hacer el engaño aún más perfecto. Los demarquistas, y en este caso también los combinados, ciertamente eran gente extraña. Le entristecían muchas cosas, pero no el hecho de haber nacido demasiado tarde para participar en esos juegos de modificación de la realidad. Le gustaba la sensación de alargar el brazo para tocar algo y saber que realmente estaba allí. Pero las gafas eran un mal necesario. En el reino del Capitán, tenía que someterse a sus reglas.

La imagen en bajorrelieve dio finalmente un paso al frente y luego surgió de la pared con forma sólida y detallada, exactamente como si una persona hubiera salido de una tormenta de arena. Antoinette ahora sí que se estremeció, ya que la ilusión de la presencia era impresionante. No pudo evitar dar un paso atrás. Había algo diferente en la manifestación esta vez. El casco espacial no era tan antiguo como el que recordaba y estaba cubierto por símbolos distintos. El traje, aun siendo de diseño antiguo, no era tan arcaico como el primero que llevaba puesto. La mochila del pecho era más aerodinámica y todo el traje se ajustaba más al cuerpo. Antoinette no era una experta, pero supuso que el nuevo traje debía de tener unos cincuenta años menos que el anterior. Se preguntó qué significaría aquello.

Other books

Pilgrims of Promise by C. D. Baker
As Sweet as Honey by Indira Ganesan
The Bridegroom by Darby York
Alphas Divided 2 by Jamie Klaire, J. M. Klaire
Things and A Man Asleep by Georges Perec
Revolver by Marcus Sedgwick