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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Desfiladero de la Absolucion (3 page)

BOOK: El Desfiladero de la Absolucion
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Grelier lo sabía: la había consultado por curiosidad. Pero ahora, quizás por primera vez en la historia, el sistema resultaba interesante. Aún no tenía nombre, pero ahora, al menos, la ausencia de este se había tornado vagamente preocupante, hasta tal punto que la reina Jasmina sonaba algo más irritada cada vez que tenía que referirse al lugar como «el próximo sistema», o «el sistema al que nos acercamos». Pero Grelier sabía que no se dignaría a darle un nombre al lugar hasta que se demostrara que tenía algún valor. Y el valor del sistema estaba completamente en manos de Quaiche, el relegado favorito de la reina.

Grelier hizo una pausa cerca de uno de los cuerpos. Estaba suspendido en un gel traslúcido tras el cristal verde del tanque de vivificación. Alrededor de la base había tantas hileras de controles de nutrientes, como llaves de paso a los órganos; algunas salían y otras entraban. Las llaves de paso controlaban el delicado medio bioquímico de la matriz de nutrientes. Las ruedas de bronce de las válvulas en un lado del tanque se ajustaban para la liberación de grandes cantidades de agua o salino.

Unido al tanque, había un diario con la historia clonal del cuerpo. Grelier hojeó las páginas plastificadas del diario, complacido al comprobar que todo estaba bien. Aunque la mayoría de los cuerpos de la fábrica nunca habían sido decantados, este espécimen, una hembra adulta, había sido calentada y usada una vez. Los rastros de heridas infligidas en su cuerpo se desvanecían por el proceso regenerativo, quedando la cicatriz abdominal casi invisible y la nueva pierna tan solo un poco más pequeña que su compañera intacta. Jasmina no aprobaba estos trabajos de parcheado, pero su demanda de cuerpos había superado la capacidad de producción de la fábrica.

—Está saliendo muy bien. —Grelier golpeó el cristal cariñosamente. Siguió caminando, comprobando aleatoriamente otros cuerpos. A veces era suficiente con un vistazo, aunque normalmente revisaba el diario y se detenía para hacer algún pequeño ajuste en los parámetros. Se enorgullecía enormemente de la impasible competencia de su trabajo. Nunca alardeaba de sus habilidades ni prometía nada que no estuviera absolutamente seguro de poder lograr; completamente al contrario que Quaiche, quien había hecho promesas exageradas desde el momento en el que puso el pie en la
Ascensión Gnóstica
.

Durante un tiempo le había ido bien. Grelier, el confidente más cercano a la reina por un largo periodo, se había visto temporalmente depuesto por el flamante recién llegado. Lo único que oía mientras trabajaba era cómo Quaiche iba a cambiar la suerte de todos: Quaiche esto, Quaiche lo otro. La reina incluso había empezado a quejarse de las tareas de Grelier, lamentando que la fábrica era muy lenta entregando cuerpos y que las terapias contra el déficit de atención estaban perdiendo su efectividad. Grelier había estado brevemente tentado de hacer algo que llamara imperiosamente la atención, algo que lo catapultara de nuevo a congraciarse con ella.

Ahora estaba extremadamente contento de no haberlo hecho. Solo había tenido que aguardar su momento. Era simplemente cuestión de dejar que Quaiche cavara su propia tumba alentando expectativas que no podría cumplir. Por desgracia (para Quaiche, no para Grelier) Jasmina lo había tomado todo al pie de la letra. Si Grelier juzgaba por el estado de ánimo de la reina, el pobre Quaiche estaba a punto de pasar a ser un mero figurante.

Grelier se detuvo frente a un macho adulto que había comenzado a presentar anormalidades en el desarrollo en su último examen. Había ajustado los parámetros del tanque, pero por lo visto no había servido de nada. Para el ojo inexperto, el cuerpo parecía bastante normal, pero carecía de la simetría perfecta que buscaba ansiosamente Jasmina. Grelier negó con la cabeza y puso su mano en una de las válvulas de latón. Esta era siempre una decisión difícil. El cuerpo no estaba a la altura de los estándares de la fábrica, pero por otro lado tampoco lo estaban los trabajos de parcheado.

¿Era el momento de que Jasmina aceptara un descenso en la calidad? En realidad era ella la que estaba presionando a la fábrica hasta el límite. No, decidió Grelier. Si había aprendido algo de todo este sórdido asunto de Quaiche era a mantener sus propios niveles. Jasmina podría reñirle por abortar un cuerpo, pero a la larga respetaría sus decisiones, su sólida devoción por la excelencia.

Giró la rueda hasta cerrarla, bloqueando el salino. Se arrodilló y presionó la mayoría de las válvulas de los nutrientes.

—Lo siento —dijo Grelier, dirigiéndose al suave e inexpresivo rostro tras el cristal—, pero me temo que no pasas el corte.

Le echó un último vistazo al cuerpo. En unas pocas horas, el proceso de reconstrucción celular sería grotescamente obvio. El cuerpo sería desmantelado, sus componentes químicos reciclados para ser usados en otro lugar de la fábrica. Una voz resonó en su auricular y lo tocó con un dedo.

—Grelier… te estoy esperando.

—Voy de camino, señora.

Una luz roja comenzó a parpadear sobre el tanque de vivificación, sincronizada con una alarma. Grelier dio un manotazo al control, silenciando la alarma y anulando la señal de emergencia. El silencio volvió a la fábrica de cuerpos, una calma únicamente rota por los ocasionales gorgoteos del flujo de nutrientes o el chasquido sordo de alguna válvula reguladora lejana. Grelier asintió satisfecho, sabiendo que todo estaba bajo control, y continuó con su pausada marcha.

En el mismo instante en el que Grelier pulsaba la última válvula de nutrientes, ocurrió una anomalía en el sensor de la
Ascensión Gnóstica
. La anomalía fue breve, de tan solo una fracción mayor de medio segundo, pero había sido lo suficientemente inusual como para que se izara una bandera en el flujo de datos: una señal excepcional indicando que algo merecía atención.

Por lo que al
software
del sensor concernía, eso era todo: la anomalía no había continuado, todos los sistemas funcionaban ahora con normalidad. La bandera era una mera formalidad; si había que actuar era responsabilidad de un
software
de vigilancia en una capa completamente diferente y ligeramente más inteligente.

La segunda capa, dedicada a la vigilancia de la salud de todos los sensores de los subsistemas de la nave, detectó la bandera, junto con otros millones izados en el mismo ciclo, y la programó en su lista de tareas. Habían pasado menos de doscientas mil partes de un segundo desde el final de la anomalía: una eternidad en términos computacionales, pero una consecuencia inevitable del enorme tamaño del sistema nervioso cibernético de una nave como esta. Las comunicaciones entre un punto y otro de la
Ascensión Gnóstica
requerían entre tres y cuatro kilómetros de cableado, entre seis y siete para que una señal diera la vuelta completa.

Nada sucedía rápidamente en una nave de ese tamaño, pero no había grandes diferencias prácticas. La enorme masa de la nave significaba que respondía perezosamente a los eventos externos: tenía la misma necesidad de reflejos rápidos como el rayo que un brontosaurio.

La capa de vigilancia de la salud avanzaba por su lista de tareas. La mayoría de los varios millones de eventos que revisaba eran bastante inocuos. Basándose en su conocimiento del patrón estadístico de los errores, era capaz de desmarcar la mayoría de las banderas sin dudarlo. Eran errores transitorios que no indicaban ningún síntoma grave del
hardware
de la nave. Tan solo unos cientos de miles parecían quizás remotamente sospechosos.

La tercera capa pasaba la mayoría del tiempo sin hacer nada: existía únicamente para examinar estas anomalías enviadas por las capas más triviales. Empujada a un estado de alerta, examinaba el dossier con tanto interés real como le permitía su dudoso silencio. En la escala de las máquinas estaba en algún lugar por debajo del nivel gamma de inteligencia, pero había estado haciendo este trabajo durante tanto tiempo que había acumulado una gran cantidad de experiencia heurística. Para la tercera capa, estaba insultantemente claro que más de la mitad de los eventos enviados no merecían de ninguna manera su atención, pero los demás casos eran más interesantes, y se tomaba su tiempo para revisarlos. Dos terceras partes de esas anomalías eran reincidentes: demostrando que había sistemas con fallos reales, pero pasajeros. Sin embargo, ninguno estaba en áreas cruciales para el funcionamiento de la nave, así que podía dejarlos pasar hasta que se convirtieran en más graves.

Una tercera parte de los casos interesantes eran nuevos, y de ellos, quizás el noventa por ciento eran la clase de fallos que cabría esperar de vez en cuando, basándose en los conocimientos de la capa de los diversos componentes de
hardware
y
software
involucrados. Tan solo un puñado de ellos estaba en áreas importantes, y afortunadamente esos fallos podían arreglarse mediante métodos de reparación rutinarios. Casi sin parpadear, la capa despachó las instrucciones a las partes de la nave dedicadas al mantenimiento de la infraestructura.

En diversos puntos de esta, los sirvientes que se afanaban en otras tareas de reparación y mantenimiento recibieron las nuevas instrucciones en sus memorias de tareas. Quizás tardaran semanas en emprender esas tareas, pero finalmente serían efectuadas. Esto dejaba un mínimo margen de error que podría ser potencialmente preocupante: era más difícil de explicar, y no quedaba inmediatamente claro cómo debían ordenarles a los sirvientes que lo trataran. La capa no estaba preocupada sin motivos, en la medida en que era capaz de preocuparse por cualquier cosa: experiencias pasadas le habían enseñado que estos pequeños fallos normalmente eran benignos, pero por ahora no tenía otra opción que enviar las excepciones sin resolver a un estrato superior en la automatización de la nave.

Las anomalías ascendían, de este modo, otras tres capas, cada cual de inteligencia superior a la anterior. Cuando la última capa era invocada, tan solo quedaba un evento en el paquete: la anomalía transitoria original del sensor, la que había durado algo más de medio segundo. Ninguna de las capas inferiores podía rendir cuentas del error mediante los patrones estadísticos habituales y las reglas al uso.

Un evento solo se filtraba tan arriba del sistema una o dos veces por minuto. Hoy, por primera vez, se invocaba algo con verdadera inteligencia. La subpersona de nivel gamma encargada de supervisar las excepciones de la capa seis formaba parte de la última línea de defensa entre la cibernética y la tripulación de carne y hueso de la nave. La subpersona era la encargada de tomar la difícil decisión de si un error en concreto merecía la atención de sus auxiliares de vuelo humanos. A lo largo de los años había aprendido a no gritar que venía el lobo muy a menudo: si lo hiciera, sus dueños podrían decidir que necesitaban modernizarlo. Como consecuencia, la subpersona agonizaba durante muchos segundos antes de decidir qué hacer.

Decidió que la anomalía era una de las más extrañas que había visto jamás. Un examen exhaustivo de todos los caminos lógicos en el sistema del sensor no logró explicar cómo algo tan absoluta y profundamente inusual podía haber llegado a suceder.

Para realizar su trabajo de forma eficaz, la subpersona tenía que poseer una comprensión abstracta del mundo real. Nada demasiado sofisticado, pero suficiente para hacer juicios razonables sobre qué tipo de fenómenos externos podían ser captados por los sensores y cuáles eran tan poco probables que solo podían ser interpretados como alucinaciones introducidas en un proceso posterior de procesamiento de datos. Tenía que entender que la
Ascensión Gnóstica
era un objeto físico inmerso en el espacio. Y también que los eventos grabados por la red de sensores de la nave eran originados por objetos y cuantos que atravesaban el espacio: partículas de polvo, campos magnéticos, ecos de radares de cuerpos cercanos; y por la radiación de fenómenos más lejanos: mundos, galaxias, quásares, las señales cósmicas de fondo. Para hacer todo esto tenía que ser capaz de hacer suposiciones precisas sobre cómo se suponía que se iban a comportar los datos recogidos de todos esos objetos. Nadie le había explicado estas reglas; las había formulado ella sola a lo largo del tiempo, haciendo correcciones conforme acumulaba más información. Era una tarea interminable, pero a estas alturas del juego se consideraba bastante buena.

Sabía, por ejemplo, que no se suponía que los planetas, o más bien los objetos abstractos que en su modelo se correspondían con los planetas, hicieran eso. El error era completamente inexplicable como un evento del mundo exterior. Algo tenía que haber salido muy mal en la captación de datos.

Lo sopesó un poco más. Incluso habiendo llegado a esa conclusión, la anomalía era difícil de explicar. Era tan selectiva… Afectaba solo a ese planeta, a nada más. Ni siquiera a la luna del planeta, que no hacía nada mínimamente extraño.

La subpersona cambió de parecer: la anomalía debía ser externa, en cuyo caso, el modelo del mundo real de la subpersona era preocupantemente defectuoso. Tampoco le gustó esta conclusión. Hacía mucho tiempo desde que le hubiesen obligado a actualizar su modelo drásticamente, y contemplaba esta perspectiva con una punzante sensación de ofensa.

Aún peor, la observación podría significar que la
Ascensión Gnóstica
estaba… bueno, no exactamente en peligro inminente, ya que el planeta en cuestión aún estaba a decenas de horas luz de allí, pero posiblemente se dirigía hacia algo que podría suponer un riesgo para la nave en el futuro.

Ya está, la subpersona había tomado una decisión: no tenía otra elección que alertar a la tripulación de esto. Y significaba una cosa: una interrupción prioritaria para la reina Jasmina. La subpersona estableció que la reina estaba ahora accediendo a resúmenes de estatus a través de su lector visual favorito. Como estaba autorizada a hacer, tomó el control del canal de datos y despejó ambas pantallas del aparato, preparándolo para un boletín urgente.

Creó un mensaje de texto sencillo: «Anomalía del sensor: solicito consejo». Por un momento, menor que el medio segundo que había ocupado el evento original, el mensaje quedó suspendido en el lector de la reina, solicitando su atención.

En ese momento, la subpersona tuvo un brusco cambio de opinión. Quizás estaba equivocándose. La anomalía, por muy extraña que hubiera sido, se había disipado sola. No habían llegado más informes de rarezas de las capas inferiores. El planeta se comportaba de la forma en la que la subpersona siempre había asumido que se debían comportar.

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