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Authors: Katherine Neville

El círculo mágico (57 page)

BOOK: El círculo mágico
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Unos cuantos días antes de la Pascua, por razones que sólo él conocía, el Maestro indicó a sus discípulos por qué medios tenían que entrar en la ciudad esa noche para localizar el lugar de la cena: esperar en la fuente de la Serpiente, cerca de la puerta Esenia, al sur de la ciudad. Hasta ahí llegaría un hombre que llevaría un cántaro de agua que los conduciría, uno por uno, al punto de encuentro. Mediante este recurso, el Maestro se aseguraba de que sólo los doce estarían presentes en la cena. Por lo tanto, al llegar él en último lugar, el Maestro sería el decimotercero.

Ese secretismo provocó cierta controversia porque suponía una forma poco ortodoxa de preparar una comida ritual cuyas normas habían sido entregadas directamente por Dios a Moisés hacía más de mil años. ¿Cómo podían saber, por ejemplo, que la comida estaría preparada según la Tora, con las normas adecuadas de limpieza y de técnicas culinarias? Además, según la Misná, la levadura tiene que buscarse a la luz de una vela y separarse la noche anterior, ¿quién se aseguraría de ello? El Maestro hacía caso omiso de esas objeciones. Se encogía de hombros y se limitaba a decir que estaba todo preparado.

Fue una sorpresa que el portador de agua fuera el joven Juan Marcos, el hijo de diez años de María Marcos, quien junto con su hermano Bernabé de Chipre figuraba entre los protectores más ricos del Maestro. Su residencia palaciega en la ladera occidental del monte Sión había sido durante años el segundo domicilio de Simón Pedro cuando no estaba en Galilea, y las «charlas junto al hogar» del Maestro con sus discípulos, en las que los criados servían comida abundante, solían durar hasta altas horas de la noche.

Pero en esa ocasión, había una sorpresa reservada. Cuando Rosa, el ama de llaves de María Marcos, recibía a cada discípulo en la puerta, otro criado lo acompañaba, no al comedor sino a una habitación desconocida, escaleras arriba, bajo las mismas vigas de la casa. Esa habitación estaba equipada con muebles caros, como los que ninguno de ellos había visto antes en una casa particular: mesas bajas de mármol con incrustaciones exóticas de piedras coloreadas que brillaban a la luz amarilla de las lámparas persas que colgaban del techo; gruesas alfombras de la costa Jónica y tapicería multicolor que recordaba la costa del norte de África, con enormes urnas llenas de vino espumoso y enormes samovars de té dispuestos por toda la habitación.

Aunque muchos de los doce eran profesionales de éxito, recaudadores de impuestos como Mateo o acaudalados propietarios de flotas pesqueras, como Simón y Andrés Zebedeo, ese esplendor exagerado que parecía acercarse al nivel de decadencia romano los impresionó sobremanera. Permanecieron de pie, incómodos, recorriendo con la mirada la habitación superior de María Marcos y observando los sofás romanos donde se podían reclinar tres personas juntas mientras cenaban, demasiado estupefactos para servirse vino ni charlar demasiado hasta que por fin llegó el Maestro.

Este se mostró algo preocupado y pidió a los otros que se sentaran. Pero él no hizo lo mismo, sino que anduvo arriba y abajo al lado de la puerta como si esperara que sucediera algo. Los criados trajeron cuencos con agua y toallas. Cuando se hubieron marchado y la puerta estuvo cerrada, el Maestro cogió sin hablar un cuenco y una toalla y los depositó en una mesa cercana. Entonces se desnudó por completo, se sujetó la toalla alrededor de la cintura, se arrodilló en el suelo ante Judas y empezó a lavarle los pies. Los otros estaban muy violentos y algo más que sorprendidos. Y aún más cuando vieron que tenía intención de repetirlo con cada uno de ellos. Uno por uno, se situaba ante ellos para lavarles los pies y se los secaba con la toalla mientras lo observaban confundidos. Pero cuando le llegó el turno a Simón Pedro, el discípulo se levantó con rapidez y se negó gritando:

—¡No, nunca, no deberías lavarme los pies! ¡Los míos, no!

—Se ve que no tenemos nada en común, pues —dijo el Maestro con calma, sin sonreír—. Si creéis que soy vuestro Maestro, deberíais seguir mi ejemplo. Espero que hagáis lo mismo cuando ya no esté aquí para mostraros lo que es el amor. Quien cree que no le queda nada por aprender y se considera más importante que quien le envió, es un criado arrogante, Pedro. Cuando me haya ido, espero que reconocerán a mis seguidores porque se servirán entre sí y querrán a la humanidad.

—¡Lávame entonces, Maestro! —exclamó Pedro con entusiasmo mientras se apresuraba a sentarse de nuevo—. No sólo los pies, lávame las manos y la cabeza también.

El Maestro se echó a reír.

—Sólo lo que está sucio —comentó.

Miró a Judas con una sonrisa enigmática y añadió lo siguiente:

—La mayoría de lo que veo aquí está limpio, pero no todo.

Más adelante muchos interpretaron que ese comentario hacía referencia al dinero «sucio» que Judas había aceptado a cambio de traicionarlo. El Maestro volvió a ponerse las ropas de lino y se sentó en el sofá entre Simón Pedro y el joven Juan Zebedeo, a quien había apodado cariñosamente
comoparthenos,
«la virgen», por su inocencia infantil y a veces rebelde. El Maestro habló a lo largo de casi toda la comida con una gran intensidad, y comió poco salvo algunos sorbos del vino ritual y unos cuantos mordiscos de los alimentos simbólicos tradicionales.

En cuanto a lo que decía, su principal interés era recitar, como dictaba la larga tradición, la historia de la Pascua y el éxodo de nuestro pueblo desde Egipto. Pero a pesar del profundo interés del Maestro por la ley rabínica, a los presentes les pareció que daba un énfasis especial a los alimentos y la bebida relacionados con esa comida ritual, y en especial a las cosas prohibidas por Dios, sobre todo la levadura. Esto es lo que dijo el Maestro:

LA LEVADURA

Éstas son las cosas con las que un hombre cumple sus obligaciones
para
con la Pascua: cebada, trigo, escanda, centeno y avena.

Pesajim 2, Misná
5

En tiempos remotos, los dos días santos que llamamos Pesah y Matsot, la Pascua y la fiesta del pan ázimo, eran acontecimientos separados, no como ahora. La fiesta del pan ázimo era la tradición más remota, que databa de la época de Abraham y Noé, y no fue hasta más adelante que se incorporó al ritual de la Pascua que conmemora la huida de nuestro pueblo de la esclavitud en Egipto.

Nuestro pueblo tomó la primera comida de la Pesah con prisas, mientras se preparaba para la huida. Habían pintado en el dintel el símbolo
tau
con sangre de cordero, tal como se les había instruido, para que cuando el Señor pasara exterminara a los primogénitos varones de los egipcios y no a los suyos. También se les prohibió que tomaran levadura en el período anterior a la huida.

La ley se refiere a cinco cereales concretos: cebada, trigo, escanda, centeno y avena. La harina de todos ellos, en contacto con el agua durante algo más de un breve instante, se convierte en levadura. Dios comunicó a Moisés y a Aarón que la gente no debía «comer levadura, tocar levadura, usar levadura ni guardar levadura en casa» durante siete días, desde el catorce del mes de nisán hasta la noche del veintiuno, cuando se irían de Egipto. Dios prometió que echaría de Israel para siempre a los que le desobedecieran.

¿Por qué era tan importante este extraño mandamiento? Y puesto que la fiesta del pan ázimo es anterior a la salida de Moisés de Egipto, el ritual de buscar la levadura es más antiguo que el reconocimiento de un solo Dios verdadero por parte de los judíos. ¿Qué significa eso?

El número de granos que consideramos levadura (cinco) era importante para los griegos, que lo denominaban
quintessence:
«la quintaesencia», el grado más elevado de realidad al que todos los demás aspiran. La estrella de cinco puntas, el pentáculo, con un pentágono en el centro, era el símbolo de Pitágoras y también del rey Salomón. Representa la sabiduría, reflejada en la manzana, una forma natural que esconde el símbolo en su centro. Y dentro de ese símbolo, el sello auténtico de Salomón, se encuentra el secreto de la llama eterna.

El proceso de la levadura aumenta algo a un nivel superior y lo transforma. Observamos que durante la primera Pascua, Dios prohibió la levadura terrenal a los judíos para favorecer una transformación a un estadio superior, lo que nos permitió alcanzar ese pan celestial que Pitágoras denominaba la levadura eterna, un alimento conocido también como
manna,
sabiduría,
sapienta,
la Palabra de Dios. Está relacionado con un elemento misterioso e invisible llamado éter, que los antiguos consideraban que unía el universo: el eje.

Miriam, me gustaría decirte que cuando el Maestro terminó esta historia, nadie en la habitación superior de mi casa hizo el menor ruido. El Maestro observó despacio entre su círculo de discípulos y en medio de ese silencio absoluto hizo una pregunta inesperada.

—¿Sabe alguien la identidad verdadera de «la Sulamita»? —dijo—. Me refiero a la enamorada de belleza morena y misteriosa del rey Salomón en el Cantar de los Cantares. Sulamita significa Salemite, porque vivía en una ciudad, y Salem era uno de los primeros nombres de Jerusalén. Cuando Salomón le pidió a Dios que le concediera la mano de esa mujer, quizás era anterior a la ciudad. ¿Así que quién era en realidad?

Tras un momento de silencio incómodo, Simón Pedro respondió por los demás.

—Pero Maestro —objetó—, durante mil años, desde los tiempos de Salomón, los rabinos y los sacerdotes han debatido la cuestión de esa famosa mujer que no era ni una reina ni una concubina real oficial, sino sólo una campesina que cuidaba de los viñedos. Y los esfuerzos de esos hombres sabios han sido en vano. ¿Cómo esperas que nosotros, aquí en esta habitación, sin instrucción en los aspectos eruditos de la Tora, obtengamos mejores resultados?

La respuesta del Maestro, aunque pronunciada en el mismo tono suave, golpeó con tal fuerza a Pedro que casi retrocedió.

—Miriam de Magdala sabría la respuesta —sonrió el Maestro—. Es un problema intrincado, como un nudo. Pero quizá recordaréis que la noche antes de que Salomón empezara la construcción del templo, Dios se le apareció en sueños y le dijo que le pidiera lo que quisiera. El joven rey contestó que su único deseo era la mano de Sulamita en matrimonio.

—Perdóname, Maestro —le interrumpió el joven Juan Zebedeo—, pero creo que no fue así. Como todo el mundo sabe, la primera esposa de Salomón fue la hija del faraón. Además, esa noche Salomón sólo pidió una cosa a Dios y no fue el matrimonio, sino la sabiduría.

—Exacto —corroboró el Maestro, que seguía sonriendo—. Y si bien Salomón tenía muchas esposas, la que ocupaba el primer lugar en su corazón, como muy bien has indicado, era la belleza morena y misteriosa con quien celebra sus esponsales en el Cantar de los Cantares. ¿A qué novia mejor que la sabiduría podría desear unirse un rey para el resto de sus días? En el Cantar de los Cantares, ella misma nos revela que su símbolo es la estrella de cinco puntas que Salomón acepta más adelante como su propio sello: «Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque el amor es fuerte como la muerte... sus dardos son dardos de fuego.» Ésa es la llama secreta, la levadura eterna —concluyó el Maestro—. Para los griegos, el lucero del alba era Artemisa o Atenea, vírgenes destacadas por su sabiduría. La estrella de la noche era Afrodita, la diosa del amor. Como sabemos que esas dos estrellas son la misma, eso nos indica que en tiempos remotos, los hombres poseían la clave del misterio más elevado: el conocimiento de que la sabiduría y el amor son una sola cosa, un conocimiento que nos permite trascender incluso la muerte.

Los que estábamos en la habitación permanecimos en el más absoluto de los silencios, sorprendidos, mientras el Maestro acariciaba los cabellos del joven Juan Zebedeo que, reclinado en el sofá cerca de él, parecía estar muy confundido. Luego, el Maestro pidió a mi hijo que le sirviera más vino.

—Perdóname, Maestro —dijo Felipe de Betsaida—. Tus palabras parecen abarcar acontecimientos pasados, presentes y futuros, por lo que nunca sé muy bien cómo interpretar lo que dices. Pero cuando hablas de amor, ¿te refieres a que nuestro amor por lo divino, si se comprende y alimenta de forma adecuada podría permitirnos trascender incluso la muerte? Y sin embargo, estaremos de acuerdo en que el Cantar de los Cantares, al igual que el rey histórico, sugeriría una imagen del amor muy distinta, sensual, casi se podría decir que carnal, un retrato que no se ajusta demasiado a la imagen del reino que has anunciado que llegaría.

—Sin duda, Felipe —afirmó el Maestro—. Y ahí es precisamente donde radica el misterio.

Isla de Mona, Britania: otoño del año 44 d.C.
A:

Miriam de Magdala

en Lugdunum, Galia

De:

José de Arimatea

en Mona, mar de Irlanda,
Britania

Querida Miriam:

Como verás, recibí tu último paquete, aunque tardó bastante tiempo en llegarme. Debido a la «conquista» del sur de Britania el año pasado por parte del emperador Claudio, he trasladado temporalmente la base de actividades al norte, un bastión druídico donde hemos contado con gran apoyo. No he corrido nunca peligro físico porque los romanos desembarcaron y conquistaron las tierras sin derramamiento de sangre, sin combates ni heridos. Los romanos llegaron y se fueron en cuestión de pocos meses, y sólo dejaron tras ellos unas cuantas legiones para iniciar la construcción. De todos modos, temí por la seguridad de los objetos que obran en mi poder y que, como sabes, poseen cierto valor. Lo que nos conduce al tema de tu carta.

En cuanto a tu oferta, a pesar de lo mucho que me apetece verte en persona, no creo que sea un buen momento para que te desplaces hasta aquí desde Galia. Más adelante te lo comentaré con más detalle. Pero déjame primero que te comunique mi gran gratitud por la nueva información que me has aportado y que he revisado con suma atención.

A medida que nuestro grupo inicial se ve diezmado por los romanos o sus títeres (la ejecución brutal de Santiago Zebedeo la primavera pasada a manos de Herodes Agripa o el encarcelamiento de Simón Pedro, seguido de su exilio voluntario en el norte), estoy cada vez más convencido de que es muy importante que consigamos obtener una visión más amplia de lo que quería lograr el Maestro en esa infausta última semana de su vida.

Además, con esas advertencias de falsos profetas, resulta evidente que Jesús debió de prever que alguien como ese tal Saúl de Tarso de quien habla Juan Marcos en su carta podría aparecer en escena despues de su muerte e intentar alterar todo su mensaje de esa forma. Así que he procurado unir este nuevo relato que me enviaste de la última cena del Maestro y sus discípulos con la información que había recogido con anterioridad. Y coincido en que ahora podemos ver con mayor claridad hacia dónde se dirigía su mensaje.

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