Authors: Megan Maxwell
—Soy un bruto, discúlpame —imploró mesándole el pelo—. Nunca he tenido que pensar con delicadeza, pero ahora que te escucho me doy cuenta de mi error. ¿Podrás perdonarme?
—Si me lo pides de rodillas delante de todos tus hombres, sí —bromeó Megan carcajeándose al ver la cara que puso.
—¿Qué dices, mujer? —bramó alejándose de ella.
—Es una broma, Halcón —se rio abrazándole y sintiendo cómo él se relajaba—. ¡Claro que te perdono! —Y tras un ardoroso beso, añadió—: Yo, por mi parte, intentaré medir mis palabras y mis actos delante de tus hombres.
—Harás bien —dijo agradecido—. Mis hombres no están acostumbrados a que nadie, y menos una mujer, me hable en el tono que tú me has hablado hoy. ¡Por cierto! Da gracias que no te vi saltar del caballo a la carreta.
—¿Por qué? No paré la marcha, ni molesté —señaló tocándose su dolorida frente.
—
Lady
McRae —susurró Duncan besándole con delicadeza la frente—. Mi intención es que nuestro matrimonio dure un año y un día, y para ello necesito que me ayudes a que no te pase nada.
—De acuerdo —suspiró gesticulando y haciéndole reír.
—¿Sabes, Impaciente? —dijo mirándola con pasión mientras regresaban al campamento—. No sé por qué me gustas tanto.
—Yo sí —rio al escucharle, y haciéndole sonreír dijo—: Porque te doy vida.
A la mañana siguiente, tras una noche extraña en sentimientos en la que disfrutó mirando dormir a su mujer y después de un amanecer repleto de besos y arrumacos, Duncan se levantó sintiéndose observado por su hermano y Myles, que al verlo se miraron y sonrieron. Aquel segundo día, las mujeres fueron sentadas en el carro junto a Zac, que no paraba de jugar con Klon.
—¡Zac! Estate quieto —le regañó Shelma, harta de golpes.
—Es Klon —protestó el niño.
—Klon, estate quieto —murmuró Megan, fascinada al ver a Duncan hablar con Myles y sonreír. ¡Le encantaba verlo sonreír!
—Tengo que decirte algo —dijo su hermana acercándose a ella—. Ayer probé lo que me indicaste del agua.
Megan la miró sin entender y preguntó:
—¿De qué hablas?
—Ya sabes. Agua. Lago. Intimidad. Lolach y yo.
—¡Cállate, podrían oírte! —se carcajeó al saber sobre qué hablaba.
Su pequeña hermana se estaba volviendo demasiado descarada.
—¡Oh, Megan! Me encanta todo lo que hago con Lolach, es todo tan… tan…
En ese momento, Duncan, con gesto serio, levantó la mano y todos pararon. Rápidamente, varios guerreros se pusieron alrededor de ellas, impidiéndoles ver lo que ocurría.
—¿Qué ocurre? —preguntó Megan sujetando a su hermano.
—¡Silencio,
milady
! Alguien se acerca, por el camino —le susurró uno de los guerreros.
Ante ellos apareció un caballo blanco, con un hombre malherido. Tras comprobar que no era una trampa, Duncan y Lolach se aproximaron al hombre, que estaba inconsciente, y lo bajaron del caballo.
—Que veinte hombres continúen un tramo del camino —ordenó Duncan mirando a Myles—. Nos reuniremos con ellos en cuanto podamos saber qué le ha pasado a este hombre.
Myles, junto a Ewen y otros guerreros, continuaron el camino, mientras Megan y Shelma bajaban del carro e iban a ayudar al hombre. Tenía una flecha clavada en el brazo y otra en la espalda.
—¡Volved al carro! —gritó Lolach al verlas acercarse.
—¡Ni lo pienses! Este hombre necesita ayuda y yo voy a ayudarle —respondió Megan mirando a su marido, que asintió.
—Iré a por la bolsa de las medicina —Shelma corrió hasta el carro.
Con rapidez la muchacha examinó las heridas y torciendo el gesto miró a su marido.
—Necesita auxilio. ¡Está ardiendo por la infección que le están provocando las flechas! —murmuró Megan—. Tumbadlo encima de una piel. ¡John! —gritó llamando al cocinero—. Necesito agua de vida, fuego, un hierro caliente y paños limpios para limpiar las heridas. ¡Ya!
Todos miraban obnubilados cómo aquellas dos muchachas trabajaban para sacar sin causar daño las flechas de la espalda y el brazo del herido. Con tremenda maestría, Megan cosió las heridas, mientras Shelma esparcía con cuidado unos polvos verdes por encima.
Poco tiempo después, el ardor del hombre comenzó a remitir, tranquilizando a las muchachas.
Aquella noche, sentados junto al fuego, Duncan observaba cómo ellas ponían paños fríos en la frente del herido con delicadeza.
—¡Pobre hombre! —exclamó Shelma—. ¿Quién habrá sido la bestia que le pudo hacer esto?
En ese momento, el hombre murmuró algo que hizo que Megan y Shelma se miraran. ¡Era inglés! Asustadas, miraron a su alrededor. Nadie a excepción de ellas le había escuchado.
Duncan se percató de que algo había ocurrido y atrajo más su curiosidad ver cómo su mujer se agachaba hacia el oído del hombre.
Sin darse cuenta de que la miraba su marido, Megan se agachó junto al hombre y le susurró al oído en perfecto inglés que callara.
—¡Por Dios, callaos! Estáis rodeado de escoceses. Si valoráis vuestra vida, no habléis.
Pero como éste no hacía caso, le puso un nuevo paño de agua fría en la boca y después en la frente al conseguir que callase.
Aquel desconocido a duras penas consiguió abrir los ojos al escuchar ese acento y, tras una breve pero significativa sonrisa, se desmayó.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Shelma, incómoda, mirando a su alrededor.
—De momento, curarle. E intentar que no hable —propuso Megan. Al ver que Duncan la miraba, le sonrió—. Disimula, mi marido no para de mirarnos.
—Pero tarde o temprano lo descubrirán —susurró Shelma, inquieta ante la proximidad de Lolach.
—¡Calla y disimula! —la regañó Megan.
El
highlander
, tras hablar con Mael, se acercó a ellas.
—Shelma —dijo Lolach tendiendo una mano que ella aceptó—, deberías descansar. Mañana continuaremos el camino. —Mirando a Megan indicó—: Tú también deberías descansar. Nos queda todavía un largo camino.
—Me quedaré un poco más —respondió con una sonrisa, mientras veía a su hermana levantarse y marcharse con él—. Que paséis una buena noche.
Una vez sola con aquel hombre, miró hacia su marido, pero no lo encontró. Había desaparecido. Se fijó en el resto de los hombres y todos parecían distraídos con sus cosas o dormidos sobre sus pieles. Con interés, observó al extraño. ¿Quién sería? Y, sobre todo, ¿qué hacía en territorio escocés?
—¿Qué piensas? —le asaltó de pronto la voz de Duncan, tan cerca de ella que dio un respingo asustada.
—Oh…, nada especial. —Intentó sonreír.
—Este hombre se salvará, y os deberá la vida a tu hermana y a ti —dijo sentándose con ella, lo que le hizo temer que el herido volviera a delirar en inglés—. ¿Quién te enseñó el poder de las plantas?
—Felda, la mujer de Mauled —sonrió Megan al recordarla—. Era una mujer muy cariñosa y siempre nos cuidó con mucho amor hasta que murió. Recuerdo cómo se enfadaba con el abuelo y Mauled, cuando nos enseñaban a hacer cosas de hombres. Pero también se sentía orgullosa cuando nos veía montar a caballo o realizar cosas que supuestamente muchas mujeres no hacen.
—¡¿Cosas?! —Duncan se tumbó poniendo los brazos tras la cabeza para estar más cómodo—. ¿Qué cosas? Apenas nos conocemos y no sé qué sabes hacer además de cuidar de tus hermanos, ser testaruda, meterte en problemas y tener el cuerpo lleno de heridas.
—Oh…, ¡calla! —sonrió al escucharle.
—Montar a caballo lo haces bien —asintió mirándola—, pero eso es algo que la gran mayoría de las escocesas saben hacer.
—Tienes razón —respondió sonriendo. ¡Él aún no la había visto montar a caballo!—. Papá y mamá me enseñaron de pequeña, pero el abuelo y Mauled perfeccionaron mi estilo.
—Me sorprende que sepas leer y escribir —recordó él.
—Cuando vivíamos en Dunhar, teníamos profesores que acudían a diario a instruirnos en diferentes materias: la señorita Fanny nos enseñaba buenos modales, idiomas, bailes de salón y costura; el señor Parker, lectura, escritura y el arte de los números. Aunque si te soy sincera, lo que me enseñaron el abuelo, Felda y Mauled es lo que realmente necesito para vivir.
—Siento lo que les ocurrió a tus padres —señaló mirándola mientras ella cambiaba el paño de agua al herido—. Debió de ser terrible perderles a los dos y pasar por las penalidades que os provocaron vuestros tíos.
Megan sonrió con tristeza.
—Vivir con mis tíos resultó una crueldad para nosotras. Para ellos éramos algo incómodo, que quitándose de en medio les otorgaba la propiedad de mi padre. Pero todo quedó olvidado cuando el abuelo, Felda y Mauled nos acogieron. ¡Ah! Y Magnus —sonrió al recordarle—. Nuestro
laird
siempre se ha portado bien con nosotras, a pesar de lo que hablaba la gente.
—¿Conoces el motivo del cariño de Magnus hacia vosotras? —preguntó clavándole la mirada. Quería saber hasta qué punto su mujer conocía la verdad.
—Sí, lo sé. ¿Sabes lo peor de todo? —dijo clavándole la mirada, haciéndole sentir la desolación de sus palabras—. Cuando vivíamos en Dunhar, éramos las bastardas escocesas. Ahora, en Escocia, somos las
sassenachs
. Es como si no perteneciéramos a ningún sitio.
—Nunca más tendrás que volver a pasar por eso —aseguró al sentir la tristeza de sus palabras—. Ahora eres Megan McRae, mi mujer, y no consentiré que nadie te haga daño, ni a ti, ni a tus hermanos.
Al escucharle Megan sonrió, y acercándose a él le dio un breve beso en los labios que él disfrutó.
—¿Crees que tu gente me recibirá con agrado cuando sepa mi procedencia?
—Como te he dicho —afirmó extendiendo la mano para tocar su mejilla—, eres Megan McRae, mi esposa. Quien no te quiera a ti, no querrá pertenecer a mi clan.
Al amanecer, cuando el campamento comenzó a despertar, Megan salió de la tienda con sigilo para visitar al hombre herido. Le tocó la frente y sonrió al comprobar que no tenía fiebre. Con delicadeza, le levantó el vendaje del brazo, puso un poco de ungüento y volvió a taparlo.
—Gracias,
milady
—susurró el hombre mirándola.
Sorprendida al escucharle, ella le miró.
—Psss… —señaló Megan mirando hacia los lados—. No habléis; si ellos se enteran de que sois inglés, tendréis problemas.
—Vos también sois inglesa, aunque también la esposa del
laird
Duncan McRae.
Al saber que conocía aquello preguntó:
—¿Escuchasteis nuestra conversación?
—Sí,
milady
—asintió el hombre—. Hablabais delante de mí.
Ella sonrió.
—¿Entendéis el gaélico?
—Sí.
—Bien —suspiró aliviada—. Entonces, a partir de ahora, hablad sólo en gaélico. Os evitará problemas. Pero respondedme: ¿qué os ocurrió?
En ese momento, apareció Shelma, que, al verlo despierto, le dedicó una sonrisa y le dijo en inglés:
—Me alegra veros mejor.
—¡Cállate, tonta! —la regañó Megan abriendo los ojos—. Sabe hablar gaélico.
—Oh…, mejor —se alegró Shelma—. Una pregunta: ¿cómo…?
—Mi nombre es Anthony McBean. Mi madre, al igual que la vuestra era escocesa, y mi padre, inglés.
—¿Cómo sabe lo de papá y mamá? —preguntó extrañada Shelma.
—Anoche nos escuchó hablar a Duncan y a mí —respondió Megan volviendo a concentrar su atención en el herido—. ¿Qué ha pasado para que estéis en estas condiciones?
—
Milady
, mi cuñado, Sean Steward, ha intentado matarme.
—¡Qué horror! —se estremeció Shelma—. ¿Por qué?
—Por lo mismo que anoche hablabais con vuestro marido —dijo mirando a Megan—. Me casé con Briana y todo fue bien hasta que Sean se enteró de que mi padre era inglés. A partir de ese momento, nuestra vida comenzó a ser un verdadero infierno. Hace unos días, conseguí llevar a Briana con mi madre, pero mi cuñado, junto a unos cuantos hombres, intentó matarme por
sassenach
. Mi mujer, al verlo, se entregó a cambio de que no me mataran. No dejaron que nadie me ayudara. Me abandonaron en medio del bosque, a lomos de mi caballo. El resto ya lo conocéis.
—Dios mío, qué terrible historia —señaló Shelma al escucharlo.
—Qué terrible es lo que está ocurriendo entre escoceses e ingleses —asintió Megan viendo a Duncan salir de la tienda—. Y lo peor son las horrorosas consecuencias que pagamos los hijos nacidos de esas uniones.
—Milady
, mi mujer está embarazada —suspiró Anthony—. Nadie lo sabe aún, pero temo por lo que podría ocurrir si alguien llegara a saberlo. ¿Qué le harían a ella o a mi hijo? Necesito regresar —dijo sentándose mientras su cara se crispaba de dolor—. Tengo que encontrarla antes de que esos locos le hagan daño.
Cuando Duncan llegó hasta ellos, los tres callaron, confirmando las sospechas que intuía. Con una sonrisa en los labios, Megan se levantó y tomó la mano de su mando para decir graciosamente:
—Hoy nuestro enfermo se encuentra mejor. —Señalando a su marido dijo—: Anthony, os presento a mi marido, el
laird
Duncan McRae.
Con gesto serio e implacable Duncan habló.
—¿Cuál es vuestro nombre? —preguntó sin dejarle hablar.
—Anthony McBean,
laird
—respondió intentando levantarse, pero Duncan no se lo permitió. No sabía por qué, pero aquel hombre le parecía buena persona.
—No os mováis, o acabaréis con todo el trabajo de mi mujer y su hermana.
—Os agradezco vuestra amabilidad,
laird
McRae. —Suspiró de dolor—. A partir de este momento, quedo en deuda con vos.
Duncan, sin apartar su mirada de él, preguntó:
—¿Qué os ha ocurrido?
—Le asaltaron en el camino —se apresuró a responder Megan, mientras su marido levantaba con curiosidad una ceja.
—Y al ver que no llevaba más que unas monedas —continuó Shelma viendo a su marido acercarse—, se enfadaron tanto con él que casi lo matan.
—Estoy hablando con él —suspiró Duncan intentando mantener la calma mientras Lolach se ponía a su lado—. ¿Seríais tan amables las dos de marcharos un rato y dejarnos? Necesitamos hablar con él.
—¡Imposible! —gritó Megan—. Tenemos que curarlo.
—Lo curarás después —sentenció Duncan—. Quiero hablar a solas con él.
—Shelma —gruñó Lolach al percibir la tozudez de ellas—, si no queréis problemas, coge a tu hermana y alejaos ahora mismo de aquí.
A regañadientes se alejaron, aunque Anthony las calmó con una sonrisa. Una vez que quedaron los tres a solas, Duncan hizo las presentaciones.