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Authors: Megan Maxwell

Deseo concedido (25 page)

BOOK: Deseo concedido
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—Éste es el
laird
Lolach McKenna —dijo mirando al hombre para después volverse a Lolach y continuar—: Su nombre es Anthony McBean y, según tu mujer y la mía, le asaltaron en el camino para robarle algo más que unas simples monedas. —Dicho esto, Duncan clavó la mirada en el hombre y en un perfecto inglés preguntó—: ¿Estáis seguro de que ellas dicen la verdad?

Al sentirse descubierto, Anthony no quiso mentir.

—No,
laird
McRae —respondió en inglés sorprendiendo a Lolach—. Y, por favor, disculpad a vuestras mujeres, lo han hecho para ayudarme.

—¿Sois inglés? —preguntó Lolach, incrédulo.

—No,
laird
McKenna. He sido criado en Inverness y, al igual que les ocurre a vuestras esposas, la gente me llama
sassenach
por el hecho de que mi padre era inglés.

Duncan y Lolach se miraron. Aquel hombre había cometido el mismo delito que sus mujeres. Ninguno.

—Agradezco tu sinceridad, Anthony —prosiguió Duncan mostrándole su confianza—. Y quiero que sepas que eso te acaba de salvar la vida. —Mirando a Lolach continuó—: Nunca hubiera creído que unos ladrones no se llevaran la comida y las monedas que encontré en tu caballo junto a unas notas escritas en inglés.

—¿Qué ocurrió realmente? —suspiró Lolach mirando a Megan y Shelma, que no les quitaban el ojo de encima.

Con la angustia reflejada en sus palabras, Anthony volvió a relatar lo que momentos antes había contado a las mujeres. Duncan, furioso por aquella mentira, intentó calmar su ansiedad. Su enfado era tal que deseó coger a Megan del cuello y azotarla.

—No te muevas, Anthony —dijo Lolach apiadándose del hombre. Si alguien le obligara a separarse de Shelma, por el hecho de que su padre era inglés, enloquecería—. Descansa; cuando estés algo más fuerte, hablaremos.

—Haz caso a lo que dice Lolach. Descansa y reponte —asintió Duncan leyendo el pensamiento de su amigo—. Necesitarás todas tus fuerzas para recuperar a tu esposa. —Mirando a Megan y a su cuñada dijo—: Te voy a pedir un favor, Anthony.

—Vos diréis,
laird
. —El hombre inclinó la cabeza.

—Nuestras mujeres no deben saber que conocemos la verdad.


Laird
McRae… —Se movió incómodo por tener que continuar mintiendo—. Ellas han sido muy amables conmigo y no sé si podré…

—Tendrás que poder —ordenó Lolach entendiendo lo que su amigo quería comprobar.

—Te lo ordeno, Anthony —endureció la voz Duncan—. Si deseas que te ayudemos a recuperar a tu esposa, debes cumplir esa orden.

—De acuerdo,
laird
McRae —asintió temeroso de hacer enfadar a El Halcón.

—Ahora, descansa —dijo Lolach alejándose junto a su amigo.

—Veremos de quién es la lealtad de nuestras mujeres, si de un extraño que acaban de conocer o de sus maridos —refunfuñó Duncan haciendo sonreír a Lolach.

—¿Crees que esas aprendices de brujas serán capaces de mantener la mentira?

—Estoy totalmente seguro —asintió Duncan mirando a su mujer, que en ese momento corría detrás de Zac y de su perro.

Al día siguiente, algo cambió. Extrañada, Megan percibió que su marido la observaba con mirada oscura y penetrante. Ya no la sonreía, ni buscaba su compañía. Shelma, al igual que su hermana, también notó el cambio en Lolach, y eso le estaba comenzando a enfadar. ¿Por qué no le hablaba su marido? La noche anterior le estuvo esperando hasta tarde. Deseaba contar con su compañía, pero él prefirió dormir al raso con el resto de los hombres.

Montadas en sus respectivos caballos, miraron hacia la carreta.

Zac hablaba con Anthony y con Ewen. Parecían haber hecho buena camarilla los tres.

—¿Crees que Anthony conseguirá llegar hasta su mujer? —preguntó Shelma.

—Espero que sí —asintió Megan—. Pobre Briana, su vida debe de ser un sufrimiento. Me satisface mucho que nuestros maridos hayan variado el camino para intentar ayudarlo.

—Mejor, así permaneceremos más tiempo juntas —sonrió Shelma.

En ese momento, Lolach pasó cerca de ellas. Shelma lo miró y le dedicó una coqueta sonrisa, que él no le devolvió.

—No entiendo —se quejó Shelma—. ¿Qué le pasa? ¿Por qué no me habla?

—Duncan está igual —suspiró Megan mirando las anchas espaldas de su marido, y con una media sonrisa dijo—: Quizás están celosos por los cuidados que le prestamos a Anthony.

—Pero anoche no entró a dormir en la tienda —se quejó al ver a Lolach reír con Mael—. ¿Acaso no sabe que es el único hombre que me hace suspirar?

—Quizá tengas que recordárselo —señaló Megan—. Ve e intenta hablar con él. Seguro que ese detalle le gustará.

Con una sonrisa picara, Shelma tomó las riendas de su caballo y se puso al lado de Lolach y Mael, que no se percataron de la cercanía de la mujer, hasta que ella habló.

—Lolach, ¿cuánto camino nos queda aún?

Al escucharla, Lolach hizo una seña a Mael y éste se retiró.

—Bastante —respondió con voz dura y sin mirarla.

—Tengo ganas de conocer las tierras. ¿Son tan hermosas como Dunstaffnage? —volvió a preguntar intentando mostrar afabilidad.

—¡Son más hermosas! —respondió conteniendo su deseo por besarla y ahogarla. Estar enfadado con ella le resultaba una auténtica tortura. Shelma era lo más delicioso que había visto nunca. Su mujer le encantaba. Pero aquella absurda mentira le consumía.

—Tenías ganado, ¿verdad? —continuó sin darse por vencida.

—Sí.

—Anoche esperé tu compañía —susurró bajando la voz.

Lolach resopló y dijo:

—Tenía cosas mejores que hacer.

—¿Dormir con tus hombres, por ejemplo? —preguntó ofendida.

—Mis hombres y mi clan son lo más importante. —Sin mirarla, dijo en tono duro—: Vuelve con tu hermana. Estoy tratando temas importantes con Mael.

Confundida, le miró con más odio que otra cosa. Contuvo su lengua, levantó la barbilla, tiró de las riendas de su caballo y volvió al lado de su hermana.

—¡Le odio! —gruñó enfadada—. Dormir con sus guerreros y su gente es más importante que yo.

—Tranquila —suspiró Megan—, intentaré hablar con Duncan.

Sorteando a varios guerreros, Megan consiguió ver la espalda fuerte y varonil de su marido. Hablaba con Myles, por lo que con tranquilidad trotó hasta ponerse a su lado. Al verla, Myles la sonrió y los dejó solos.

—¿Qué deseas? —preguntó secamente Duncan.

—Percibo que tu humor es magnífico —sonrió con frialdad. Mirando hacia los lados, vio cómo varios hombres la observaban.

Sin apartar la vista del camino, el
highlander
dijo:

—Regresa con tu hermana.

—¡No! —susurró para que nadie la escuchara excepto él—. Me apetece hablar contigo.

—Muy bien. —Quizá le confesara lo que ansiaba oír—. ¿De qué quieres hablar?

—Pues, no sé. Tal vez sobre cuánto camino queda, sobre qué es para ti el amor, o quizá por qué no me hablas.

—Respecto a tu primera pregunta, quedan varios días. A la segunda, no creo en el amor. Y, en cuanto a la tercera, prefiero no hablar.

—¿No crees en el amor? —preguntó viendo que no la miraba—. ¿Y por qué me dices a veces palabras bonitas?

—Porque a las mujeres os gustan —bramó con enfado.

Ofendida por aquello Megan resopló.

—Yo nunca te las he pedido —se quejó ella con rabia—. Por lo tanto, si no las sientes, no me las vuelvas a decir. Porque si alguna vez me dices «te quiero», me gustaría que fuera porque lo sientes, no por regalarme los oídos.

—Esa maldita palabra no saldrá de mi boca —soltó consiguiendo que le mirase con ganas de matarlo.

—¡Eres un salvaje insensible!

—¡Fuera de mi vista! —exclamó Duncan cada vez más enfadado.

—Pero ¿me puedes decir qué te pasa?

—¡Fuera de mi vista! —rugió.

La rabia que vio en sus ojos inyectados en sangre hizo que Megan retrocediese confundida sin decir nada más. Pero ¿qué le ocurría?

Capítulo 18

Aquella tarde, tras cabalgar a través del macizo de los Cairngorms, llegaron hasta una enorme fortificación que se alzaba junto a una aldea. Los
highlanders
les lanzaron gritos de bienvenida al divisarlos desde las alturas.

Duncan y Lolach eran bien recibidos en las tierras de Gregory McPherson. Allí se sentían casi como en casa. Algunos guerreros se quedaron en la aldea, junto a Anthony y la carreta, mientras que el resto continuó hasta la fortificación.

—¡Qué San Fergus truene! —gritó un maduro hombre de pelo gris con aspecto de salvaje, saliendo por la gran arcada de la fortificación seguido de varios hombres.

—¡McPherson! —rio Duncan al escucharlo—. ¿Serías tan amable de apagar la sed de estos pobres viajeros?

—¡Por San Ninian, McPherson! Tan excelente es tu agua de vida que todos pasamos a saludarte.

El que bromeó era el joven Kieran O'Hara, un guerrero rubio, de increíbles ojos azules, que al ver a Duncan sonrió, mientras que este lo recibió con mal gesto.

—¡El que faltaba! —señaló Lolach desviando la mirada.

—¡Traed cerveza y agua de vida, y preparad varias habitaciones! —vociferó McPherson a sus criados, que rápidamente se pusieron en marcha—. ¡Qué alegría teneros aquí! —Mirando con curiosidad hacía las mujeres que le observaban desde sus caballos señaló—: Entonces ¿es cierto? ¿Os habéis casado?

Megan, ofendida por cómo Duncan sonreía a una morena de grandes pechos, le escuchó decir:

—Sí, McPherson, ésas son nuestras mujeres.

El enfado de Megan crecía por momentos. Cansada de esperar a que alguien la ayudara a bajar del caballo, de un salto descendió hasta el suelo.

—¿Podrías proporcionarles a nuestras esposas agua y jabón? Por su apariencia lo necesitan —se mofó Duncan mirándola con desprecio.

Megan, molesta por aquel comentario, escuchó callada las carcajadas de todos los que la miraban.

—Estoy convencido por sus caras de cansadas —intervino Kieran acercándose a ellas— de que necesitan muchas cosas más.

Al escucharle, Duncan y Lolach lo retaron con la mirada. Pero Kieran, sin hacerles caso, continuó a lo suyo.

—Intentaremos proporcionarles intimidad —les prometió el jefe del clan.

En ese momento, un grupo de mujeres aparecieron en la puerta. Por las sonrisas que cruzaron con Lolach y Duncan, Megan y Shelma intuyeron que los conocían.

—¡Mary! Acompaña a las señoras a las habitaciones superiores —vociferó McPherson, y acercándose a Megan y Shelma dijo—: Como nadie nos presenta, procederé yo mismo a hacerlo. Soy el
laird
Gregory McPherson.

—Laird
McPherson, os agradecemos que nos acojáis en vuestro hogar. Nuestros nombres son Megan y Shelma Philiphs.

—¡¿Cómo dices?! —gritó Duncan acercándose a ella, haciendo que todos la mirasen—. Dirás que eres Megan McRae, mi esposa.

—Y tú Shelma McKenna —señaló Lolach—. ¡No lo olvides!

Avergonzadas al sentirse el centro de las risas, asintieron sin poder articular palabra, cruzando unas significativas miradas con las mujeres que se mofaban de ellas.

—Disculpad,
laird
McPherson —consiguió decir Megan apretando los puños contra su cuerpo—. Nuestros enlaces han sido muy recientes, de ahí mi error.

—Cuidad esos errores,
miladies
—río Gregory McPherson alejándose de ellas—. Recordad que ahora sois propiedad de vuestro
laird
y de su clan.

—Mi nombre es Kieran O'Hara —se presentó con galantería el joven rubio. Tras besarles la mano, señaló con una increíble sonrisa—: Y aquí estaré para lo que las
miladies
necesiten. —Luego bajó la voz para indicar—: No creáis que soy como los brutos de vuestros maridos.

—No necesitarán nada tuyo, Kieran —recalcó Duncan, incómodo por tener a aquel hombre tan cerca—. Aléjate de ellas.

—¡Tranquilo, Duncan! —sonrió el joven tras guiñarle un ojo a Megan, que sorprendida ni se movió—. Sólo estaba siendo amable con vuestras mujeres.

—¡Mary! —llamó Lolach guiñándole un ojo a una mujer, mientras Shelma observaba y callaba. ¿Por qué las trataban así?—. Indícales con claridad a nuestras esposas sus habitaciones. Su confusión es tal —se mofó indignándolas— que pueden llegar a meterse en otro lecho.

De nuevo se repitieron las risas. Aquellas mujeres estaban disfrutando, mientras Niall, sorprendido por todo aquello, callaba y observaba a su hermano y a Lolach. Con una mirada, se comunicó con Myles, Mael y Ewen. Ellos también le miraron desconcertados. ¿Por qué las trataban así?

—Zac estará con nosotros —indicó Niall atrayendo la mirada de las mujeres—. No os preocupéis. Nosotros nos ocuparemos de él mientras descansáis —dijo sonriéndolas con amabilidad y ellas lo agradecieron.

Con timidez, una joven rubia de ojos claros y sonrisa afable se acercó a ellas. Se llamaba Mary y no tendría más edad que Megan. Sin apenas mirarlas a los ojos, indicó:

—Acompañadme,
miladies
.

Sin mirar a nadie, ambas siguieron a la muchacha hasta el interior de la fortaleza. Calladas y en tensión, cruzaron un enorme salón apenas decorado con cuatro tapices. Tras pasar una redonda arcada, subieron por unas estrechas y curvadas escaleras, hasta llegar a un corredor iluminado con antorchas, donde había varias puertas.

—Éstas serán vuestras habitaciones. ¿Deseáis que os suba algo de comida?

—No, gracias, Mary —sonrió con tristeza Megan.

—De todas formas —asintió la criada—, diré que os suban dos bañeras y agua caliente para que os bañéis.

Tras decir aquello, se marchó dejándolas a solas. Megan, con rapidez, tomó la mano de su hermana y, abriendo una de las arcadas, entraron. Shelma se abrazó a su hermana y comenzó a llorar. ¡Oh, Dios! Qué humillación tan grande. Megan, incrédula por lo que había ocurrido, respiraba con dificultad para no llorar, hasta que unos golpes en la puerta las devolvió a la realidad. Era Mary.

—Miladies
, disculpad —murmuró al ver los ojos enrojecidos de ambas—. Sé que no queríais nada, pero os traigo un poco de cerveza y unas tortas de avena. Os sentará bien comerlas antes de que os suban el agua caliente.

—Gracias por tu amabilidad —dijo Megan—. ¿Podrías solicitar a alguno de los hombres que suba nuestro equipaje?

—Por supuesto. Ahora mismo les avisaré.

Cuando quedaron de nuevo a solas, Shelma dijo:

—¿Por qué nos han tratado así delante de todo el mundo?

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