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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (12 page)

BOOK: Barrayar
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Cordelia parpadeó.

—La señora Vorpatril me ayudó mucho. Es muy generosa.

Vordarian hizo un ligero movimiento hacia su torso. —Tengo entendido que también debo felicitarla. ¿Es niño o niña?

—¿Eh? Oh. Sí, un niño, gracias. Se llamará Piotr Miles, según me han dicho.

—Curioso. Hubiese pensado que el regente habría preferido tener una hija primero.

Cordelia lo miró, sorprendida ante su tono irónico. —Quedé embarazada antes de que Aral se convirtiera en regente.

—Pero sin duda ya sabían que iba a recibir la designación.

—Yo no. De todas formas, suponía que todos los militares de Barrayar se desesperaban por tener hijos varones. ¿Por qué supone que él querría una niña? —
Yo quiero una hija

—Presumía que lord Vorkosigan tendría en mente la continuidad de su puesto. ¿Qué mejor manera de conservar una posición de poder cuando la regencia haya terminado, que convertirse en suegro del emperador?.

Cordelia se quedó asombrada.

—¿Cree que él apostaría la continuidad de un gobierno planetario a la posibilidad de que dos adolescentes se enamoren, dentro de quince años?

—¿Enamorarse? —Ahora fue él quien pareció desconcertado.

—Ustedes los barrayareses están… —Se mordió la lengua para no decir
«locos»
. Hubiese sido una grosería—. Sin lugar a dudas Aral es más… práctico. —Aunque ella no podía decir que no fuese romántico.

—Esto es extremadamente interesante —murmuró él. Sus ojos se posaron unos instantes sobre su abdomen—. ¿Supone que él tiene previsto algo más directo?

La mente de Cordelia corría en forma tangencial a esa retorcida conversación.

—¿Cómo?

Él sonrió y se alzó de hombros.

Cordelia frunció el ceño.

—¿Se refiere a que si tuviéramos una niña, eso es lo que todos pensarían?

—Sin duda.

Ella exhaló un suspiro.

—Dios. Eso es… No imagino que alguien en su sano juicio pueda querer acercarse al imperio barrayarés. Por lo que he visto, con ello uno se convierte en blanco de todos los maniáticos resentidos. —En su mente apareció una imagen del teniente Koudelka, sordo y ensangrentado—. También afecta al pobre sujeto que se encuentra cerca del poder.

Él asintió con la cabeza.

—Ah sí, ese desafortunado incidente del otro día. ¿La investigación ha logrado algún resultado?

—Ninguno, que yo sepa. Negri e Illyan hablan de los cetagandaneses, principalmente. Pero el sujeto que lanzó la granada logró escapar.

—Qué pena. —Vació su copa y la cambió por otra llena que le ofreció inmediatamente un criado de librea. Cordelia observó las copas de vino con añoranza. Pero por el momento debería privarse de los venenos metabólicos. Otra ventaja más del estilo betanés de reproducción en réplicas uterinas. En casa se hubiese podido envenenar libremente mientras su hijo crecía, atendido las veinticuatro horas por técnicos sobrios, seguro y protegido en los bancos de réplicas. ¿Y si hubiera sido ella la que hubiera sufrido los efectos de esa granada sónica…? Echó de menos una copa.

Bueno, no necesitaba el etanol para aturdir su mente. La conversación con los barrayareses producía el mismo efecto. Sus ojos recorrieron el salón en busca de Aral. Allí estaba, con Kou a su lado, hablando con Piotr y otros dos hombres canosos con libreas de conde. Tal como Aral había pronosticado, su audición había vuelto a la normalidad al cabo de un par de días. De todos modos, movía los ojos de un rostro al otro, buscando señales en cualquier gesto o inflexión. La copa de vino estaba intacta y no era más que un adorno en su mano. Estaba de servicio, sin duda. ¿Alguna vez volvería a estar de permiso?

—¿Se sintió muy perturbado por el ataque? —preguntó Vordarian, quien había seguido la dirección de su mirada.

—¿Usted no lo hubiese estado? —respondió Cordelia—. No lo sé… ha visto tanta violencia en su vida, casi más de la que yo puedo imaginar.

—Pero usted no lo conoce desde hace tanto. Sólo desde Escobar.

—Nos vimos una vez antes de la guerra. Brevemente.

—¿Oh? —Alzó las cejas—. No lo sabía. Qué poco sabe uno de la gente, en realidad. —Se detuvo para observar a Aral, para observarla a ella mirando a Aral. Vordarian esbozó una pequeña sonrisa y entonces frunció los labios con expresión pensativa—. Él es bisexual, ¿sabe? —Bebió un sorbo de vino.

—Era bisexual —corrigió ella de forma ausente, mirando a Aral con afecto—. Ahora practica la monogamia.

Vordarian se atragantó y comenzó a toser. Cordelia lo observó con preocupación, preguntándose si debía palmearle la espalda o algo parecido, pero al fin él logró recuperarse.

—¿Él le ha dicho eso? —preguntó con asombro.

—No, fue Vorrutyer. Justo antes de sufrir su… fatal accidente. —Vordarian se paralizó; Cordelia sintió cierta maliciosa satisfacción. Al fin había logrado desconcertar a un barrayarés. Ojalá pudiese descubrir qué había hecho para lograrlo. Continuó con el rostro muy serio—. Cuanto más pienso en Vorrutyer, más me parece una figura trágica. Obsesionado con una aventura que había terminado hacía dieciocho años. No obstante, en ocasiones me pregunto si hubiese podido tener lo que deseaba (a Aral), si Aral hubiese conservado esa vena sádica que consumió la cordura de Vorrutyer… Es como si los dos hubiesen estado en alguna clase de columpio, donde la supervivencia de uno determinaba la destrucción del otro.

—Una betanesa. —La expresión desconcertada comenzaba a desvanecerse. En su lugar aparecía una que Cordelia denominó mentalmente «de atroz comprensión»—. Debí haberlo imaginado. Después de todo, fueron ustedes quienes crearon a los hermafroditas… —Guardó silencio—. ¿Cuánto tiempo conoció a Vorrutyer?

—Unos veinte minutos. Pero fueron veinte minutos muy intensos. —Cordelia decidió dejar que se preguntase qué diablos significaba eso.

—Su… aventura, como usted lo llama, fue un gran escándalo secreto en su momento.

Ella arrugó la nariz.

—¿Gran escándalo secreto? ¿No es eso un oxímoron? Como «inteligencia militar», o «fuego amigo». También típicos barrayarismos, ahora que lo pienso.

Vordarian tenía una expresión extraña en el rostro. Cordelia comprendió que tenía el aspecto de alguien que acabara de lanzar una bomba, pero ésta había emitido un chasquido en lugar de estallar, y ahora trataba de decidir si debía meter la mano dentro para probar el mecanismo.

Entonces fue el turno de Cordelia para alcanzar una «atroz comprensión».

Este hombre ha tratado de destruir mi matrimonio. No… el matrimonio de Aral
. Adoptó una sonrisa radiante e inocente. Al fin las piezas comenzaban a encajar. Vordarian no podía pertenecer al antiguo partido de Vorrutyer. Sus líderes habían sufrido algún accidente fatal antes de la muerte de Ezar, y el resto de los partidarios estaban dispersos y ocultos. ¿Qué buscaba ese hombre? Cordelia jugueteó con una flor de su cabello.

—No creí estar casándome con un hombre virgen de cuarenta y cuatro años, conde Vordarian.

—Eso parece. —Bebió otro sorbo de vino—. Ustedes los galácticos son todos unos degenerados… me pregunto qué perversiones tolerará él a cambio. —De pronto sus ojos brillaron con malicia—. ¿Sabe cómo murió la primera mujer de Vorkosigan?

—Se suicidó. Se disparó un arco de plasma a la cabeza —respondió ella sin vacilar.

—Según los rumores él la asesinó. Por adulterio. Tenga cuidado, betanesa. —Su sonrisa ya se había vuelto completamente ácida.

—Sí, también sabía eso. En este caso, los rumores no son ciertos. —Los dos ya habían abandonado toda apariencia de cordialidad. Cordelia sentía que junto con ello, comenzaba a perder el control de sí misma. Se inclinó adelante y bajó la voz—. ¿Usted sabe por qué murió Vorrutyer?

Vordarian no pudo evitar inclinarse hacia ella, interesado.

—No…

—Trató de herir a Aral a través de mí. Eso me resultó… irritante. Quisiera que usted dejase de tratar de irritarme, conde Vordarian. Me temo que logre su cometido. —Su voz se transformó en un susurro—. Usted también debe temerlo.

El aire condescendiente de Vordarian había dado paso a la cautela. Hizo un gesto rápido con las manos a modo de despedida y se retiró.

—Señora —dijo, alejándose con una mirada nerviosa.

Ella lo miró con el ceño fruncido. Vaya. ¡Qué diálogo tan extraño! ¿Qué había esperado? ¿Pillarla por sorpresa con ese antiguo dato? ¿Vordarian imaginaba realmente que ella iría a reclamarle a su esposo por su mal gusto para escoger compañías, veinte años atrás? ¿Una ingenua barrayaresa recién casada hubiese sufrido un ataque de histeria? No la señora Vorpatril, cuyo entusiasmo social ocultaba un ácido discernimiento; no la princesa Kareen, cuya ingenuidad había sido destruida hacía mucho por ese sádico de Serg.

Vordarian disparó, pero no dio en el blanco
. Entonces pensó con más frialdad:
¿Ya habrá hecho lo mismo, en otra ocasión?
Aquél no había sido un diálogo social normal, ni siquiera según el modelo machista barrayarés.
O tal vez sólo estaba borracho
. De pronto Cordelia tuvo ganas de hablar con lllyan. Cerró los ojos, tratando de aclarar su mente confundida.

—¿Te encuentras bien, cariño? —murmuró la voz preocupada de Aral en su oído—. ¿Necesitas tu medicación para las náuseas?

Cordelia abrió los ojos. Allí estaba él, sano y salvo a su lado.

—Oh, estoy bien. —Lo cogió del brazo con suavidad—. Sólo pensaba.

—Nos esperan para cenar.

—Vamos. Será bueno sentarse. Tengo los pies hinchados.

Aral pareció querer alzarla en sus brazos y llevarla a la mesa, pero entraron normalmente en el salón y se reunieron con las otras parejas. Se acomodaron ante una mesa elevada y un poco apartada de las demás, junto con Gregor, Kareen, Piotr, el lord Guardián de los Portavoces y su mujer, y el primer ministro Vortala. Ante la insistencia de Gregor, Droushnakovi se sentó con ellos; el niño parecía muy feliz de ver a su antigua guardaespaldas.

¿Me he llevado a tu compañera de juegos, pequeño?
, pensó Cordelia con remordimiento. Eso parecía. Gregor comenzó a negociar con Kareen para que Drou fuese allí una vez por semana a darle «lecciones de judo». Acostumbrada al ambiente de la residencia, Drou no parecía tan intimidada como Koudelka, quien parecía algo tenso tratando de disimular su torpeza.

Cordelia se encontró sentada entre Vortala y el Portavoz, con quienes mantuvo una conversación razonablemente cómoda; Vortala resultaba encantador con su estilo directo. Cordelia probó un poco de todos los alimentos elegantemente servidos, exceptuando las tajadas de un bovino asado, presentado entero. Por lo general era capaz de no pensar en el hecho de que las proteínas barrayaresas no eran criadas en cubas, sino extraídas de verdaderos animales muertos. Se había enterado de sus primitivas prácticas culinarias antes de viajar allí, después de todo, y ya había probado la carne animal en misiones de Estudios Astronómicos. Los barrayareses aplaudieron a la bestia decorada con frutas y flores. Al parecer, la encontraban apetitosa, no horrible, y el cocinero que la había seguido con ansiedad se inclinó en una reverencia. Los primitivos circuitos olfativos en el cerebro de Cordelia debieron convenir en que el aroma era delicioso. Vorkosigan se sirvió una porción casi cruda. Cordelia bebió agua.

Después del postre y de algunos brindis formales ofrecidos por Vortala y Vorkosigan, al fin el pequeño Gregor se fue a la cama acompañado por su madre. Kareen hizo señas a Cordelia y a Droushnakovi para que la siguiesen. Cordelia sintió que la tensión de sus hombros se aflojaba cuando abandonaron el gran salón para subir a las silenciosas habitaciones del emperador.

Gregor fue despojado de su pequeño uniforme y vestido con un pijama, con lo cual dejó de ser un icono para convertirse de nuevo en un niño. Drou lo acompañó a cepillarse los dientes y acabó accediendo a jugar «sólo una vez» a algo a lo cual solían jugar a la hora de acostarse. Kareen lo permitió con indulgencia, y después de besar a su hijo se retiró con Cordelia a un salón contiguo suavemente iluminado. Las ventanas estaban abiertas y por ellas entraba una fresca brisa nocturna. Las dos mujeres se sentaron con un suspiro y se relajaron; en cuanto vio que Kareen se quitaba los zapatos, Cordelia la imitó. Desde los jardines llegaba el sonido apagado de voces y risas.

—¿Hasta cuándo se prolongará la fiesta? —preguntó Cordelia.

—Hasta el amanecer, para los que aguanten más que yo. Me retiraré a la medianoche, después de lo cual se comenzará a beber en serio.

—Algunos ya parecían haberlo tomado bastante en serio.

—Por desgracia. —Kareen sonrió—. Antes de que haya finalizado la noche, podrá ver lo mejor y lo peor de los Vor.

—Me lo imagino. Me sorprende que no hayan importado drogas menos letales para animar el espíritu.

La sonrisa de Kareen se tornó irónica.

—Pero las riñas entre borrachos son una tradición. —Suavizó su tono de voz—. En realidad, esas cosas están entrando, al menos en las ciudades con bases de lanzamiento. Como de costumbre, en lugar de sustituir nuestras antiguas costumbres les agregamos otras nuevas.

—Tal vez sea la mejor manera. —Cordelia frunció el ceño. ¿Cómo lo preguntaría con delicadeza…?— ¿El conde Vidal Vordarian es de los que acostumbran a emborracharse en público?

—No. —Kareen alzó la vista hacia ella—. ¿Por qué lo pregunta?

—He mantenido una conversación muy peculiar con él. Pensé que una sobredosis de etanol podría explicarla. —Recordó la mano de Vordarian posada suavemente sobre la rodilla de la princesa, casi como una caricia íntima—. ¿Lo conoce bien? ¿Qué opinión tiene de él?

—Es rico… y orgulloso —dijo la princesa—. Permaneció leal a Ezar durante las últimas intrigas de Serg. Leal al imperio y a la clase de los Vor. En el distrito de Vordarian hay cuatro importantes ciudades industriales, además de bases militares, depósitos de provisiones, la principal base de lanzamiento militar. Sin duda su zona es la de mayor relevancia económica de todo Barrayar. La guerra apenas la rozó. Ubicamos allí nuestras primeras bases espaciales porque aprovechamos instalaciones construidas y abandonadas por los cetagandaneses, y a partir de entonces se inició el desarrollo económico.

—Eso es… interesante —dijo Cordelia—. Pero me preguntaba cómo sería personalmente. ¿A usted le gusta?

—En una época —dijo Kareen lentamente—, me pregunté si Vidal sería lo bastante poderoso para protegerme de Serg cuando Ezar muriera. A medida que Ezar empeoraba, decidí que sería mejor ocuparme de mi propia defensa. No parecía estar ocurriendo nada, y nadie me decía una palabra.

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