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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (4 page)

BOOK: Barrayar
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—Bueno… —Cordelia se tocó la mano—. Bien… yo… este honor pertenece a otra persona, señora. Yo estuve presente cuando le cortaron el cuello al almirante Vorrutyer, pero no fue mi mano la que lo ejecutó.

Kareen apretó los puños sobre la falda y sus ojos brillaron.

—¿Entonces, fue Lord Vorkosigan?

—¡No! —Cordelia apretó los labios, exasperada—. Negri debió haberle entregado el verdadero informe. Fue el sargento Bothari. También salvó mi vida en esa ocasión.

—¿Bothari? —Kareen enderezó la espalda, asombrada—. ¿Bothari el monstruo? ¿El ordenanza loco de Vorrutyer?

—No me importa que me culpen en su lugar, señora, porque de haberse divulgado se habrían visto forzados a ejecutarlo por asesinato y motín. Pero… no quisiera hurtarle el mérito. Le transmitiré sus palabras si usted lo desea, pero no estoy segura de que recuerde el incidente. Después de la guerra y antes de ser licenciado fue sometido a una draconiana terapia mental… o a algo que los barrayareses llaman terapia, al menos. —Por lo que Cordelia había visto, eran tan competentes en este campo como en la neurocirugía—. Y según tengo entendido, tampoco era absolutamente… normal antes de eso.

—No —convino Kareen—. Es verdad. Yo pensé que era leal a Vorrutyer.

—Él decidió… decidió dejar de serlo. Creo que fue el acto más heroico que jamás he presenciado. Salir de ese pantano de perversidad y locura, y tratar de alcanzar… —Cordelia se detuvo sin atreverse a decir «alcanzar la salvación». Después de una pausa preguntó—: ¿Usted culpa al almirante Vorrutyer por la corrupción del príncipe Serg?

Ya que estaban hablando sin rodeos…
Nadie menciona al príncipe Serg. Él creyó que tomaba un atajo para llegar al imperio, y ahora simplemente ha desaparecido
.

—Ges Vorrutyer… —Las manos de Kareen se crisparon—. Él encontró un amigo de mentalidad parecida en Serg. Un seguidor para sus perversos pasatiempos. Tal vez… tal vez la culpa no haya sido toda de Vorrutyer, no lo sé.

Una respuesta sincera
, pensó Cordelia. Kareen añadió lentamente:

—Ezar me protegió de Serg cuando quedé embarazada. Hacía más de un año que no veía a mi marido cuando lo mataron en Escobar.

Tal vez yo tampoco vuelva a mencionar al príncipe Serg
.

—Ezar fue un gran protector. Espero que Aral lo haga igual de bien —dijo Cordelia. ¿No se estaba anticipando al referirse al emperador Ezar en tiempo pasado? Todos los demás parecían hacerlo.

Kareen pareció regresar de una ausencia y sacudió la cabeza para despejarse.

—¿Desea té, señora Vorkosigan?

Esbozó una sonrisa. Tocó un intercomunicador oculto en la joya que llevaba prendida al hombro y dio algunas órdenes domésticas. Al parecer, la entrevista personal había concluido. Ahora la capitana Naismith debía tratar de averiguar cómo actuaba la señora Vorkosigan cuando tomaba el té con una princesa.

Gregor y la guardaespaldas aparecieron de nuevo cuando comenzaban a servirse los pasteles de crema, y el pequeño logró seducirlas para que le permitiesen comer otra porción. Kareen se negó con firmeza cuando llegó el momento de la tercera. El hijo del príncipe Serg parecía un niño completamente normal, aunque se mostraba algo retraído ante los desconocidos. Con profundo interés personal, Cordelia lo miró junto a su madre. La maternidad. Todas lo hacían. ¿Cuán difícil podía llegar a ser?

—¿Qué le ha parecido hasta el momento su nueva casa, señora Vorkosigan? —preguntó la princesa a modo de amable conversación. Ahora estaban tomando el té; no era momento de mostrar los rostros al desnudo. No delante de los niños.

Cordelia lo pensó unos momentos. —El palacio de la campiña, Vorkosigan Surleau, es realmente hermoso. Ese lago maravilloso es más grande que cualquiera que exista en Colonia Beta, y sin embargo Aral lo considera normal. Su planeta es de una belleza inconmensurable. —
Su planeta. ¿No es también mi planeta?
En una prueba de asociación libre, «su casa» todavía estaba unido a «Colonia Beta» en la mente de Cordelia. Sin embargo se sentía capaz de permanecer para siempre junto al lago, descansando en los brazos de Vorkosigan—. La capital es… bueno, sin duda es más variada que nada de lo que tenemos en ca… en Colonia Beta. No obstante —agregó con una risita cohibida—, parece haber soldados por todas partes. La última vez que me vi rodeada por tantos uniformes verdes estaba en un campo de prisioneros de guerra.

—¿Aún nos ve como al enemigo? —preguntó la princesa con curiosidad.

—Oh, dejé de considerarlos así incluso antes de que terminara la guerra. No eran más que una colección de víctimas.

—Tiene usted unos ojos penetrantes, señora Vorkosigan. —La princesa tomó un sorbo de té y sonrió dentro de la taza. Cordelia parpadeó.

—La Residencia Vorkosigan suele tener una atmósfera de cuartel cuando el conde Piotr reside allí —comentó—. Todos esos hombres de librea. Creo que he visto a un par de criadas barriendo por algún rincón, pero aún no he hablado con ninguna. Un cuartel barrayarés. En Beta mi servicio fue algo completamente distinto.

—Mixto —dijo Droushnakovi. ¿Fue envidia lo que brilló en sus ojos?—. Hombres y mujeres sirviendo por igual.

—Los puestos se otorgan tras una prueba de aptitud —le explicó Cordelia—. Estrictamente. Por supuesto, las tareas que requieren un mayor esfuerzo físico son asignadas a los hombres, pero no parecen estar tan obsesionados con las categorías.

—Existe el respeto —suspiró Droushnakovi.

—Bueno, si las personas arriesgan la vida por su comunidad, es lógico que sean respetadas —señaló Cordelia con calma—. Supongo que echo de menos a mis compañeras oficiales. Las mujeres inteligentes, las técnicas, mi grupo de amigas allá en casa. —Allí estaba esa palabra tramposa otra vez—. Con tantos hombres inteligentes como los que tienen aquí, deben de haber también mujeres brillantes en alguna parte. ¿Dónde se esconden?

Cordelia cerró la boca, ya que de pronto se le ocurrió pensar que Kareen podía interpretar sus palabras como un insulto. Aunque agregar «exceptuando las presentes» sin duda la dejaría en peor posición.

No obstante si Kareen la interpretó de esa manera, no lo demostró, y el regreso de Aral e Illyan rescató a Cordelia de la posibilidad de cometer otras torpezas. Los tres se despidieron amablemente y regresaron a la Residencia Vorkosigan.

Esa noche el comandante Illyan se presentó en la Residencia Vorkosigan seguido por Droushnakovi. Aferrada a una gran maleta, la joven miró a su alrededor con los ojos brillantes de interés.

—El capitán Negri ha asignado a la señorita Droushnakovi para que se encargue de la seguridad personal de la regente consorte —les explicó Illyan brevemente. Aral asintió con un gesto.

Más tarde, Droushnakovi entregó a Cordelia una nota sellada. Alzando las cejas, Cordelia la abrió. La letra era pequeña y clara, la firma legible y sin rúbrica.

Con mis saludos
, decía.
Ella sabrá servirla bien. Kareen
.

2

A la mañana siguiente, Cordelia despertó para descubrir que Vorkosigan ya se había marchado, y que ella debía enfrentarse a su primer día en Barrayar sin la compañía de su esposo. Decidió dedicarlo a la compra que había decidido efectuar la noche anterior, cuando observó a Koudelka esforzándose por bajar la escalera en espiral. Sospechaba que Droushnakovi sería la guía ideal para lo que tenía pensado.

Cordelia se vistió y salió en busca de su guardaespaldas. No le resultó difícil encontrarla. Droushnakovi estaba sentada en el pasillo, justo al otro lado de su puerta, y se levantó al verla aparecer.
Esa muchacha debería vestirse con uniforme
, reflexionó Cordelia. El vestido que llevaba no cuadraba con su metro ochenta y cinco de altura, ni tampoco con su excelente musculatura. Entonces se preguntó si, como regente consorte, le permitirían vestirla con librea, y durante el desayuno se entretuvo diseñando mentalmente un traje que sentara bien a la belleza valquiria de la muchacha.

—¿Sabes?, eres la primera guardia barrayaresa que he conocido —le comentó Cordelia mientras se tomaba un huevo con café y una especie de cereales al vapor con mantequilla, los cuales constituían el principal alimento de los desayunos del lugar—. ¿Cómo te iniciaste en esta de clase de trabajo?

—Bueno, no soy una verdadera guardia, como los hombres de librea…

Ah, la magia de los uniformes otra vez.

—…pero mi padre y mis tres hermanos están en el Servicio. Es lo más cerca que pude llegar de convertirme en un verdadero soldado, como usted.

Desesperada por el Ejército, como el resto de Barrayar.

—¿Sí?

—De joven practicaba judo como deporte. Pero era demasiado corpulenta para las clases femeninas. No podía practicar en serio con nadie, y me resultaba muy aburrido. Mis hermanos comenzaron a hacerme entrar de tapadillo en sus clases. Una cosa condujo a la otra. Fui la campeona femenina de Barrayar dos años seguidos. Entonces, hace tres años, un nombre del capitán Negri se me acercó con una oferta de trabajo. Entonces comencé a entrenarme con armas. Por lo visto hacía años que la princesa pedía guardias femeninas, pero hasta entonces no habían encontrado a nadie que pasase todas las pruebas. —La muchacha esbozó una sonrisa—. Aunque no creo que la mujer que asesinó al almirante Vorrutyer necesite mis pobres servicios.

Cordelia se mordió la lengua.

—Bueno, sólo fue cuestión de suerte. Además, en este momento no quisiera realizar ningún esfuerzo físico. Estoy embarazada, ¿sabes?

—Sí, señora. Estaba en uno de los…

—Informes del capitán Negri —finalizó Cordelia al unísono con ella—. No me extraña. Es probable que lo supiera antes que yo misma.

—Sí, señora.

—¿Te alentaron en tus intereses cuando eras una niña?

—En realidad, no. Me consideraban un bicho raro. —Droushnakovi frunció el ceño y Cordelia tuvo la sensación de que había despertado un recuerdo doloroso.

Observó a la muchacha con expresión pensativa.

—¿Tus hermanos son mayores?

Droushnakovi la miró con sus ojos azules abiertos de par en par.

—Pues, sí.

—Me lo imaginaba. —
Y yo temía a Barrayar por lo que le hacía a sus hijos. No me extraña que les resulte difícil encontrar a alguien que pase las pruebas
—. Así que has recibido entrenamiento con armas. Excelente. Entonces hoy podrás guiarme; tenía pensado ir de compras.

La expresión de Droushnakovi pareció algo abatida.

—Sí, señora. ¿Qué clase de prendas desea comprar? —preguntó amablemente, sin ocultar del todo la decepción que sentía ante los intereses de su «verdadera» mujer soldado.

—¿Adonde irías en esta ciudad para comprar un buen bastón de estoque?

La expresión abatida desapareció.

—Oh, conozco el sitio perfecto. Es donde acuden los oficiales Vor y los condes para abastecer a sus hombres. A decir verdad, nunca he entrado. Mi familia no es Vor, así que no se nos permite la posesión de armas personales, sólo contamos con las del Servicio. Pero se supone que allí tienen de lo mejor.

Uno de los guardias uniformados del conde Vorkosigan las condujo a la tienda. Cordelia se relajó y se dedicó a disfrutar observando la ciudad. Droushnakovi se mantenía alerta, vigilando constantemente cuanto las rodeaba. De vez en cuando palpaba el aturdidor que llevaba oculto en el interior de la guerrera bordada.

Tomaron por una calle más estrecha, de edificios antiguos con fachadas de piedra. La armería sólo estaba marcada con su nombre, Siegling's, en discretas letras doradas. Evidentemente, si uno no sabía dónde se encontraba era porque no debía estar allí. Cordelia y Droushnakovi entraron en la tienda mientras el hombre uniformado las aguardaba fuera. El lugar tenía las paredes recubiertas en madera y el suelo estaba tapado por una gruesa alfombra. El aroma de la armería hizo que Cordelia evocase su nave, un extraño deje familiar en un lugar desconocido. Observó con disimulo los paneles de madera, y trató de calcular su valor en dólares betaneses. Muchos dólares betaneses. Sin embargo, en Barrayar la madera parecía tan común como el plástico. Las armas personales legales para las clases superiores estaban elegantemente exhibidas en estuches y en las paredes. Aparte de los aturdidores y las armas de cacería, había una colección de espadas y cuchillos; al parecer los feroces edictos del emperador en contra de los duelos sólo prohibían el uso, no la posesión.

Él dependiente, un hombre mayor de ojos pequeños y pasos suaves, se acercó a ellas.

—¿En qué puedo servirlas, señoras? —Era bastante cordial. Cordelia supuso que las mujeres Vor debían de acudir allí en ocasiones, para comprar obsequios. Pero por el tono de voz que había utilizado, el hombre bien podía haber dicho:
«¿Qué andáis buscando, pequeñas?» ¿Las subestimaba por medio del lenguaje corporal? No valía la pena preocuparse
.

—Estoy buscando un bastón de estoque, para un hombre de un metro noventa, aproximadamente. Debe de ser más o menos… así de alto —calculó recordando la altura de Koudelka y señalando su propia cadera—. Con vaina de resorte, tal vez.

—Sí, señora. —El dependiente desapareció y regresó con un modelo en madera clara, con complicadas tallas.

—Me parece un poco… no sé. —
Vulgar
—. ¿Cómo funciona?

El dependiente le mostró el mecanismo de resorte. La vaina de madera se deslizó para revelar una hoja larga y delgada. Cordelia extendió la mano y, de mala gana, el dependiente se la entregó a su guardaespaldas. —¿Qué opinas?

Primero Droushnakovi sonrió, pero luego frunció el ceño.

—No está muy bien equilibrada. —Miró al dependiente con incertidumbre.

—Recuerda que trabajas para mí, no para él —señaló Cordelia, identificando la conciencia de clase que motivaba su actitud.

—Diría que la hoja no es muy buena. —Es de una excelente hechura Darkoi, señora —se defendió el hombre con frialdad.

Con una sonrisa, Cordelia volvió a cogerla. —Vamos a probar su hipótesis. Alzó la hoja bruscamente en posición de saludo y se lanzó contra la pared en una diestra extensión. La punta se clavó en la madera y Cordelia presionó sobre ella. La hoja se partió. Con rostro imperturbable, le entregó los pedazos al dependiente.

—¿Cómo logra mantenerse si sus clientes no viven lo suficiente para comprarle más de una vez? Siegling's no debe haber adquirido su reputación vendiendo juguetes como éste. Tráigame algo digno de un soldado decente, no una burda imitación.

BOOK: Barrayar
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