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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

Barrayar (32 page)

BOOK: Barrayar
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—No, pero Vordarian tampoco lo tiene. Ha desaparecido. Pido a Dios que no haya muerto en algún estúpido tiroteo callejero, y se encuentre enterrado en alguna parte sin identificación. Sería una terrible pérdida.

—¿Viajar al espacio serviría de algo? ¿Te ayudaría a influir sobre las fuerzas espaciales?

—¿Por qué crees que me tomo la molestia de controlar la base Tanery? He considerado los pros y los contras de trasladar el centro de operaciones a una nave. Creo que aún no sería conveniente; podría interpretarse como el primer paso de una fuga.

Fugarse. Qué idea tan seductora. Lejos, lejos de toda esa demencia hasta que quedase reducida a la pequeña pantalla de un vídeo de noticias en la galaxia. Pero… ¿fugarse de Aral? Cordelia lo observó, reclinado en el sofá, mirando sin ver los restos de su cena. Un hombre maduro y fatigado con uniforme verde, sin ningún atractivo en particular (exceptuando tal vez sus agudos ojos grises); un intelecto ávido en constante lucha interna con la agresión inducida por el miedo, ambos alimentados por toda una vida rebosante de extrañas experiencias. La experiencia barrayaresa.

Deberías haberte enamorado de un hombre feliz, si lo que buscabas era felicidad. Pero no, tuviste que ceder ante la soberbia belleza, del dolor

Los dos serían como una sola carne. Qué literal se había vuelto esa antigua frase. Un pequeño trozo de carne, prisionero tras las líneas enemigas en una réplica uterina, los unía ahora como a hermanos siameses. Si el pequeño Miles moría, ¿ese lazo quedaría cortado?

—¿Qué… qué estamos haciendo respecto a los rehenes de Vordarian?

Él suspiró.

—Eso es un hueso duro de roer. Despojado de todo lo demás, cosa que poco a poco vamos logrando, Vordarian todavía tiene prisioneros a más de veinte condes y a Kareen. Y a varios cientos de personas menos importantes.

—¿Como por ejemplo Elena?

—Sí. Y sin olvidarnos de la misma ciudad de Vorbarr Sultana. Para lograr su salida del planeta, podría amenazar con atomizar la ciudad. He barajado la idea de negociar la cuestión y hacerlo asesinar más tarde. No puedo permitir que escape; sería injusto con todos aquellos que ya han muerto por serme leales. ¿Qué pacto podría satisfacer a todas esas almas traicionadas? No.

»Por lo tanto, estamos planeando incursiones de rescate para el desenlace. Cuando la deserción de hombres alcance un punto crítico y Vordarian se sienta invadido por el pánico. Mientras tanto, nos limitarnos a esperar. Cuando llegue el momento final… estaré dispuesto a sacrificar rehenes antes de permitir que Vordarian escape. —Su mirada fija adquirió un brillo siniestro.

—¿Incluso a Kareen? —
¿A todos los rehenes? ¿Incluso al más pequeño?

—Incluso a Kareen. Ella es una Vor. Lo comprenderá.

—Es la mejor prueba de que yo no soy una Vor —dijo Cordelia tristemente—. No entiendo nada de toda esta… locura ritualizada. Creo que deberíais someteros a una terapia, hasta el último de vosotros.

Él esbozó una sonrisa.

—¿Crees que lograríamos convencer a Colonia Beta para que nos envíe un batallón de psicoanalistas como ayuda humanitaria? ¿A aquel con quien mantuviste esa discusión, tal vez?

Cordelia emitió un gruñido. Bueno, no se podía negar que en abstracto, desde fuera, la historia de Barrayar adquiría cierta belleza dramática. Un juego de pasiones. Sólo cuando uno se acercaba descubría la estupidez de todo aquello, veía disolverse el mosaico en pequeñas piezas que no casaban.

Cordelia vaciló unos instantes y entonces preguntó:

—¿Nos estamos dedicando al juego de los rehenes? —No estaba segura de querer escuchar la respuesta.

Vorkosigan sacudió la cabeza.

—No. Ésa ha sido la tarea más difícil de toda la semana: han venido a verme hombres que tienen mujeres e hijos en la capital y he debido mirarles a los ojos y decir «no». —Aral acomodó los cubiertos sobre la bandeja, colocándolos en su posición original, y añadió con tono reflexivo—: Pero ellos no tienen una visión lo bastante amplia. Por ahora, esto no es una revolución, sino un simple golpe palaciego. Con excepción de algunos informantes, la población se encuentra inerte u oculta. Vordarian está apelando a la élite de los conservadores, a los Vor más viejos, y al ejército. Los condes no cuentan. La nueva tecnocultura en las escuelas está formando a miles de plebeyos progresistas. Ellos son las mayorías del futuro. Quisiera brindarles cierto método para distinguir a los buenos de los malos, aparte de unas franjas en el brazo. La persuasión moral es una fuerza más poderosa de lo que sospecha Vordarian. ¿Qué general de la vieja Tierra dijo que lo moral es a lo material como el tres es a cero? Oh, Napoleón, ése fue. Fue una lástima que no siguiera su propio consejo. Yo diría que como el cinco es a cero, para esta guerra en concreto.

—¿Pero tus fuerzas se equilibran? ¿Qué me dices de lo material?

Vorkosigan se encogió de hombros.

—Ambos tenemos acceso a las suficientes armas para destruir Barrayar. La potencia bélica no es la cuestión principal. No obstante, mi legitimidad implica una enorme ventaja, ya que las armas deben ser manejadas por hombres. De ahí los intentos de Vordarian por socavar esa legitimidad acusándome de haber secuestrado a Gregor. Me propongo desenmascarar su mentira.

Cordelia se estremeció.

—Sabes, creo que no quisiera estar en el bando de Vordarian.

—Oh, todavía le quedan algunos recursos para vencer. Todos ellos incluyen mi muerte. Sin mí como líder, el único regente designado por el difunto Ezar, ¿qué queda para escoger? Las pretensiones de Vordarian serían tan lícitas como las de cualquier otro. Si me matara y lograra apoderarse de Gregor, o viceversa, lograría afianzar en gran medida su posición. Hasta el próximo golpe, y una sucesión de revueltas y asesinatos por venganza se iría extendiendo indefinidamente en el futuro… —Aral entornó los párpados mientras imaginaba esta visión siniestra—. Ésta es mi peor pesadilla: que si perdemos la guerra, los enfrentamientos no cesarán hasta que otro Dorca Vorbarra el Justo ponga fin a otro Siglo Sangriento. Dios sabe cuándo. Francamente, no veo a ningún hombre de ese calibre entre los de mi generación.

Consulta con el espejo
, pensó Cordelia con expresión sombría.

—Ah, por eso querías que me visitase el médico primero —bromeó Cordelia con Aral esa noche. Cuando ella le hubo aclarado algunos puntos confusos, el médico la había examinado meticulosamente, cambió su prescripción de ejercicio físico por descanso y le permitió reanudar sus relaciones matrimoniales con prudencia. Aral sólo sonrió y le hizo el amor como si fuese de cristal. Según Cordelia pudo comprobar esa noche, él ya estaba prácticamente recuperado del ataque con la soltoxina. Durmió como un tronco, aunque resultó mucho más cálido, hasta que su consola los despertó al amanecer. Seguramente se había producido alguna conspiración militar para que no sonara más temprano. Cordelia pudo imaginar a algún soldado diciendo a Kou: «Sí, dejemos que el Viejo disfrute de su primera noche, tal vez se ablande un poco…»

No obstante, esta vez la fatiga la abandonó más pronto. En cuestión de un día, acompañada por Droushnakovi, Cordelia estuvo levantada y se dedicó a explorar el lugar.

Se encontró con Bothari en el gimnasio de la base. El conde Piotr todavía no había regresado, por lo que después de presentar su informe a Aral el sargento tampoco tenía nada que hacer.

—Debo mantenerme entrenado —le explicó brevemente.

—¿Ha dormido?

—No mucho —respondió él, reanudando su carrera de forma compulsiva. A Cordelia le pareció que se esforzaba demasiado, considerando el tiempo que había pasado sin entrenarse. Sudaba copiosamente, y ella le deseó suerte en silencio.

Cordelia se puso al corriente sobre los detalles de la guerra interrogando a Aral y a Kou, y viendo los vídeos de noticias. Qué condes eran aliados, quién era un rehén conocido, qué unidades se desplegaban en ambos bandos y cuáles resultaban destruidas, dónde se había llevado a cabo una batalla, cuáles habían sido los daños y qué comandantes volvían a ser leales… datos sin ningún poder. No mucho más que su intelectualizada versión de la interminable carrera de Bothari, y aún más inútil para distraer su mente de todos los horrores y desastres, pasados o inminentes, ante los cuales ella no podía hacer absolutamente nada.

Cordelia hubiera preferido que las cosas fueran más activas, como habían sido uno o dos siglos atrás. Imaginó a un tranquilo sabio del futuro mirándola por un telescopio del tiempo, y mentalmente le hizo un gesto grosero. De todos modos, las historias militares que había leído omitían la parte más importante; nunca decían lo que les ocurría a los hijos de la gente.

No… allí fuera eran todos bebés. Eran hijos de sus madres pero vestidos con un uniforme negro. Una de las reminiscencias de Aral volvió a su memoria, con su voz profunda y aterciopelada.
En aquella época los soldados comenzaron aparecerme unos niños

Cordelia se apartó de la consola de vídeo y se dirigió al baño en busca de su medicación para el dolor.

Al tercer día se encontró con el teniente Koudelka en un pasillo. Él prácticamente corría con pasos tambaleantes, y su rostro estaba ruborizado de entusiasmo.

—¿Qué ocurre, Kou?

—Illyan está aquí. ¡Y ha traído consigo a Kanzian!

Cordelia lo siguió a toda prisa hasta una sala, seguida por Droushnakovi. Flanqueado por dos oficiales administrativos, Aral se hallaba sentado con las manos unidas sobre la mesa, escuchando atentamente. El comandante Illyan estaba sentado en el extremo de la mesa, meciendo una pierna al ritmo de su voz. Tenía un vendaje amarillento en el brazo izquierdo. Estaba pálido y sucio, pero sus ojos brillaban triunfantes, tal vez algo febriles. Vestía unas ropas civiles que parecían haber sido robadas de una lavandería, y luego usadas para bajar rodando una colina.

Junto a Illyan se hallaba sentado un hombre mayor. Un oficial le entregó una copa, y Cordelia reconoció su contenido como sales de potasio con sabor a fruta para tratar el agotamiento metabólico. El hombre probó la bebida y esbozó una mueca. Por lo visto hubiese preferido algo más anticuado para reanimarse, como por ejemplo un coñac. Bajo y rechoncho, canoso donde no estaba calvo, el aspecto del almirante Kanzian no resultaba muy marcial. Más bien parecía un abuelo, pero un abuelo profesor e investigador. Su rostro traslucía una profundidad intelectual que parecía otorgar verdadero sentido a la frase «ciencia militar». Cordelia lo había conocido de uniforme, pero su aire de serena autoridad no parecía afectado por las ropas civiles que debían de proceder de la misma cesta que las de Illyan.

—… y entonces pasamos la noche siguiente en la bodega —decía Illyan—. La patrulla de Vordarian regresó por la mañana, pero… ¡señora!

Su sonrisa de bienvenida se mitigó por un destello culpable, al posar los ojos sobre su vientre plano. Cordelia hubiese preferido que continuara narrando sus aventuras con entusiasmo, pero su presencia pareció amilanarlo, como si ella hubiera sido un fantasma de su mayor fracaso que apareciera justo en el banquete de la victoria.

—Es una maravilla verlos a los dos, Simón, almirante. —Intercambiaron un movimiento de cabeza; Kanzian se dispuso a levantarse, pero todos al mismo tiempo le hicieron gestos para que se sentase, y él obedeció con una expresión risueña. Aral la llamó para que se acomodase a su lado.

Illyan continuó en un estilo más resumido. Sus últimas dos semanas de jugar al escondite con las tropas de Vordarian no habían sido muy distintas de las de Cordelia, aunque en el ambiente mucho más complejo de la capital capturada. De todos modos, bajo las palabras simples ella reconoció los terrores que ya conocía. Illyan narró su historia rápidamente hasta que llegó al momento presente. De vez en cuando Kanzian asentía con la cabeza, confirmando sus palabras.

—Bien hecho, Simón —dijo Vorkosigan cuando Illyan concluyó. Se volvió hacia Kanzian—. Muy bien hecho.

Illyan sonrió.

—Pensé que le gustaría, señor.

Vorkosigan se volvió hacia Kanzian.

—En cuanto se recupere, quisiera ponerle al corriente en el salón táctico, señor.

—Gracias. Desde que escapé del cuartel general, mi única fuente de información han sido los noticiarios de Vordarian, aunque podíamos deducir muchas cosas por lo que veíamos. De paso, me ha parecido muy prudente su estrategia de moderación. Ha funcionado bien hasta el momento, pero se encuentra cerca del límite.

—Ya me había dado cuenta, señor.

—¿Qué está haciendo el almirante Knollys en la Estación de Enlace Uno?

—No responder a las llamadas. La semana pasada sus subordinados ofrecían una colección sorprendente de excusas, pero al fin quedó en evidencia su ingenuidad.

—Ja. Me lo imagino. Debe de tener una colitis de órdago. Apuesto a que no todas esas «indisposiciones» fueron mentira. Creo que comenzaré manteniendo una agradable charla con el almirante Knollys, sólo él y yo.

—Se lo agradecería, señor.

—Conversaremos sobre la fatalidad del tiempo. Y sobre los defectos de un potencial comandante que basa toda su estrategia en un asesinato, aunque luego no logra llevarlo a cabo. —Kanzian frunció el ceño—. No está muy bien pensada si un solo suceso puede cambiar el resultado de la guerra. Vordarian siempre ha tendido a precipitarse.

Cordelia miró a Illyan.

—Simón, mientras se encontraba atrapado en Vorbarr Sultana, ¿recibió alguna información sobre lo que ocurre en el Hospital Militar? ¿En el laboratorio de Henri y Vaagen? —
¿Sobre mi hijo?

Él sacudió la cabeza con pesar.

—No, señora. —Illyan alzó la vista hacia Vorkosigan—. Señor, ¿es cierto que el capitán Negri ha muerto? Sólo lo hemos oído en rumores y en las emisiones propagandistas de Vordarian. Aunque podría ser una mentira.

—Por desgracia, Negri está muerto —dijo Vorkosigan.

Illyan se enderezó en su silla, alarmado.

—¿Y el emperador también?

—Gregor se encuentra a salvo.

Illyan volvió a relajarse.

—Gracias a Dios. ¿Dónde está?

—En alguna parte —respondió Vorkosigan en tono cortante.

—Oh. Sí, claro, señor. Le ruego que me disculpe.

—En cuanto haya pasado por la enfermería y por la ducha, Simón, tengo algunas tareas de limpieza interna para usted —continuó Vorkosigan—. Quiero saber exactamente cómo fue que Seguridad Imperial se vio sorprendida por el golpe de Vordarian. No tengo intención de difamar a los muertos (y Dios sabe que el hombre pagó por sus errores) pero el antiguo sistema de Negri para dirigir Seguridad Imperial, con todas sus pequeñas células secretas compartidas únicamente por Ezar, debe volver a estructurarse desde la base. Hay que revisar cada componente y cada hombre antes de volver a organizarlo. Ésa será su primera tarea como jefe de Seguridad Imperial, capitán Illyan.

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