Pero no fue eso lo que provocó los gritos y el revuelo de sillas y cuerpos en la oscuridad.
Fueron sus facciones.
Blanes era el único que permanecía realmente quieto, sentado en una esquina de la mesa. En la opuesta, Marini jugaba con un rotulador como un mago practicando su truco favorito. Clissot tamborileaba sobre la mesa. Valente parecía más interesado en contemplar la isla, pero su nerviosismo se notaba en el cambio constante de postura. Craig y Ross aprovechaban cualquier excusa —recoger vasos, servirlos— para ir y venir de la cocina. Silberg no necesitaba excusas: era un toro encerrado en un corral demasiado pequeño.
Elisa, sentada frente a Marini, los miraba a todos por turno, deteniéndose en los detalles, los gestos, lo que cada uno hacía.,. Eso la ayudaba a no pensar.
—Debe de ser una enfermedad —dijo Silberg—. Lepra, quizá. En aquella época era epidémica y devastadora. Jacqueline, ¿usted qué opina?
—Tendría que verla con más detenimiento. Es posible que se trate de lepra, pero... resulta extraño...
—¿Qué?
—Que le faltaran los ojos y gran parte de la cara y, aun así, pareciera caminar como si pudiera ver perfectamente.
—Jacqueline, disculpe, no sabemos si caminaba «perfectamente» —apuntó Craig con educación parándose frente a ella—. Las imágenes saltaban. Entre cada una puede haber dos segundos de lapso, o quizá quince. No sabemos si andaba tambaleándose...
—Ya comprendo —asintió Jacqueline—, pero, por otra parte, el destrozo era demasiado grande para la lepra que conocemos. Aunque quizá, en aquella época...
—Ahora que mencionaste lo de ver... —interrumpió Marini—. ¿Cómo es posible que estuviera...
mirándonos
? ¿No os dio esa sensación?
—No tenía ojos —apostilló Valente con una sonrisa que semejaba una herida.
—Me refiero a que era como si nos presintiera...
—El «pre» son dos mil años. Un «pre» muy largo, ¿no cree?
—No nos presentía de ningún modo, Sergio —intervino Silberg—. Eso es lo que nos pareció, pero es completamente imposible...
—Lo sé, solo digo...
—Lo que ocurre —cortó Silberg— es que vimos lo que
quisimos ver
. No podemos olvidarnos del Impacto. Nos hace más suspicaces.
Una sombra penetró en el campo de visión de Elisa: era Rosalyn.
Pobre Rosalyn. ¿Cómo lo estás llevando?
Tanto Nadja como Rosalyn se habían retirado a descansar, después de que la escena de Jerusalén les produjera reacciones nerviosas. Nadja se había echado a llorar histéricamente mientras que la historiadora, en cambio, se había quedado rígida. Elisa nunca olvidaría el aspecto de Rosalyn Reiter cuando las luces se encendieron: de pie, los brazos a ambos lados del cuerpo, como una estatua que respirase. La gran diferencia: Nadja parecía asustada, Rosalyn
asustaba
.
En parte, aquella aura no había cambiado. Rosalyn entró en el comedor y se paró frente a todos, como una criada a la que hubiesen llamado para dar una orden.
—Rosalyn, ¿cómo te encuentras? —preguntó Silberg.
—Mejor. —Sonrió—. Mejor, de verdad.
Desvió la cabeza hacia Valente, que fue el único que no la miró. Luego pasó de largo y entró en la cocina. A través de la puerta abierta Elisa la vio ajustarse los pantalones cortos y deslizar la mano por la cara y el cabello, como si estuviera decidiendo qué hacer a continuación.
—Deberíamos saber medir las consecuencias del Impacto —sugirió Blanes.
—Estoy elaborando una prueba psicológica —les informó Silberg—, pero no creo que sea tan fácil como responder a unas cuantas preguntas. Y quizá no apreciemos ahora todas las consecuencias... Puede que sea como la propaganda subliminal: algo que queda dentro y después afecta. No lo sabemos, ni podemos saberlo aún.
La señora Ross pareció activarse de repente. Se dirigió a la puerta.
—Voy a ver qué tal sigue Nadja —dijo.
Elisa se prometió que también iría a verla.
La ausencia de la señora Ross dejó como un vacío, un agujero de presión por el que se filtrara parte del ánimo de todos. En la ventana donde se hallaba Valente volvía a llover con intensidad.
—No os riáis de mí, sé que es absurdo —comenzó Clissot—, pero me pregunto, siguiendo la idea de Sergio... ¿Hasta qué punto no puede haber una
comunicación
entre pasado y presente? Quiero decir... ¿Por qué esa mujer no podía percibirnos de algún modo? —A Elisa la posibilidad se le antojaba espantosa—. Sé que me lo habéis explicado muchas veces, pero aún no entiendo el fenómeno físico
exacto
de la apertura de las cuerdas de tiempo. Si se trata de abrir un agujero para ver hacia atrás, ¿no podría ser que la gente «de atrás» nos viera a través del mismo agujero?
Hubo silencio. Blanes y Marini intercambiaron una rápida mirada, como si estuviesen decidiendo quién respondería. O qué responder.
—Cualquier cosa es posible, Jacqueline —dijo Blanes al fin—. «El fenómeno físico exacto», usando tu expresión, no lo conocemos ninguno. Y nos movemos en un campo tan diminuto que las leyes que lo gobiernan son, en gran parte, desconocidas. En física cuántica existe el fenómeno del «entrelazamiento», por el cual dos partículas, aunque estén separadas entre sí billones de kilómetros, poseen una misteriosa relación, y lo que le ocurre a una afecta a la otra
de inmediato
. En el caso de las cuerdas de tiempo, creemos que la distancia temporal es un factor decisivo para que no se produzca entrelazamiento. Por eso no queremos realizar experimentos con el pasado reciente.
—Me temo que falté ese día a mis clases de física —sonrió Clissot.
Blanes hizo ademán de levantarse pero Marini se le adelantó.
—Yo tengo la tiza, maestro. —Se dirigió a la pizarra blanca que colgaba de la pared y dibujó una línea horizontal con el rotulador en la mano izquierda. Marini exhibía su zurdera con cierta elegancia—. Imagina que éste es el tiempo, Jacqueline…. En este extremo estaría el momento presente, y en éste, un suceso acaecido hace mil años, por ejemplo. Al abrir sus cuerdas de tiempo creamos una especie de túnel llamado «agujero de gusano», un «puente» de partículas que conecta el pasado con el presente, al menos durante el instante de apertura... Igual sucedería si abriéramos las cuerdas de hace quinientos años... aunque en este caso el «puente» con nuestro presente sería mucho más breve. ¿Lo ves?
Clissot asintió. A Elisa el ejemplo le pareció perfecto.
—Pero ¿qué ocurriría si abriéramos las cuerdas de, supongamos, setenta años atrás? Según nuestro dibujo, el «puente» sería aún más pequeño... Y si lo intentáramos con períodos de diez, o cinco años antes... o un año... —Marini dibujó otros trazos. El último lo simbolizó con una línea vertical gruesa. El diagrama no ofrecía dudas.
—Entiendo —dijo Clissot : al final no habría ningún «puente». Ambos sucesos se
unirían
.
—Exacto: un entrelazamiento. —Marini señaló la línea vertical gruesa—. A distancias temporales cada vez más pequeñas, la posibilidad de interacción con nuestro presente se hace mayor. Es un esquema burdo, porque la verdadera explicación es matemática, pero creo que te ayudará a comprenderlo...
—Perfectamente.
Ric Valente se apartó de la ventana y entró en la cocina. De inmediato, Rosalyn y él se pusieron a hablar. Elisa no alcanzaba a oírlos.
—Por eso no nos preocupan los sucesos de hace quinientos o mil años —dijo Blanes—, pero no queremos volver a repetir una experiencia como la del Vaso Intacto...
Hubo un breve silencio.
—¿Ocurrió algo que no sepamos en el experimento del Vaso Intacto? —preguntó Clissot.
—No, no —añadió Blanes con rapidez—. Lo que quería decir era que no volveré a afrontar nunca más esa clase de riesgo...
En la cocina se oyó un ligero alboroto. Cuando todos se volvieron, Valente les sonreía desde el interior y Rosalyn, enrojecida, miraba con semblante hosco.
—Discusiones amistosas —dijo Valente mostrando las palmas de las manos.
La puerta del comedor se abrió. Elisa estaba preparada para ver a Nadja, o quizá a Ross, pero no era ninguna de ambas Una voz que no escuchaba desde hacía varios días resonó e toda la sala.
—¿Puedo hablar con ustedes un momento? —dijo Carter.
—¿Cómo estás?
—Más tranquila.
La habitación de Nadja Petrova se hallaba casi a oscuras, apenas iluminada por una pequeña lámpara a pilas colocada en la mesilla. Elisa supuso que se la habría traído la señora Ross, que estaba trasteando en el baño. Se alegró al ver que su amiga parecía, en efecto, encontrarse mejor y que su visita le hacía una ilusión evidente (Nadja no era de las que ocultaban los sentimientos). Se sentó a un lado de la cama y le sonrió.
—Lo que no está nada bien son estas luces. —La señora Ross, siempre alegre, salió del aseo llevando una escalera portátil—. No solo se han fundido las bombillas: los casquillos están quemados. ¿Cuándo dices que pasó, Nadja? ¿Anoche? Qué curioso, en la habitación de Rosalyn ocurrió lo mismo el otro día... Deben de ser las conexiones. No puedo arreglarlo ahora, lo siento.
—No se preocupe, me apañaré con esta lámpara por las noches. Gracias.
—De nada, pequeña. Intentaré hablar con el señor Carter. Creo que entiende de enchufes.
Cuando la señora Ross cerró la puerta, Nadja se volvió hacia Elisa y le acarició el brazo con dulzura.
—Gracias por venir.
—Quería verte antes de acostarme. Y contarte los últimos chismes. —Nadja arqueó sus casi blancas cejas mientras la escuchaba—. Carter acaba de decirnos que ha recibido información por satélite: se aproxima un buen temporal a Nueva Nelson, un tifón, llegará a mediados de semana, pero lo más fuerte lo pasaremos el sábado y el domingo. Estas lluvias son solo el anuncio. La buena noticia es que tenemos vacaciones forzosas. No nos permitirán usar a SUSAN ni recibir imágenes telemétricas nuevas, y el fin de semana tampoco podremos encender los ordenadores, por si acaso fallara el generador principal y hubiera que usar el de emergencia. No te preocupes, tonta —se apresuró a decir al ver la cara que ponía su amiga—. Carter asegura que no se va a ir la luz...
La expresión de Nadja le borró la sonrisa. Cuando habló, su voz sonó como si un desconocido la hubiese sorprendido en medio de la noche y obligado a decir aquellas palabras.
—Esa... mujer... nos
veía
, Elisa.
—No, cariño, claro que no....
—Y su cara... Como si le hubiesen raspado las facciones con una cuchilla hasta arrancárselas...
—Nadja, basta... —Sintiendo una oleada de pura compasión, Elisa la abrazó. Permanecieron las dos así un rato, protegiéndose mutuamente de algo que no comprendían, en aquella habitación casi a oscuras.
Luego Nadja se apartó. La rojez de sus ojos era tanto mas notable debido a la blancura que los rodeaba.
—Soy cristiana, Elisa, y cuando respondí el cuestionario para este trabajo dije que daría cualquier cosa por poder... poder verlo alguna vez... Pero ahora ya no estoy tan segura... ¡Ahora ya no sé si deseo
verlo
!
—Nadja. —Elisa la sujetó de los hombros y le despejó el cabello de la cara—. Mucho de lo que sientes es consecuencia del Impacto. Ese ahogo que no te dejaba respirar, el pánico, la idea de que todo se relaciona de alguna forma contigo... Yo sentí lo mismo tras la imagen de los «dinos». Tuve que hacer verdaderos esfuerzos para superarlo. Silberg dice que habrá que estudiar mejor el Impacto, saber por qué nos ocurre a unos con unas imágenes y a otros con otras... Pero, en cualquier caso, se trata de una consecuencia psicológica. No debes pensar que....
Nadja lloraba en su hombro, pero sus sollozos fueron apagándose. Al fin solo persistieron el zumbido de los aparatos de aire y el repiqueteo de la lluvia.
Una parte de Elisa no podía evitar compartir el terror de Nadja: con Impacto o sin él, la imagen de la mujer sin facciones había sido espantosa. Al recordarla le parecía que la habitación se hacía más fría y la oscuridad más densa.
—¿Acaso no te gustaron los «dinos»? —probó a bromear.
—Sí... Es decir, no del todo. Ese brillo de la piel... ¿Por qué os pareció tan bonito? Era repugnante...
—Ya. Tú prefieres los huesos, no el relleno.
—Sí, soy paleon... —Nadja luchó con el castellano.
—«Paleontóloga.»
Sonrieron. Elisa le acarició el pelo blanco y la besó en la frente. El cabello de Nadja, con su suavidad y su color de muñeca, la fascinaba.