Volver a empezar (33 page)

Read Volver a empezar Online

Authors: Ken Grimwood

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Volver a empezar
3.29Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Era una hippie universitaria. Flecos de cuero y ropa teñida con la técnica del nudo. Espero que no me hayas oído nunca hablar con mis amigos; lo más probable es que me fuera de la lengua.

Jeff la besó en la punta de la nariz.

—Eras monísima. Eres monísima —se corrigió, apartándole de la cara el largo pelo lacio—. Pero no podía evitar imaginarme a todos estos chicos dentro de quince años, vistiendo ternos y yendo en sus BMW a la oficina.

—No todos —le dijo ella—. De Bard salieron muchos escritores, actores, músicos y… —Sonrió tristemente y añadió—: Mi marido y yo no teníamos un BMW, sino un Audi y un Mazda.

—Admito la diferencia —dijo él, y tomó un sorbo de champán.

Permanecieron tumbados tranquilamente, pero Jeff notaba la seriedad detrás de la expresión alegre de Pamela.

—Diecisiete meses —le dijo Jeff.

—¿Qué?

—Esta vez perdiste diecisiete meses. Pensabas en eso, ¿verdad?

—Quería preguntártelo —admitió ella—. No podía dejar de preguntármelo. En este caso mi distorsión es de… ¿Has dicho que estamos en marzo del sesenta y ocho?

Jeff asintió y repuso:

—Tres años y medio.

—Contando desde la última vez. Pero cinco años desde las primeras repeticiones. Dios santo. La próxima vez podría…

Él le puso un índice sobre los labios.

—¿Recuerdas que íbamos a concentrarnos en esta vez?

—Claro que lo recuerdo —dijo ella, arrimándose más a él debajo de las mantas.

—Lo he estado pensando. He tenido tiempo para reflexionar y creo que tengo un plan, o algo parecido.

Ella apartó la cabeza, lo miró con expresión interesada y le preguntó:

—¿Qué quieres decir?

—Verás, primero pensé en dirigirme a la comunidad científica para plantearles todo esto…, a la Fundación Nacional de la Ciencia, a alguna organización privada dedicada a la investigación…, a cualquier grupo que pareciera el más adecuado, quizá al departamento de física de Princeton o el MIT, alguien dedicado a investigar la naturaleza del tiempo.

—Nunca nos creerían.

—Exactamente. Ése ha sido el principal inconveniente. Pero nosotros hemos contribuido a mantener ese inconveniente con nuestro secretismo.

—Teníamos que ser discretos o la gente iba a tomarnos por locos. Fíjate en Stuart McCowan, él…

—McCowan está loco…, es un asesino. Pero no es ningún crimen predecir acontecimientos; nadie nos va a encerrar por eso. Y cuando las cosas que predigamos hayan ocurrido de verdad, habremos probado nuestro conocimiento del futuro. Tendrán que escucharnos. Se darían cuenta de que algo real, inexplicable pero real, está ocurriendo.

—¿Y cómo vamos a hacer para entrar por la puerta grande? —inquirió Pamela—. En el MIT nadie va a molestarse en mirar ninguna lista de predicciones que les diéramos. Nos meterían en el mismo saco que a los fanáticos de los OVNIs y los psíquicos en cuanto les dijésemos lo que tenemos en mente.

—Ahí está la cuestión. No nos dirigiremos a ellos, sino que ellos vendrán a nosotros.

—Pero… Eso que dices no tiene sentido —protestó Pamela, sacudiendo la cabeza embargada por la confusión.

—Pues lo hacemos público —le explicó Jeff.

Capítulo 16

En esta ocasión no hubo necesidad de salir en todas las publicaciones del mundo como habían hecho con su anuncio anterior, el pequeñito con el que esperaban llamar la atención únicamente de los repetidores. La ambigüedad y el anonimato empleados en aquella ocasión no servían a los fines que tenían ahora. El New York Times se negó a sacar el anuncio de página entera una sola vez, pero apareció en el New York Daily News, el Chicago Tribune y el Los Ángeles Times.

EN LOS PRÓXIMOS DOCE MESES:

A finales de mayo el submarino nuclear norteamericano Scorpion se perderá en el mar. Una gran tragedia echará por tierra en junio la campaña presidencial norteamericana. El asesino de Martin Luther King, hijo, será detenido fuera de Estados Unidos. El juez Earl Warren renunciará el 26 de junio y le sucederá el juez Abe Portas. La Unión Soviética, al frente de las tropas del Pacto de Varsovia, invadirá Checoslovaquia el 21 de agosto. Quince mil personas morirán en un terremoto que se producirá en Irán a primeros de septiembre. Una nave espacial soviética sin tripulantes volará alrededor de la órbita lunar y será recuperada en el Océano índico el 22 de septiembre. En octubre se producirán golpes militares en Perú y Panamá. Richard Nixon derrotará por estrecho margen a Hubert Humphrey en la lucha por la presidencia. Tres astronautas norteamericanos volarán alrededor de la órbita lunar y regresarán a la tierra en la semana de Navidad. En enero de 1969 se producirá un intento frustrado de asesinato contra el dirigente soviético Leónidas Breznev. En febrero un espectacular vertido de petróleo contaminará las playas del sur de California. El presidente francés Charles de Gaulle renunciará a finales de abril próximo. No haremos más comentarios acerca de estas manifestaciones hasta el 1º de mayo de 1969. En esa fecha nos reuniremos con los medios de comunicación en un lugar que anunciaremos dentro de un año.

Jeff Winston y Pamela Phillips. Nueva York, N.Y., 19 de abril de 1968

Todas las butacas de la amplia sala de conferencias que habían alquilado en el hotel Hilton de Nueva York estaban ocupadas, y quienes no lograban encontrar asiento se amontonaban impacientes en los pasillos o en los laterales de la sala, tratando de que sus pies no se enredaran en los cables serpenteantes de micrófonos y cámaras de televisión. A las tres de la tarde en punto, Jeff y Pamela entraron en la sala y ocuparon juntos el estrado destinado a los oradores. Ella sonrió nerviosa al encenderse las luces enceguecedoras de los focos de los canales de televisión; sin que nadie lo notara, Jeff le apreto la mano para darle ánimos. Desde el instante en que hicieron su aparición, la sala estalló en una algarabía de preguntas y los periodistas se peleaban por llamar su atención. Jeff pidió que hicieran silencio varias veces y por fin logró que los gritos se acallaran hasta convertirse en un murmullo.

—Contestaremos todas sus preguntas —anunció a los periodistas allí reunidos—, pero vamos a establecer un cierto orden. Empezaremos por la última fila de izquierda a derecha, una pregunta por persona. Pasaremos luego a la fila siguiente en el mismo orden.

—¿Qué pasa con los que no tenemos asientos? —gritó un hombre que ocupaba un lugar en un lateral de la sala.

—Los que han llegado tarde preguntarán en último lugar, empezando por el lateral izquierdo de la sala y de atrás para adelante. Ahora —dijo Jeff, señalando—contestaremos a la primera pregunta de la señora del vestido azul. No hace falta que se identifiquen; pregunten lo que quieran. La mujer se puso de pie con una estilográfica y una libreta en la mano.

—Una pregunta obvia. ¿Cómo pudieron hacer unas predicciones tan exactas sobre acontecimientos tan variados? ¿Acaso tienen ustedes poderes psíquicos?

Jeff inspiró hondo y habló con toda la calma de que fue capaz.

—He dicho una pregunta por persona, por favor, contestaré las dos sólo por esta vez. No, no nos consideramos psíquicos, tal como se entiende comúnmente el término. La señorita Phillips y yo hemos sido los beneficiarios, o las víctimas, de un fenómeno recurrente que al principio nos resultó tan difícil de creer como indudablemente les ocurrirá hoy a ustedes. Seré breve, los dos estamos reviviendo nuestras vidas, o partes de ellas. Los dos morimos y moriremos en octubre de 1988 y hemos resucitado y vuelto a morir en varias ocasiones.

El ruido con el que los habían recibido al entrar en la sala no fue nada comparado con el tumulto que se organizó después de esta declaración; el tono burlón que se apreciaba por encima del pandemónium generalizado resultó inconfundible. Un equipo de televisión apagó los reflectores y empezó a guardar las cámaras, varios reporteros salieron a grandes zancadas de la sala con cara de ofendidos, pero hubo muchos otros dispuestos a ocupar los asientos que dejaban vacíos. Jeff volvió a pedir que hicieran silencio y señaló al siguiente periodista que esperaba para formular su pregunta.

—Otra pregunta obvia —dijo el hombre corpulento y ceñudo—. ¿Cómo diablos esperan que nos creamos todos esos infundios?

Jeff guardó la compostura, le sonrió a Pamela para darle valor y se dirigió tranquilamente al público desdeñoso:

—Acabo de decirles que lo que vamos a revelar les parecerá increíble. Sólo puedo hacer referencia a la absoluta validez de las «predicciones» que publicamos hace un año, que para nosotros no eran más que recuerdos, y les pido que se reserven su opinión hasta que nos hayan escuchado.

—¿Van a hacer más predicciones? —inquirió el siguiente periodista.

—Sí —respondió Jeff, y el tumulto amenazó con volver a estallar—. Pero sólo cuando hayamos contestado a todas las demás preguntas y cuando consideremos que hemos dicho cuanto necesitábamos decir.

Tardaron casi una hora en exponer un esquema esencial y sucinto de sus vidas: quiénes habían sido originalmente, qué habían hecho de importante en cada uno de sus replays, cómo se habían conocido, el hecho preocupante de la distorsión temporal. Tal como habían acordado de antemano, se dejaron en el tintero muchos detalles sobre sus vidas personales, así como toda aquella información que, a su juicio, podía resultar peligroso o inoportuno revelar. Llegó entonces la pregunta que temían que les formularan y que no sabían cómo manejar.

—¿Conocen alguna otra persona que esté haciendo una…, una repetición, como la llaman ustedes? —inquirió una voz cínica de la tercera fila. Pamela miró a Jeff y luego respondió decidida antes de que él tuviera ocasión de decir palabra.

—Sí —dijo—. Un hombre llamado Stuart McCowan que vive en Seattle, Washington. Se produjo una pausa momentánea mientras cien bolígrafos apuntaban el nombre en cien libretas. Jeff frunció el ceño para tratar de advertir a Pamela, pero ella no le hizo caso.

—Por lo que sabemos, es el único —prosiguió Pamela—. Nos pasamos gran parte de una de nuestras repeticiones buscando a otros, pero McCowan es el único al que pudimos verificar. Pero permítanme que les diga que tiene sobre todo esto unas ideas con las que estamos en absoluto desacuerdo, por eso no está hoy aquí con nosotros. Aunque creo que les resultará interesante entrevistarlo, e incluso seguir todos sus pasos para comprobar cómo se enfrenta a la situación en la que nos encontramos los tres. Se trata de un hombre poco corriente, lo cual es poco decir.

Pamela miró a Jeff y éste la obsequió con una sonrisa satisfecha. No había dicho nada difamante ni incriminatorio sobre McCowan pero se había asegurado de que se investigaran a fondo sus antecedentes y que a partir de entonces vigilaran cada uno de sus movimientos. Esta vez no volvería a matar.

—¿Qué esperan conseguir con todo esto? —preguntó otro periodista—. ¿Acaso están lanzando un plan para hacer dinero, una especie de culto?

—En absoluto —respondió Jeff con firmeza—. Podemos conseguir todo el dinero que necesitamos o que queremos a través de los canales de inversión normales, y me gustaría pedirles que en sus notas incluyan bien claro que no queremos que nadie nos envíe dinero para nada. Devolveremos todo lo que nos manden. Lo único que buscamos es información. Una explicación de lo que nos está ocurriendo y de cómo acabará. Quisiéramos que el mundo científico, en especial los físicos y los cosmólogos, estén al tanto de la realidad de lo que nos está ocurriendo y que se pongan en contacto directo con nosotros para exponernos sus opiniones. Es el único propósito que nos guía al hacer pública nuestra situación. Nunca antes nos hemos dado a conocer y no lo habríamos hecho de no ser por los temas que nos preocupan y que acabamos de exponer.

En la sala se produjo un murmullo de escepticismo. Todo el mundo vendía algo, como Pamela se había encargado de señalar en cierta ocasión; resultaba difícil que aquel grupo de periodistas endurecidos aceptaran el hecho de que Jeff y Pamela no se trajeran nada entre manos, a pesar de la aparente sinceridad de la pareja y de las pruebas irrefutables de la inconcebible infalibilidad de su presencia.

—¿Cuáles son sus propósitos si no intentan ustedes sacar partido de estas manifestaciones? —inquirió alguien.

—Depende de lo que averigüemos como consecuencia de lo que hemos anunciado —respondió Jeff—. Por el momento, vamos a esperar y ver qué ocurre cuando publiquen sus notas. ¿Hay alguna otra pregunta? Si nadie quiere preguntar nada más, tengo aquí copias de nuestras más recientes… predicciones, tal como las consideran ustedes. Se produjo una estampida general hacia el estrado de los oradores; una multitud de manos pugnó por conseguir las fotocopias y siguió luego un estallido de preguntas mordaces.

—¿Habrá una guerra nuclear?

—¿Le ganaremos a los rusos la carrera por llegar a la luna?

—¿Encontraremos un modo de curar el cáncer?

—Lo siento —gritó Jeff—. No aceptaremos preguntas sobre el futuro. Todo lo que tenemos que decir está en este documento.

—Una última pregunta —gritó un hombre de gafas con un sombrero que tenía todo el aspecto de haberle servido de asiento a alguien—. ¿Quién ganará el derby de Kentucky del sábado?

Jeff sonrió y, por primera vez desde el inicio de la tensa conferencia de prensa, se relajó.

—Haré una única excepción para este caballero —dijo—. Príncipe Majestuoso ganará el derby y la carrera de Preakness, pero Arte y Literatura lo deshancará del circuito de Triple Crown. Creo que con esta información he echado a perder mi propia apuesta. Príncipe Majestuoso inició la carrera con apuestas de uno contra diez y pagó 2,10 dólares a los ganadores, la cifra más baja permitida según las leyes que regían el sistema de apuestas con totalizador. Cuando la historia de Jeff y Pamela hubo llegado a los medios de comunicación, casi nadie había apostado por los demás caballos del derby. La Comisión de Hipódromos de Kentucky pidió una amplia investigación y en Maryland y Nueva York se hablaba de cancelar las carreras de Preakness y Belmont. Los teléfonos de su nueva oficina en el edificio Pan Am comenzaron a sonar a las seis de la mañana del lunes siguiente a la carrera; a mediodía, habían contratado a otras dos empleadas temporales de Kelly Girls para que contestaran las llamadas y los telegramas y atendieran a los curiosos que se presentaban sin cita previa.

—Tengo la lista de la última hora, señor —le informó una joven con cara de susto que lucía un minivestido tableado y jugueteaba nerviosamente con el largo collar de abalorios que llevaba puesto.

Other books

A Hat Full Of Sky by Terry Pratchett
Lucidity by Raine Weaver
Terror by Night by Terry Caffey & James H. Pence
Runes by Em Petrova
Jill Elizabeth Nelson by Legacy of Lies
What Lies Between by Miller, Charlena