Read Vivir y morir en Dallas Online
Authors: Charlaine Harris
No creo que Hugo siquiera me viese. Estaba completamente abstraído. Todo se estaba desmoronando en su interior, sus pensamientos estaban sumidos en un caos. Le había hecho un favor al decirle a Farrell que nos enviaba Stan, lo cual, en el caso de Hugo, resultaba un poco eufemístico, pero estaba tan asustado, desilusionado o avergonzado que apenas daba señales de enterarse de nada. Teniendo en cuenta su profunda traición, me sorprendí a mí misma por haberlo hecho siquiera. Si no le hubiera cogido de la mano y no hubiera visto las imágenes de sus hijos, me habría callado.
—No te va a pasar nada, Hugo —dije. Su cara, blanca de pánico, volvió a aparecer fugazmente en el ventanuco aún abierto, y enseguida desapareció. Oí cómo se abría una puerta, un tintineo de cadenas y cómo se volvía a cerrar.
Gabe había metido a Hugo en la celda de Farrell. Respiré hondo varias veces y muy deprisa, hasta que sentí que podía hiperventilarme. Cogí una de las sillas, una de plástico con las patas metálicas, de las que hay a montones en las iglesias, los mítines y las aulas. La sostuve como si fuese una domadora de leones, con las patas hacia el frente. Era todo lo que se me ocurría que podía hacer. Pensé en Bill, pero aquello era muy doloroso. Pensé en mi hermano, Jason, y deseé que estuviera allí conmigo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuve ese anhelo con Jason.
La puerta se abrió. Gabe ya estaba sonriendo cuando entró. Era una sonrisa lasciva que irradiaba el hedor de su alma a través de la boca y los ojos. Esa era su idea de pasar un buen rato.
—¿Crees que esa sillita te va a salvar? —preguntó.
No estaba de humor para charlas y no me apetecía escuchar sus retorcidos pensamientos. Me encerré en mí misma, contuve todas mis fuerzas, me preparé.
Se había enfundado la pistola, pero mantenía el paralizador en la mano. Tan confiado estaba que lo puso en una pequeña funda de cuero que le colgaba del cinturón por el lado izquierdo. Agarró las patas de la silla y empezó a tirar bruscamente de un lado a otro.
Cargué.
Tan inesperada fue la fuerza de mi contraataque, que casi lo saco por la puerta. Sin embargo, en el último segundo, logró torcer la silla por las patas de forma que no cupiera por el estrecho acceso. Permaneció apoyado contra el muro del otro lado del pasillo, jadeando, con el rostro enrojecido.
—Zorra —siseó, y volvió a por mí, y esta vez con la intención de arrancarme la silla de las manos de un tirón. Pero, como ya dije antes, he tomado sangre de vampiro, y no se lo permití. Tampoco le dejé que me pusiera las manos encima.
Sin que yo lo viera, había desenfundado el paralizador y, rápido como una serpiente, trató de deslizarlo entre la silla y, finalmente, acabó tocándome en el hombro.
No me desmayé, que era lo que él esperaba, pero sí caí de rodillas, sosteniendo aún la silla. Mientras trataba de averiguar qué me había pasado, consiguió quitarme la silla de un tirón y me empujó de espaldas.
Apenas podía moverme, pero podía gritar y cerrarme de piernas férreamente, y eso hice.
—¡Cállate! —gritó. En cuanto me tocó, supe con certeza que me quería inconsciente. Sabía que disfrutaría violándome mientras estuviera desmayada. De hecho, ésa era su mayor fantasía.
—No te gustan las mujeres despiertas —jadeé—, ¿verdad? —deslizó una mano entre los dos y me arrancó la blusa.
Oí la voz de Hugo gritando, como si eso fuese a servir de algo. Mordí a Gabe en el hombro.
Me volvió a llamar zorra, calificativo que ya estaba perdiendo la gracia. Se había desabrochado los pantalones y ahora trataba de subirme la falda. Me alegré fugazmente de haber traído una bien larga.
—¿Temes que se quejen si están despiertas? —grité—. ¡Déjame, apártate de mí! ¡Apártate, apártate, apártate!
Al fin conseguí despertar los brazos. En un momento estarían recuperados de la sacudida eléctrica. Arqueé las palmas de las manos y, mientras le gritaba, empecé a golpearle en las orejas.
El rugió y se echó atrás, echándose las manos a la cabeza. Estaba tan lleno de rabia que la derramaba sobre mí; sentía como si me estuviese bañando en furia. Entonces supe que me mataría si podía, fuesen cuales fuesen las consecuencias a las que habría de enfrentarse. Traté de rodar hacia un lado, pero me tenía atrapada con las piernas. Me quedé mirando mientras su mano derecha formaba un puño, que se me antojó tan grande como un canto rodado. Con la sensación de que la suerte ya estaba echada, contemplé el arco del puño a medida que descendía hacia mi cara, consciente de que eso me noquearía y de que todo se habría acabado...
Pero no ocurrió.
Gabe se incorporó de golpe, los pantalones bajados y el pene fuera. El puñetazo sólo golpeó el aire, mientras sus zapatos caían sobre mis piernas.
Un hombre bajo lo tenía agarrado en volandas. Una segunda ojeada me reveló que más tenía de adolescente que de hombre. Un adolescente muy antiguo.
Era rubio y no llevaba camiseta. Sus brazos y su pecho estaban cubiertos con tatuajes azules. Gabe gritaba y pataleaba, pero el otro chico permanecía tranquilo, su expresión vacía de emociones, hasta que Gabe se serenó. Cuando se calló, el chico transformó su presa en una especie de abrazo de oso, rodeándole la cintura mientras permanecía colgado hacia delante.
El chico bajó la mirada para observarme sin mostrar emoción alguna. Tenía la blusa medio arrancada y el sujetador roto por el centro.
—¿Estás herida? —preguntó el chico, casi de mala gana.
Podía presumir de salvador, aunque no era de los entusiastas.
Me incorporé, lo cual tuvo más de gesta de lo que pueda parecer. Me llevó bastante rato. Temblaba violentamente debido al shock emocional. Cuando me levanté del todo, estuve exactamente a la altura del chico. En años humanos, parecía haber tenido dieciséis cuando se convirtió en vampiro. No había forma de saber cuántos hacía de aquello. Debía de ser más antiguo que Stan e Isabel. Su inglés era nítido, pero con un fuerte acento. No tenía la menor idea de dónde provendría. Puede que su idioma original ya ni siquiera se hablara. Qué solitaria sensación debía de ser.
—Me pondré bien —le aseguré—. Gracias —traté de volver a abrocharme la blusa, aún quedaban unos cuantos botones, pero las manos me temblaban demasiado. En todo caso, no estaba interesado en verme desnuda. Tanto le daba. Sus ojos no mostraban emoción alguna.
—Godfrey —dijo Gabe con voz correosa—. Godfrey, ella intentaba escapar.
Godfrey lo zarandeó y Gabe se calló.
Así que era Godfrey, el vampiro que había visto a través de los ojos de Bethany; los únicos ojos que recordaban haberlo visto en el Bat's Wing aquella noche. Los ojos que ya no veían nada.
—¿Qué pretendes hacer? —le pregunté con voz tranquila.
Los ojos azul pálido de Godfrey parpadearon. No lo sabía.
Se hizo los tatuajes cuando estaba vivo, y eran muy extraños. Símbolos cuyo significado se había perdido siglos atrás, de eso estaba segura. Probablemente cualquier estudioso daría un colmillo por echar un ojo a esos tatuajes. Afortunada de mí, tenía la oportunidad de contemplarlos gratis.
—Por favor, deja que me marche —dije con toda la dignidad que pude aunar—. Me matarán.
—Pero te relacionas con vampiros —dijo.
Mis ojos deambularon de un lado a otro, como si tratase de deducir qué insinuaba.
—Eh —dije, dubitativa—, tú también eres un vampiro, ¿no es así?
—Mañana expiaré mi pecado en público —dijo Godfrey—. Mañana daré la bienvenida al amanecer. Por primera vez en mil años, volveré a ver el sol. Y después veré el rostro de Dios.
Vale.
—Si ésa es tu elección... —dije.
—Sí.
—Pero no la mía. No quiero morir —le eché un vistazo a Gabe, cuyo rostro estaba bastante azul. En su agitación, Godfrey le estaba apretando demasiado. No estaba segura de si debía advertírselo.
—Te relacionas con vampiros —me acusó Godfrey, y volví a clavarle la mirada. Sabía que más me valdría no volver a disipar mi concentración.
—Estoy enamorada —dije.
—De un vampiro.
—Sí, Bill Compton.
—Todos los vampiros están malditos, y todos deberían ver el amanecer. Somos una mancha, un borrón en la faz de la Tierra.
—Y esta gente... —dije, apuntando hacia arriba para indicar que me refería a la Hermandad—. ¿Son ellos mejores, Godfrey?
El vampiro parecía incómodo e infeliz. Me di cuenta de que se moría de hambre. Tenía las mejillas casi cóncavas, tan blancas como el papel; de tan eléctrico, el pelo rubio parecía flotarle alrededor de la cabeza y sus ojos se asemejaban a dos canicas azules en contraste con su palidez.
—Al menos son humanos, forman parte del plan de Dios —dijo tranquilamente—. Los vampiros somos una abominación.
—Y aun así has sido más amable conmigo que este humano —el cual estaba muerto, me percaté al mirar de refilón su cara. Procuré no dar un respingo y me volví a centrar en Godfrey, que resultaba mucho más importante para mi futuro.
—Pero tomamos la sangre de los inocentes —dijo, clavando sus ojos azul pálido en los míos.
—¿Quién es inocente? —pregunté retóricamente, con la esperanza de que no sonara demasiado a Poncio Pilato preguntando cuál era la verdad cuando lo sabía muy bien.
—Los niños —afirmó Godfrey.
—Oh, ¿te has... alimentado de niños? —dije, tapándome la boca con la mano.
—He matado niños.
Durante un buen rato no se me ocurrió nada que decir. Godfrey seguía ahí de pie, mirándome con tristeza, manteniendo al olvidado Gabe entre sus brazos.
—¿Qué fue lo que te detuvo? —pregunté.
—Nada podría detenerme, nada salvo la muerte.
—Lo lamento —dije, sin sentirlo mucho. El estaba sufriendo y lo lamentaba de verdad. Pero, de haber sido humano, habría dicho que se merecía la silla eléctrica sin pensarlo dos veces.
—¿Cuánto falta para el anochecer? —pregunté sin saber qué más decir.
Godfrey no tenía reloj, por supuesto. Supuse que estaba despierto únicamente porque se encontraba en un subterráneo y porque era muy antiguo.
—Una hora —contestó.
—Por favor, deja que me marche. Si me ayudas, podré salir de aquí.
—Pero se lo dirás a los vampiros. Ellos atacarán y no podré ver el amanecer.
—¿Por qué esperar a la mañana? —pregunté, repentinamente irritada—. Sal. Hazlo ahora.
Se quedó perplejo. Soltó a Gabe, que cayó al suelo. Godfrey ni siquiera le dedicó una mirada.
—La ceremonia está planeada para el amanecer, y habrá muchos creyentes presenciándola —explicó—. Farrell también será llevado para ver el amanecer.
—¿Y qué papel voy a desempeñar yo en todo esto?
Se encogió de hombros.
—Sarah quería ver si los vampiros intercambiarían a uno de los suyos por ti. Steve tenía otros planes. Él quería atarte a Farrell, de modo que, cuando empezara a arder, te quemaras con él.
Me sentía aturdida. No porque Steve Newlin hubiese tenido la idea, sino porque pensase que aquello sería del agrado de su congregación, porque eso es lo que pensaba. Newlin era mucho más fanático de lo que me había imaginado.
—¿Crees que a toda esa gente le gustaría ver cómo se ejecuta a una joven sin ningún tipo de juicio previo? ¿Que pensarían que es una ceremonia religiosa válida? ¿Crees que las personas que han planeado esta horrible muerte para mí son realmente religiosas?
Por vez primera pareció ensombrecerle la duda.
—Incluso para los humanos parece un poco extremo —convino—. Pero Steve pensó que sería una poderosa declaración de intenciones.
—Hombre, y tanto que sería poderosa. Diría claramente: «Estoy mal de la azotea». No me cabe duda de que este mundo está lleno de gente mala y vampiros terribles, pero no me creo que la mayoría de la gente de este país, o de Texas, considere que ver arder hasta la muerte entre gritos a una mujer sea edificante.
Godfrey parecía dudar. Sabía que estaba formulando ideas que ya se le habían pasado por la cabeza, ideas que se había negado a sí mismo.
—Han llamado a los medios de comunicación —dijo. Era como la protesta de una novia que, a pesar de sentir dudas en el último minuto, diera más importancia a que las invitaciones ya se hubieran enviado.
—Estoy segura de ello. Pero será el fin de su organización, te lo digo desde ya. Te lo repito: si de verdad quieres mostrar tus intenciones de esa manera, di un gran «Lo siento», sal de la iglesia y quédate en un descampado. Dios te estará mirando, te lo prometo. De él es de quien deberías preocuparte.
Admito que aquello provocó en él una pugna interior.
—Han preparado una túnica blanca especial para que me la ponga —dijo, lo que, siguiendo con el símil, sonaba a «Pero ya me he comprado el vestido y he reservado la iglesia».
—Pues sí que estamos apañados. Si estamos discutiendo por la ropa, es que no estás muy convencido. Apuesto a que te echarás atrás.
Definitivamente había perdido el norte de mi objetivo. Me arrepentí de lo que dije mientras me salían las palabras por la boca.
—Ya veremos —dijo con firmeza.
—No quiero verlo, y menos si estoy atada a Farrell cuando eso ocurra. No soy mala y no quiero morir.
—¿Cuándo estuviste en una iglesia por última vez? —me estaba retando.
—Hace una semana. También comulgué —jamás me alegré tanto de haber ido a la iglesia, pues era incapaz de mentir al respecto.
—Oh —Godfrey parecía atónito.
—¿Lo ves? —sentí que le robaba toda su herida majestuosidad con ese argumento, pero, qué demonios, no quería morir calcinada. Quería que apareciera Bill, lo deseaba de un modo tan intenso que tal vez mi anhelo le abriera de par en par su ataúd. Si tan sólo pudiera decirle lo que estaba pasando...
—Vamos —dijo Godfrey, extendiendo la mano.
No quise darle la oportunidad de reconsiderar su postura, no después de ese largo debate, así que le cogí de la mano y sorteé el cadáver de Gabe de camino al pasillo. Me extrañaba el ominoso silencio de Farrell y Hugo pero, para ser sincera, estaba demasiado asustada como para preguntar qué había sido de ellos. Pensé que si lograba escapar podría rescatarlos de alguna manera.
Godfrey olió la sangre de mi cuerpo y su rostro se empapó de deseo. Conocía esa mirada. Pero estaba vacía de lujuria. Mi cuerpo le importaba un bledo. La relación entre la sangre y el sexo es muy poderosa para los vampiros, así que me consideré muy afortunada por que lo tuviese superado. Incliné mi cara hacia él en gesto de cortesía. Tras un prolongado titubeo, lamió las gotas de sangre que manaban de mi mejilla rota. Cerró los ojos por un segundo, saboreando el fluido, y luego nos dirigimos hacia las escaleras.