—No en este caso, Charli. Eso es lo que quiero que seas capaz de entender. Hasta que no lo comprendas en lo más profundo de ti mismo, nunca podrás vivir aquí. Nos excluyen, Charli. Si hubieras nacido aquí, no importaría tanto para ti. Pero si te juegas el todo por el todo por nosotros, ése será un compromiso total. Al tomar esa decisión debes hacerte a la idea de que quedarás completamente excluido de todo lo que has conocido siempre.
—¿Qué te hace suponer que no lo he comprendido?
—Dices que necesitamos defensas. Afirmas que los comerciantes de otros mundos nos explotarán. Eso significa que no lo entiendes. Charli, escúchame. Regresa a Terratu. Trata de promover con el mayor énfasis posible el intercambio comercial con Vexvelt. Observa cómo reaccionan. Entonces sabrás… y estarás en condiciones de decidir.
—¿Y no tienes miedo de que esté en lo cierto y por mi culpa Vexvelt sea saqueado y aniquilado?
Vorhidin sacudió su gran cabeza, sonriendo.
—Ni una pizca, Charli Bux. Ni una pizquita —contestó.
Y así Charli regresó y entrevistó (después de las debidas demoras) al Director de Archivos, y supo lo que tenía que saber. Y cuando salió de allí contempló al que había sido su mundo natal y, a través de él, todos los mundos que se le parecían, y se encaminó al lugar secreto donde estaba posado el navio de Vexvelt. Tyng estaba allí, y Tamba, y Vorhidin.
—Llevadme a casa —dijo Charli.
En los últimos segundos previos a la Impulsión, miró a través de la escotilla la brillante faz de Terratu por última vez en su vida y preguntó:
—¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cómo es posible que los hombres hayan llegado a odiar una cosa hasta tal punto que son capaces de morir enloquecidos y desesperados antes de aceptarla? ¿Cómo pudo suceder eso, Vorhidin?
—No lo sé —contestó el vexveltiano.
* * *
Ahora ya saben qué tipo de historia de ciencia ficción es ésta; y quizá también algo acerca de las historias de ciencia ficción que no sabían antes.
Siempre me he sentido fascinado por la habilidad de la mente humana para fabricarse una verdad y luego dar un paso más (lo cual es realmente el secreto básico de todo el progreso humano), y por la incapacidad de tanta gente para aprender el truco. Un caso concreto: «Queremos hacer desaparecer toda esa basura de los quioscos y de las librerías». Pregunten por qué, y la mayoría de tales cruzados responderán simplemente: porque es «basura», y se sorprenderán de que ustedes les hagan la pregunta. Pero unos pocos darán un paso adelante: «Porque los niños pueden meter las manos en ella». Eso satisface un poco más, pero pregunten: «¿Y qué pasa si lo hacen?», y una minoría aún más pequeña pensará en ello y responderá: «Es malo para ellos». Pregunten de nuevo: «¿En qué es malo para ellos?», y un puñado puede llegar a responder: «Los excita». Para entonces la mayoría de los cruzados probablemente se habrán ido ya, pero si aún quedan un par de ellos pregúntenles: «¿En qué puede perjudicar a un niño el sentirse excitado?», y si consiguen ustedes que den un nuevo paso adelante tendrán que salirse del área de las convicciones emocionales y penetrar en el área de la investigación científica. Tales estudios están disponibles para todo el mundo, e invariablemente muestran que dichas excitaciones son por completo inocuas… De hecho, es completamente anormal que alguien no se sienta o pueda sentirse excitado. El único daño posible que puede producirse proviene no de la propia respuesta sexual sino de la actitud punitiva y de culpabilidad del entorno social…, procedente en su mayor parte de aquellos mismos que están llevando adelante la cruzada.
Buscando a mi alrededor algún área más o menos intocada en la cual ejercitar esta técnica del un-paso-más, me tropecé con ésta. Eso fue al menos hace veinte años, y he tenido que esperar hasta ahora para hallar un lugar donde algo tan perturbador fuera bien recibido. Por supuesto, me siento muy agradecido por ello. Espero que el relato provoque algunas discusiones fructíferas.
¡Qué tortuosa y fértil génesis, Harlan! Creo, sobre todo, que me obsesionaba el deseo desesperado de ofrecerte lo mejor de mí mismo, manteniéndome lo más cerca posible de la finalidad de la antología; un sentimiento inflamado por las noticias que recibí del agente Robert P. Mills respecto a que te sentías amargamente decepcionado por algunos de los relatos que habías recibido, de donde mi deseo de compensar en lo posible los fallos de los otros. Todo ello mezclado con una serie de frustrantes experiencias personales que incluían una profunda depresión el 4 de septiembre y un proceso de recuperación muy difícil (aunque coronado con un completo éxito) después. Esta historia es la primera desde hace largo, largo tiempo, y por eso tiene un significado especial para mí; espero que lo tenga también para ti.
Veamos: aquel sábado, el 12, era el tercer día de tres días y tres noches de intenso trabajo, y al final había conseguido enderezar las cosas tal como quería. Parece ser que tengo unos buenos amigos, a los que llamaré Joe y Selma (porque tengo la sensación —muy fuerte— de que llegarás a conocerlos algún día). Ellos estaban cerca y me ayudaban, y eran unos amigos admirativos (y admirables) que estuvieron conmigo durante todo mi forcejeo, y que viven en Kingston. Desde el mediodía (del sábado) hasta el atardecer estuvieron en mi casa haciendo café y animándome más o menos intensamente; decía que no importaba si perdíamos la última recogida en Woodstock, que estarían por allí hasta que estuviera todo terminado y correrían a la oficina central de correos en Kingston, donde admitirían el paquete aunque fuera a última hora de la noche del sábado. Por la tarde Selma tuvo que irse, pero Joe se quedó. Hacia las seis Selma llamó para saber cómo iban las cosas, porque ahora sus propios asuntos se estaban haciendo urgentes: Joe tenía que tomar un autobús a Stroudsburg, donde pasaría una semana. Él le dijo que le preparara la maleta, que había tiempo suficiente. Finalmente terminé, y él tomó los sobres (uno para Ashmead y el otro para ti), saltó a su coche y partió como una tromba. Me sentía tan exhausto que no pude dormir, y me pasé casi toda la noche con la mirada vidriosa; cuando tú llamaste al día siguiente estaba casi delirando.
Llegamos a…, ¿qué día era, jueves? Me sentía más normal, y me mordía las uñas intentando adivinar si te habría gustado la historia o la habrías odiado, así que te llamé, para descubrir con auténtico horror que no la habías recibido. Los acontecimientos aquí también se habían complicado: mi esposa se había ido a México, y yo tenía a los cuatro chicos a mi cargo. De modo que cuando colgué llamé a Ashmead y descubrí que tampoco él había recibido el manuscrito; me quedé sentado intentando hallar una alternativa para no volverme loco. Me sentía un poco como el tipo de la historia, hablando acerca de lo que «ellos» le estaban haciendo. Luego llamé a Selma y se lo dije, y ella simplemente no lo creyó. Dijo que volvería a llamarme. Telefoneó a Stroudsburg y le preguntó a Joe, y Joe también se horrorizó. Al parecer había llegado a casa aquel sábado justo a tiempo para cambiarse de ropa, tomar la maleta y hacerse llevar hasta el autobús. Creía que había echado los sobres al correo, y ella también lo creía. Entonces, ¿dónde estaban?
Subí a mi coche y conduje hasta su casa. Selma estaba en lo que yo llamaría eufemísticamente un Estado de Ánimo. Gracias a Dios, porque preocupándome por su Estado de Ánimo dejé de pensar en el mío. Supongo que la idea se nos ocurrió a ambos en el mismo momento, porque prácticamente chocamos nuestras cabezas al ponernos en pie a un tiempo para ir a mirar en su coche… Y allí estaban los malditos sobres, con todas las etiquetas rojas y blancas de urgente pegadas por todas partes, caídos debajo del asiento delantero derecho. Le hice prometer que no se suicidaría hasta después de hablar de nuevo conmigo, y que entonces quizá lo hiciéramos juntos, y corrí hacia Woodstock, donde sabía que llegaría a tiempo para la última recogida.
Todo esto, siendo la pura verdad, es demasiado increíble para cualquier libro de ficción, y no está destinado al uso que dices quieres hacer para incluirlo en el libro. Estoy un poco confuso acerca de lo que dijiste que querías, pero era algo así como que deseabas una biografía (oh, sí, recuerdo haber dicho que esa simple idea me producía amnesia) y algunas palabras acerca de las circunstancias que habían producido la historia. De acuerdo, intentaré ambas cosas: te las adjunto aparte.
De todos modos, Harlan, te guste o no te guste la historia, me alegro de que me la hubieras pedido, y me alegro de haberla escrito. Rompí un montón de glaciares. He vuelto a mi relato para Playboy, y voy a comenzar finalmente a enviarles historias con regularidad. He releído la historia dos veces; la primera vez la he encontrado horrible, y la segunda, maravillosa. Tiene un tipo de estructura que nunca había utilizado antes; por lo general utilizo un personaje «angular», que es el único que piensa, siente y recuerda, y con el que se identifica el lector, mientras que todos los demás actúan coléricamente o dicen cosas dolorosas o no tienen recuerdos a menos que los expresen en voz alta. Pero en ésta me he recreado (más o menos) en las mentes de los personajes secundarios, y he observado al protagonista a través de sus ojos. También ese truco de la intercalación de pensamientos y la interrupción en cursiva es algo que voy a perfeccionar y a utilizar de nuevo… Lo que estoy intentando decir es que tú pusiste las herramientas en mis manos y me hicieron sentirme bien. De modo que gracias. Aunque no te guste. En ese caso te devolveré el anticipo. Estoy trabajando de nuevo, así que puedo hacerlo.
Larry Eisemberg
No tengo nada que decir de Larry Eisenberg. Excepto que debería ser internado. No tengo nada que decir acerca de su cosa que sigue a continuación, excepto que por haberla aceptado yo debería ser internado. Y si ustedes se desternillan como yo lo hice leyéndola, entonces deberían ser internados, puesto que esa maldita cosa no tiene el menor sentido; y no me importa si intenté rechazarla diecisiete veces, y no me importa si Larry Ashmead en Doubleday tuvo la misma reacción y dijo «adelante, incluyela», ¡porque todo el mundo sabe que Ashmead debería estar internado desde hace años!
Esto es lo que Eisenberg tiene que decir de sí mismo: «He estado publicando desde 1958, primero humor, luego ciencia ficción, luego ciencia ficción humorística. Mi
Dr. Belzov's Kasha OH Diet
(
Dieta de aceite de gachas de trigo del doctor Belzov
), una guía para gordos, apareció en Harper's.
The Pirokin Effect
(
El efecto Pirokin
), en la que demuestro que hay judíos en Marte, se halla en el décimo volumen anual del
The Year's Best SF
(
La mejor ciencia ficción del año
) de Judith Merril. Por los alrededores de julio de 1966,
Limericks for the Loo
(
Refranes jocosos para el retrete
), una colección original de refranes obscenos (escritos en colaboración con George Gordon), fue publicada en Inglaterra.
Games People Shouldn't Play
(
Juegos que la gente no debería jugar
), con el mismo coautor, fue publicada en Estados Unidos en noviembre de 1966. Para mantener a mi esposa y a mis dos hijos, trabajo en la investigación en el campo de la electrónica biomédica».
¡Una historia verosímil, evidentemente! Y a aquellos que se pregunten por qué una pieza como la que sigue ha sido incluida en un libro de «visiones peligrosas», déjenme asegurarles que convenció a todo el mundo que la leyó de que debía figurar aquí, lo que convierte a esta historia en la cosa más peligrosa desde
Tifoide Mary
. Sujétenlo ustedes…; yo avisaré a la policía.
* * *
(¿Quién entre nosotros no ha especulado jamás sobre el lugar donde puede hallarse el juez Cráter? En París la desaparición de Auguste Clarot causó el mismo alboroto.)
Cuando fui llamado con rapidez a la desordenada oficina de Emile Becque, salvaje director de L'Expresse, supe en lo más profundo de mis huesos que me aguardaba una misión de extraordinarias dimensiones. Becque me fulminó con la mirada cuando entré, su visera verde echada hacia delante como un puntiagudo pico.
Nos sentamos allí, sin decir nada ninguno de los dos, pues Becque es un firme creyente de la telepatía mental. Tras varios momentos no capté nada excepto ondas de odio por mis enormes notas de gastos y luego, de pronto, supe. Se trataba de l'affaire Clarot. Me levanté de un salto y grité:
—No voy a decepcionarle, Emile.
Y salí tambaleándome (casi cegado por las lágrimas) de su oficina.
Era una misión intrigante, y me costaba creer que me había sido asignada. La desaparición de Auguste Clarot, químico ganador del premio Nobel, hacía unos quince años, había convertido todo París en un hervidero. Incluso mi madre, una egocéntrica burguesa que solía apretar con disimulo los tomates para reducir su precio, me había hecho observar que la Tierra difícilmente podía haberse tragado a un científico tan eminente.
Siguiendo un impulso, acudí a ver a su esposa, Madame Ernestine Clarot, una formidable mujer con un negro bigote y un pecho imponente. Me recibió con dignidad, una infusión de manzanilla y un retrato de su esposo orlado por crespones. Intenté engañarla y hacerle revelar algo aludiendo a los rumores de que Clarot se había ido a Buenos Aires con una poulet de Montmartre. Aunque sus ojos se llenaron de lágrimas ante aquel atroz insulto, Madame Ernestine defendió tranquilamente el honor de su esposo. Yo enrojecí hasta la raíz de los cabellos, me disculpé un millar de veces, y me ofrecí incluso a batirme en duelo con cualquiera que ella designara, pero ella no quiso ahorrarme el dolor de mi humillación.
Más tarde, en el café Pére-Mére, discutí el asunto con Marnay, un hombre encantador, despreocupado, pero completamente indigno de toda confianza. Me dijo, por su honor, que podía descubrir para mí (a un cierto precio) el paradero de Clarot. Supe que estaba mintiendo, y él sabía que yo sabía que estaba mintiendo, pero bajo un sádico impulso acepté su oferta. Palideció, vació su pernod de un trago, y empezó a tamborilear con dedos furiosos el sobre de la mesa. Era evidente que se encontraba ahora sujeto por el honor a descubrir a Clarot, pero no sabía cómo conseguirlo.
Le dediqué a Marnay un cortés adieu y abandoné el café Pére-Mére. Tan distraído estaba Marnay que no se dio cuenta de que las consumiciones estaban por pagar hasta que estuve casi fuera de su vista. Ignoré sus frenéticas llamadas y establecí una relación temporal con una encantadora jovencita que estaba patrullando el bulevar Sans Honneur.