Visiones Peligrosas III (33 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas III
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—Los tenemos a ustedes —dije.

—Si. —Bajó la vista. Miré para ver la expresión que estaba ocultando. Era una sonrisa—. Tienen ustedes su gloriosa y exultante vida, y nos tienen a nosotros. —Volvió a alzar el rostro. Resplandecía—. Giran ustedes en el cielo, el mundo gira bajo ustedes, y saltan de país en país, mientras nosotros… —Volvió la cabeza a la derecha, luego a la izquierda, y su negro cabello se enroscó y se desenroscó en el cuello de su impermeable—. Nosotros tenemos nuestras vidas tristes, cerradas, atadas a la gravedad, ¡adorándoles!

Me miró directamente.

—Pervertidos, ¿no? ¡Enamorados de una pandilla de cadáveres en caída libre! —Repentinamente, hundió los hombros—. No me gusta tener un complejo de desplazamiento-sexual-en-caída-libre.

—Eso siempre me ha sonado muy fuerte.

Apartó la mirada.

—No me gusta ser un frelk. ¿Es mejor así? —Tampoco me gustaría a mí. Sea otra cosa.

—Uno no eligen sus perversiones. Usted no tiene perversiones. Usted está libre de todo eso. Le amo por eso, espaciano. Mi amor empieza con el miedo al amor. ¿No es eso maravilloso? Un pervertido sustituye algo inalcanzable para el amor «normal»: el homosexual, un espejo, el fetichista, un zapato, un reloj o un cinturón. Aquellos que sufren un complejo de desplazamiento-sexual-en…

—Frelks —la corregí. —Los frelks sustituyen —me miró de nuevo intensamente —la carne fláccida y colgante.

—Eso no me ofende.

—Lo hubiera preferido.

—¿Por qué?

—Usted no tiene deseos. No lo comprendería.

—Inténtelo. —Le deseo porque usted no puede desearme. Eso es el placer. Si alguien tuviera realmente una reacción sexual ante… nosotros nos sentiríamos aterrados. Me pregunto cuánta gente había antes que ustedes, aguardando su creación. Somos necrófilos. Estoy segura de que ya no se violan más tumbas desde que ustedes aparecieron. Pero no comprenden… —Hizo una pausa—. Si lo hicieran entonces yo no estaría ahora aquí removiendo las hojas con la punta del pie e intentando pensar dónde podría conseguir sesenta liras —Apoyó un pie sobre la protuberancia de una raíz que había roto el pavimento—. Incidentalmente, ésa es la tarifa en Istanbul. Calculé.

—Las cosas no son más baratas a medida que uno va hacia el este.

—Ya sabe —dijo, y dejó que su impermeable se abriera—, usted es diferente de los demás. Usted al menos desea saber…

—Si escupiera sobre usted por cada vez que le ha dicho eso a un espaciano, se ahogaría.

—Vuelva a la Luna, trozo de carne fláccida. —Cerró los ojos—. Cuélguese en Marte. Hay satélites en Júpiter donde podría hacer algo bueno. Vuelva arriba y descienda sobre alguna otra ciudad.

—¿Dónde vive usted?

—¿Quiere venir conmigo?

—Deme algo —dije—. Deme algo…; no es necesario que valga sesenta liras. Deme algo que usted aprecie, algo suyo que signifique algo para usted.

—¡No!

—¿Por qué no?

—Porque yo…

—…no desea tener que entregar parte de ese ego. ¡Ninguno de ustedes, frelks, lo desea!

—¿No comprende realmente que no deseo comprarle?

—No tiene nada con que comprarme.

—Es usted un chiquillo —dijo ella—. Le quiero.

Llegamos a la puerta del parque; Ella se detuvo y permanecimos allí lo suficiente para que una brisa se levantara y muriera en el césped.

—Yo… —ofreció tentativamente, señalando sin sacar las manos de los bolsillos de su impermeable—. Vivo ahí abajo.

—Está bien —dije—. Vamos.

Una conducción de gas había estallado en una ocasión en aquella calle, me explicó, un chorro de llamas siguiendo la calle hasta los almacenes del fondo, demasiado rápido y demasiado ardiente. Había sido dominado en unos pocos minutos, ninguna casa se había derrumbado, pero las fachadas ennegrecidas relucían.

—Es una especie de barrio de artistas y estudiantes. Cruzamos los adoquines—. Yuri Pasha, número catorce. En caso de que vuelva usted alguna vez a Istanbul.

La puerta estaba cubierta de escamosidades negras; la alcantarilla, llena de basura.

—Muchos artistas y gente profesional son frelks —dije, intentando parecer estúpido.

—Y también montones de otra gente. —Entró y sujetó la puerta—. Sólo que nosotros no somos tan discretos.

En el vestíbulo habia un retrato de Ataturk. Su habitación estaba en el segundo piso.

—Un momento, mientras busco la llave…

¡Paisajes de Marte! ¡Paisajes de la Luna! ¡En la cabecera de su cama había un cuadro de dos metros mostrando un amanecer desde un cráter! Había reproducciones de las fotos originales de la Luna realizadas por el Observer, clavadas con chinchetas en las paredes, y fotos de todos los generales de mirada impávida del Cuerpo Espaciano Internacional.

En una esquina de su escritorio había un montón de esas fotonovelas sobre espacianos que uno puede encontrar en todos los quioscos del mundo: he oído a gente decir seriamente que son publicadas para los niños de las escuelas superiores del espíritu aventurero. Nunca había visto las danesas. Ella tenia unas pocas también. Había una estantería con libros de arte, textos de historia del arte. Sobre ellos había gran cantidad de aventuras espaciales impresas en papel barato: Vicio en la estación espacial n° 12, Cohete explorador, Orbita salvaje.

—¿Raque, ouzo o pernod? —preguntó—. Puedes elegir. Pero es posible que todos salgan de la misma botella.

Sacó unos vasos del escritorio, luego abrió un pequeño mueble que resultó ser una nevera. Sacó una bandeja de cosas: pasteles de frutas, delicias turcas, carnes braseadas.

—¿Qué es eso?

—Dolmades. Hojas de vid rellenas con arroz y piñones.

—Repitalo.

—Dolmades. Procede de la misma palabra turca que dolmush. Ambas significan «relleno». —Puso la bandeja junto a los vasos—. —Siéntese.

Me senté en el sofá cama. Bajo el brocado sentí la profunda y fluida elasticidad de un colchón de glycogel. Tienen la idea de que eso se aproxima a la sensación de caída libre.

—¿Está cómodo?… ¿Me disculpa un momento? Tengo algunos amigos al otro lado del descansillo. Desearía decirles algo. —Me guiñó un ojo—. Les gustan los espacianos.

—¿Va a hacer una colecta para mi? —pregunté—. ¿O desea que hagan cola al otro lado de la puerta y aguarden su turno?

Inspiró profundamente.

—En realidad iba a sugerir ambas cosas. —De pronto meneó la cabeza—. Oh ¿qué es

lo que quiere?

—¿Qué me dará usted? Quiero algo —dije—. Por eso vine; me siento solo. Quizá desee descubrir hasta dónde llega esto. Aún no lo sé.

—Llegará tan lejos como usted quiera. En cuanto a mi…, estudio, leo, pinto, hablo con mis amigos… —Se acercó a la cama, se sentó en el suelo—. Voy al teatro, miro a los espacianos que se cruzan conmigo por la calle hasta que uno me devuelve la mirada; yo también estoy sola. —Puso una mano sobre mi rodilla—. Deseo algo. —Al cabo de un minuto ninguno de los dos se había movido—. Pero no es usted quien puede dármelo.

—No va a pagarme por ello —respondí yo—. No va a hacerlo, ¿verdad?

Su cabeza tembló en mi rodilla. Tras un instante dijo en un susurro, casi sin voz:

—¿No cree que… debería irse?

—De acuerdo —dije, y me puse en pie.

Ella permanecía sentada sobre el borde de su impermeable. Aún no se lo había quitado.

Me dirigí a la puerta.

—Incidentalmente —cruzó las manos sobre su regazo—, hay un lugar donde quizás encuentre lo que está buscando; se llama el Pasaje de las Flores…

Me volví hacia ella, furioso.

—¿El punto de cita de los frelks? Escuche, ¡no necesito dinero! ¡Dije que cualquier cosa serviría! No deseo…

Ella había empezado a menear la cabeza, sonriendo suavemente. Luego apoyó su mejilla en las arrugas del lugar donde yo había estado sentado.

¿Persiste usted en no querer comprender? Es un lugar de citas de espacianos. Cuando usted se vaya, iré a visitar a mis amigos y hablaremos de…, oh, si, del apuesto espaciano que se nos ha escapado. Pensé que tal vez hallaría usted… a alguien a quien conozca.

Con rabia, todo terminó.

—Oh —dije—. Oh, es un lugar de reunión de espacianos. Si. Bien, gracias.

Y salí. Y encontré el Pasaje de las Flores, y a Kelly, Lou, Bo y Muse. Kelly estaba comprando cerveza a fin de que todos pudiéramos emborracharnos, y comimos pescado frito y almejas fritas y salchichas fritas, y Kelly estaba agitando su dinero por todos lados y diciendo.

—¡Deberíais haberlo visto! ¡Los cambios por los que hice pasar a ese frelk, deberíais haberlo visto! Ochenta liras es la tarifa aquí, ¡y me dio ciento cincuenta!

Y bebimos más cerveza. Y subimos.

* * *

¿Qué es lo que entra en una historia de ciencia ficción…, en esta historia de ciencia ficción?

Un mes a toda marcha en París, un verano pescando langostinos en el golfo de Texas, otro mes pasado en Istanbul. En otra ciudad oí a dos mujeres en un cóctel discutir sobre el último astronauta:

—…Tan aséptico, tan inhumano… ¡casi asexuado!

—¡Oh, no! ¡Es absolutamente divino!

¿Por qué poner todo esto en una historia de ciencia ficción? Sinceramente, creo que es el medio más adecuado para integrar el disparate y la técnica con lo desesperado y humano.

Alguien preguntó sobre esta historia en particular:

—Pero ¿qué pueden hacer entre ellos?

A riesgo de traicionarme, déjenme decirles que ésta es básicamente una historia de horror. No hay nada que puedan hacer. Excepto subir y bajar.

FIN

HARLAN JAY ELLISON, nacido en Cleveland (Ohio, el 27 de mayo de 1934), es un prolífico y destacado escritor de novelas e historias cortas especializado en literatura fantástica, de terror y, sobre todo, de ciencia ficción.

En 1956 comenzó a enviar historias de ciencia ficción a diversas revistas (más de cien relatos cortos y artículos) hasta que al año siguiente lo llamaron para servir dos años en el ejército de los EE. UU. (desde 1957 hasta 1959). Posteriormente, en 1962, se mudó a California y comenzó a tener contacto con el mundo de la televisión, para la que ha escrito numeroso material para series de ciencia ficción como
The Outer Limits
,
The twilight zone
,
Star Trek
(
la serie original
) o
Babylon 5
.

A lo largo de cuarenta años de carrera ha ganado multitud de premios por la gran cantidad de libros que ha escrito o editado, así como por sus historias, ensayos artículos y columnas periodísticas, series de televisión. Entre dichos premios cabe destacar los premios Hugo (el mayor que se concede en literatura de ciencia-ficción), Nébula, Bram Stoker, el premio de la Horror Writers Association, varios Edgar Allan Poe y varios Audie.

Sus cuentos más famosos son
La bestia que gritaba amor en el corazón del universo
(
The beast that shouted love at the heart of the world
),
No tengo boca y debo gritar
(
I have no mouth and I must scream
) y ¡
Arrepiéntete, Arlequín
!,
dijo el señor Tic
-
tac
(
Repent
,
Harlequin
!
Said the Ticktockman
).

Su obra ha sido adaptada a otros medios, incluyendo un videojuego basado en
I have no mouth
… en el que su voz aparecía como representación del ordenador.

Cabe destacar que no resulta sencillo realizar una biografía rigurosamente cierta sobre el autor, pues existen multitud de versiones distintas de su vida, totalmente disparatadas algunas, pero muy creíbles otras. Es difícil distinguir los hechos reales de los que no lo son, pues al autor le gusta bromear (en su página web podemos incluso ver una recopilación de biografías ficticias muy imaginativas).

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