Visiones Peligrosas I (20 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Hay algunas cosas que me gustaría dejar claras. Primera, esta historia representa tan sólo uno de entre una docena de mundos futuros que puedo escribir, cada uno de ellos completamente distinto. Las implicaciones del documento de la Triple Revolución son muchas.

Segunda, la historia aquí presentada muestra tan sólo la osamenta de lo que yo deseaba escribir. Teóricamente, no hay límites a su extensión, pero en la práctica había de existir un punto final. Esas 30.000 palabras eran demasiado, pero los editores fueron indulgentes. En realidad escribí 40.000 palabras, pero me obligué a suprimir varios capítulos, y luego a reducir los capítulos que había dejado. Eso dio como resultado 20.000 palabras, que luego volví a aumentar a 30.000. Tenía un cierto número de episodios y de cartas de varios presidentes de los Estados Unidos a diversos servicios. Las cartas y sus respuestas debían mostrar cómo se había iniciado la Gran Retirada y cómo habían empezado las ciudades cerradas a varios niveles. Una descripción más detallada de la construcción física de una comunidad, LA OOGÉNESIS DE BEVERLY HILLS 14, fue suprimida, así como las justas municipales organizadas entre pandillas de quinceañeros durante el Festival del Pueblo, una escena entre Chib y su madre que hubiera aportado mayor profundidad a sus relaciones, una escena de un dramático fidovisado basado en los primeros días de la secta panamorita y aproximadamente una docena de otros capítulos.

Tercera, los autores del documento de la Triple Revolución, me parece, están anticipando únicamente los próximos cincuenta años. Yo salté al 2166 porque estoy seguro de que la conversión materia-energía y la duplicación de objetos materiales será entonces una realidad. Probablemente antes incluso. Esta creencia se basa en el actual desarrollo de la física. (Los computadores proteínicos mencionados en la historia han sido ya predichos en un reciente Science News Letter. Yo lo anticipé en una historia de ciencia ficción en 1955. Por lo que sé, mi predicción fue la primera mención de computadores proteínicos hecha en cualquier tipo de literatura, de ciencia ficción, científica o de otro tipo.) La humanidad ya no tendrá que seguir dependiendo de la agricultura, la cría de ganado o la minería. Es más, las ciudades tenderán a ser completamente independientes del gobierno nacional excepto cuando lo necesiten para evitar una guerra internacional. Las luchas entre las ciudades-estado y el gobierno federal se hallan sólo apuntadas en esta historia.

Cuarta, los autores del documento de la Triple-Revolución dieron prueba de humildad y buen sentido cuando afirmaron que no sabían todavía cómo planificar nuestra sociedad. Insisten en que es necesario efectuar primero un estudio de gran amplitud; y luego la puesta en práctica de las recomendaciones debe efectuarse muy cautelosamente.

Quinta, dudo que todo esto se efectúe con la profundidad y las precauciones requeridas. El tiempo presiona demasiado; el sofocante aliento de la Necesidad sopla en nuestras nucas. Además, el estudio adecuado sobre la humanidad se ha visto siempre demasiado enmarañado con la política, los prejuicios, la burocracia, el egoísmo, la estupidez, el ultraconservadurismo y un rasgo que todos compartimos: la absoluta ignorancia.

Sexta, pese a todo lo cual, comprendo que nuestro mundo debe ser planificado, y deseo a los planificadores buena suerte en su peligrosa carrera.

Séptima, puede que esté equivocado.

Octava, espero estarlo.

Este relato fue escrito primariamente como una historia, no como una caja de resonancia para una serie de ideas o una profecía. Terminé sintiéndome demasiado interesado en mis personajes. Y aunque la idea básica procedió de Lou Barron, él no es responsable de nada de la historia. De hecho, dudo mucho que le guste.

Sea cual sea la acogida que tenga la historia, yo me lo pasé muy bien escribiéndola.

El sistema Malley

Miriam Allen deFord

En un contexto casi obstinadamente dedicado a las nuevas y jóvenes voces de la ficción especulativa, es sorprendente descubrir una historia de una mujer que era ya una profesional de la ciencia ficción mucho antes de que yo naciera. Eso o es un testimonio de las vigorosas cualidades inherentes a su forma de escribir, o de la singular naturaleza de esa mujer. Yo optaría por la segunda razón, como lo harían ustedes si conocieran personalmente a Miriam deFord. Es el tipo de persona que te lanzará una mirada capaz de marchitar un espárrago al momento con sólo que le menciones alguna estupidez semántica tal como «ciudadano adulto» o «ciudad sol». Lo más probable es que entonces te ponga en tu lugar citándote algún restallante aforismo de Schopenhauer («Los primeros cuarenta años de la vida nos aportan el texto; los treinta siguientes nos dan el comentario») o quizá de Ortega y Gasset («Una muchacha de quince años generalmente posee un mayor número de secretos que un hombre viejo, y una mujer de treinta, más arcanos que un jefe de estado»). Y si no le gustan ninguno de los dos, ¿qué le parece entonces un rápido fummikomi en el empeine derecho?

Miriam Alien deFord, además de haber escrito The Overbuy Affair (El asunto de los gastos excesivos) y Slone Walls (Muros de piedra) —estudios semiclásicos sobre crímenes y castigos—, es la autora de diez, no, digamos once libros de historia o biografía. Es una luminaria en el campo de la ficción y del ensayo sobre criminología. Es uno de los autores favoritos de los lectores de ciencia ficción y fantasía. Ha publicado una cantidad increíble de traducciones del latín, biografías literarias y críticas, artículos sobre temas políticos y sociológicos; fue durante muchos años periodista laboral; es una renombrada poetisa, en cuyo haber hay que destacar un volumen de recopilaciones poéticas, Penultimates (Penúltimos). Nacida en Filadelfia, vive y ha vivido la mayor parte de su vida allí donde se halla su corazón, San Francisco. En su vida privada es la señora Maynard Shipley, cuyo difunto esposo (que murió en 1934) era un conocido escritor y conferenciante de temas científicos.

No mencionaré la edad de Miriam, pero creo que con ello suprimo un milagro. En una época en la que Todo el Mundo se cuestiona la cordura del Universo, cada migaja de maravilla debería ser proclamada, a fin de confirmarnos que todavía existe esperanza y armonía en el esquema de las cosas. Porque déjenme constatar el triste pero omnipresente hecho: en nuestra cultura la mayoría de la gente madura, gente de una cierta edad, no son más que cariacontecidos lamentándose constantemente de su perdida juventud. Pero Miriam deFord desafía todas las convenciones. Poca gente puede igualar su encanto. Nadie roza sus dotes de persuasión. (Prueba de esto último es que el recopilador de este libro deseaba retitular su historia «Células de memoria», o alguna otra tontería por el estilo. Miriam «persuadió» al recopilador de que estaba demostrando ser un asno. Su título original es el que ha prevalecido, y el recopilador, aunque vencido, no se ha sentido rebajado por las argumentaciones de la dama. Eso, hijos míos, se conoce como clase.) Pero nada de eso, y por supuesto no su edad, es lo que atrae nuestra atención. La fuerza de su estilo, la originalidad y la libertad del punto de vista que aporta a un desconcertante y apremiante problema contemporáneo es lo que nos apasiona aquí.

Miriam Alien deFord cumple con la inestimable finalidad, en esta antología y también en el género de la ciencia ficción, de ser una lección de cosas. No sólo los jóvenes tienen la capacidad de pensar duro y sacar a la luz nuevas ideas y hacerlo de una forma compulsiva. Si el escritor es un escritor, al diablo con las etiquetas cronológicas. Sepan ustedes o no cuál es la edad de Miriam, esta historia va a impresionarles. Nos permite hacer una pausa para considerar la validez de las pretensiones de los escritores que intentan disculpar su falta de imaginación y su horrible estilo literario achacándolo a su edad. Miriam deFord les da un buen puntapié, del mismo modo que su historia nos da un buen puntapié a nosotros. ¡Ay!

* * *

SHEP:

—¿Estás lejos? —preguntó—. Tengo que estar en casa para mi telescuela; sólo he salido a comprarme un vitachups. Ya estoy en cibernética, y sólo tengo siete años —añadió orgullosamente.

Obligué a mi voz a suavizarse.

—No, tan sólo a un paso, y no voy a tomarte ni un minuto. Mi hijita me pidió que viniera a buscarte. Te describió para que te reconociera.

La niña parecía dudar.

—No pareces lo bastante viejo como para tener una hijita. Y yo no sé quién es.

—Está ahí abajo.

La sujeté firmemente por su delgado hombro.

—¿Bajando esas escaleras? No me gusta… Miré rápidamente a mi alrededor; nadie a la vista. La empujé hacia el oscuro portal, y eché el pestillo.

—¡Tú eres un ocupante ilegal de lugares bombardeados! —gritó aterrorizada—. No puedes tener una…

—¡Cállate!

Aplasté mi mano contra su boca, y la arrojé al montón de harapos que me servían de cama. Su débil debatirse me excitó aún más. Arranqué los pantalones cortos de sus temblorosas piernas.

¡Oh, Dios! ¡Ahora, ahora, ahora! Me hormigueaba la sangre.

La niña consiguió liberar la cabeza y gritó, justo en el momento en que yo me sumergía en una beatífica lasitud. Furioso, rodeé su delgado cuello y golpeé su cabeza contra el suelo de cemento hasta que la sangre y los sesos brotaron de su destrozado cráneo.

Sin moverme más, me dormí. Ni siquiera oí los golpes en la puerta.

CARLO:

—¡Aquí hay uno! —dijo Ricky, señalando hacia abajo. Mis ojos siguieron la dirección de su dedo. Oculto bajo la estructura de la acera rodante había un oscuro bulto inerte.

—¿Podemos bajar?

—El lo hizo, y debe de estar cargado de droga en polvo o algo así; de otro modo no estaría aquí.

No había nadie a la vista; eran casi las veinticuatro, y la gente estaba o en casa o todavía en algún sitio de meneo. Llevábamos horas arrastrándonos por las calles, buscando algo con que romper la monotonía.

Lo conseguimos, mano sobre mano. Esas cosas están electrificadas, pero uno aprende cómo evitar los lugares calientes.

Ricky encendió su atomflash. Era un tío viejo —daba la impresión de estar en su segundo siglo—, y estaba muerto para el mundo. Hubiera debido tener un poco más de buen sentido, a esa edad. Se merecía lo que íbamos a hacerle.

Se lo hicimos, y bien, ya lo creo. Muchachos, se despertó inmediatamente y empezó a chillar, pero arreglé eso clavándole un tacón en el rostro. Hubieran debido verlo en pelotas cuando le quitamos todas sus ropas…, los repulsivos pelos grises de su torso, las costillas marcándose en su piel, pero un vientre enorme, que se deshinchó cuando empezamos a acuchillarlo. Era asqueroso; lo dejamos bien marcado. Era posible que nos hubiera visto, de modo que le hundí los ojos en la cabeza. Luego le clavé una bota en la garganta para mantenerlo quieto, y rebuscamos en sus bolsillos…; no le quedaba mucho después de todo el polvo que se había comprado, pero nos hicimos cargo de sus códigos de crédito en caso de que encontráramos algún medio de utilizarlos sin que nos atraparan. Lo dejamos allí y empezamos a subir.

Estábamos a medio camino cuando oímos el maldito policóptero zumbando sobre nosotros.

RACHEL:

—Estás loca —me gruñó—. ¿Qué demonios estás pensando…, que me casé contigo por los ritos antiguos y que en cierto modo te pertenezco?

Yo apenas podía hablar debido a las lágrimas.

—¿Acaso no me debes algo de consideración? —conseguí decir—. Después de todo, he renunciado a otros hombres por ti.

—No seas tan condenadamente posesiva. Hablas como un atavismo de la Edad Media. Cuando yo te deseo y tú me deseas, de acuerdo. El resto del tiempo los dos somos libres. Además, fue el otro tipo el que renunció a ti, ¿no?

Aquello puso el punto final. Busqué detrás de la videopared, donde había guardado la vieja pistola láser que el abuelo me había dado cuando era pequeña —aún funcionaba, y él me había enseñado cómo utilizarla—, y se la dejé probar. Puf, puf, directamente entre sus mentirosos labios.

No pude parar hasta que se agotó la carga. Creo que perdí los sesos. Lo siguiente que recuerdo es a mi hijo Jon, de mi primer hombre, abriendo la puerta con su llave dactilar; y allí nos encontró a los dos, tendidos en el suelo, pero yo era la única viva. ¡Oh, maldito sea Jon y su diploma en humanística y su sentido del deber cívico!

RICHIE B:

¡Completamente inasquerosojusto! Era tan sólo un sucio extra-terry, y yo sólo quería divertirme un poco. Estamos en 2083, ¿no?; las nuevas leyes salieron hace dos años, y se supone que los extra terrys deben saber cuál es su lugar y no meterse donde no son deseados. En el parque de atracciones había un cartel que decía «Sólo humanos», y allí estaba él, de pie justo delante de la caseta donde yo había quedado con Marta. Llevaba una grabadora en la pata, así que supongo que era un turista, pero deberían informarles antes de venderles sus billetes. No se les debería permitir que vinieran a la Tierra, eso es lo que yo creo.

En vez de echar a correr, tuvo el valor de dirigirse a mí.

—¿Podría decirme…? —empezó, con esa estúpida voz zumbante que tienen y su asqueroso acento.

Era temprano, así que pensé que vería qué ocurría a continuación.

—Oh, sí, puedo decirte —le imité—. Una cosa que puedo decirte es que tienes demasiados dedos en tus patas delanteras, para mi gusto.

Parecía asombrado, y apenas pude contenerme de echarme a reír. Miró a su alrededor… Esas casetas son privadas, y no había nadie cerca; yo podía ver claramente hasta el heliparking y Marta aún no estaba a la vista. Metí la mano bajo mi capa y saqué mi pequeña rebanatodo que siempre llevo conmigo para defenderme.

—Y odio las colas prensiles —añadí—. Las odio, pero las colecciono. Dame la tuya.

Me incliné y se la agarré, y empecé a cortarla por la base.

Entonces él chilló e intentó echar a correr, pero yo lo tenía bien sujeto. Sólo pretendía asustarlo un poco, pero me puso loco. Y su sangre violeta me puso enfermo, y aquello hizo que aún me volviera más loco. Estaba en guardia por si intentaba golpearme, pero maldito sea si lo hizo; simplemente se desvaneció. Demonios, uno nunca sabe con esos extraterrys…; igual era una hembra.

Terminé de cortar la cola, y la agité para sacar toda la sangre. Estaba a punto de administrarle —a él, a ella, a ello— un golpe tras la oreja y echarlo entre los matorrales, cuando oí a alguien acercándose. Pensé que era Marta; a ella siempre le gusta divertirse un poco, así que llamé:

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