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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

Visiones Peligrosas I (2 page)

BOOK: Visiones Peligrosas I
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Sinceramente, me siento avergonzado y lleno de culpabilidad porque, no importa donde vaya ni lo que haga, siempre me consideraré antes que nada un escritor de ciencia ficción. Sin embargo, si el New York Times me pide que colonice la Luna, y el Harper's me pide que explore el borde del Universo, ¿cómo puedo negarme? Esos temas son la esencia de toda mi obra.

Y en mi propia defensa déjenme decirles que no he abandonado tampoco enteramente la ciencia ficción en su sentido más estricto. El número de marzo de 1967 de la revista Worlds of If (que se halla a la venta en el momento en que escribo esto) contiene una novela corta mía titulada Billiard Ball (Bola de billar).

Pero dejemos de hablar de mí, y volvamos a la ciencia ficción…

¿Cuál fue la respuesta de la ciencia ficción a este doble hado? Naturalmente, el género tenía que ajustarse, y eso hizo. El material estrictamente campbelliano podía seguir escribiéndose, pero ya no podía seguir siendo la espina dorsal del género. La realidad estaba demasiado cerca.

De nuevo hubo una revolución cienciaficcionística a principios de los años sesenta, señalada quizá más claramente que en ningún otro sitio en la revista Galaxy, bajo la batuta de su director, Frederik Pohl. La ciencia retrocedió, para dejar paso a la moderna técnica de ficción.

Se acentuó mucho más el estilo. Cuando Campbell inició su revolución, los nuevos escritores que llegaron al género traían consigo el aura de la universidad, de la ciencia y la ingeniería, de reglas de cálculo y de tubos de ensayo. Ahora los nuevos autores que entran en el campo llevan la marca del poeta y el artista, y en cierto modo traen consigo el aura de Greenwich Village y la Rive Gauche.

Naturalmente, ningún cataclismo evolutivo puede producirse sin algunas amplias extinciones. Los trastornos que terminaron con la Era Cretácea barrieron a los dinosaurios, y el cambio del cine mudo al cine sonoro eliminó a una horda de gesticulantes embaucadores.

Lo mismo ocurrió con las revoluciones de la ciencia ficción.

Lean la lista de autores de cualquier revista de ciencia ficción de principios de los años treinta y luego lean la lista de una revista de ciencia ficción de principios de los cuarenta.

Hay un cambio casi total, puesto que se ha producido una gran extinción, y pocos de ellos han podido efectuar con éxito la transición. (Entre los pocos que lo lograron estaban Edmond Hamilton y Jack Williamson.)

Entre los años cuarenta y los cincuenta hubo poco cambio. El período campbelliano aún seguía su curso, y esto muestra que el lapso de los diez años no es en sí mismo necesariamente crucial.

Pero comparen ahora a los autores de una revista de los primeros años cincuenta con una revista de hoy. Ha habido otro cambio total. De nuevo, algunos han sobrevivido, pero ha aparecido toda una gran corriente de brillantes autores jóvenes de la nueva escuela.

Esta Segunda Revolución no es tan clara y obvia como lo fue la Primera Revolución. Una cosa presente en la actualidad que no estaba presente entonces son las antologías de ciencia ficción, y la presencia de esas antologías empaña la transición.

Cada año ve la publicación de un considerable número de antologías, y siempre extraen sus historias del pasado. En las antologías de los años sesenta hay siempre una fuerte representación de las historias de los años cuarenta y cincuenta, de tal modo que en esas antologías la Segunda Revolución aún no ha tenido lugar.

Ésa es la razón de la antología que tienen ahora ustedes en sus manos. No está formada por historias del pasado. Consiste en historias escritas ahora, bajo la influencia de la Segunda Revolución. Precisamente la intención de Harlan Ellison al hacer esta antología fue presentar el género tal como es en la actualidad, más que tal como era.

Si miran ustedes el índice descubrirán un cierto número de autores que eran importantes en el período campbelliano: Lester del Rey, Poul Anderson, Theodore Sturgeon, etc. Son escritores que tienen el suficiente talento y son lo bastante imaginativos como para sobrevivir a la Segunda Revolución. También encontrarán, sin embargo, autores que son producto de los años sesenta y que sólo conocen la nueva era. Incluyen a Larry Niven, Norman Spinrad, Roger Zelazny, etcétera.

Es vano suponer que esos nuevos autores recibirán una aprobación universal. Aquellos que recuerdan a los viejos y que descubren que sus recuerdos están inextricablemente entremezclados con su propia juventud, añorarán el pasado, por supuesto.

No les ocultaré el hecho de que yo añoro el pasado. (He recibido plena libertad para escribir lo que desee, y mi intención es ser franco.) Fue la Primera Revolución la que me produjo, y es la Primera Revolución la que está dentro de mi corazón.

Por eso, cuando Harlan me pidió que le escribiera una historia para esta antología, me eché atrás. Tenía la sensación de que cualquier historia que yo escribiera iba a dar una nota falsa. Sería demasiado solemne, demasiado respetable y, por decirlo claramente, demasiado conservadora. Así que en vez de ello acepté escribir en su lugar una introducción; una solemne, respetable y completamente conservadora introducción.

E invito a todos aquellos de entre ustedes que no sean conservadores y que tengan la sensación de que la Segunda Revolución es su revolución a enfrentarse a los ejemplos de la nueva ciencia ficción tal como es producida por los nuevos (y algunos de los viejos) maestros. Hallarán ustedes aquí el género en su estado más audaz y experimental; ¡espero que se sientan adecuadamente estimulados y afectados por él!

I
SAAC
A
SIMOV

Segundo prólogo: Harlan y yo

Este libro es Harlan Ellison. Está moldeado por Ellison e impregnado de Ellison. Admito que otros treinta y dos autores (incluido yo mismo en cierto sentido) han contribuido a él, pero la introducción de Harlan y sus treinta y dos prefacios rodean las historias, impregnándolas con el fuerte aroma de su personalidad.

Así que resulta completamente lógico que yo cuente la historia de cómo conocí a Harlan.

La escena es una convención mundial de ciencia ficción, hace poco más de una década. Acababa de llegar al hotel, y me dirigí inmediatamente al bar. Yo no bebo, pero sabía que en el bar estaría todo el mundo. Por supuesto, estaban todos allí, de modo que lancé mi saludo y todo el mundo me lanzó su respuesta.

Entre ellos había un joven al que nunca antes había visto: un tipo bajito de rasgos pronunciados y con los ojos más vivaces que jamás haya visto. Esos ojos vivaces estaban en aquel momento clavados en mí, con algo que sólo puedo describir como adoración.

—¿Es usted Isaac Asimov? —me dijo. En su voz había reverencia, maravilla y estupefacción. Me sentí más bien halagado, pero luché por mantener una compostura modesta.

—Sí, lo soy —dije.

—¿No bromea? ¿Es realmente Isaac Asimov?

Aún no se han inventado las palabras que puedan describir el ardor y la reverencia con que su lengua acarició las sílabas de mi nombre.

Tuve la sensación de que lo menos que podía hacer era poner mi mano sobre su cabeza y darle mi bendición, pero me controlé.

—Sí, lo soy —le dije, y para entonces mi sonrisa era ya una cosa fatua y nauseabunda—. Lo soy, de veras.

—Bueno, creo que es usted… —empezó, siempre con el mismo tono de voz, y por una fracción de segundo hizo una pausa, mientras yo escuchaba y la audiencia contenía el aliento. En esa fracción de segundo el rostro del joven cambió a una expresión de absoluto desprecio, y terminó su frase con suprema indiferencia— ¡una nulidad!

El efecto que me causó fue como el caerme de un risco que no hubiera notado que estaba allí y aterrizar de espaldas. Lo único que pude hacer fue parpadear estúpidamente, mientras todos los presentes estallaban en carcajadas.

El joven era Harlan Ellison, ya lo habrán adivinado; como he dicho, yo no le conocía, de ahí que ignorase su total irreverencia. Pero todos los demás allí le conocían, y habían aguardado a ver cómo yo, víctima inocente, era arteramente apuñalado… Y se salieron con la suya.

Cuando conseguí recuperar algo parecido al equilibrio, ya era demasiado tarde para una posible respuesta. Sólo pude encajar el golpe del mejor modo posible, cojeando y sangrando, y lamentándome de haber sido golpeado cuando no estaba mirando y de que ninguno de los presentes en la estancia hubiera tenido el detalle de advertirme, renunciando así al deleite de verme sucumbir.

Afortunadamente, creo en el perdón, y me hice el propósito de perdonar a Harlan por completo…, tan pronto como le hubiera cobrado la cuenta, con intereses.

Deben comprender ustedes que Harlan es un gigante entre los hombres por su valor, belicosidad, locuacidad, espíritu, encanto, inteligencia…; de hecho, por todo menos por su estatura.

En realidad no es demasiado alto. Para no exagerar, es más bien bajito; un poco más incluso que Napoleón. Y mientras me recuperaba penosamente del desastre, el instinto me dijo que ese joven, que no me había sido presentado como Harlan Ellison, el bien conocido fan, era un poco sensible a ese tema. Tomé nota mental de ello.

Al día siguiente, en la convención, yo estaba en el estrado, presentando a los notables y dirigiendo unas palabras de tierno afecto a cada uno de ellos a medida que lo hacía. Sin embargo, durante todo el tiempo mantenía mi vista fija en Harlan, que estaba sentado frente a mí, en primera fila (¿dónde si no?).

Tan pronto como su atención se distrajo un momento, grité repentinamente su nombre. Se puso en pie, sorprendido y desconcertado, y yo me incliné hacia delante y le dije, tan dulcemente como pude:

—Harlan, súbase sobre el compañero que tiene a su lado, para que los demás puedan verle.

Y mientras la concurrencia (mucho más numerosa esta vez) reía perversamente, perdoné a Harlan, y desde entonces hemos sido muy buenos amigos.

I
SAAC
A
SIMOV

Introducción: Treinta y dos augures

Esto que tienen ustedes en sus manos es más que un libro. Si tenemos suerte, será una revolución.

Este libro, la mayor antología de ficción especulativa jamás publicada de historias por completo originales, y probablemente una de las mayores en cualquier sentido, ha sido confeccionado según conceptos específicos de revolución. Su finalidad es sacudir un poco las cosas. Ha sido concebido como una necesidad de nuevos horizontes, nuevas formas, nuevos estilos, nuevos desafíos en la literatura de nuestro tiempo. Si ha sido confeccionado adecuadamente, proporcionará esos nuevos horizontes, estilos, formas y desafíos. Si no, al menos seguirá siendo un buen libro lleno de historias entretenidas.

Existe una camarilla de críticos, analistas y lectores que pretenden que el «mero entretenimiento» no es suficiente, que una historia debe tener también vigor y sustancia, un profundo mensaje filosófico o superabundancia de superciencia. Si bien sus afirmaciones poseen un cierto mérito, lo cierto es que demasiado a menudo se han convertido en la razón de ser de la ficción, su preocupación pontificadora de decir cosas. Aunque ya no podemos sugerir que los cuentos de hadas son el nivel más elevado que puede alcanzar la ficción moderna ni que la teoría debe dominar a la intriga, sí podemos vernos obligados a optar por lo primero en vez de por lo segundo, si nos hallamos encadenados con la amenaza de astillas de bambú metidas bajo nuestras uñas.

Por fortuna, este libro parece dirigirse directamente hacia el área de en medio. Cada historia es casi obstinadamente entretenida.

Pero todas están llenas también de ideas. No simplemente ideas como las que han leído un centenar de veces antes en los pulps, sino ideas frescas y atrevidas; a su manera, visiones peligrosas.

¿Porque toda esta cháchara acerca de entretenimiento versus ideas, en una introducción bastante larga a un libro aún mucho más largo? ¿Por qué no dejar que las historias hablen por sí mismas? Porque… aunque anadee como un pato, grazne como un pato, parezca un pato y se reúna con los demás patos, no tiene por qué ser necesariamente un pato. Ésta es una colección de patos que se convertirán en cisnes ante sus propios ojos. Son historias tan puramente entretenidas que parece inconcebible que el ímpetu con que fueron escritas fuera una llamada a las ideas. Pero ése era precisamente el caso, y mientras contemplan maravillados cómo esos patos del entretenimiento se transforman en cisnes de ideas, se hallarán enfrentados a un conjunto de historias que les demostrarán lo que es la new thing, o nouvelle vague si lo prefieren, de la literatura especulativa.

Y aquí, queridos lectores, es donde reside la revolución.

Hay algunos que dicen que la ficción especulativa empezó con Luciano de Sarnosata y Esopo. Sprague de Camp, en su excelente Science Fiction Handbook (Guía de la ciencia ficción, Hermitage House, 1953), cita los nombres de Luciano, Virgilio, Homero, Heliodoro, Apuleyo, Aristófanes y Tucídides, y llama a Platón «el segundo griego padre de la ciencia ficción». Groff Conklin, en The Best of Science Fiction (Lo mejor de la ciencia ficción, Crown, 1946), sugiere que los orígenes históricos pueden ser trazados sin ninguna dificultad a partir del Gulliver del decano Swift, de The Great War Syndicate (El sindicato de la gran guerra) de Frank R. Stockton, de The Moon Hoax (El fraude de la Luna) de Richard Adams Locke, del Looking Backward (Mirando hacia atrás) de Edward Bellamy, así como de Verne, Arthur Conan Doyle, H. G. Wells y Edgar Allan Poe. En la antología clásica Adventures in Time and Space (Aventuras en el tiempo y el espacio, Random House, 1946), Healy y McComas optan por el gran astrónomo Johannes Kepler. Por mi parte yo me inclino a apoyar la idea de que las bases de toda la gran ficción especulativa se hallan en la Biblia. (Hagamos una pausa de un microsegundo para rogarle a Dios que no descargue sobre mí uno de sus rayos.)

Pero antes de que sea acusado de intentar robarles notoriedad a los historiadores establecidos de la ficción especulativa, déjenme asegurarles que les he ofrecido esta relación de raíces únicamente para indicar que me he aprendido todas mis lecciones y que por lo tanto estoy cualificado para efectuar las impertinentes observaciones que siguen.

En realidad, la ficción especulativa en los tiempos modernos nació con Walt Disney y su clásico film de dibujos animados Streamboat Willie, en 1928. No hay duda de que así fue. ¿Qué sentido tiene si no un ratón que puede manejar un bote de recreo a pedales?

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