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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (54 page)

BOOK: Vespera
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Entonces Odeinath hizo un gesto de asentimiento al cortejo, todos dieron un paso al frente, se inclinaron, doblaron la bandera xelestis sobre la que habían yacido los tres cuerpos y la ceremonia terminó. La tripulación, formada en filas irregulares, empezó poco a poco a dispersarse.

Odeinath continuó contemplando las blancas montañas durante un largo rato hasta que, finalmente, bajó para asegurarse de que ellos tenían lo que necesitaban.

Cassini y otro ingeniero de éter, un individuo que sin duda tenía talento pero que también sin duda alguna estaba chiflado, de manera por lo general inofensiva, se encontraban guardando el resto del equipamiento de éter para la medición, asegurándose de que funcionaría para cartografiar el lecho marino. Nunca fue diseñado para cartografiar la tierra y la tripulación invirtió dos días en descubrir el sistema que les permitiera grabar todo lo que habían visto, los edificios y la llanura de huesos.

Eso era importante. Los dibujos, las pinturas podían ser fruto de la imaginación. Sin embargo, las grabaciones de éter, no. Y aunque Odeinath había puesto a trabajar a los más diestros artistas para que captaran la desolación del lugar, sólo las grabaciones de éter demostrarían que aquello ocurrió en realidad.

Si algún día llegaban a descubrir quién podía merecer su confianza para mostrárselas. Todo lo que Daena pudo decirle era que los esqueletos habían estado allí entre cinco y cien años, e incluso eso eran sólo suposiciones, pues ella no tenía ni idea de la reacción de los cadáveres ante la intemperie ártica. Lo que estaba fuera de toda duda es que pertenecían a una época mucho más reciente que el final de la Gran Guerra. Y todos ellos sabían en su interior, después de lo ocurrido en Eridan, de cuándo eran los cadáveres y también que había más en aquellas montañas, decenas y decenas de millares más.

¿Pero quiénes eran? ¿Cómo llegaron hasta allí?

Se quitó la túnica de luto y la volvió a plegar, poniéndola en el fondo del armario y el libro sobre su estante.

—¿Funciona? —preguntó—. ¿Lo habéis vuelto a instalar en su sitio?

Cassini sacó la cabeza de debajo de la mesa y asintió.

—Hemos visto el fondo marino y tenía el mismo aspecto que cuando vinimos.

—¿Y las grabaciones?

—A salvo. —No ganarían ningún premio, ni serían incorporadas a mediciones más grandes, pero servirían—. En la caja de las mediciones.

—¿Adonde iremos ahora? —preguntó el ingeniero, con la voz amortiguada por las ruidosas entrañas del aparato óptico. Éstas no habían sido sus palabras en realidad, pero Odeinath hace tiempo que había aprendido a cribar los fragmentos incoherentes e interpretar el verdadero sentido de su discurso.

—Se lo iba a preguntar a la tripulación.

—¿Por qué? —dijo Cassini.

—Deberíamos volver a poner rumbo al sur —dijo Odeinath— y no perder más tiempo buscando ruinas. Si colisionamos con un iceberg o encallamos, todo esto se perderá.

—¿Y si hay más?

No hubo respuesta a eso. Y lo mismo preguntó la tripulación cuando fue convocada más tarde para consultarles si preferían dirigirse hacia el sur o continuar hacia el este por la costa.

Al final no continuaron. El verano estaba terminando y algo muy dentro de Odeinath, muy dentro de todos ellos, les decía que debían poner la proa hacia al sur mientras aún pudieran.

Odeinath no quería quedarse allí por más tiempo, no en medio de más ruinas y más muerte, en la memoria del pasado esplendor. Había visto Eridan y había llegado la hora de volver a casa, al sur, con un secreto terrible.

Pero ¿cómo podrían? ¿Cómo iban a llegar a casa y explicar aquello al mundo? Podrían ser eliminados por los responsables antes de que pudieran decir nada. Ellos no sabían quién era el responsable. Pero en algún lugar, en los mares cálidos del sur, en un mundo alejado de toda aquella devastación, estaba la potencia responsable de todo ello.

Fue un viaje sombrío y silencioso durante los primeros días y, pese a que luego los ánimos empezaron a levantarse, el recuerdo de lo que habían visto flotaba en el ambiente. Imágenes que podían ahogar la alegría o las risas en un instante. Por la noche, Odeinath soñaba con ellas, con secuencias incoherentes de cráneos que esbozaban muecas o que eran perseguidos por algo que no estaba allí.

Las montañas blancas y la costa quedaron reducidas a una línea en el horizonte y luego desaparecieron, mientras el Navigator mantenía su rumbo constante hacia el sur. Diez días después de abandonar el reino de la Muerte, Cassini se acercó a Odeinath y le dijo que las semillas y los cereales que encontraron en los graneros, todos ellos, eran thetianos.

Después de aquello, el
Navigator
navegó hacia el sur para entrar en guerra.

CUARTA PARTE

SEQUÍA EN EL ALMA

Capítulo 19

La ola se tragó a Rafael y, durante un segundo de puro y absoluto terror, pensó que lo había aplastado. Fue barrido por una vorágine de agua enfurecida, e incluso cuando braceaba desesperadamente hacia la superficie intentando asomar la cabeza para poder ver, algo le golpeó fuertemente en un costado y otra cosa en la pierna. Notaba el sabor de la sal en la boca. ¿O era sangre?

Todavía estaba siendo arrastrado, notó un terrible estruendo y presión en los oídos al ascender con la fuerza de la ola, pero no pudo ver nada y cuando alargó la mano en un intento desesperado de asirse a algo, chocó contra una piedra.

¿Dónde estaba la parte de arriba? Una corriente lo atrapó haciéndole girar. ¿Estaba ahora boca abajo? La presión parecía mayor pero ¿cómo estar seguro?

¡Allí! Su mano herida golpeó algo duro, y de nuevo el dolor le traspasó el brazo, aunque trató de agarrarse, pero ahora la corriente parecía estar invirtiendo el sentido.

A continuación, increíblemente, Rafael asomó la cabeza a la superficie un segundo, el tiempo justo para que la cresta de una ola le golpeara en la cara y le llenara la boca de agua cuando instintivamente la abrió para respirar. La cabeza le daba vueltas y tenía demasiada sal en los ojos para ver nada. Entonces el agua le arrastró hacia abajo, hasta golpear el fondo.

Rafael volvió a salir a la superficie casi de inmediato y se dio cuenta de que estaba siendo arrastrado colina abajo. La ola estaba retrocediendo cada vez más rápidamente y él se deslizaba a través de las calles, hacia el mar. Alguien gritaba y había alaridos que se superponían al estruendo. ¿O eso había ocurrido antes?

A través de una neblina, veía cómo las casas iban pasando a cada lado; había figuras que se aferraban a ellas. Algunas se movían, otras no. Un hombre de negro estaba encaramando a un tejado, tratando de escapar del agua. Había destellos en alguna parte y gritos de dolor.

Más abajo, el agua empezaba a perder profundidad. Otra sacudida, esta vez en la pierna y su pie quedó atrapado en alguna cosa, haciéndole dar vueltas. Había piedra bajo sus manos, a unos treinta centímetros, así que Rafael buscó desesperadamente una grieta en el enlosado para sujetarse mientras el agua retrocedía, estirando la pierna que se había quedado atascada contumazmente. Sobre su cabeza rompían más olas, pero el agua estaba retrocediendo deprisa y, un momento después, se retrajo, fluyendo colina bajo de vuelta al mar.

Las piedras parecían estar en un ángulo extraño; incluso ahora que estaba fuera del agua y seguro de qué era qué, no parecían estar suficientemente rectas.

Oyó más gritos, en una lengua que no reconoció. Ni siquiera era tuonetar, ¿qué estaba ocurriendo? ¿Quién era esa gente? Rafael abrió los ojos pestañeando con furia y luego tuvo que mantenérselos abiertos con los dedos hasta que dejaron de escocerle y pudo volver a ver.

No tenía tiempo de pensar. Consiguió volverse y vio que su pie estaba atascado en una cañería de agua. Había estado tirando simplemente en la dirección equivocada, de puro pánico. Pero ahora tiró una, dos veces y salió con otra punzada de dolor que le recorrió la pierna. Por Thetis, ¿y si se hubiera roto algo?

Se sacó los pelos que se le habían metido en los ojos y consiguió ponerse de rodillas, palpando con cuidado su muñeca con la otra mano. No parecía estar rota pero le dolía al mover los dedos.

Volvió a oír gritos por detrás de él. Colina arriba. Más destellos azules, el silbido de flechas, ¿choques de espadas? ¿Qué estaba pasando? ¿Quién luchaba?

Se puso en pie poco a poco, viendo cómo otros se recuperaban a su alrededor, tratantes árticos de negro en su mayor parte. Algunos cuerpos permanecían inmóviles. Había uno arrodillado al lado de otro, de marrón, golpeándole la espalda.

—¡Nos atacan! —gritó alguien desde arriba.

Y entonces Rafael vio a los tribunos.

* * *

Valentino los había enviado a la orilla antes de que la ola se desencadenara, cargando colina abajo a través del bosque, tras haber tomado la torre de vigilancia. Se habían aproximado, cubiertos por las furiosas aguas. Era un terreno fácil, porque los jharissa habían despejado la maleza del bosque para poder disponer de huertas y pequeñas plantaciones de taro.

La ola había descendido ya del nivel de la aldea, desaguando hacia el mar más rápidamente, dejando tras ella un asentamiento que parecía haber sido dibujado en un papel para luego ser estrujado. La mayoría de las construcciones aún estaban en pie, aunque algunas se inclinaban contra otras formando ángulos absurdos y los muros del lado oriental se habían desplomado, destruyendo dos o tres casas. Extrañamente, la mayor parte de los globos de agua habían sobrevivido, sujetos como estaban para resistir los vientos. Entre ellos y las lunas, Valentino tenía luz más que suficiente para observar la escena que había allá abajo.

Tenía una vista perfecta desde allí, pero quería estar abajo, en el bosque, con sus hombres. Zhubodai, comandante de sus tribunos, se había negado en redondo a permitírselo, a pesar de que Valentino le dio una orden directa, y ahora Zhubodai y otros tres tribunos estaban con él en el espacio superior de la torre de vigilancia. Había una docena de hombres abajo, vigilando las armas incautadas y alerta ante un posible contraataque.

La ironía no podía haber sido más perfecta. Un espía de Iolani había alertado a Jharissa del ataque de Corala, de manera que Jharissa había retirado todas sus fuerzas a excepción de un mínimo destacamento de la isla de Zafiro para defender su base principal de operaciones.

Lo que había permitido a Valentino, a sus tribunos y a un destacamento de legionarios desembarcar sin resistencia en las costas nororientales y noroccidentales del asentamiento y avanzar a través de los bosques sin ser detectados. A los centinelas jharissa de la torre de vigilancia los habían matado antes de que pudieran abrir la boca. Desafortunadamente, sus armas resultaron ser demasiado complejas para que los hombres de Valentino pudieran emplearlas, pero los tribunos estaban perfectamente equipados con sus armas blancas, su fortaleza y su destreza.

Una victoria en Corala habría sido simplemente una victoria. Sin embargo, Valentino había visto a través de su telescopio quién se encontraba en la isla de Zafiro antes de desencadenar la ola. Si sus tropas los capturaban a todos, él habría ganado la guerra y todo gracias al espía tan inteligente que Iolani tenía infiltrado en el servicio imperial. El espía estuvo muy acertado al haber dado noticia del ataque sobre Corala.

Los hombres que habían perdido la vida en las batallas de aquella noche no habrían muerto en vano.

Los hombres de Valentino habían salido ya de entre los árboles y se encontraban en los límites del asentamiento cuando los tratantes árticos, empapados y mermados por la ola, intentaban reagruparse en una acción propia de hombres desesperados. Rafael vio salir destellos de éter de aquellas armas mortíferas que, por lo visto, habían menoscabado en gran parte la fuerza de la ola y que derribaron a algunos tribunos. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía el éter derrotar a la magia?

Pero incluso aquellos tratantes árticos que presentaron batalla murieron bajo las flechas de los legionarios del segundo grupo. Las armas nuevas aún no podían con un arquero thetiano y el padre de Valentino no había cometido el error del antiguo imperio de dejar la arquería a los soldados de clan.

Después, los tribunos penetraron en la aldea, figuras vestidas de azul, abalanzándose sobre el asentamiento con letal eficiencia, deshaciéndose de todos los que ofrecían resistencia y reuniendo a aquéllos otros demasiado aturdidos para presentar batalla.

—Un momento —dijo Zhubodai en tono recriminatorio. Todos los tribunos eran una extraña mezcla de legionarios thetianos y guerreros salvajes, de azul imperial, pero engalanados con tahalíes, cuchillos y otras armas repugnantes, y el cabello trenzado con tantas cuentas como hombres habían matado. Aquella noche, todos ellos llevaban las cuerdas de asalto colgando del cinturón, y las correas que empleaban para asaltar a otras tribus preparadas ya para inmovilizar a los prisioneros rápidamente.

En sus islas, aquellos que eran capturados en la guerra se convertían en esclavos de la tribu victoriosa; era un sistema que daba la medida de la riqueza de aquellos pueblos que hacían del asalto y la guerra su forma de vida. Valentino se preguntó si sería prudente entregarles como cautivos a algunos miembros del clan Jharissa. No había peligro de que escaparan pero, sin duda, las mujeres tendrían hijos de sus captores y eso podría corromper la reserva de futuros reclutas tribales.

—Eres tan fastidioso como una vieja —dijo Valentino—. Y también eres tan feo como ellas.

—Eso es porque he vivido lo suficiente para llegar a viejo —le replicó Zhubodai con ecuanimidad.

—¿Evitando el combate?

—Quedándome contigo para tener una excusa —dijo Zhubodai y los otros tribunos se rieron. Nadie pondría en duda el valor de Zhubodai.

Valentino preguntaría más tarde con discreción a Zhubodai acerca de la conveniencia de esclavizar a los prisioneros. Aunque una vez fue cacique de una tribu, ese hombre había jurado lealtad eterna al imperio, de modo que sabría responder si aquél no sería un regalo contraproducente para su pueblo.

—Y ahora —dijo Zhubodai finalmente, cuando los uniformes azules hubieron tomado toda la aldea—, por tu victoria, emperador.

* * *

Rafael se dio la vuelta bruscamente, con un desgarrador dolor en la pierna, pero aun así no fue lo suficientemente rápido. En un segundo, le agarraron por detrás con un asidero de hierro y sintió en la garganta el acero terriblemente afilado de un cuchillo. Un hilillo de sangre caliente le corrió por el cuello y le llegó hasta la túnica.

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