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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Vespera (49 page)

BOOK: Vespera
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Y eso sugería que la base enemiga se encontraba a la suficiente distancia como para que no se pudieran permitir un gasto extra de combustible entreteniéndose en llegar allí.

—Cambie la guardia y que su sustituto me mantenga al corriente —ordenó Valentino, desabrochándose las correas que le mantenían sujeto al sillón—.Todos los oficiales tácticos a la Sala de reuniones.

* * *

Rafael se dio la vuelta bruscamente, a punto de deslizarse y caerse sobre una landressa, cuyas fragantes flores blancas escondían púas terribles. Leonata se encontraba de pie a algunos metros de donde él estaba, en el borde del bosque. Había cambiado sus ropas formales de gran thalassarca por una camisa y uno pantalones sueltos de colores oscuros, perfectos para merodear por una isla de noche. Lo que era lo último que se hubiera esperado Rafael de una vesperana de cincuenta años.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó él, conmocionado. Por sólo unos centímetros se escapó del pinchazo de la landressa, cuyas heridas poseían una repugnante tendencia a infectarse. La emperatriz Landressa, muerta hace ya mucho tiempo, había sido conmemorada acertadamente, si bien no exactamente como a ella le hubiera gustado.

—Pensaba que harías algo así —dijo Leonata—. No era suficiente con venir hasta aquí y amenazarlos. Además tenías que espiarlos.

—Estoy haciendo lo que haría cualquier oficial de inteligencia con dos dedos de frente dentro de una fortaleza enemiga.

—Pero tú no eres un oficial de inteligencia. Los espías poseen algo que se podría calificar como lealtad a la causa a la que sirven.

—¿Has venido hasta aquí sólo para acusarme?

—No gastaría saliva en eso —respondió ella—. He venido a decirte que te están esperando, y que si decides ir allí, no moveré ni un dedo para ayudarte.

—No esperaba que me ayudaras. Esto forma parte de mi investigación; no de la tuya.

—Deja ya de pretender que somos co-investigadores —dijo ella—. No hay nadie que se preocupe aún por lo que estamos investigando. Esta meridianamente claro quién asesinó a Catilina.

—Lo que resulta menos obvio es cuál es tu interés —dijo Rafael, apartándose de la landressa, pero con cuidado de permanecer bajo el resguardo que le ofrecían las sombras de las piedras para no ser divisado con el fondo de arena blanca, ni visto por cualquiera que estuviera observando desde los caminos alrededor de la laguna—. Estás protegiendo a Iolani poniendo en peligro a los miembros de tu clan, y estás llevando tu propia investigación a aguas que no pensé que quisieras remover. —Rafael había sabido esto último por los historiadores del Museion, a quienes se les había escapado que una gran thalassarca les había visitado hacía algunos días. Rafael no tardó mucho en descubrir de quién se trataba.

—¿Para quién estás haciendo esto? —continuó él—. ¿Para ti? ¿El clan? ¿La ciudad? ¿Thetia? ¿Por algo en lo que no he caído? En la ciudad me dijiste que yo había estado demasiado tiempo fuera de Vespera para comprender. ¿Qué es lo que me he perdido?

—¿Por qué esa repentina curiosidad? —preguntó ella.

—Puede que ésta sea la última vez que hablemos si me has dicho la verdad y me están esperando. Yo sé lo que mueve a Valentino y a Iolani y, probablemente a Aesonia, pero no sé por qué tú estás haciendo esto.

—Por la ciudad —dijo Leonata, sorprendiéndole con su espontaneidad. Qué diferente era de Silvanos, a pesar de su actual hostilidad.

—¿Vives para servir a Vespera? —Aún así era una actitud política. Se esperaba más de ella.

—En realidad no lo comprendes —dijo ella—. Debes de haber tenido amigos en las familias militares. Esa clase de familia cuyo árbol genealógico está salpicado, generación tras generación, de capitanes, lugartenientes, algún almirante que otro, gente que realmente perteneció a la Armada desde su mismo nacimiento, ¿no es así?

—Algunos —dijo él, sobresaltándose un poco al escuchar algún susurro procedente de los árboles que tenían detrás y tranquilizándose cuando un par de pájaros levantaron el vuelo entre indignados graznidos, batiendo sus alas multicolores.

—Esa clase es tan antigua como Thetia, y nunca habríamos sobrevivido sin ella. Hay miles de familias diseminadas por las islas. No se trata de la aristocracia; y no son muchos los que consiguen llegar a la cima. El almirante Cidelis, que contribuyó a salvar al Imperio de los tuonetares fue uno de los que lo consiguió.

—¿Pero adonde quieres llegar con esto?

—En realidad nunca lo comprendiste, porque Silvanos siempre fue un extranjero por decisión propia. Vespera tiene una tradición parecida. Nosotros hemos sido criados para servir a la ciudad, como lo fueron nuestros padres y los padres de ellos. Así, hasta los albores del tiempo. Si perteneces a una de estas familias, estás marcado desde que vienes a este mundo.

Hasta ahí, Rafael lo entendía.

—Toda la vida al servicio de tu ciudad. Ya seas mercader, marinero, funcionario de clan, funcionario de la ciudad, armador... todos ellos contaban, todos ellos protegían la ciudad, la hacían más rica y más grande. Incluso los artistas y los músicos hacían prosperar la ciudad, si bien nunca se les consideró tan respetables. Tenía el mismo carácter de deber que para las familias militares tenía el servicio en las legiones o en la Armada. Los oradores y escritores de la República original lo sabían, como también los miles de hombres y mujeres que consagraron a ella sus vidas. Y que murieron por ella, en particular los de la generación del dogo Umbera. La República era un sueño que merecía algo mejor que ser deshonrada por la tragedia de Ruthelo Azrian y su efímera reinstauración.

—¿Es que hay elección? —preguntó él, incluso esbozando una pequeña sonrisa.

—Yo nací vesperana —dijo Leonata, irguiéndose y avanzando por la arena blanca, donde los árboles la ocultaban. Se agachó y buscó alguna piedra plana en el borde de las rocas—. Yo pude haber nacido en alguna esquina dejada de la mano de Thetis en los continentes, y pasar mi vida como una concubina en algún harén de Halettite o destrozarme la espalda en los campos hasta tener los hijos que me tocara. El mundo exterior es un poco más agradable para los hombres, pero incluso para ellos es bárbaro.

Rafael se puso tenso cuando Leonata cogió una piedra con la intención de lanzarla sobre la superficie del agua, pero ella vio su expresión y la volvió a poner en su sitio.

—En lugar de eso, soy vesperana y tendré una vida que la mayoría sólo pueden soñar. Pero ello va unido al servicio al clan y a la ciudad. No puedo sentarme y esperar a que otros se preocupen de eso. Nuestros juramentos nos ligan a nuestros clanes y a la ciudad. Prosperar con la ciudad es loable, pero prosperar a costa de la ciudad es el peor de los pecados. Por supuesto, algunas personas lo hacen, pero mientras nosotros sirvamos a la ciudad, habrá suficiente gente para protegerla. De manera que, como ves, estoy tan comprometida como los oficiales navales más abnegados.

—¿Y descubrir la verdad forma parte de tu servicio a la ciudad? —dijo él, tras una pausa. No estaba preparado para un discurso como ése. Una carencia en su profunda formación—. ¿O acaso forma parte de tus planes para la ciudad?

Thetis, ¿en qué había estado pensando él? Había sido un verdadero idiota al no darse cuenta de lo que Leonata estaba haciendo, cegado por su propia sagacidad relacionando a Corsina y el astillero con el clan Azrian. No se había parado a pensar si Leonata había pasado por alto su alianza con los jharissa por razones personales.

O quizá porque tenía un acuerdo con Iolani que iba más allá de no estorbarse la una a la otra. Su acuerdo no era una neutralidad armada; era una alianza, una alianza pactada en secreto y cimentada por sus intereses comunes en Aruwe. Y que consistía en armar los buques de Leonata y de sus aliados tan poderosamente como los de los Jharissa y, probablemente, en la construcción secreta de más naves.

Rafael bajó un instante la mirada hacia la arena, mientras su mente evaluaba a toda prisa todas las implicaciones de lo que eso significaba para Vespera y Thetia y de lo que significaba para él. Él se había excedido y ahora pagaría por ello.

—Te has dado cuenta —dijo Leonata, más relajada ya—. Debiste hacerlo cuando saliste allí afuera o, a más tardar, cuando no te permitimos salir.

—¿Formaste parte de su conspiración desde el principio? —preguntó él.

Leonata negó con un gesto.

—No voy a decírtelo. Siempre hay incidentes imprevistos, cosas que escapan de mi control.

—Pero Iolani se venga y tú te haces con una Vespera independiente de verdad, tu república, talasocracia, confederación o como quieras llamarla —dijo Rafael mientras Leonata asentía—. ¿Por qué?

—Petroz ya te lo insinuó en tu primera noche en la ciudad —dijo ella—. Perdimos mucho, su generación y la mía. Hubo muchos muertos, muchas vidas desperdiciadas que ensombrecieron las de todos aquellos que sobrevivieron, y todo debido al caos. No podemos confiar en que el Imperio no mate a su propia gente, por eso hacemos una Thetia nuestra. Algo que perdure y que proteja a su propio pueblo y que sea como Thetia debe de ser. El Consejo no durará; todo el mundo lo sabe. Valentino quiere apoderarse de la ciudad. No se lo voy a permitir. Ni yo ni la mayoría de mis colegas. Porque no quiero que mi hija tenga nunca que soportar lo que yo, o Iolani, o Petroz hemos soportado. Ella es brillante, Rafael. Su mente puede captar en un segundo conceptos que yo no entiendo. Se le pueden ocurrir inventos sin ni siquiera pensar en ellos. Siempre fue así y los otros armadores dicen que probablemente sea la mejor que Aruwe ha tenido a lo largo de varias generaciones. Pero nada de esto es tan importante como el simple hecho de que es mi hija. Yo hago esto por la ciudad y por ella.

El rostro de Leonata se había vuelto a dulcificar, lo suficiente para que Rafael pudiera comprender que le estaba diciendo la verdad. Ya no tenía necesidad de mostrar irritación, porque había ganado. Ningún informe de lo que sucediera allí llegaría jamás hasta Valentino y, sin duda, los planes de Leonata y Iolani, fraguados secretamente, ya estaban en marcha.

Por un segundo, pensó en tomarla como rehén, pero con la misma rapidez se dio cuenta de que sería inútil, porque él no le haría ningún daño. Ella lo sabía y también los armadores.

¡Haber llegado tan lejos y verse atrapado en su misma autoconfianza! No había manera de salir de Aruwe a no ser que los armadores quisieran prenderle y él se abriera paso luchando. Pero Rafael no era ningún guerrero legendario de la Edad Heroica, ni siquiera aunque estuviera dispuesto a matarlos a todos ellos.

—¿Están esperando aquí? —le preguntó él, mirando a los árboles.

—No, sólo te he seguido yo.

—Entonces, si me perdonas, voy a ver si puedo enterarme de algo más antes de que me cojan —dijo Rafael. Era un gesto inútil, pero no se iba a limitar a rendirse ante ellos y, cuando recabara toda la información posible, la procesaría mentalmente. Quizá tuviera oportunidad de usarla más tarde, y compensar así la mala ocurrencia de haber ido hasta allí.

Mejor que tuvieran que apresarle, obligarlos a bailar un rato que, sencillamente, tirar ya la toalla.

—Naturalmente que lo harás —dijo Leonata—. Yo no haría daño a nadie si fuera tú. Flavia me contó lo del puñal; no harás otra cosa que empeorar las cosas si hieres a alguien.

—Lo llevo conmigo —su puñal tan sólo llevaba la fulminante droga en su filo, y ésta podría diluirse con el agua.

—Orgulloso como siempre —dijo Leonata—. A menos que vayas a nadar con todo eso puesto, dame tu capa y te la devolveré después.

—No —dijo él.

—Te lo mereces —replicó Leonata, mientras su sonrisa volvía a esfumarse—. Pero también te mereces una causa mejor que el Imperio. Podrías encontrarla en la Vespera que intento crear.

Leonata se dio la vuelta y se adentró entre los árboles, dejando a Rafael solo en la playa para que retardara su captura mientras pudiera.

* * *

Cuando regresaron al puente de mando había café aguardándoles, servido en recipientes cerrados por los cocineros según las instrucciones del primer oficial. Había encargado para todos, incluso para el marinero con menos experiencia, lo que Valentino aprobó. No había motivo para que los oficiales se mantuvieran despiertos, si la tripulación apenas podía mantener los ojos abiertos.

—¿Posición? —preguntó Valentino.

—Lago Chalce, siete kilómetros al noreste de la entrada del canal Corala. Estamos ocupando la abertura. Es como si hubiéramos conseguido alcanzar los motores del buque más grande, pues no consigue ir a máxima velocidad. Una de las rayas salió hacia adelante a toda prisa hace unos minutos.

El lago Chalce arrancaba desde el canal que atravesaba el Rim pasando por donde encontraron a la
Allecto
hacía tan sólo unos días; la
Soberana
debía encontrarse en aquellos momentos a unos sesenta kilómetros o más de Corala. Pero ¿por qué las rayas de combate se estaban dirigiendo hacia aguas abiertas? Había demasiadas para acoplarse a un solo leviatán, dejando de lado la cuestión de cuántos traidores y asesinos hacían falta para conseguir un leviatán, en primer lugar. Aún eran tecnología de última generación, como las mantas. El primero había sido construido hacía tan sólo dieciocho años y, que Valentino supiera, el astillero proimperial de Korawa era el único en el mundo capaz de construirlos.

Observó los paneles de éter, que mostraban un océano vacío con los puntos de la Soberana y sus escoltas y el pequeño grupo de enemigos siete u ocho kilómetros por delante. La nave escolta había vuelto a ocupar posiciones defensivas. No es que fuera gran cosa contra las descargas de éter, pero por lo menos los protegería de cualquier otro medio más convencional que pudieran emplear.

—Dadme una proyección cartográfica —ordenó Valentino—. Rumbo y velocidad actuales, estimaciones de combustible sobre hasta dónde podrían llegar ellos desde aquí.

Se encontraba aún haciendo sus cálculos con las cartas de navegación y las proyecciones en compañía de los cartógrafos, deteniéndose de vez en cuando para comprobar el progreso de las modificaciones defensivas y de armamento que había ordenado, cuando volvió a parpadear la luz de alerta.

—¡Contacto! Tres rayas más dos puntos a babor de ellos apareciendo en campo. El primer grupo está variando el rumbo.

—Da la alarma de combate —dijo el primer oficial—. Almirante, ¿sus órdenes?

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