Underworld (4 page)

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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
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¡BLAM!
Una bala de plata hizo blanco en su hombro y lo hizo caer. Selene esbozó una sonrisa fría a pesar de que el joven americano no se había dado cuenta de lo cerca que había estado de la muerte y la mutilación.

Las puertas del metro que acababa de llegar habían permanecido abiertas en medio del tiroteo, puede que con la esperanza de proporcionar una vía de escape a los transeúntes inocentes que se habían visto atrapados. Tras caer al suelo impulsado por la bala, Trix aprovechó una de estas puertas para subir al tren, aferrándose con una mano el hombro herido.

El suelo del vagón estalló bajo sus pies mientras los disparos de Selene lo seguían sin darle cuartel. Trix cruzó el vagón y se abalanzó sobre la puerta cerrada que había al otro lado. Unos dedos poderosos se hundieron en la goma que separaba las dos puertas neumáticas y el licano emitió un gruñido de esfuerzo mientras sus sobrehumanos tendones trataban de abrirlas a la fuerza.

Selene continuó disparando y las balas que salían de su arma devoraron el suelo en dirección al licano. Los desgraciados pasajeros del metro se ocultaron detrás de sus asientos pero Selene, confiada en su capacidad de acertar sólo al objetivo al que estaba apuntando, no soltó los gatillos de las Berettas. No tenía la menor intención de permitir que el herido licano escapara con vida.

Con un gruñido salvaje, Trix hizo un último y furioso esfuerzo y las puertas cerradas de metal se abrieron con una bocanada de aire presurizado. El licano se arrojó apresuradamente por la abertura y cayó sobre las vías que había al otro lado del tren.

¡Condenación!,
maldijo Selene, enfurecida porque su presa había logrado escapar en el último segundo. Se disponía a ir tras él cuando vio que Raze corría frenéticamente hacia ella desde el extremo norte de la plataforma. Su Uzi chorreaba fuego como un auténtico volcán.

Incapaz de perseguir al licano de menor estatura, como hubiera querido, volvió a ocultarse detrás del quiosco.
Muy bien,
pensó. Sus pistolas apuntaban hacia arriba y los cañones se encontraban a escasos centímetros de su rostro, llenando sus pulmones con el olor embriagador de la pólvora y el metal caliente. La adrenalina despertó el especial icor de los muertos vivientes en sus venas.
Me encargaré del perro grande.

• • •

—Mierda. Mierda. Mierda.

Trix se dejó caer contra las ruedas del vagón parado. Le ardía el hombro derecho, donde la zorra vampiresa le había acertado con su plata. Con una mueca de agonía, hundió los dedos en la herida, una tarea aún más complicada por el hecho de que en su forma humana era diestro. El olor de su propia sangre al resbalar por su pecho y formar un charco a sus pies lo enfureció.

¡Jodidos sangrientos!
Deseaba transformarse, adoptar una forma más primaria y poderosa, pero le era imposible. Sólo los licanos más viejos y poderosos eran capaces de trasformarse tras haber sido heridos con plata. Gracias a la bala de su hombro, Trix estaba confinado en su forma humana hasta que el veneno metálico se hubiera disipado de su sangre, cosa que podía llevar horas… o días.

Sus dedos excavaron dolorosamente la carne y el cartílago destrozados hasta que al fin localizaron los restos ensangrentados de una sola bala de plata. El aplastado proyectil estaba resbaladizo y resultaba difícil de sujetar y además el odiado metal le quemaba los dedos, pero Trix apretó los dientes y se lo arrancó violentamente de la herida. Brotó vapor de las yemas en carne viva de sus dedos mientras éstas, en contacto con la plata, siseaban y crepitaban. Con un gruñido nacido en el fondo de su garganta, arrojó el proyectil lo más lejos posible y lo oyó caer a varios metros de distancia, entre las vías.

—¡Hijo de puta! —gruñó. ¡Ahora sí que estaba cabreado!

Se lamió los dedos chamuscados y a continuación metió un cargador nuevo en su arma, un Magnum Desert Eagle del calibre.44. Se asomó por la rendija de las puertas del vagón y disparó contra el andén.

Su corazón de bestia empezó a latir con entusiasmo al ver que, en la vía derecha de la plataforma, Raze estaba destrozando con fuego automático el quiosco en el que se ocultaban los vampiros.

¡Sangrientos maricones!,
pensó enfurecido mientras sumaba con entusiasmo su propio fuego al de Raze. A bordo del tren, los aterrados humanos temblaban y se orinaban encima pero Trix reservó todo su hirviente desprecio para los vampiros.
¡Les vamos a enseñar a esas sabandijas arrogantes a no meterse con nuestra manada!

• • •

En un momento de prudencia, una mano humana había desconectado las escaleras mecánicas que conectaban con el andén. No
importa,
pensó Nathaniel mientras bajaba los escalones inmóviles a velocidad de vértigo. Su larga cabellera negra revoloteaba tras él mientras corría. Más abajo, el andén era escenario de un estrepitoso tiroteo.
¡Y yo que pensaba que iba a perderme la acción!

• • •

El ataque de los licanos caía sobre el quiosco desde dos direcciones diferentes y había atrapado a Selene y Rigel en un estrecho rincón de la estructura, que estaba siendo reducida rápidamente a escombros por el fuego implacable de sus enemigos. Su situación, comprendió la Ejecutora, estaba volviéndose insostenible por momentos.

Sin embargo, y a pesar de su propia y desesperada situación, no podía dejar de preocuparse por la suerte del heroico americano. ¿Seguía ileso o tanto la muchacha herida como él habían caído en el fuego cruzado?
Es una lástima que nuestra guerra tenga que poner en peligro a humanos inocentes,
se dijo con sincero pesar.

Justo a tiempo, una inesperada y vigorosa ráfaga de fuego automático hizo de Raze su objetivo y el gran licano se vio obligado a dar media vuelta y buscar la protección de un cercano vagón de metro. Selene volvió la mirada hacia atrás y vio que Nathaniel estaba bajando las escaleras mecánicas, precedido por un constante chorro de balas de plata arrojado por sus pistolas Walter.

¡Bien hecho!,
pensó llena de orgullo por la oportuna intervención del valiente Ejecutor. La fortuita llegada de Nathaniel era justo lo que necesitaban para volver las tornas y enseñarles una lección a aquellos animales furiosos.
¡Ahora los superamos en número!
Rigel y ella aprovecharon la ocasión para abandonar el reventado quiosco y correr por la plataforma hasta refugiarse detrás de un pilar de hormigón en mejor estado. Lanzó una mirada preocupada hacia el buen samaritano y la chica que estaba tratando de salvar, que seguían en medio del andén. Milagrosamente, los dos parecían estar con vida.

Pero aunque habían conseguido repeler a Raze, su subhumano cómplice seguía agazapado al otro lado del asediado vagón. El cañón de su arma se encendió repetidamente —
¡BLAM, BLAM, BLAM!
— y una ráfaga de munición incandescente acertó a Rigel en el pecho.

El vampiro retrocedió tambaleándose y chocó de costado contra una pared. Los brillantes proyectiles cortaron la correa de la cámara y el compacto aparato digital cayó y rodó sobre el suelo del andén. Rigel se tambaleó con torpeza y trató de permanecer en pie. Su rostro, de ordinario seráfico, estaba contorsionado ahora por una agonía y un sufrimiento indescriptibles. Mientras Selene lo miraba, horrorizada, empezaron a brotar rayos de luz furiosa de sus heridas y de los desgarrones de su atuendo de cuero negro. La cegadora luz recorrió ardiendo el cuerpo paralizado del vampiro y lo incineró desde dentro.

Selene sintió el calor atroz sobre sus propias facciones marfileñas. Horrorizada y conmocionada por lo que le estaba ocurriendo a su amigo, trató de seguir mirando, aunque sólo fuera para poder informar a sus superiores de lo que había presenciado, pero el acerado fulgor se volvió tan brillante que tuvo que apartar la mirada con los ojos llenos de lágrimas carmesí.

El nauseabundo olor de la carne quemada llenó la estación de metro mientras la antinatural luz se encendía como una supernova por un instante antes de extinguirse al fin.

Selene abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo chocaba contra el suelo el cadáver carbonizado de Rigel. Salía humo del cuerpo del vampiro, que estaba tan quemado y ennegrecido que resultaba imposible de reconocer. Era como si lo hubieran dejado bajo el sol para morir.

¡No!,
pensó Selene, embargada por la sorpresa y la incredulidad.
¡Esto no puede estar ocurriendo!
Conocía a Rigel y había luchado a su lado desde hacía años y sin embargo la ruina humeante que tenía ante sus ojos no dejaba lugar a la duda: su inmortal camarada había sido destruido para siempre.

Una ira devastadora se apoderó de ella. Giró sobre sus talones mientras su corazón angustiado clamaba pidiendo venganza y abrió fuego sobre Trix, quien recibió otra bala de plata en el hombro, a menos de dos centímetros de la anterior.
¿Duele, bastardo?,
pensó Selene con afán de venganza y saboreando la expresión del rostro del licano.
¡Espero que duela muchísimo!

¡Ojalá la plata actuase tan deprisa como aquella nueva y obscena munición de los licanos!

Estaba claro que el herido licano había tenido más que suficiente. Tras ocultarse de nuevo al otro lado del vagón de metro azul metálico, se volvió y huyo galopando por el túnel de la estación. La cobardía del monstruo hizo que Selene esbozara una sonrisa amarga. Semejante comportamiento era más propio de un chacal que de un lobo.

Corre mientras puedas,
se mofó en silencio. A pesar de la abrumadora sed de venganza que poseía su alma, Selene conservaba la frialdad suficiente para recoger la cámara caída de Rigel y sacar rápidamente su disco de memoria. Tras guardarlo en su bolsillo, dejó caer la cámara y salió corriendo detrás de Trix. Cargó por el pasillo central del vagón, paralela al licano que huía al otro lado.

Por la ventana de la derecha vio que Trix se encaminaba hacia un túnel escasamente iluminado. Sintió la tentación de dispararle por el cristal transparente de la ventana pero tenía miedo de que alguna bala rebotaba pudiera herir o matar a algún pasajero humano. Los humanos eran civiles en la guerra que libraban y Selene siempre se había esforzado por ahorrarles daños colaterales. Una deferencia que no tenía la menor intención de mostrarle al despreciable licántropo que corría fuera del tren.

El recuerdo de los humeantes restos de Rigel le dio alas a sus pies mientras iba atravesando un vagón detrás de otro y pasaba como un relámpago vestido de cuero frente a los paralizados y conmocionados humanos que se encogían de terror en sus asientos. Sujetaba la Beretta con tanta fuerza que sus dedos se hundieron en la empuñadura y dejaron huellas en la superficie de polímero de alta resistencia.

Llegó al final del vagón de cola y sacó los colmillos al mismo tiempo que Trix rodeaba el vehículo y se alejaba por las vías. ¿Pretendía perder a Selene entre los oscuros escondrijos del sombrío túnel?

Vana esperanza. Selene ni siquiera frenó antes de arrojarse de cabeza contra la ventanilla trasera del vagón. El cristal estalló sobre la vías mientas ella salía como un proyectil del tren, con la parte trasera de su gabardina negra aleteando tras de sí como las alas de un murciélago gigantesco.

Cayó al suelo con la gracia de un atleta olímpico y ejecutó una voltereta perfecta antes de ponerse en pie y echar a correr. Arma en mano, se lanzó tras el licano con toda su fuerza y velocidad preternaturales y se adentró en la intimidante negrura del túnel sin vacilar un solo segundo.

¡Voy a cogerte, animal asesino, aunque tenga que seguirte hasta el mismísimo Infierno!

• • •

Allá en el andén, cerca de la mitad del tren, Nathaniel se estaba quedando sin munición. Se ocultaba detrás de la escalera mecánica mientras Raze y él intercambiaban disparos de manera vehemente. El salvaje licano se había refugiado en un abarrotado vagón del metro, desde
ti
que trataba en vano de acertar a Nathaniel con una de sus balas de fósforo. El vampiro, veterano de muchas batallas, se mantenía bien oculto. Tras haber visto lo que aquellos proyectiles le habían hecho a Rigel, no sentía el menor deseo de probar en persona su efecto incendiario.

Aún no puedo creer que Rigel haya caído de verdad,
pensó con sombría incredulidad.
¡Ha ocurrido tan deprisa!

Plata silbante y partículas radiantes de luz se entrecruzaban en el aire, convirtiendo el espacio que había entre la escalera mecánica y el vagón del metro en tierra de nadie. Raze siguió disparando su Uzi sin asomarse por la puerta hasta que el cañón de su arma quedó en silencio de repente. Nathaniel vio que el licano lanzaba una mirada ceñuda a la Uzi y comprendió que debía de haberse quedado sin munición.

Y justo a tiempo,
pensó el vampiro con alivio. Su arma se había quedado también sin balas. Metió las manos en los bolsillos de la gabardina para buscar otro cargador y las sacó vacías.

—¡Joder! —masculló entre dientes mientras veía cómo se encaminaba Raze hacia la parte trasera del tren.

Sin tiempo ni capacidad para recargar su arma, Nathaniel la arrojó a un lado y corrió hacia el siguiente vagón, con la esperanza de cortar el paso a Raze.
Esos licanos van a pagar por lo que le han hecho a Rigel,
se prometió.
¡Lo juro por mi vida eterna!

El licano pasó gruñendo junto a los petrificados pasajeros que se acurrucaban en el suelo. Abrió la compuerta que conducía al siguiente vagón y atravesó de un salto el espacio que los separaba. Sorprendidos y enfrentados de repente con un matón de mirada salvaje y armado con un arma semiautomática que todavía humeaba, los humanos del siguiente vagón empezaron a chillar.

Corriendo en diagonal por el andén, Nathaniel veía pasar a Raze por las ventanillas del tren. No iba a poder llegar a la siguiente puerta antes que el licano de modo que, en lugar de intentarlo, se protegió la cabeza con las manos y atravesó de un salto una de las ventanillas laterales del vagón. Los cristales. El cristal se hizo añicos con un estruendoso crujido y el vampiro entró como un meteorito en el tren y derribó a Raze. Su impulso empujó al licano contra la ventana del lado opuesto y chocó contra la ventanilla del lado opuesto, que se hizo añicos. Tras sacudir el cuerpo entero para librarse de los efectos del impacto, Raze fulminó al Ejecutor con una mirada de inhumanos ojos azul cobalto. Abrió la boca y una dentadura de caninos e incisivos serrados se mostró a la luz. Un gruñido atávico escapó de sus labios.

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