Underworld (28 page)

Read Underworld Online

Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
10.82Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y qué pasa conmigo? —preguntó.

Ella hizo una pausa antes de responder.

—Viktor sabrá lo que hay que hacer —dijo al fin. Michael recordó que, según lo que Selene le había contado, Viktor era el jefe supremo de todos los vampiros. El hecho de que su vida dependiera de las decisiones tomadas por un Conde Drácula del mundo real no tranquilizaba a Michael—. Volveré mañana por la noche —le prometió.

De eso nada,
pensó Michael. No le gustaba la idea de pasar las siguientes doce horas escondiéndose en aquel piso franco. Se levantó con dificultades y se puso la chaqueta.

—Bueno, lo que está muy claro es que no pienso quedarme aquí solo —declaró, tratando de ignorar que la cabeza le daba vueltas. Tuvo que agarrarse a un brazo de la sólida silla de titanio para no perder el equilibrio.

—Lo harás si quieres vivir —dijo Selene con voz severa. Se apartó de la ventana y se le acercó.

Michael cerró los ojos y esperó a que se le pasara el mareo. Tal como se sentía en aquel momento, no estaba muy seguro de que fuera a sobrevivir hasta la noche siguiente. Con cada latido de su corazón sentía un dolor palpitante en las sienes y la mordedura del hombre de la barba seguía ardiéndole.
Por lo que yo sé, puede que haya cogido la rabia.

—Mira —le dijo a la mujer—, puedes ayudarme a volver al hospital o puedo hacerlo yo solo. —Un escalofrío recorrió su cuerpo entero al recordar su última visita al hospital, apenas unas horas antes. ¿Y si la policía seguía allí, buscándolo?—. En cualquier caso, tengo que hacerme unas pruebas para ver si me han… ya sabes… infectado con… algo.

Era incapaz de decir licantropía.
Aquél era el término correcto, ¿no?

Selene mantuvo una expresión pétrea, aparentemente impasible a su petición.
Estupendo,
pensó Michael, irritado. Asintió y se volvió hacia la puerta.
Parece que ahora estoy solo.

Selene lo cogió del brazo y, una vez más, Michael se sorprendió al comprobar lo fuerte que era. Su puño cerrado era como un grillete implacable.

Enfermo como estaba, sabía que no tenía la menor posibilidad de escapar.
Demonios, seguramente estaría igual de atrapado aunque estuviera en plena forma. Ella era muy fuerte.

¿Tan fuerte como un vampiro?

¿Y ahora qué hago?
, pensó, asustado. Le dio la espalda, sin saber si debía responder con furia o suplicar clemencia.
¿Cómo razonaba uno con un vampiro tozudo?

Estaban cara a cara, a escasos centímetros de distancia. Los ojos de Selene —enigmáticos, inescrutables— miraban fijamente los suyos, su rostro de exquisita factura no ofrecía ninguna pista sobre lo que estaba ocurriendo tras aquellos inolvidables ojos castaños Michael empezó a abrir la boca, todavía sin saber muy bien lo que iba a decir, pero entonces, inesperadamente, Selene se inclinó sobre él y lo silenció con un beso.

Sus labios eran fríos pero exuberantes y delicados. El beso había cogido por sorpresa a la mente de Michael, pero su cuerpo respondió al instante, como si llevara toda la noche esperando aquel momento. Puede que así fuera. Michael no se había dado cuenta hasta entonces de lo mucho que deseaba besarla. Cerró los ojos, saboreó la sensación y le devolvió el beso apasionadamente.

CLICK-CLICK. Un par de chasquidos metálicos irrumpieron en el momento y los ojos de Michael se abrieron al instante, confundidos.
¿Qué demonios…?
Bajó la mirada y descubrió con sorpresa que Selene lo había encadenado a la pesada silla de titanio.

—Oye, ¿qué coño estás haciendo? —dijo con voz entrecortada y sintiéndose traicionado, frustrado y decepcionado al mismo tiempo. Se apartó de Selene y dio un fuerte tirón a las esposas pero la sólida silla, construida para soportar los esfuerzos de un hombre-lobo capturado y en estado de frenesí, estaba clavada al suelo y se negó a ceder.

Estaba atrapado.

Selene lo miró implacablemente, sin mostrar ni un ápice del ardor y el afecto que sus húmedos labios le habían ofrecido apenas unos segundos atrás. Metió la mano debajo de la gabardina y sacó la pistola.

Michael tragó saliva y se preguntó si habría llegado su fin. ¿Había sido el beso parte de una retorcida tradición, ofrecido como bendición final para el condenado, o sencillamente había pretendido distraerlo el tiempo suficiente para poder ponerle las esposas? Sea como fuere, de repente era consciente de lo poco que sabía sobre aquella mujer y sobre lo que era capaz.

¡Y yo que pensaba que era mi última esperanza!

Lo que quedaba de sus fuerzas se evaporó y retrocedió arrastrando los pies hacia la silla. Se dejó caer pesadamente sobre ella, incapaz de permanecer en pie un solo segundo más. Vamos, mátame, pensó con amargura. Pero antes deja que descanse aquí un minuto más.

Pistola en mano, Selene se le acercó. Se inclinó y le miró los ojos. La voz que brotó de sus labios era neutra y carecía de toda emoción.

—Cuando salga la luna llena mañana por la noche, te transformarás, matarás y te alimentarás. —Sacudió la cabeza para silenciar sus objeciones—. Es inevitable. —Su acerada mirada se posó en las esposas de metal que lo mantenían encadenado a la silla—. No puedo dejarte libre. Lo siento.

¡Esto es una locura!,
pensó Michael, enfurecido. Hubiera querido conservar las fuerzas suficientes para debatirse, al menos como forma de desafío.
¿Primero me besas y al cabo de un segundo me dices que voy a convertirme en un monstruo?

Selene metió un cargador en su arma. Michael se preguntó cuántas balas tendrían su nombre. Sin embargo, en lugar de dispararle, ella sacó el cargador y lo sostuvo frente a él para que pudiera ver las resplandecientes balas de plata que contenía.

Igual que el Llanero Solitario,
pensó, enloquecido.

—No es probable que una sola bala te mate —le explicó con voz monótona—, pero la plata impide la transformación… al menos durante unas pocas horas. —Volvió a meter el cartucho y le arrojó la pistola en el regazo—. Si no he regresado a tiempo, hazte un favor. Úsala.

Más tarde, Michael se daría cuanta de que podía haber apuntado a Selene con el arma y exigido que lo liberara (aunque probablemente eso no le habría servido de mucho contra un vampiro). En el momento presente, sin embargo, no pudo más que mirarla boquiabierto, estupefacto y asombrado por seguir respirando, mientras ella salía rápidamente de la habitación y daba un portazo. Escuchó el crujido de un candado, seguido varios segundos más tarde por el sonido de unos pasos que bajaban las escaleras.

Aturdido, recogió la pistola de su regazo y la levantó. La miró como si fuese un artefacto alienígena.

Úsala
—le había dicho Selene.

No hablaba en serio, ¿verdad?

Capítulo 21

E
l sedán deportivo de color gris llegó a velocidad de vértigo a Ordoghaz, como si estuviera haciendo una carrera con el sol naciente.
Qué prisa,
pensó Singe con sarcasmo desde el interior de la furgoneta aparcada. La incapacidad de los vampiros para tolerar la luz del día era una debilidad que él y sus camaradas licanos no compartían. Se preguntó qué sería lo que había mantenido en las calles a ese chupasangre hasta tan tarde.

El conductor del sedán tenía tanta prisa que Singe no creyó probable que él o ella reparara en la furgoneta con las luces apagadas que acechaba en las sombras al otro lado de la entrada de la mansión de los vampiros. Se llevó unos binoculares a los ojos y vio que el conductor era una hembra de cabello oscuro ataviada con el distintivo atuendo de un Ejecutor. Al instante supuso que se trataría de la infame Selene, que ya había frustrado al menos dos intentos de capturar a Michael Corvin.

Para Singe, aquella era razón suficiente para quererla muerta.

No obstante, y esto resultaba profundamente decepcionante, parecía estar sola, lo que llevaba a preguntarse dónde estaría Michael Corvin en aquel momento. ¿Se encontraba el esquivo mortal en el interior de los imponentes muros de Ordoghaz o acaso la inmortal zorra lo había escondido en alguna otra parte?

Si ha vertido una sola gota de su sangre inmortal,
pensó con veneno en la mirada,
me aseguraré de que Lucian la haga torturar por el resto de la eternidad.

Tal como esperaba, el sedán no prestó la menor atención a la furgoneta escondida y se dirigió sin perder un segundo hacia la cancela de la mansión, que se abrió automáticamente para dejarla pasar. Mientras Singe observaba lleno de curiosidad, Selene se dirigió a toda velocidad en busca del refugio de los muros de la mansión. Según parecía, aquella vampiresa parecía estar siempre presente cuando Michael Corvin corría peligro, lo que la volvía muy interesante para el astuto científico licano.
Puede,
se dijo,
que esta misión no sea una pérdida de tiempo tan grande, después de todo.

• • •

El insaciable Kraven siguió chupando el pecho de Erika hasta que ella perdió la noción del tiempo y el espacio. Completamente vestido todavía, el vampiro sostenía el desnudo cuerpo de la hembra sobre la alfombra que cubría el suelo del aposento mientras su boca sedienta le succionaba la voluntad. La sangre resbalaba por las comisuras de sus labios, fluía por su barbilla y le manchaba la camisa de negro brocado.

Erika sabía que debía protestar, resistirse antes de que su amo la dejara seca e incapaz de recobrarse, pero era incapaz de soltar sus negros y fluidos rizos y mucho menos apartarse de sus fuertes y voraces labios. Al fin y al cabo eso era lo que había anhelado siempre, y una oleada orgásmica recorría incesantemente su cuerpo palpitante mientras, con los ojos muy cerrados, inclinaba su cabeza hacia atrás y le ofrecía a Kraven la garganta además del pecho por si decidía gozar también de su palpitante yugular.
¡Muérdeme! ¡Bébeme!,
se decía con lujuriosa avidez.
¡Hazme tuya!

¡BEEP-BEEP! El insistente zumbido de un teléfono móvil irrumpió en el nirvana. Erika abrió los ojos al instante y sus labios dejaron escapar un gemido de consternación mientras, repentina, inconcebiblemente, la boca de Kraven se apartaba de su pecho y sus poderosos brazos dejaban ir su cuerpo
. ¡Espera!,
quiso gritar al sentir que su cuerpo fuerte y masculino se apartaba de ella.
¡No pares!

Con las piernas temblorosas, observó incrédula cómo el señor de la mansión, que apenas unos segundos atrás había estado unido a ella en un vínculo íntimo de sangre y deseo, cruzaba la habitación para sacar el teléfono móvil de un bolsillo de la chaqueta que había dejado colgada en una silla de ébano del siglo XVIII. Ignorando a Erika por completo, se llevó el teléfono al oído.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz imperiosa, mientras se limpiaba la sangre inmortal de la vampiresa de los labios con el dorso de la mano.

Erika escuchó la voz de Soren, el adusto lugarteniente de Kraven, al otro lado del teléfono.

—Está aquí —dijo con voz seca.

Selene,
comprendió ella al instante. Ahora su humillación era total.
¿Quién más podía ser?

Con el rostro aún sonrojado por la esencia carmesí de Erika y la camisa aún manchada con el exceso escarlata de su salaz banquete, Kraven salió del cuarto sin decir una palabra, dejando a Erika desnuda y sola sobre la alfombra persa, abandonada, descartada y casi sin una gota de sangre en el cuerpo.

• • •

Soren ya había llegado a la puerta delantera cuando Kraven llegó hecho una furia al espacioso vestíbulo. El jenízaro de rostro pétreo estaba bloqueando la puerta con el cuerpo. Estaba claro que no iba a permitir que Selene entrara en la mansión antes de que saliera el sol.

Kraven apreciaba su fidelidad pero todavía no estaba preparado para ver cómo era reducido a cenizas el cuerpo perfecto de Selene.

—Déjala pasar —le ordenó con amargura.

Sin mostrar siquiera una pizca de gratitud por la misericordia de Kraven, Selene apartó a Soren y entró en la mansión. Sus ojos entraron en contacto con los de Kraven y al instante se apartaron, llenos de desprecio. Pasó a su lado sin siquiera una palabra de saludo y mucho menos una disculpa por sus numerosas trasgresiones.

Asombrado por su insolencia, Kraven la siguió por el pasillo. Ahora que sólo quedaban unos minutos para el amanecer, la mayoría de los habitantes de la mansión se habían retirado a sus aposentos, pero algunos rezagados recorrían aún los pasillos, ocupándose de diversos asuntos de última hora antes de marcharse a sus habitaciones. Estos vampiros observaban la escena con una mezcla de curiosidad y preocupación, al tiempo que trataban de impedir que su atención no resultase demasiado evidente.

El rostro rubicundo de Kraven, dotado de color por la sangre de Erika, enrojeció aún más. Ya era bastante malo que Selene estuviera desafiando su autoridad, pero ¿tenía que hacerlo delante de testigos? El enojado regente ya podía oír los cómo le quemaban los oídos los cuchicheos.

Lanzó sus acusaciones a su espalda.

—¡No sólo has roto la cadena sino que has estado protegiendo a un licano! ¡Un crimen merecedor de la pena capital!

Ni siquiera la mención de la ejecución consiguió frenar el determinado caminar de Selene. Supuso que se dirigía a la cripta para hablar con Viktor; lo que suponía un flagrante desafío a su autoridad.
¡No, si yo tengo algo que decir al respecto!,
se juró furiosamente. La alcanzó antes de que llegara a las escaleras de la parte posterior de la mansión. La cogió del brazo y la arrastró por la fuerza hasta la relativa privacidad de una alcoba apartada.
Bajo ninguna circunstancia voy a permitir que hables con Viktor antes de que tú y yo tengamos unas palabras.

Las persianas de metal descendieron sobre los cristales tintados de las ventanas y la alcoba quedó sumida en una oscuridad completa. Kraven obligó a Selene a darse la vuelta y a mirarle la cara. Pero no vio ni miedo ni remordimientos en su mirada desdeñosa y eso lo enfureció todavía más.

—¿Cómo has podido hacerme esto a mí? —gritó, mientras le clavaba los dedos en el brazo—. Avergonzarme de este modo… ¡Todo el aquelarre sabe que tengo planes para nosotros!

—¡No existe ningún nosotros! —repuso ella con voz desafiante. Sus ojos lo miraban con repugnancia.

Kraven perdió completamente los estribos. La lanzó con fuerza contra las ventanas selladas y las persianas de metal crujieron.

Other books

Deeper Water by Robert Whitlow
Outcasts by Susan M. Papp
Divided Hearts by Susan R. Hughes
When Rain Falls by Tyora M. Moody
The Witch's Daughter by R. A. Salvatore
Mikolas by Saranna DeWylde
Autumn's Shadow by Lyn Cote