Sus ojos humanos empezaban a acostumbrarse a la oscuridad. Raze jadeaba ruidosamente, como un perro, exhausto por sus heridas y por la espantosa tensión de la transformación. Había tratado de alcanzar a la escurridiza sangrienta que había acabado con Trix pero sus putos shuriken lo habían frenado y habían permitido que la zorra chupasangre escapara. Ahora no quedaba sino recoger los restos de Trix y regresar con Lucian para informar. Seguro que a su señor no le hacía mucha gracia enterarse de que los sangrientos habían interferido con la misión.
Durante un segundo, Raze consideró las preocupantes implicaciones de la aparición inesperada de los vampiros. ¿Era sólo otra expedición de caza o acaso los putos sangrientos conocían el interés que sentía Lucian por aquel mortal, Michael Corvin?
No,
decidió enseguida.
Eso es imposible. Los sanguinarios no tienen ni puta idea de lo que estamos haciendo. De lo contrario, nuestro topo nos habría avisado.
Convencido de que la confrontación de aquella noche era sólo un inconveniente casual y no una especie de ataque preventivo por parte de los vampiros, Raze se sintió embargado por una confianza renovada en el futuro. Ya habría tiempo para dar con Corvin. Por el momento, tenía otra cosa que hacer.
Echó a andar por el túnel, alargando las manos hacia las paredes de tanto en cuanto para sujetarse. Se le llenaron los brazos de limo mientras regresaba al trecho de túnel empapado de sangre en el que había encontrado a la despreciable vampiresa inclinada sobre el cuerpo sin vida de su compañero de manada.
Trix seguía en el mismo sitio en que lo había dejado, tendido de cara al techo en un charco de sangre y barro y con una expresión de agonía en el humano rostro. Un rastro de heridas sanguinolentas recorría todo su pecho. No cabía duda sobre las causas de su muerte. Raze advirtió con preocupación que su arma había desaparecido.
Echó la cabeza atrás y profirió un rugido de rabia y lamento. Trix no era más que el último miembro de la manada en caer presa de los sangrientos y su repugnante plata. No podía esperar a ponerle las manos encima a la maldita vampiresa… y hacerle pagar por la muerte de Trix. Contempló el cadáver lleno de plata con sangre en los ojos.
Podría ser peor,
se consoló. Con el pecho manchado de sangre, el licántropo herido por la plata se inclinó y, gruñendo de dolor, cogió en brazos el cadáver del muerto.
Al menos esta noche hemos matado dos sangrientos, el doble de los hombres-lobo que ha podido reclamar la zorra vampiresa.
Aún notaba el fuerte sabor de la carne del descuidado sangriento macho entre los dientes y la munición ultravioleta había funcionado exactamente como les habían prometido y había incinerado desde dentro al otro vampiro.
Dos de ellos por uno de los nuestros,
reflexionó.
No es mala proporción.
Sólo esperaba que Lucian pensara lo mismo.
Encorvado bajo el peso de su triste carga, Raze rehizo sus pasos por el antiguo sistema de alcantarillas.
Hacia abajo.
• • •
El cuarto que Selene tenía en la mansión era casi tan espartano como el dojo del último piso. Aunque la elevada posición que ocupaba en el aquelarre la hacía acreedora a una suite completa, con un balcón que daba al jardín delantero, el mobiliario era más bien escaso. Una mesa de acero de aspecto moderno le proporcionaba un sitio para trabajar, mientras que un diván ricamente tapizado le permitía descansar la cabeza cuando decidía hacer una parada. El retrato de una familia humana, formada por un padre, una madre, dos hijas y un par de gemelas, ocupaba un lugar de honor en la mesa. La foto enmarcada servía como recuerdo y como inspiración, y recordaba a Selene por qué odiaba a los hombres-lobo.
Como si le fuera posible olvidarlo.
La luz de la luna entraba en su cuarto por la ventana del balcón y proyectaba pálidas sombra azules sobre la severa alfombra blanca que cubría el suelo. La persistente lluvia golpeteaba contra los cristales de la ventana. Selene estaba sentada frente a su mesa, mirando fijamente la pantalla iluminada de su ordenador portátil, que ahora contenía el disco de memoria de la cámara digital de Rigel. Vestida todavía con la misma ropa, pasaba rápidamente las fotos que su compañero había sacado durante su vigilancia. Sus labios se abrieron para mostrar los colmillos y emitió un siseo venenoso al ver a los dos licanos asesinos vestidos de calle. Si
pudiera exterminaros a los dos…,
pensó, presa de un odio insaciable que no conocía descanso. No bastaría con la sangre de un solo licano para vengar la muerte de un Ejecutor.
Erika pasó por detrás de ella, con un elegante vestido entre las manos. El vestido, de color turquesa, tejido a mano e importado directamente desde París, se ajustaba a la perfección a las medidas de Selene, que habían permanecido intactas a lo largo de las generaciones. La solícita doncella había seguido a Selene hasta sus aposentos, obedeciendo en apariencia las instrucciones de Kraven. A la Ejecutor le hubiera gustado que Kraven estuviera tan preocupado por las actividades de los licanos como por la gran recepción de aquella noche.
La vampiresa rubia se acercó al espejo con marco de cromo que colgaba de una severa pared blanca. Posó delante del espejo, sosteniendo el vestido de encaje delante de su propio cuerpo.
—Ooooh, sí —dijo con el tono de una adolescente—. Definitivamente tienes que ponerte este. Es perfecto. —Dio una elegante vuelta delante del espejo y a continuación añadió entre dientes—. Puede que demasiado perfecto.
A pesar de estar concentrada en las fotos digitalizadas, Selene no dejó de advertir el tono de envidia que supuraba la voz de la joven vampiresa. Erika se encontraba a décadas de distancia, tanto en poder como en prestigio, de un atuendo tan elegante. El pequeño y corto vestido que llevaba la sirvienta era considerablemente más barato y más vulgar, lo que hacía que pareciera una cabaretera londinense más que una aristócrata no-muerta.
Sin embargo, los celos de la joven suponían la menor de las preocupaciones de Selene mientras la diligente Ejecutora seguía examinando las imágenes digitales en busca de alguna pista sobre la misión que había llevado a los licanos a la ciudad.
¿A dónde pretendían dirigirse en el metro?, s
e preguntó. No le cabía la menor duda de que lo que pretendían no era nada bueno.
Aquí hay algo que no encaja.
Una melena de pelo castaño empapado, unida a un rostro atractivo e inocente, atrajo su atención.
Qué extraño,
pensó al reconocer al norteamericano bien parecido en el que se había fijado en la Plaza Ferenciek. Curiosamente, el guapo joven aparecía en muchas de las fotos tomadas aquella noche. Aunque a menudo estaba desenfocado o aparecía en los márgenes de las fotografías, el norteamericano era a pesar de todo una presencia continuada en las imágenes que pasaban en sucesión por su pantalla.
¿Una mera coincidencia,
se preguntó Selene,
o algo más?
Cerró los ojos y examinó sus propios recuerdos. En su mente volvió a ver al joven caminando a toda prisa bajo el aguacero y a continuación haciendo cola para subir a las escaleras mecánicas que llevaban al andén del metro, seguido momentos más tarde, recordó ahora, por Raze y Trix, que caminaban entre la descuidada muchedumbre con algún propósito oscuro, como lobos hambrientos en pos de su presa. Recordó al licano de menor tamaño abalanzándose sobre el joven norteamericano con las garras extendidas.
Sus oscuros ojos se abrieron de repente.
—Iban detrás de ti —murmuró al caer en la cuenta.
Pero, ¿por qué?
Abrumada por una renovada sensación de urgencia, empezó a trabajar febrilmente con el teclado y el ratón de su ordenador. Tras seleccionar rápidamente la mejor foto del anónimo transeúnte, la amplió y ajustó su enfoque. Las facciones cinceladas del joven aparecieron en claro relieve y quedó claro que era el mismo individuo que había llamado su atención en la ciudad. Llevaba una chapa de identificación o algo parecido en la solapa de la chaqueta. Amplió la imagen sobre el pequeño rectángulo laminado, que resultó ser una placa de identificación para el personal de un hospital en la que se leía el nombre de «Michael Corvin».
Selene se reclinó en su asiento mientras examinaba con mirada inquisitiva los cálidos ojos castaños del misterioso desconocido.
¿Quién eres, Michael Corvin?,
se preguntó mientras apoyaba la barbilla en las manos.
¿Y por qué andaban detrás de ti esos licanos?
Le había perdido la pista a Corvin una vez que el tiroteo había comenzado pero dudaba que hubiera acabado en los túneles del metro con Raze y ella. Recordaba el gratificante sonido que habían hecho sus estrellas de plata al clavarse en el velludo torso del hombre-lobo. Lo más probable era que la bestia herida se hubiese visto obligada a abandonar su presa, al menos por algún tiempo.
Probablemente escapó para lamer sus heridas en otra parte,
imaginó.
Pero, ¿por cuánto tiempo?
Aunque no hubiera podido explicar el porqué, Selene sabía que era de vital importancia localizar a Michael Corvin antes de que lo hicieran Raze y sus hermanos de raza. Para aquellos lobos significaba mucho más que carne fresca.
—Mmmm, es guapo —comentó Erika asomándose por encima del hombro de Selene. Había olvidado que la criada seguía en la habitación—. Para ser un humano.
—¿Quién es guapo? —preguntó una tercera voz.
Selene y Erika se volvieron al mismo tiempo y se encontraron con Kraven, resplandeciente en un traje nuevo de Armani, de pie en la entrada del aposento. En su interior, Selene reprimió un estallido de indignación. El regente ni siquiera había creído necesario llamar antes de entrar.
Erika, por otro lado, adoptó de inmediato sus modales de humilde criada. Bajó los ojos, se inclinó con mansedumbre y salió de la habitación sin hacerse notar y agachándose bajo el brazo extendido de Kraven al salir al pasillo. Selene se quedó a solas con el regente.
Sin esperar a ser invitado, éste entró en los aposentos privados de la Ejecutora con las manos a la espalda. Caminó hasta la ventana del balcón y se asomó a la tormentosa noche.
—¿Tengo que recordarte —dijo con aire condescendiente— que esperamos invitados muy importantes?
—No —respondió Selene con voz neutra—. Erika lo ha hecho al menos veinte veces en la pasada hora.
Kraven le dio la espalda a la ventana y dirigió a Selene una mirada dolida.
—Entonces, ¿por qué no te has puesto algo más apropiado? —Dirigió la vista al vestido de seda que Erika había dejado doblado sobre el diván—. Ya sabes que quiero que esta noche te sientes a mi lado.
Selene no hubiera podido pensar en una perspectiva menos halagüeña aunque no hubiera tenido asuntos más importantes de que ocuparse.
—No estoy de humor —dijo—. Llévate a Erika. Se muere por estar a tu lado.
Kraven sonrió, a todas luces divertido por las ridículas pretensiones de la criada. Se acercó al asiento de Selene y se inclinó hacia delante hasta que su rostro rubicundo estuvo demasiado cerca para el gusto de ella.
—Estoy seguro de que es así —susurró—, pero todos saben que eres tú a quien dese
o.
¿Y qué?,
pensó Selene, aburrida más allá de toda medida de las intentonas de Kraven. Habían repetido aquella misma escena incontables veces en el pasado.
Esperaba que después de todos estos años hubieras cogido la indirecta.
Su aliento, cálido y con un intenso olor a plasma, resultaba desagradablemente caluroso sobre su mejilla. Trató de darle un beso pero, en el último segundo, ella lo esquivó con habilidad, un truco que por desgracia había tenido ocasión de perfeccionar a lo largo de las décadas. Contrariado por su rechazo, Kraven se irguió en toda su estatura, muy rígido, y se echó atrás la leonina melena negra. Con el ceño fruncido, pasó una mirada desdeñosa sobre las botas y la ropa de Selene, que todavía mostraban los sucios recuerdos de su visita al mohoso sistema de alcantarillado de Budapest.
—Si quieres mi opinión, creo que te estás tomando demasiado en serio todo ese asunto de los guerreros. —Se volvió hacia el retrato enmarcado de la familia que descansaba sobre la mesa—. No puedes cambiar el pasado, por muchos licanos que mates. —Su mirada insensible dejó un rastro de imaginarias huellas viscosas sobre el precioso retrato—. Lo sabes, ¿no?
Selene le lanzó una mirada de advertencia. Se estaba acercando peligrosamente a un terreno que para ella era sagrado. Comprendiendo acaso que había ido demasiado lejos, Kraven reculó levemente. Esbozó una sonrisa amistosa, como si quisiera sacar el aguijón de su sarcástico comentario.
—Y además —continuó por un camino discurría mucho más lejos de una confrontación—, ¿de qué sirve ser inmortal si te niegas los placeres sencillos de la vida?
Resulta complicado disfrutar de esos placeres,
reflexionó ella con mordacidad,
cuando un licano te está destrozando la garganta y dándose un banquete con tus intestinos.
Aspiró profundamente. No quería volver a librar viejas batallas.
Puede que deba tratar de aprovechar la presencia de Kraven ahora que tengo su atención.
Señaló la foto ampliada de la pantalla del portátil.
—¿Ves a este humano?
Ahora fue Kraven quien dejó escapar un suspiro de impaciencia. Se tomó un momento para inspeccionar la manicura impecable de sus uñas, que aparentemente eran más importantes para él que la muerte de dos Ejecutores.
—¿Qué pasa con él?
—No estoy segura —empezó a decir Selene— pero empiezo a sospechar que los dos licanos…
Kraven la interrumpió al ver que el repentino resplandor de unos faros pasaba por delante la ventana. Selene comprendió que Soren acababa de llegar con los dignatarios del Aquelarre del Nuevo Mundo.
Maldita sea,
pensó. Sus invitados no podían haber sido más inoportunos.
¡Justo cuanto estaba a punto de contarle a Kraven mi teoría!
El regente esbozó una sonrisa luminosa
y
su sombrío humor pareció cambiar de repente.
—Ahora, por favor, ponte algo absolutamente deslumbrante y date prisa. —Su pecho se expandió bajo el elegante traje de noche, como un gallo pavoneándose frente al gallinero—. He planeado una velada gloriosa. Ya lo verás.
Se encaminó a la salida, pero Selene no había abandonado todavía la idea de explicarle sus preocupaciones con respecto a los licanos. Para bien o para mal, era el líder designado del aquelarre y tenía que estar al tanto de aquello.