Underworld (23 page)

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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
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Los inconexos recuerdos se encendían y apagaban y se retorcían al pasar en frenético desfile por su consciencia. Poco a poco, Viktor estaba empezando a despertar y trataba de encontrarle sentido a las confusas imágenes pero el caleidoscópico bombardeo de visiones desafiaba su control.

Observado con desprecio por Selene, Kraven preside una sanguinaria orgía en el gran salón. Numerosas vampiresas en ropa interior le ofrecen sus gargantas y sus senos al regente, quien se atraca de la carne blanca y el líquido carmesí. Un sinnúmero de gotas de sangre resbalan por su barbilla y le manchan la blanca camisa de volantes mientras sus acólitos se acoplan con abandono en grupos de dos, tres y hasta cuatro y convierten el elegante salón en una escena de lujuria desenfrenada.

Numerosas prendas, algunas de ellas elegantes y caras, otras no tanto, cubren el suelo. Bocas ansiosas buscan venas complacientes y cada centímetro de carne desnuda recibe el agudo beso de unos colmillos afilados. La esencia colectiva de los orgiásticos vampiros circula por sus cuerpos entrelazados como la corriente sanguínea de un solo y vasto organismo. Los esclavos y sirvientes humanos, importados a un precio exorbitante desde Budapest y más lejos, participan del licencioso banquete, añadiendo una infusión de calor mortal a la fría sensualidad de la sangre de los no-muertos. Sonidos de succión y ansioso tragar presiden la escena, puntuados por gemidos y gruñidos de éxtasis. Las imágenes voluptuosas despertaron su propia sangre adormecida pero la encabritada cascada de imágenes siguió adelante sin detenerse, arrastrada en otra dirección por la implacable corriente.

Un joven humano, con el pelo y la ropa empapados por la tormenta, baja por una escalera mecánica a un andén de metro atestado de gente…

El cuerpo del propio Viktor descansa en un sepulcro acolchado, la carne inmortal momificada por el largo internamiento bajo la mansión…

La muñeca de una mujer —Selene— sangra sobre el cuenco principal del goteo catalítico, poniendo en marcha el proceso refinado por el tiempo por el que comparte sus turbulentos recuerdos con el cuerpo tendido en el sarcófago…

Basta. Congeló la sangrante muñeca con la mente. Recurriendo a sus poderes de concentración, que estaba recuperando rápidamente, detuvo la riada de recuerdos fracturados y a continuación obligó a dar la vuelta al sentido de la corriente para que las imágenes precedentes pasaran marcha atrás frente a sus pensamientos. Examinó los recuerdos inconexos de Selene con un control absoluto hasta encontrar el momento que estaba buscando, el que ella había deseado que experimentara.

Se encuentra de nuevo frente al espejo del cuarto de baño, contemplando su propio reflejo con ojos ansiosos.

—Perdóname, por favor —dice con solemnidad—, pero necesito desesperadamente tu consejo. Te pido disculpas por romper la cadena y despertarte antes de lo previsto, pero temo que todos podamos encontrarnos en grave peligro. Especialmente tú, mi señor, si sigues en tu estado de debilidad, porque tengo la sospecha de que el temible Lucian está vivo. Aquí. Ahora. En esta misma ciudad. Preparado para caer sobre nosotros durante el Despertar. —Traga saliva, visiblemente preocupada por la inquietante perspectiva, antes de volver a hablar—. Y lo más preocupante de todo es que, si mis sospechas se confirman, el propio Kraven está aliado con nuestro mayor enemigo.

Capítulo 17

C
on el rostro contraído en una mueca ceñuda, Soren se aproximaba a la sala de seguridad que antecedía a la cripta. Kraven le había pedido que se asegurase de que nadie molestara a los Antiguos y Soren estaba decidido a no correr riesgos.

Su expresión ya malhumorada se ensombreció más todavía al ver que la garita estaba sospechosamente vacía. ¿Dónde está el guardia?, se preguntó, al tiempo que, instintivamente, se llevaba la mano a la pistola P7 de 9.mm que llevaba. No me gusta esto.

Con mirada cautelosa entró en la garita. Sus gruesos dedos apretaron un botón en el panel de control y esperó impasible a que el muro adyacente se abriera y la cripta del interior quedara a la vista. Al otro lado del grueso cristal transparente, la cripta parecía intacta. Las tres losas de bronce que señalaban las tumbas de los Antiguos estaban en su lugar, como durante casi el último siglo.

Intrigado, miró a su alrededor y no detectó evidencia alguna de pelea. Puede que el guardia se hubiera ausentado un momento para disfrutar de una escapadita furtiva con alguna de las criadas.

Soren esbozó una sonrisa despectiva. Kraven le arrancaría la piel a tiras por aquel fallo de seguridad, si es que Kahn no se le adelantaba. Aunque entonces se dio cuenta de que aquello no importaba demasiado; a partir de la noche de mañana, todo sería diferente. Y proteger a los Antiguos dejaría de ser causa de preocupación.

• • •

Con la espalda pegada a los fríos muros de piedra de la cripta, Selene se ocultaba en las sombras que se extendían más allá del círculo de luz proyectado por las suaves luces halógenas. Ella podía ver a Soren en la sala de seguridad pero, con suerte, él no se percataría de su presencia, especialmente porque la cripta parecía intacta. ¡Gracias a Dios que había devuelto el sarcófago y la losa circular a su posición correspondientes antes de que Soren llegara! Ya sería suficientemente malo que Duncan la sorprendiera. Lo último que necesitaba ahora era que el perro guardián de Kraven la cogiera con las manos en la masa.

Ya tendría tiempo más tarde de afrontar las consecuencias de sus drásticas acciones. Por el momento, no tenía ninguna gana de justificarse ante Kraven y sus matones. Responderé ante el propio Viktor cuando llegue el momento de dar cuentas.

Contuvo el aliento mientras Soren examinaba con mirada suspicaz la silenciosa cripta. ¿Iba a descubrirla después de todo? Trascurrieron unos segundos penosos e interminables hasta que el inmortal jenízaro le dio finalmente la espalda al cristal. Pulsó un botón en el panel de control y cerró un par de puertas falsas de piedra que ocultaron el interior de la cripta.

Selene exhaló un suspiro de alivio. Ha estado cerca, se dijo. Se preguntó cuánto tiempo tendría que esconderse entre las sombras hasta que fuera seguro salir de la cripta.

Era, tenía que reconocerlo, una situación bastante apropiada para un vampiro.

• • •

Aquí hay algo que apesta, pensó Soren, metafóricamente. A pesar de que no había nada sospechoso aparte de la presencia inexplicable del guardia, el veterano guardaespaldas permaneció en guardia. Unos instintos templados durante generaciones de servicio al aquelarre y sus amos le decían que había problemas. Unas inquietudes vagas se agitaban en el fondo de su mente como lobos fantasmales. Puede que deba entrar en la cripta y registrarla.

Alargó el brazo hacia el panel de control con la intención de abrir la entrada a la cripta y estaba a punto de hacerlo cuando lo distrajo algo que acababa de aparecer en uno de los numerosos monitores de vigilancia de la garita.

Un taxi de los que solían verse por las calles de Budapest acababa de entrar en el camino que conducía a la entrada de la finca.

—¿Qué demonios…? —gruñó. Amelia y su séquito no debían de llegar hasta la noche siguiente, así que, ¿quién coño era el inesperado visitante?

Olvidada la cripta, Soren sacó rápidamente su teléfono móvil. Kraven tenía que saberlo cuanto antes.

• • •

—Aquí es —dijo Michael al taxista con voz áspera para indicarle que habían llegado al destino correcto. El imperturbable armenio lanzó a Michael una mirada dubitativa por el espejo retrovisor. Parecía impaciente por librarse de aquel pálido y maltrecho pasajero norteamericano.

Michael no podía culparlo. Debo de tener un aspecto horrible, comprendió mientras se dejaba caer sobre el respaldo del asiento trasero. La lluvia le había limpiado la mayor parte de la sangre y el barro de la chaqueta y los pantalones, pero sabía que le hacía muchísima falta una ducha, entre otras cosas. Tenía la piel húmeda y fría por debajo de la desgarrada y arrugada ropa. Le dolía la cabeza como si le estuvieran clavando un escalpelo en el cerebro y unos espasmos de dolor le estremecían las entrañas de tanto en cuanto y lo obligaban a llevarse ambas manos al estómago mientras profería ruidosos gruñidos. Enfebrecido y aturdido, se obligó a incorporarse y le entregó un fajo de billetes de color rosa y azul al taxista. Probablemente le estuviera pagando de más pero en aquel momento no tenía la fuerza ni la claridad mental necesarias para calcular lo que debía.

—Gracias por el paseo —dijo con voz débil. Respiraba con laboriosos y entrecortados jadeos mientras salía penosamente del taxi. El taxista asintió bruscamente y no perdió un solo instante en dar la vuelta al sedán amarillo y acelerar en dirección a la carretera principal, como si no pudiese esperar a dejar tanto a Michael como la mansión tras de sí.

Me pregunto si sabe algo que yo ignoro, pensó Michael mientras observaba cómo desaparecían las luces traseras del taxi en la noche, seguidas por serpentinas de luz amarilla reflejadas sobre el asfalto húmedo. Por suerte el chaparrón de la noche había amainado y no era ya más que una tenue llovizna pero las zapatillas empapadas de Michael crujieron ruidosamente mientras, de mala gana, le daba la espalda a los límites exteriores de la carretera para encaminarse a las imponentes puertas de hierro que se alzaban más adelante.

Al otro lado de la elevada valla, se erguía ominosamente la misteriosa mansión, lanzando al cielo sus afiladas almenas y torreones. Arcos de medio punto y afilados aguilones se sumaban a la severidad de la fachada del edificio. Parecía algo sacado de Dark Shadows, pensó, o puede que de The Rocky Horror Picture Show.

Una capa de densa niebla cubría el césped que rodeaba la casa. Michael recordaba haber corrido por su vida por aquel mismo césped hacía pocas horas, esa misma noche —¿Sólo habían pasado horas?— y se preguntó por enésima vez si no estaría cometiendo un terrible error al regresar a la mansión por propia voluntad. Los rottwailers, sus ladridos y las dentelladas que le habían lanzado a sus talones regresaron a memoria, junto con una siseante rubia pegada de manera inexplicable al techo.

Michael se estremeció, incapaz de saber si era el miedo o la fiebre lo que hacía temblar su cuerpo. Ya no hay vuelta atrás, se recordó débilmente mientras se acercaba con paso tambaleante a la puerta. La luna menguante se asomaba entre las nubes que cubrían el cielo, tan cegadora en su intensidad que Michael no podía mirarla directamente. Su incandescente resplandor plateado le daba calor en la cara y las manos. Hasta el último pelo de su cuerpo se erizó como si aquella luz vibrante lo hubiera electrificado.

¡Por favor, Selene!, pensó desesperadamente, incapaz de comprender las volcánicas convulsiones que le estremecían cuerpo y mente. ¡Espero que estés ahí para mí! La enigmática belleza morena era la única persona que podía explicarle la pesadilla que estaba viviendo… y ayudarlo a encontrar la manera de salir de ella.

Si es que existía.

• • •

Seguido por un grupito de criadas excitadas, Kraven entró en la sala de observación. Ignoró los necios cuchicheos de Erika y las demás, preocupado sólo por saber por qué Soren lo había hecho venir desde arriba.
Son casi las cuatro de la mañana,
pensó enfurecido.
Hoy quería retirarme pronto.

Después de todo, tenía importantes asuntos que atender la noche siguiente.

Soren lo vio llegar desde el otro lado del espejo y activó rápidamente la puerta automática para que Kraven pudiera pasar a la sala de seguridad. El amo de la mansión reparó en la ausencia del guardia habitual pero no vio nada que pudiera justificar su presencia en aquel mórbido lugar.

—¿Y bien? —exigió con los brazos cruzados—. ¿Qué es eso tan importante?

Soren se limitó a señalar uno de los monitores en blanco y negro montados sobre el panel de control. Kraven parpadeó de asombro al ver que un humano de aspecto desaseado y mirada enloquecida, de unos veinticinco años de edad miraba con expresión estúpida la cámara de seguridad de la entrada delantera. El rostro le resultaba vagamente familiar pero estaba seguro de que no se conocían.

¿Qué te trae hasta nuestra puerta?
Kraven frunció el ceño, inquieto. El momento de la aparición de aquel extraño, a menos de veinticuatro horas del Despertar, era especialmente poco auspicioso.
¿Por qué aquí?,
se preguntó con inquietud.
¿Por qué ahora?

• • •

La abovedada cámara de observación estaba abarrotada en aquel momento de doncellas parlanchinas que competían por conseguir un sitio mejor desde el que poder ver lo que estaba ocurriendo en la sala de seguridad. Selene se aprovechó de la conmoción reinante para salir sin ser vista de la cripta.

La ropa negra y ajustada que vestía para la lucha contrastaba de manera muy marcada con los cortos y vistosos atuendos de las criadas, pero todas las miradas continuaban fijas en Kraven y en su silencioso jenízaro, lo que permitió a Selene unirse a la escena sin que nadie reparara en ella, al menos por el momento.
¿De qué va todo esto?,
pensó, intrigada y preocupada por la repentina aparición de Kraven. Hasta donde ella sabía, nadie se había percatado aun de lo ocurrido en la tumba de Viktor pero, ¿por qué otra razón podía haber avisado Soren a su siniestro amo?

Parte de ella sentía la tentación de no dejarse distraer por lo que estaba ocurriendo. Limítate a salir de aquí, le urgió la mitad más razonable de sí, antes de que Kraven descubra lo que has hecho. Sin embargo, otra parte de ella, impelida por la convicción intuitiva de que lo que quiera que estuviera ocurriendo allí era algo de importancia vital, la obligó a deslizarse lentamente hacia la puerta abierta del puesto de seguridad. Se abrió camino a empujones entre las chicas del servicio doméstico hasta que sólo la ubicua Erika se interpuso entre ella y la entrada a la garita. Se asomó por encima de la joven vampiresa rubia tratando de averiguar qué era exactamente lo que Kraven y Soren se traían entre manos.

Kraven no visita casi nunca la cripta,
recordó.
Sin duda, no le agradaba que nada le recordara que sólo era el amo de la mansión en ausencia de Viktor. ¿Qué lo ha traído entonces hasta aquí?

Pero antes de que pudiera llegar a ver el monitor de seguridad que atraía la atención de todos, una voz turbada sonó entre el crujido de la estática por los altavoces de la garita.

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