Underworld (32 page)

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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

BOOK: Underworld
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Dejó escapar un suspiro de alivio al ver que el edificio donde estaba el piso franco aparecía ante sus ojos. Había superado varias veces el límite de velocidad y casi la velocidad del sonido para llegar a Belgrado desde la mansión en menos de una hora. Sin embargo, ahora que había llegado a su destino se daba cuenta de que no tenía más plan que comprobar si Michael seguía siendo humano.

Y si es así,
se preguntó, incapaz de seguir ignorándolo,
¿entonces qué?

No tenía la menor idea.

El sedán frenó con un chirrido y se detuvo en un callejón vacío junto al edificio. No se veía ninguna luz encendida tras las ventanas. El aquelarre mantenía el edificio desierto a propósito. Segundos más tarde, Selene corría por las escaleras de entrada y estaba abriendo la puerta principal. Entró en la desierta estructura tan silenciosa y veloz como un espectro.

En su apresuramiento, no advirtió la ominosa furgoneta negra que se había detenido al otro lado de la calle.

• • •

—¡Tras ella! ¡No dejéis que escape! —ladró Singe a sus soldados licanos. Sus ávidos ojos resplandecían con el deleite de la caza, una emoción vigorizante no muy distinta a la excitación densa del descubrimiento científico. Por lo que parecía, el esquivo Michael Corvin se encontraba sólo a unos metros de ellos, en algún lugar del interior del edificio de aspecto ruinoso en el que la vampiresa acababa de entrar.

Su corazón palpitaba furiosamente de impaciencia. Una vez que el espécimen estuviera en su poder, la última fase de su experimento podría comenzar. Sólo para asegurarse, llamó a Pierce y Taylor por teléfono móvil y los alertó de su localización.

—¡Recordad! —gritó a sus hombres segundos más tarde, mientras los soldados licanos salían en fila de la parte trasera de la furgoneta. Las armas semiautomáticas con su brillante munición ultravioleta resplandecieron a la luz de las farolas—. Hay que capturar al humano con vida… ¡a toda costa! —Fue tras ellos. No quería perderse la conclusión de su larga persecución. El sonido de sus pasos ascendió por las escaleras del edificio—. ¡La zorra vampiresa es prescindible!

• • •

Selene subía los escalones de dos en dos, temiendo lo que pudiera encontrar en el último piso del vacío edificio. Sin embargo, no estaba tan concentrada en llegar allí cuanto antes como para no reparar en los alarmantes sonidos de pasos que subían a toda prisa desde tres pisos más abajo. Alguien estaba persiguiéndola. A juzgar por el sonido, más de uno.

¿Quién?,
se preguntó llena de inquietud. Se asomó por encima de la barandilla de hierro de la escalera. Casi esperaba ver aparecer un pelotón de resueltos Ejecutores pisándole los talones. No albergaba ninguna ilusión sobre el trato que le depararían sus antiguos camaradas después de lo que había ocurrido las últimas noches.
En su lugar, yo tampoco confiaría en mí
, reconoció.

Pero en lugar de un pelotón de élite de soldados no-muertos, se encontró con seis figuras fornidas con ropa marrón y raída.
No eran vampiros,
pues.
Licanos.

Deben de haberme seguido
, comprendió.

¡Y ella los había llevado directamente hasta Michael!

Los licanos corrían escaleras arriba tras ella. Superada ampliamente en número, Selene comprendió que sólo tenía unos instantes hasta que los hombres-bestia la alcanzaran. Desenfundó las Berettas y disparó a sus enemigos, quienes esquivaron sus balas pero siguieron subiendo las escaleras. Le dio la espalda a los intrusos y subió corriendo el último tramo de escaleras hasta el quinto piso y luego se precipitó como una loca hacia la habitación vacía en la que había visto por última vez a Michael.

¿Seguiría allí? ¿Conservaría todavía algo de su humanidad? Selene contuvo el aliento mientras corría, confiando contra toda esperanza en que quedara algún rastro del desgraciado norteamericano para rescatar.

• • •

Muerto para el mundo, Michael tenía la espalda apoyada en las frías patas de acero de la silla de interrogatorio. Una de sus manos tanteaba el aire vacío mientras unos recuerdos que no eran suyos llevaban su mente a un lugar y un tiempo muy diferentes.

Su mano se desliza delicadamente a lo largo del borde de un lavabo de mármol y explora una colección de peines y tocados ornamentales y botellas de perfume. Los hermosos objetos le son aún más preciados porque sabe que le pertenecen a ella.

Anhela volver a tocar a Sonja, del mismo modo y con la misma reverencia con los que ahora está tocando sus cosas…

Una erupción de fuego automático sacudió el edificio y arrancó a Michael de su enfebrecido delirio. Sus ojos inyectados en sangre se abrieron de repente y volvió a encontrarse en el piso franco, que de pronto no parecía demasiado franco. Los atronadores disparos parecían venir del otro lado de la puerta.

Michael seguía aturdido y desorientado cuando la puerta del apartamento se abrió y Selene entró corriendo en la habitación. Como de costumbre, vestía de cuero y llevaba una pistola humeante en la mano. Su felina gracia y su belleza impresionaron a Michael una vez más, a pesar de su estado enfebrecido, y se quedó sin aliento. Tras enfundar la pistola, la mujer sacó una llave del bolsillo de su gabardina y le abrió apresuradamente las esposas.

—Tenemos que irnos —dijo.

Libre al fin, Michael se apartó de la silla como si le diera asco.

—¿Qué pasa? —preguntó, alarmado y confundido. Se oía el ruido de varios pasos que subían por las escaleras del pasillo—. ¿Qué está ocurriendo?

Selene sacudió la cabeza. Estaba claro que no había tiempo para explicaciones. Desenfundó la pistola, apuntó a la pared que separaba la habitación del pasillo y descargó una lluvia de fuego contra la tenue barrera. El yeso estalló bajo la descarga de balas y llegaron varios gritos bestiales desde el pasillo. Michael oyó el sonido de unos cuerpos que caían al suelo mientras otras voces guturales proferían gritos de furia.

¿Eran esas voces las de enfurecidos hombres-lobo,
se preguntó
, o se trataba de los antiguos camaradas de Selene, que venían a por ellos? ¿Y cómo podía estar tan loco para preguntarse tales cosas?

La larga gabardina de Selene revoloteó alrededor de su cuerpo mientras se volvía y abría fuego contra la ventana más próxima. El cristal destrozado estalló hacia fuera y llovió sobre la calle. Selene se volvió hacia Michael y gritó.

—¡Vamos, vamos, vamos! —le ordenó—. ¡Salta!

Michael se acercó con paso tambaleante a la ventana destrozada y se encaramó al alféizar. Dirigió la mirada hacia el pavimento, a más de veinticinco metros de distancia, y a continuación se volvió hacia Selene con tal incredulidad en los ojos que pareció como si se le fueran a salir de las órbitas.

Antes de que pudiera decir nada, cuatro pistoleros vestidos de oscuro echaron la puerta abajo. Sus armas dispararon repetidas veces, como una ristra de petardos, y unas balas luminosas dibujaron una aureola de fuego alrededor del marco metálico de la ventana a la que Michael se había encaramado. Se apartó instintivamente de ellos y cayó.

El alféizar desapareció de debajo de sus pies, reemplazado únicamente por el aire y la gravedad. Un chillido de pánico escapó de sus pulmones mientras caía en picado hacia una muerte segura, sacudiendo salvajemente brazos y piernas. Meses de experiencia en la unidad de traumatología pintaron una vivida imagen de su cuerpo destrozado sobre la acera.

Se acabó,
pensó.
Voy a morir.

Puede que fuera lo mejor…

El frío aire de la noche azotaba su cuerpo mientras caía. Michael apretó los párpados y se preparó para el inevitable (y casi con toda certeza mortal) impacto. Sin embargo, en el último segundo, su cuerpo rodó de forma instintiva en el aire y cayó de pie sobre el pavimento, completamente ileso.

Con los ojos muy abiertos, asombrado, Michael miró a su alrededor y entonces echó la cabeza atrás para mirar la ventana rota, cinco pisos más arriba.

Uau,
pensó.

Después de todo, puede que hubiera algo de verdad en la historia aquella de los hombres lobo.

• • •

Un cartucho vacío cayó al suelo. Rodó sobre los tablones de madera hasta detenerse junto a cuatro cuerpos llenos de balas de plata. Sendos charcos de sangre se expandían desde los cuerpos y cubrían el suelo con una película carmesí.

El último inmortal que permanecía en pie, Selene, hizo una pausa en medio de la carnicería con la pistola humeante. Contempló con satisfacción los cuerpos de los licanos caídos. La vieja munición de plata seguía siendo tan eficaz como siempre. El olor de tanta sangre derramada provocó que se le hiciera la boca agua.

Por poco
, reconoció. Hubiera dado cualquier cosa por saber por qué querían los licanos a Michael con tanta desesperación.
Aquí hay algo que todavía se me escapa.

El chirrido de unas ruedas sobre el pavimento de la calle atrajo su atención. Corrió hasta la ventana, se asomó y vio que un coche patrulla frenaba a menos de un metro de distancia de donde Michael se encontraba. Un par de agentes de policía salieron del coche, agarraron a Michael sin miramientos y lo metieron a la fuerza en el asiento trasero del coche. Michael trató de resistirse y propinó un puñetazo en la mandíbula a uno de ellos, pero en su debilitado estado era imposible que derrotara a los dos hombres.

Maldición
, pensó Selene. No creyó por un solo segundo que los atacantes de Michael fueran auténticos policías. Había reconocido la ferocidad característica de los licanos disfrazados.
Refuerzos,
se dijo, seguramente pedidos por los hombres-bestia a los que acababa de liquidar.

Apunto con la Beretta, decidida a no permitir que estos nuevos licanos le arrebatasen a Michael y apretó el gatillo. Pero en vez de lanzar una salva de letales balas de plata, la pistola se limitó a emitir un chasquido de impotencia.

Se le había acabado la munición.
¡Maldita sea!

Sacó a toda prisa el cargador vacío pero ya era demasiado tarde. Antes de que hubiera tenido la oportunidad de recargar, el coche, aullando como si fuese tan lupino como sus ocupantes, se perdió en la noche. En cuestión de segundos había desparecido en las bulliciosas calles de Belgrado.

Se habían llevado a Michael.

Sus hombros se hundieron, el brazo del arma cayó fláccido a un lado de su cuerpo y se quedó inmóvil y en silencio en medio del destrozado apartamento, rodeada por los cuerpos sin vida de sus enemigos. Los charcos de sangre lamían los tacones de sus botas de cuero negro.

¿Y ahora qué hago?,
se preguntó, embargada por la impotencia.

Un débil gemido invadió su desesperación. Selene le dio la espalda a la ventana y descubrió con sorpresa que uno de los licanos caídos seguía con vida: uno flaco y de mediana edad en apariencia, que se le antojó un poco menos brutal que sus compañeros. De hecho, con aquel pelo castaño cortado a cepillo y la frente llena de arrugas, parecía un profesor de escuela más que un soldado. Más viejo que el típico berserk licano, el intruso no parecía un candidato apropiado para un escuadrón de asalto. Se retorcía impotente en el suelo, incapaz de salir de un espeso charco de su propia sangre.

Interesante
, pensó Selene.

Capítulo 24

K
ahn contempló con aprensión el enorme orbe de color ambarino que flotaba sobre él en medio del cielo. Aquella noche los hombres-lobo estarían en su estado de máximo salvajismo, se dijo, mientras en sus facciones de ébano se dibujaba una expresión ceñuda.
¿De quién habría sido la brillante idea de celebrar los Despertares en noches de luna llena?

Flanqueado por un trío de Ejecutores armados hasta los dientes, Kahn patrullaba los jardines de la finca, cuya valla de hierro no parecía ya lo bastante sólida. Cruzó el césped en dirección a un guardia del perímetro que caminaba junto a la puerta principal.

Hubo un movimiento entre las sombras y tres grandes rottwailers se acercaron corriendo por el césped. Los peligrosos perros de presa saludaron con entusiasmo a Kahn, quien respondió con una serie de palmaditas afectuosas a cada uno de los ansiosos caninos. Brotaba saliva de sus poderosas mandíbulas.

—Eh, chicos. —Kahn no podía por menos que advertir las notables similitudes entre los babeantes perros guardianes y los enemigos licántropos del aquelarre. Presumiblemente, los rottwailers eran parientes más cercanos de los hombres-lobo que de los vampiros pero él no albergaba la menor duda sobre la lealtad de aquellos centinelas caninos.
Además,
pensó,
los murciélagos entrenados no resultan prácticos.

—¿Alguna novedad? —preguntó al guardia, un vampiro llamado Mason.

Éste sacudió la cabeza.

—Hemos hecho la ronda dos veces. Y, créeme, los perros se habrían dado cuenta si algo se hubiera acercado a esa valla.

Kahn confiaba en el juicio de Mason y asintió. Era un Ejecutor, uno de sus hombres y no un miembro de la brutal fuerza de seguridad de Soren. Si Mason decía que no había licanos al acecho, él lo creía.

Sin embargo, seguía sintiéndose inquieto. Consultó su reloj y frunció el ceño al ver la hora.

—Amelia ya debería haber llegado —señaló, con la profunda voz llena de preocupación. Se volvió hacia los Ejecutores que lo acompañaban—. Quiero que salgáis de la propiedad y vayáis a ver qué la está reteniendo.

Se frotó la barbilla, pensativo. En teoría, Soren se encargaba personalmente de la seguridad de Amelia, pero la idea lo intranquilizaba cada vez más.
Hay algo aquí que no marcha bien
, volvió a pensar.
No me sentía tan inquieto desde que Lucian estaba con vida.

• • •

La Dama Amelia ya no parecía tan inmaculada. Maltrecha y ensangrentada, estaba ahora postrada sobre el suelo del vagón restaurante, con la mejilla magullada apretada contra el suelo empapado de sangre. Mechones sueltos de pelo negro como el carbón le caían sobre la cara y su elegante vestido estaba hecho jirones sobre su cuerpo arañado y destrozado. El intenso tufo que despedía el pelaje de los licántropos infectaba el aire, mezclado con el deplorable aroma de la sangre inmortal derramada.

Su mente inmortal estaba tratando de concebir la enormidad del desastre.
¿Cómo se había producido semejante atrocidad? ¿Dónde estaban los Ejecutores de Ordoghaz?
Sus propios defensores estaban a su alrededor, hechos pedazos, destrozados por las garras y los colmillos de los enloquecidos hombres-lobo. Ahora mismo estaba oyendo cómo se daba un banquete una de las funestas bestias con la carne y los huesos sin vida de sus consejeros. Sólo la fuerza y la resistencia de un Antiguo la habían mantenido con vida hasta el momento pero se enfrentaba a la perspectiva muy real de que su vida eterna estuviera tocando a su fin.

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