Recién nombrado procurador de las aves sagradas y ascendido de categoría social, Marco Didio Falco recibe una enigmática visita: una jovencita repelente y malcriada desea contratar sus servicios como investigador, pues teme que un miembro de su familia la asesine. Falco no parece muy interesado en el caso, pero el hallazgo de un cadáver cambia por completo las cosas. Sus pesquisas le llevarán a desenterrar los secretos mejor guardados de una rica, promiscua y poderosa familia, y a conocer de cerca el siempre misterioso mundo de las vírgenes vestales y los hermanos arvales. Esta novela es, en cierto modo, una sarcástica mirada sobre el mundo de las jóvenes obsesionadas con su belleza.
Lindsey Davis
Una virgen de más
La XI novela de Marco Didio Falco
ePUB v1.0
tagus01.06.12
Título original:
One Virgin Too Many
Lindsey Davis, 1998.
Traducción: Hernán Sabaté
Diseño/retoque portada: Iborra/Redna Azaug
Editor original: tagus v1.0
ePub base v2.0
DRAMATIS PERSONAE
M. Didio Falco | el hombre al que todos quieren echar las culpas. |
Helena Justina | una chica con un secreto, que espera un mejor cuarto de baño. |
Julia Junila | una deliciosa joyita. |
Nux | una perra, no tan deliciosa. |
Los Gansos Sagrados de Juno y las Gallinas Sagradas de los augures | especies protegidas. |
madre | una comentarista muy práctica. |
padre (Gémino) | un hombre con malas intenciones, como de costumbre. |
Maya Favonia | hermana de Falco; inconvenientemente enviudada. |
Cloelia (hija de Maya) | que espera convertirse en virgen. |
Mario (hijo de Maya) | que quiere seguir yendo a escuela (un milagro). |
Tío Fabio (el tonto) | un criador de pollos, a salvo en el campo. |
Petronio Longo | primer socio de Falco; el que se retiró de la sociedad. |
Rubela | torpe tribuno de la cuarta cohorte de vigiles. |
Vespasiano | emperador de Roma; lo más alto que uno puede alcanzar. |
Tito César | un príncipe romántico. |
Berenice | una reina de corazones. |
Rutilio Gálico | poeta y ex cónsul, en ascenso (a cambio de la caída de Falco). |
Anácrites | segundo socio de Falco; el que fue empujado a serlo. |
Laelio Numentino | eminente sacerdote principal (un viejo torcido y resabiado). |
Laelio Escauro | sacerdote por derecho (inactivo). |
Cecilia Paeta | una madre devota (que pretende entregar a su querida hijita). |
Gaya Laelia | la siguiente vestal; ¿un sacrificio voluntario? |
Estatilia Laelia | una tía dedicada (lo cual no tiene nada de malo). |
Ariminio Módulo | un marido devoto (que pretende divorciarse, por supuesto). |
Terencia Paula | una virgen casada; otra viuda (¿conveniente?). |
Meldina | una bonita parte del escenario (peligrosa). |
Atiné | una niñera reacia (¿segura con los niños?). |
Ventidio Silano | un miembro de la hermandad arval, demasiado muerto como para colaborar. |
El maestro de la hermandad arval | un gourmet, demasiado retorcido como para hacer comentarios. |
Camilo Vero | padre de Helena, siempre intenta dar el máximo. |
Julia Justa | madre de Helena, siempre teme lo peor. |
A. Camilo Eliano | un experto provisional en la escena del crimen. |
Q. Camilo Justino | el nuevo socio de Falco (permanentemente fuera de escena). |
El camilo | (sin relación con los anteriores) un acólito de los arvales; un joven salpicado de granos. |
Constanza | una virgen; una chica excitante. |
Glauco y Cota | contratistas distinguidos (y absolutamente terribles). |
Jurisdicciones de las Cohortes de los Vigiles en Roma:
Primera Cohorte: Sectores VII y VIII (Vía Lata, Foro Romano)
Segunda Cohorte: Sectores III y V (Isis y Serapis, Esquilino)
Tercera Cohorte: Sectores IV y VI (templo de la Paz, Alta Semita)
Cuarta Cohorte: Sectores XII y XIII (Piscina Pública, Aventino)
Quinta Cohorte: Sectores I y II (Puerta Capena, Celio)
Sexta Cohorte: Sectores X y XI (Palatino, Circo Máximo)
Séptima Cohorte: Sectores IX y XIV (Circo Flaminio, Trastévere)
ROMA: 27 de mayo - 7 de junio. Año 74
Acababa de llegar a casa después de comunicarle a mi querida hermana la muerte de su esposo devorado por un león. En tales circunstancias, no estaba yo de humor para recibir a nuevos clientes.
Quizás otros informantes habrían acogido con satisfacción la oportunidad, cualquiera que fuese, de aumentar su agenda de encargos. Yo buscaba silencio, soledad y olvido, pero tenía pocas esperanzas de conseguirlo, ya que habitábamos en el Aventino, y era la hora más bulliciosa de una cálida tarde de mayo en la que Roma entera se entregaba al comercio y a las conspiraciones. Pues bien, ya que no podía esperar un poco de tranquilidad, por lo menos merecía un buen trago. Pero una niña me esperaba a la puerta de casa, en plena plaza de la Fuente y, tan pronto como la vi desde el balcón, supe que el refrigerio tendría que esperar.
Mi amada Helena siempre sospechaba de cualquier cosa demasiado bonita que se presentara vestida con una túnica cortísima. ¿Sería cosa suya que la presunta cliente aguardase fuera, o la espabilada chiquilla había echado un vistazo a nuestra vivienda y había renunciado a aventurarse a entrar en su interior? Probablemente ella tenía algo que ver con la lujosa silla de manos o litera con un grabado de la Medusa en la portezuela brillantemente laqueada que aguardaba aparcada bajo el balcón. Nuestro humilde hogar le resultaría sumamente indeseable a nuestra visitante. Incluso yo lo aborrecía.
En lo que pretendía ser un pórtico, había encontrado el taburete que yo utilizaba para ver lo que sucedía en la calle. Cuando aparecí en lo alto de los desgastados peldaños de la calleja, lo primero que encontré fue un par de pies blancos, menudos y bien cuidados, que golpeaban desconsoladamente la barandilla con sus sandalias de tiras doradas. Con la imagen aún viva en mi recuerdo de los cuatro hijos de Maya, llorosos y asustados, no me encontraba yo con ganas de conocer a nadie. Demasiados problemas tenía ya.
Aun así, percibí que aquella personita sentada en el taburete poseía cualidades que, en otro momento, habría valorado positivamente en un cliente. Era una chica. De aspecto atractivo, confiado, muy aseada y bien vestida. Parecía una de esas personas que pagan minutas sustanciosas. En los rollizos antebrazos llevaba una profusión de pulseras y abalorios. Unas cuentas de cristal verde servían de brillantes separadores en la trencilla cuatricolor del cuello de su túnica, finamente tejida. Aplicadas doncellas debían de haber ayudado a peinar el círculo de rizos castaños que enmarcaban su rostro y a colocar la redecilla de oro que los mantenía graciosamente en su sitio. Si mostraba buena parte de las piernas bajo la túnica, se debía sin más a que ésta era muy corta y, en un momento en que la suave estola esmeralda se le deslizó de los hombros, volvió a colocarla en su sitio con gentil desenvoltura, como dando por sentado que a mí podía manejarme con idéntica facilidad.
Había un problema. Mi cliente ideal, si Helena Justina aún me permitía ayudarla profesionalmente, sería una viuda alegre de entre diecisiete y veinte años. En cambio, la pequeña gema que tenía ante mis ojos entraba en una categoría mucho menos peligrosa. La chiquilla apenas tenía cinco o seis años.
Me apoyé en el poste que sostenía el pasamanos del balcón, un madero carcomido que el propietario debería haber reemplazado hacía años. Cuando hablé, incluso a mí me resultó cansada mi propia voz.
—Hola, princesa, ¿no encuentras al portero para que te muestre la entrada? —La niña me miró de pies a cabeza, pues se daba cuenta de que aquel sombrío edificio de apartamentos no poseía esclavos que recibieran a los visitantes—. Cuando tu tutor empiece a enseñarte retórica, descubrirás que mi pregunta era un pobre intento de ironía. ¿En qué puedo ayudarte?
—Me han dicho que aquí vive un informante. —Su acento revelaba que pertenecía a la clase alta. Yo lo deduje enseguida, pero procuré que esto no me hiciera crearme mis juicios. Por lo menos, no demasiados—. Si eres Falco, quiero hacerte una consulta.
Lo dijo con voz clara y sorprendentemente firme. Con el mentón erguido y aire confiado, la posible cliente tenía el porte radiante de una artista del trapecio. Sabía lo que quería y esperaba que la escuchasen.