—Te desalientas con demasiada facilidad —dijo él—. Y mientras tú te desalientas, yo hago progresos. Benjamin —continuó, señalando con el dedo el montón de papeles en la mesa a su lado—, ahora sé por qué mataron a tu padre.
Miré a mi tío con asombro.
—Sí —repitió, dando golpecitos en el sobre con satisfacción—. Creo que sé por qué mataron a tu padre. Ahora estamos más cerca de saber quién es el responsable.
Dejé el vaso de vino sobre la mesa y me incliné hacia delante, pero no dije nada.
—Nuestra conversación del otro día —continuó— me animó a regresar a los papeles de mi hermano y buscar alguna cosa que pudiera sugerir qué tipo de inversión le había hecho andar con tanto secreto los últimos días de su vida. Pensé que quizá se había embrollado sin querer en algún tipo de proyecto escandaloso cuyos arquitectos le habrían matado para esconder sus tramas. Pero como buscaba y no encontraba nada, me convencí de que una inversión de este tipo era improbable. Tu padre era demasiado astuto como para verse mezclado en algo que no tuviera una base sólida. Mientras buscaba, me pregunté si lo que andaba yo buscando no sería una inversión que hubiese hecho él, sino más bien una inversión que hubiese dejado de hacer, y cuando empecé a rebuscar entre sus papeles encontré esto.
Abrió el sobre y sacó un montón de hojas manuscritas —quizá unas cuarenta o cincuenta— cubiertas con la caligrafía ancha y rizada de mi padre.
—¿Qué es lo que ha encontrado?
—Se llama Una conspiración de papel o la Compañía de los Mares del Sur al descubierto. Parece que es un panfleto que tu padre quería publicar.
—¿Mi padre publicar algo? —pregunté incrédulo.
Mi tío se rió débilmente.
—Oh, sí. Fue autor de cuatro o cinco obras breves, todas de tema financiero y todas publicadas anónimamente, como es costumbre. Dos o tres de sus panfletos fueron recibidos con gran entusiasmo. Escribió varios en nombre del Banco de Inglaterra, sabes, porque es una institución que a él le parecía vital para la economía de la nación.
Mi confusión era ahora absoluta.
—El Banco de Inglaterra —repetí, apenas por encima del susurro—. ¿Él un defensor del Banco? No puedo entenderlo.
—¿Pero por qué? —preguntó mi tío—. Tu padre era un hombre inteligente, y estudió los bancos de las otras naciones importantes, especialmente los de Holanda. Acabó firmemente convencido de que el Banco ofrecía la mayor seguridad para las finanzas de la nación.
Que mi padre se tomara el tiempo de escribir algo que iba a beneficiar a otros me sorprendía mucho.
—¿Por qué iba a molestarse en llevar a cabo semejante proyecto? ¿Qué tenía él que ganar?
Mi tío sacudió la cabeza.
—A tu padre nada le gustaba más que convencer a los demás de que tenía razón.
Asentí. Yo le había visto hacer eso cientos de veces en cenas y reuniones. El hecho de que intentase convencer al mundo de algo tenía mucho más sentido del que le había otorgado en un principio. Pero si bien esto explicaba por qué habría publicado sus opiniones, no me explicaba por qué querría publicar estas opiniones.
—Pero su enemigo, Perceval Bloathwait, ¿no es un director del Banco?
—Bloathwait —repitió mi tío como si hubiese dicho un disparate—. ¿Qué sabes de él?
El gesto neutro de mi tío me produjo escalofríos. Si podía con tanta eficacia actuar como si no pasase nada entre mi padre y Bloathwait, ¿qué más podía estar ocultándome? Recordé que cuando yo era niño, mi tío y mi padre habían discutido a veces acerca de asuntos de prevaricación. De hecho, orgulloso de su importación de bienes de contrabando, mi tío a menudo adoptaba el papel del ingenioso Jacob frente al estoico Esaú, que era mi padre. «Te temes lo peor —le dijo una vez mi tío a mi padre—, porque mientes tan sumamente mal. En asuntos financieros es muy fácil confundir a la gente con todos esos términos difíciles y demás, y a los hombres a menudo les ciega su propia avaricia. Pero engañar a un inspector de aduanas, un hombre que se gana la vida procurando descubrirte: eso sí que es un arte».
No me resultaba difícil imaginar cómo mi tío podía engañar a los inspectores de aduanas. Tenía un aspecto ingenuo que hacía difícil no apreciarle. Por primera vez, sin embargo, no podía dejar de preguntarme si no estaría utilizando conmigo sus habilidades para el engaño por algún motivo. Yo no era tan suspicaz como para suponer necesariamente mala fe donde encontraba ocultación. Quizá, pensé, mi tío quería proteger algún secreto que no tenía nada que ver con la investigación.
—¿Cómo puedo no haber oído hablar de Bloathwait? —le pregunté en un tono con el que esperaba convencerle de que no se me podría detener—. Atormentó a mi padre, me atormentó a mí cuando no era más que un niño. Desde que empecé con esta investigación me he preguntado si no estaría él relacionado con lo que le pasó a mi padre.
—Me sorprende que supieras de los problemas entre Samuel y el señor Bloathwait. Rara vez hablaba de asuntos en los que él parecía tener desventaja. ¿Y dices que tú tuviste contacto con Bloathwait?
—Lo tuve; el suficiente como para mostrarme que Bloathwait es un loco, y que nada me extrañaría en él. Y por eso me asombra saber que mi padre defendía el Banco.
—Las dificultades con el señor Bloathwait ocurrieron hace mucho tiempo. Y tu padre tenía problemas con el hombre —explicó mi tío—, no con el Banco. Samuel no cambiaría su forma de pensar sobre algo como el Banco simplemente porque uno de sus directores no le quisiese bien.
—¿Y ese panfleto apoya al Banco de Inglaterra? —pregunté.
—Oh, sí que apoya al Banco, pero, lo que es más importante, revela la verdad acerca de la Compañía de los Mares del Sur. Ya lo leerás tú mismo, pero tu padre plantea tres ideas principales en este panfleto. Primero, dice que hace ya varios años que la Compañía de los Mares del Sur ha ido incrementando su poder, a pesar del hecho de que la patente que tiene para comerciar en los Mares del Sur ha reportado muy pocas ganancias reales.
Pensé acerca de esto…
—Pero usted mismo ya me había contado eso. No puedo creer que una organización, sea cual sea, se proponga matar a un hombre que se limita a expresar lo que es del dominio público.
—Tienes toda la razón —dijo mi tío— pero hay más.
Empezó a revisar los papeles, sospecho que sin buscar nada en particular, sino simplemente sintiéndose reconfortado al ver la caligrafía.
—Tu padre creía que la seguridad de la Compañía de los Mares del Sur había sido comprometida; que alguien había hecho circular acciones falsas de la Mares del Sur, y que estas actividades sólo eran posibles con la ayuda de hombres que trabajasen dentro de la propia Compañía.
Reconozco que no entendía del todo las implicaciones de esa falsificación.
—Si esto fuera verdad, ¿no querría la Compañía terminar con las falsificaciones?
—Claro, pero querría hacerlo silenciosamente. Tu padre escribió que estas acciones de mentira representan un fracaso total por parte de la Compañía a la hora de regular su propio negocio y que a la Compañía no deberían confiársele los millones de libras que pertenecen a la nación.
No pude evitar pensar en lo que Elias me había dicho, en cómo sus ideas sobre probabilidad le habían llevado a sospechar que una de las compañías estaba implicada. Ahora parecía que efectivamente mi padre se había metido en algo peligroso, algo digno del tipo de trama que Elias había imaginado.
—¿Cree usted que mi padre fue asesinado por la Compañía de los Mares del Sur para impedirle que revelase la existencia de acciones fraudulentas?
—Yo no lo expresaría tan rotundamente —abrió las palmas de las manos—. Pero sí creo que puede existir una relación entre su muerte y esta información.
Cogí el manuscrito y empecé a hojearlo.
—Supongo —dije distraídamente— que tendré que hacer una visita a la Compañía de los Mares del Sur.
Mi tío lanzó una carcajada.
—¿Qué vas a hacer? ¿Entrar marchando en la Compañía, manuscrito en mano y exigir que te den cuanta información tengan acerca de la muerte de tu padre? Ésta es una de las instituciones más poderosas del Reino, y a cada momento que pasa se vuelve más poderosa. No debes tomártela a la ligera.
—Habla como mi amigo Elias. Él cree que estas compañías son capaces de cualquier cosa.
—Nunca subestimes el poder y la vileza de los corredores —su voz albergaba algo amenazante que me disgustó.
—Su hermano era corredor —observé con vacilación.
—No quiero sugerir que trabajar en bolsa signifique ser corrupto, pero sí es un camino que puede llevar a la corrupción, y hay tanto poder que la corrupción puede llegar a ser verdaderamente peligrosa. Tu amigo tiene razón al recomendarte que procedas con cautela.
—¿Y qué hay de su amigo Adelman? —le pregunté con intención—. ¿No podría él ayudarnos? Si tiene conexiones con la Compañía de los Mares del Sur, entonces quizá pueda ofrecernos alguna pista.
—El señor Adelman y yo nos llevamos muy bien como hombres de negocios. Sé lo que es, y le respeto como tal. Pero no puedo esperar de él que considere sacar a la luz los entresijos de la Compañía en beneficio de nuestra búsqueda de justicia. Podría ser precisamente el hombre que lo hiciera, pero también podría no serlo. Si he de averiguar cuál de los dos es, me gustaría que fuera de una manera muy segura.
—Y —dije, pensando en voz alta— si a mi padre lo mataron por ser el autor de este panfleto, aún seguimos sin saber por qué mataron a Balfour o cuál fue la conexión entre los dos hombres. Me pregunto si puede existir algún modo de hablar con Adelman acerca de esto. No estoy sugiriendo que le pregunte si ordenó el asesinato de dos hombres, pero quizá haya una manera menos incendiaria de sacar el tema.
Mi tío sacudió la cabeza.
—No lo creo. Adelman no es ningún tonto. Sabrá exactamente lo que estoy haciendo. No sirve de nada poner nervioso a un hombre así a no ser que necesitemos hacerlo.
Suspiré, pero estaba de acuerdo con él.
—Sí. Pero ojalá pudiéramos darle más sentido a todo esto. En mi opinión, ninguna de nuestras sospechas dan la impresión de ser verdad. Sé lo que Elias y usted me han contado acerca de estas compañías y de su poder, pero asesinar a un hombre por una transacción comercial… me suena ridículo. Puedo entender que un hombre asesine a otro por negocios en un momento de pasión, pero esto es completamente distinto. Estamos hablando de hombres que planean y ejecutan asesinatos como parte de una transacción comercial. Es una especie de asesinato de negocios.
Mi tío asintió.
—Puede que sea exactamente así —dijo—. La envergadura de esta transacción no tiene precedentes. Según Una conspiración de papel —señaló en dirección al sobre—, la Compañía de los Mares del Sur está considerando la posibilidad de ofrecerle al Tesoro un regalo de tres millones de libras como premio por permitir a los dueños de ciertos Bonos del Estado intercambiar sus activos por acciones de la Mares del Sur. Es decir, que están proyectando animar al pueblo a que cambie sus valiosos activos, que incrementan tanto la deuda nacional, por las promesas vacías de beneficios de la Compañía de los Mares del Sur. ¿Comprendes la magnitud de este intercambio? Tres millones de libras, sólo por dar el visto bueno a la transacción. ¿Cuáles pueden ser los beneficios para que estén dispuestos a desprenderse de esa cantidad? Ésta es quizá la mayor transacción comercial de la historia. Sin duda los hombres que tienen tanto que ganar podrían ser capaces de matar para proteger sus intereses.
Me llevé la mano a la frente mientras pensaba.
—No puedo ni imaginarme tamañas cantidades. ¿Quién puede desear tanto? ¿Qué opulencia es suficiente para estos hombres?
Mi tío tenía un gesto grave.
—Me temo que nos enfrentamos a un tipo de hombre nuevo además de a un nuevo tipo de riqueza. Cuando las tierras significaban prosperidad, los hombres quizá llegaban a tener suficiente. Tener demasiada tierra hacía difícil gobernarla. Pero con el papel moneda, más es simplemente más. En Francia, donde sufren su propia locura financiera, tienen una palabra, millionnaire, para referirse a los hombres cuya riqueza se mide en millones. Millones. Es inconcebible, pero hay más de un puñado que podrían ostentar este título.
—¿Y cómo podemos enfrentarnos a hombres de semejante riqueza y ambición?
—Eso está por venir —me informó mi tío con seguridad—. Debemos comenzar por una convicción sencilla: la convicción de que estas dos muertes están conectadas. Nos llevará algún tiempo descubrir el porqué y el cómo. Debemos avanzar dando pasos pequeños, me parece.
—Comprendo —me recliné en el asiento e intenté pensar en cómo hacer una pregunta que yo sabía que mi tío no querría contestar—. Dígame —dije después de una pausa—, ¿qué ocurrió exactamente entre mi padre y Bloathwait?
Sacudió la cabeza.
—Eso pasó hace mucho tiempo, y no tiene relevancia ahora. Tu padre está muerto, y te aseguro que al señor Bloathwait ya no le interesa recordar ese desagradable asunto. No es más que un viejo solterón ahora, sin más pasión que los negocios.
—Pero me gustaría saberlo. Si he de descubrir qué le pasó a mi padre, ¿no tiene sentido saber más acerca de él?
—Sí que lo tiene —dijo mi tío—. Pero debes comprenderle tal y como era en los días antes de su muerte, no cuando eras un niño.
—Me gustaría conocer la verdad —dije solemnemente.
Mi tío asintió.
—Muy bien, pero has de tener en cuenta que tu padre era más joven entonces. Le llevó mucho tiempo establecerse en la calle de la Bolsa y, como muchos hombres, especialmente aquéllos con familias a las que querían hacer prosperar, estaba ansioso por ver que sus esfuerzos daban fruto. Quizá no tuviera entonces tanto cuidado con los beneficios de aquellos para quienes trabajaba como el que tuvo después.
—¿Engañó a Bloathwait de alguna manera?
Mi tío asintió a medias.
—Le vendió a Bloathwait una gran cantidad de acciones cuyo valor cayó en picado a los pocos días de la venta. Tu padre le había insistido con cierto entusiasmo en que comprara, y cuando el valor se desplomó, Bloathwait le echó la culpa a tu padre.
—¿Sabía mi padre que el valor caería?
Mi tío se encogió de hombros.
—Nadie sabe nada con certeza en este mundo, Benjamin. Eso ya lo sabes. Pero tenía sus sospechas.
—Y Bloathwait odiaba a mi padre por ello.