Una bandera tachonada de estrellas (17 page)

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Authors: Brad Ferguson

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Una bandera tachonada de estrellas
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—Háblenos de eso —le pidió Davis.

—Encantado —replicó Kirk—. La Flota Estelar ha ayudado a financiar lo que hemos llamado el proyecto
Dart
. La «
Dart
» es la propia lanzadera espacial, la que orbita. La última lanzadera superviviente es una que sólo fue utilizada para pruebas de planeo sin energía hace cerca de tres siglos: la lanzadera espacial
Enterprise
.

—Bonito nombre —comentó Davis.

Kirk sonrió.

—Lo mismo pienso. Se la hemos pedido prestada al Museo Espacial de la Institución Smithoniana de Duller Park, Virginia, donde está pasando por una modernización de proa a popa. Están colocándole motores de impulso y todo lo demás que debe tener una nave espacial moderna sublumínica. Por fuera, tiene exactamente el mismo aspecto que tenía hace cerca de trescientos años. Pero por dentro la están rehaciendo completamente. Vamos a pilotarla en el primer vuelo propulsado de su historia… un vuelo para el que está atrasada en casi trescientos años. Gracias a sus nuevos motores de impulso, la lanzadera espacial
Enterprise
realizará un vuelo más veloz y a mayor distancia del que llevó a cabo cualquier otra lanzadera del mismo tipo en toda la historia… directamente de la Tierra a la Luna en el día del
Apolo
. Otras naves espaciales antiguas, las mantenidas y pilotadas por los coleccionistas privados, se reunirán con la lanzadera camino de la Luna. Juntas sobrevolarán el lugar del alunizaje del
Apolo
XI, en el mar de la Tranquilidad, en un gran desfile de naves espaciales el 20 de julio. Será un magnífico espectáculo.

Davis se volvió para mirar a los monitores.

—Aquí lo han oído por primera vez —dijo—. La lanzadera estadounidense volverá a volar el día del
Apolo
. Volveremos con nuestro invitado, el almirante James Kirk del alto mando de la Flota Estelar, después de esto.

Las luces se atenuaron.

—¡Estupendo! —exclamó con entusiasmo—. Gracias, almirante.

—¿Ha salido bien? —le preguntó él con auténtica curiosidad.

—Usted es natural —le aseguró ella—. Esta vez, la Flota Estelar ha hecho la elección correcta. Cuando volvamos al aire después de la publicidad, atenderé algunas llamadas, si está usted preparado.

—Lo estoy —respondió Kirk.

Cuando las luces aumentaron otra vez, Davis sonrió cordialmente ante los monitores.

—Continuamos hablando con el almirante James Kirk, de la Flota Estelar, y estamos preparados para atender sus llamadas al código que pueden ver al pie de sus imágenes. Recuerden: sólo audio, por favor. —El receptor que tenía en el oído, zumbó—. Nuestra primera llamada procede de un pueblo pequeño llamado Gruetli, de Tennessee. Adelante, por favor.

—¿Hola? —dijo una voz masculina.

—Sí, adelante —repitió Davis.

—¿Hablo con el capitán Kirk?

—El almirante Kirk está aquí, sí —respondió Davis—. ¿Cuál es su pregunta, por favor?

—Me gustaría preguntarle al capitán James Kirk si, ya sabe, si echa de menos a la nave estelar en la que solía viajar. Ya sabe, la
Enterprise
. Gracias, Nan. Creo que eres magnífica, y tu programa realmente me encanta. Continúa con ese buen trabajo.

—Gracias, Tennessee. —Hizo girar el asiento para mirar a Kirk—. ¿Almirante?

La misma pregunta que Nogura le había formulado el día anterior; esta vez, Kirk estaba preparado para ella, y dio una respuesta directa… aunque una parte de esa respuesta no fuese verdad.

—No, en realidad no echo de menos a mi antigua nave. Tengo todo un conjunto de nuevas responsabilidades, y mi trabajo es emocionante y gratificante. —O lo había sido, hasta ese momento—. Mi antigua nave, la
Enterprise
, tiene un nuevo capitán, y estoy absolutamente seguro de que es el mejor hombre para ese puesto. Eso no quiere decir que todavía no sienta un gran afecto por la
Enterprise
.

—Nuestra siguiente llamada es de Maryland —dijo Davis—. Adelante, Hughesville. Está en el aire.

—Hola —saludó una mujer—. ¿Estoy hablando con el almirante?

—Así es —le contestó Kirk—. ¿Qué tal?

—Hola, almirante. Estaba preguntándome una cosa. Ya sabe que se ha escrito una gran cantidad de libros sobre la misión de cinco años llevada a cabo por usted. Estaba preguntándome qué pensaba usted sobre todo ese alboroto.

Kirk sonrió.

—He leído algunos de los libros que acaba de mencionar. Una gran parte de su contenido son simplemente vanas especulaciones, y mucho de lo que hay en ellos es lisa y llanamente erróneo. Nadie ha hablado nunca conmigo antes de escribir esos libros, y sé con toda certeza que tampoco han hablado con mis antiguos oficiales… ni lo han intentado siquiera, según sospecho.

—Almirante —intervino de pronto Davis, y Kirk tuvo la impresión de que estaba a punto de apartarse de la lista de preguntas preparadas con el fin de satisfacer su propia curiosidad—, ¿por qué decidió usted dejar su puesto de mando en la nave y aceptar un cargo en el Almirantazgo? Tengo entendido que su oficial médico jefe dimitió como protesta, y que su primer oficial también renunció. ¿No era la
Enterprise
suya durante todo el tiempo que deseara conservarla?

El aplomo de Kirk no vaciló ni por un instante, pero el resto de la sonrisa se le borró de los labios. Aquella pregunta lo enojaba. No le importaba responder a preguntas duras siempre y cuando afectaran a la Flota Estelar, pero no había esperado que lo interrogasen acerca de su vida privada.

Y no había acudido allí para que le recordaran a Bones y Spock. Davis pareció percibir el enojo que su pregunta había despertado, pero mantuvo la mirada de Kirk, impávida, y aguardó la respuesta.

—La Flota Estelar no funciona de esa manera, señorita Davis. Las naves estelares no son una propiedad privada. Usted estuvo hablando con Bob April aquí mismo, ayer por la mañana…

—El primer capitán de su
Enterprise
—comentó ella para información de sus espectadores.

—… y permítame que le diga que si un hombre pudiera retener una nave durante todo el tiempo que quisiese, dejando a un lado cualquier otra consideración, yo no estaría aquí porque Bob April se encontraría sentado en el sillón central a bordo de la
Enterprise
.

—Supongo que tiene razón —admitió Davis. Tenía los ojos brillantes y apasionados… y de pronto Kirk se dio cuenta de a quién le recordaba Nan. Había visto ese vigor, esa ambición al rojo vivo, con demasiada frecuencia antes de ese momento, en los ojos de Lori—. Pero todavía no ha tocado usted el tema de sus oficiales.

—Mi primer oficial renunció y volvió a su planeta natal por motivos personales, no para protestar por algo, como ha dado a entender su pregunta. Y mi oficial médico jefe dimitió para protestar porque su recomendación había sido desestimada, no porque me hubieran ascendido a almirante.

—Ya veo —comentó Davis en tono afable, respiró profundamente aire para formularle otra pregunta… una que Kirk podía predecir. «¿Y qué decía la recomendación de su oficial médico en jefe, almirante? ¿Y por qué fue desestimada?»

Habló antes de que ella tuviera oportunidad de preguntar.

—Permítame agregar que me gusta mi trabajo. Ya no soy responsable de una sola nave. Estoy a cargo de más de cuarenta, con más porvenir. —«Sé que está escuchándome, Nogura… y acabo de dejar constancia pública, por si acaso estuviera usted a punto de olvidar su promesa, de que éste es un puesto temporal.»— Yo, desde luego, no considero que eso sea descender un peldaño.

Oyó que zumbaba el receptor que ella tenía en el oído, y supo que acababa de salvarlo otra llamada. Davis le echó una mirada que decía que no pensaba olvidarse de la pregunta.

—Y tenemos otra llamada, esta vez de Conyers, Georgia. Adelante, por favor.

Una voz grave con un marcado arrastrar de sílabas propio del sur que le resultaba familiar, dijo:

—¿Por qué no le pregunta al almirante qué es un mestizo de alcázar?
[2]

«Bones —había sentido ganas de decir Kirk—, creía que todavía estaba fuera del planeta», y su primer impulso había sido el de sonreír, hasta que captó el dolorido enojo de la voz de McCoy, el mismo enojo que había oído el primer día de trabajo en el Almirantazgo, cuando el médico había tomado sobre sí la responsabilidad de acudir al cuartel general de la Flota Estelar y discutir personalmente con Nogura sobre el ascenso de Jim. Había pasado más de un año desde que vio a McCoy por última vez, y había esperado que Bones hubiera superado la pérdida de la
Enterprise
. A pesar de que no se había mostrado amable con el médico al respecto, el propio Kirk había estado furioso entonces. ¿Qué le había dicho?

«Quizás usted desearía que todo continuara como hasta ahora, que todos estuviéramos en la
Enterprise
. Bueno, crezca, doctor. Las cosas cambian.»

—¿«Un mestizo de alcázar»? —la expresión de Davis se había tornado perpleja.

Se oyó un leve zumbido cuando el que llamaba cerró el circuito.

—Es un antiguo término náutico. —Kirk se obligó a sonreír—. Y ése era un antiguo amigo mío que me gastaba una broma.

—Bueno —comentó Davis, con un aire ligeramente desconcertado—, parece que hemos perdido la llamada de Georgia y, en cualquier caso, se nos ha acabado el tiempo. Almirante, muchísimas gracias. —Hizo girar el asiento para mirar directamente a los monitores—. He estado hablando con el almirante James T. Kirk, del alto mando de la Flota Estelar, acerca de la resucitada lanzadera espacial
Enterprise
y de los planes para hacerla volar hasta la Luna el día del
Apolo
. Ahora, volveremos con el primer vistazo a los competidores que se han clasificado para los Juegos Olímpicos de invierno del próximo año, tras una pausa.

Las luces del estudio se amortecieron y apagaron.

—Bien, ya está —declaró Davis con satisfacción.

El técnico comenzó a desperezarse.

—¿Jenny? —llamó Davis a una pelirroja que acababa de entrar en el estudio—. Consígueme un grupo de monitores portátiles y firma por ellos en mi lugar, ¿quieres?

—Claro.

—¿No tiene nada más que hacer? —preguntó Kirk, perplejo—. ¿Qué pasa entonces con los Juegos Olímpicos?

—Está todo grabado —explicó Davis mientras cogía a Kirk por un codo y lo conducía hacia la redacción—. He acabado aquí, por hoy. Me pregunto… estoy intentando convencer a mi director de que me deje hacer la cobertura del día del
Apolo
, y mejoraría de verdad mis oportunidades de conseguirlo si obtuviera información al respecto. ¿Estará usted ocupado más tarde, en caso de que quisiera concertar una cita para verle?

—Estoy libre durante todo el día —respondió Kirk—. A partir de este preciso momento, en realidad.

La perturbadora llamada desde Georgia ya le había recordado a Bones y Spock; no le veía ningún sentido a volver al apartamento vacío que le haría recordar a Lori. Y ahora que MacPherson estaba a cargo de la modernización de las naves, no le quedaba ningún trabajo que hacer en el Almirantazgo.

—Ah —comenzó Davis con delicadeza—, no pretendía inmiscuirme en su fin de semana. Sé que usted y su esposa probablemente no tienen mucho tiempo para dedicar…

—Ella está de viaje por trabajo —la interrumpió Kirk. Así pues, Davis había realizado un trabajo minucioso de investigación sobre él. Estaba enterada de lo de McCoy y Spock, y sabía que Kirk estaba casado.

Al menos no se había enterado… todavía… de que Lori se había marchado la noche anterior.

—Ya veo. —Ella inclinó la cabeza hacia un lado y lo estudió con curiosidad—. Bueno, me temo que no podré hacerlo ahora mismo. Tengo que salir hacia Nueva York para entrevistar a un klingon.

—¿A un klingon? —Kirk sonrió—. ¿Qué está haciendo un klingon en Nueva York?

La expresión de Davis se había vuelto muy seria.

—Está llevando a cabo un programa especial. Es un físico de talento que está dando clases a estudiantes de enseñanza secundaria, entre otras cosas para despejar los malos entendidos y el miedo.

Kirk frunció el entrecejo.

—Eso no está bien.

Nan negó con la cabeza.

—Por supuesto que no. Y el hecho de que sus estudiantes se cuenten entre el uno por ciento de los mejores de Norteamérica después de asistir a sus clases durante un año, no parece tener ni la más mínima importancia.

—¿Está segura? —le preguntó Kirk—. Se supone que hay leyes de protección…

—Las leyes de protección que están en vigencia a veces no funcionan muy bien. La gente de mala voluntad puede obviarlas con bastante facilidad —respondió Nan—. Mire, lo siento, pero tengo que darme prisa. Me queda menos de una hora para coger el vuelo, e incluso llegaré tarde aunque lo consiga. Una vez más, encantada de haberlo conocido, almirante. ¿Puedo reunirme con usted en algún momento de esta tarde?

—Tal vez pueda ahorrarle un poco de tiempo, señorita Davis. Creo que me gustaría conocer a ese klingon.

—¿Quiere decir que desea acompañarme?

—Sí, me gustaría. Ha hecho que me interese en el caso. ¿Sabe?, nunca he conocido a un klingon que no fuera de la clase guerrera. Creo que me gustaría hacerlo. Además, ¿quién sabe? A lo mejor podría hacer algo para ayudarlo.

Nan asintió con la cabeza.

—Bien, no tengo ningún problema si quiere acompañarme, pero tendremos que darnos prisa si queremos coger ese vuelo. Ojalá pudiera conseguir que los de arriba me dejaran fletar uno, pero…

—¿Por qué, en lugar de eso, no nos transportamos directamente a Nueva York? —sugirió Kirk—. Puedo hacer que mi ayudante llame al Almirantazgo y reserve una plataforma de transportador para nosotros. De esa forma, usted podrá llegar a tiempo para hacer la entrevista, y después podríamos comer aunque sea tarde.

—¿Transportarnos? —preguntó ella—. ¿Usar de verdad un transportador? ¡Eso sería fantástico!

Kirk sonrió.

—El hacerles pequeños favores a los medios de comunicación encaja en la descripción de mi puesto, señorita Davis.

Después de que Kirk y Nan Davis se hubieron marchado, Riley acudió a la redacción para darle las gracias a Jenny Hogan. Estaba con un grupo que holgazaneaba cerca del escritorio del redactor, y reía de algún chiste… ¡qué persona tan diminuta!, pensó Riley. Al ver a Kevin, ella se volvió a mirarlo; la sonrisa se le atenuó ligeramente, y un aire de preocupación ocupó su lugar.

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