Un verano en Sicilia (22 page)

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Authors: Marlena de Blasi

Tags: #Biografía, relato, romántico

BOOK: Un verano en Sicilia
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»Leo alcanza la carta a Cosimo y se sirve más café, que se derrama de su taza ya llena sobre el platillo blanco irisado con florecillas azules pintadas. Sonríe hacia nosotras. Cosimo la lee y se la devuelve y los dos se ponen de pie, diciendo
buongiorno
. Leo me hace un gesto con la cabeza, que indica que me verá un poco después.

—Han invitado a Leo a una cena que ofrece el aristócrata cuyas tierras están separadas de las suyas por una aldea. En la carta le informa de que asistirán también otros invitados, tanto locales como venidos de lugares tan lejanos como Palermo. Aunque Leo supone que se trata de una reunión social, la carta está redactada más como una citación que como una invitación. Es la primera petición así, ya sea social o de cualquier otro tipo, que Leo recibe de este "vecino". La cena se celebrará aquella misma noche de principios de diciembre de 1950.

»Aunque me pide que me siente con él en la biblioteca y después en su despacho, Leo casi no me habla en todo el día. Le pregunto por qué, si no le apetece ir, ha aceptado enseguida la invitación y me responde:

»—Era mi obligación.

»Me quedo con él incluso mientras se viste y se ata los zapatos negros formales que sólo se pone para las bodas y los funerales. De un frasco de cristal color cobalto, se echa neroli en la palma de la mano, se la pasa por el pelo rubio, todavía húmedo del baño, y, con dos cepillos pesados de plata, se alisa los rizos cortos y gruesos y pienso que mi príncipe no representa los treinta y ocho años que tiene. Me pregunta si pasaré un rato con Cosimo después de cenar. Quiere que Cosimo y yo lo esperemos en el saloncito junto a la capilla. Dice que no regresará tarde, pero el sacerdote, también vestido con su ropa más formal, lo aguarda en el vestíbulo, ante la gran puerta abierta, mientras el automóvil ronronea al pie de las escaleras del palacio.

»—Como me acabo de quedar sin lacre, avisé de palabra a través de Mimmo a tu anfitrión que, como sacerdote de su propia parroquia, estaba dispuesto a dejar a un lado lo que tenía que hacer en la iglesia esta noche para bendecir su reunión. No le pedí a Mimmo que esperara respuesta —le dice Cosimo.

»Ríen y se abrazan y vuelven a reír, don Quijote y Sancho Panza en el asiento delantero del fiel Chrysler gris.

—Entre los terratenientes locales a los que tanto Leo como Cosimo conocen, su anfitrión les presenta a dos desconocidos, diciendo que son políticos de Palermo. Los demás asistentes parecen conocer ya a los dos
palermitani
; en realidad, salvo Leo y Cosimo, el grupo, doce en total, muestra una camaradería casi fraternal. El tema en boca de todos es la reforma agraria: hablan del decreto del Estado, a punto de aprobarse como ley, que obligará a los terratenientes sicilianos a vender a sus campesinos, a un precio simbólico, todas las tierras abandonadas o improductivas que sean aptas para la agricultura. No tarda en ponerse en evidencia que Leo es la presa de la noche.

»Cuando los caballeros se sientan a la mesa, la conversación, que a la hora del cóctel había consistido en murmullos de desaprobación y en negar con la cabeza, se vuelve mordaz. Como si estuviera ensayado, cada uno de los hombres sentados a la mesa menciona una de las locuras de Leo: la reestructuración de los edificios del
borghetto
; la atención médica; la enseñanza de la higiene; las salas de parto; la escuela del
borghetto
y la asistencia obligatoria de los hijos de los campesinos hasta los doce años, "por lo menos cinco años después de la edad en la que los niños ya deberían estar trabajando en los campos", dice uno de ellos. Otro menciona los almacenes bien surtidos, las mesas con comida en abundancia, la distribución de ropa de vestir y de cama, la misa vespertina celebrada en su capilla. Del decoro se pasa rápidamente al griterío, de lo ansiosos que están por exponer cada una de las imprudencias del príncipe.

»—¿Y han oído ustedes, caballeros, que los campesinos del buen príncipe Leo ya no hacen sus necesidades en la santa paz de los bosques? Una letrina de azulejos blancos, caballeros; sólo una letrina de azulejos blancos es adecuada para los campesinos del príncipe Leo.

»Las carcajadas suben de tono y resultan amenazadoras, como si sólo un disparo pudiese acallarlas; sin embargo, con un solo tintineo de un cuchillo de plata contra una copa, se hace silencio. Uno de los
palermitani
ha pedido la palabra.

»—Príncipe Leo, no negamos que hacen falta reformas. Ha llegado la hora, pero la hora acaba de llegar. Dejemos que los cambios sigan su curso. Si se pone a reparar de golpe mil años de perjuicios, las reformas no durarán. Esta gente necesita autoridad mucho más de lo que necesita una misa vespertina o cortinas en las ventanas.

»—O una letrina nueva y reluciente —grita otro.

»Vuelven a comenzar las risas, aunque duran poco, porque Leo comienza a hablar.

»—No me cabe ninguna duda de que los campesinos necesitan alguien que los dirija, como tampoco dudaba de su necesidad de más pan y de un lugar limpio y seco donde dormir. Los cambios que he introducido y los que introduciré se hacen en mi propio nombre y en el de nadie más. Ni siquiera me considero un reformador social. Ni me fijo en ustedes ni les ruego que hagan lo mismo que yo, ni me concierne, tampoco, si me imitan o no. No voy a dividir mi tierra en parcelas porque el gobierno me lo exija, sino que la dividiré porque sé que es lo que tengo que hacer. Amables señores, ustedes harán lo que deban hacer, pero yo también.

»Se produce un largo silencio, interrumpido, de vez en cuando, por una cerilla que rasca el pedernal de bolsillo, al aflojarse una corbata que ajusta demasiado o por un carraspeo repetido.

»—¿Es cierto, príncipe Leo, que usted besa las manos de sus campesinos?

»Es el otro
palermitano
, el llamado Mattia, quien formula la pregunta. Como ha hablado con tanta suavidad y sin cambiar la postura desgarbada que tenía en la mesa, Leo no sabe de quién procede la voz.

»—¿Y por qué habría de interesarles algo así? —pregunta, mirando a cada uno de los que están en torno a la mesa.

»Este otro
palermitano
, este Mattia, se pone de pie entonces y se dirige hacia donde está sentado Leo, apoya sus brazos cortos, cubiertos de sarga azul, en los hombros de Leo, agacha la cabeza hasta su oreja y dice con delicadeza:

»—Si no los intimida, lo despreciarán, Leo. Usted ya lo ha oído decir y le aseguro que es cierto.

»Mattia alza la cabeza y baja la voz hasta convertirla en un susurro cascado y agotado:

»—Si un día nos enteramos de que ha sufrido alguna desgracia, sabremos a qué se debe. Me refiero a la falta de respeto. Pues sí, comprenderemos que se ha buscado su desgracia con un beso.

***

—Cuando Leo regresó aquella noche, no vino a mis habitaciones. Aquel incumplimiento de nuestro ritual nocturno: solemos pasar alrededor de una hora juntos, tranquilos, repasando los acontecimientos del día, expresaba su disgusto y provocó el mío. Al día siguiente, con evidente dolor y en gran detalle, Cosimo me cuenta lo ocurrido la noche anterior. Al describir la reunión, el ambiente de resentimiento palpable, de disgusto notorio, mi preocupación cede paso a un temor asfixiante.

»—Pero ¿quiénes son estos hombres, estos dos de Palermo? —pregunto a Cosimo.

»—Pertenecen al clan —dice, con exasperante sencillez.

»—¿Qué clan? En susurros y comentarios furtivos, llevo oyendo esta palabra desde niña. ¿Son una familia, un grupo de bandidos, de renegados? ¿Se trata del mismo clan que asesinó a Filiberto?

»—Diría que la respuesta es afirmativa a todas las partes de tu pregunta. Son una familia, emparentada por elección, más que por consanguinidad, lo que suele crear un tipo de vínculo aún más fuerte. Son un grupo de bandidos, unos bandidos entre los cuales encontrarías a los miembros más ilustres, de más alta jerarquía y más estelares de nuestra sociedad. Encontrarías tantos sacerdotes como políticos, aristócratas y comerciantes. También estarían bien representados el Estado y la policía local, la militar y la financiera y, por último, encontrarías a hombres ávidos que están dispuestos a cumplir sus órdenes, por horripilantes que sean.

»Mientras habla, Cosimo observa con inquietud la puerta del
salone
en el que estamos sentados, esperando que entre Leo, supongo, pero después vuelve la espalda hacia la puerta y deja de preocuparse de si Leo escucha lo que me dice y le desagrada su franqueza.

»—Donde no hay Estado, alguien da un paso al frente, para bien o para mal, y asume el papel del Estado. El clan es el Estado en Sicilia.
La Mafia
. ¿No te parece interesante que su nombre derive del árabe? De
mahyas
: "asilo, refugio, casa de socorro". Aquello es lo que pretendían proporcionarse los bandidos medievales, a sí mismos y a sus familias, con sus primeras misiones. Eran como Robin Hoods del siglo XII. ¿Quién los iba a cuestionar? Forajidos de capa y espada que salían a robar a los que tenían más pan del que podían comer en un día. ¿Te suena familiar, querida? ¿Acaso no fuiste tú misma una
brigantessa
de capa y espada? Te guardabas pan, queso y pasteles en los bolsillos para dar de comer a tu hermana. Tú puedes comprender cómo comenzó todo esto, pero ¿puedes tú o acaso puede alguien comprender o defender su evolución? El clan ya no roba ovejas ni mata vacas a la luz de una hoguera clandestina y se lleva a rastras las partes ensangrentadas hasta sus aldeas, como los leones se llevan la presa a su guarida. Dejan este tipo de actividad a los anticuados. Ahora quieren más. Ahora lo quieren todo. Ahora quieren aplastar a los pobres como antes los aplastaban a ellos. La memoria no siempre llega intacta de su viaje a través de las generaciones. A lo largo de siete, ocho o nueve siglos y, más recientemente, con la orientación estratégica de los vencedores de la gran guerra, los clanes han ido mucho más allá de sus humildes raíces rurales. Como el Etna, la mafia escupe violencia a su antojo. Escupe al Estado cuando, alguna que otra vez, despierta de su letargo. Escupe a la Iglesia, que siempre ha sido propensa a su propia forma de violencia consagrada. Escupe a quienquiera que cometa la locura de tratar de obstaculizar su erupción. ¿Y dónde están los defensores de los pobres? ¿Dónde están aquellos húsares dispuestos a atravesar las montañas para salvarlos de los lobos? Te diré dónde están: sentados a la mesa con el clan, dándose un festín y tramando sus triunfos, como anoche. Todas las tribus están aliadas, como si fueran una sola: mafia, Iglesia y Estado. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Leo tiene que aprender a, ¿cómo lo diría yo?, venerar esta verdad.

»—No lo hará —digo—. No lo hará jamás.

»—Me desconciertas, Tosca; me desconcierta lo sabia que eres. Entonces ¿no hay nada que hacer?

»—Es usted el que dice que no hay nada que hacer, el que dice que todas las tribus están aliadas. Leo es su propia tribu y, si hay algo que hacer, él lo hará. Ni usted ni yo. Recuerdo que hace años me dijo que sería usted quien rescatara a Leo cuando flaqueara y añadió: "porque flaqueará". Me prometí entonces que sería yo, y no usted, la que estuviera lo bastante cerca para sostenerlo. Los dos nos equivocamos; los dos fuimos presuntuosos, ¿no le parece? Ahora sé que Leo no flaqueará jamás, pero usted, don Cosimo, ¿ha flaqueado usted? ¿Qué lugar ocupa usted en toda esta jerarquía?

»Que me haya dirigido a él de manera formal, algo que no hago habitualmente, hace que me mire con severidad.

»—El único lugar que ocupo es el de confesor del príncipe. Debido a mis propias crisis de fe y a lo que he hecho y a lo que me he negado a hacer como consecuencia de tales crisis, he perdido la mayor parte de mis demás obligaciones y derechos asociados con mi ordenación. Si la curia todavía no me ha apartado del sacerdocio ha sido sólo por Leo, porque él tiene conocimiento cabal e indiscutible de determinados hechos y prácticas de la curia, y también por su apoyo generoso a la parroquia, a la diócesis, en forma de fondos y favores (tal vez incluso silencios) que ellos saben que él dejaría de prestar si me despojaran de los hábitos. Como ves, querida Tosca, la Santa Madre Iglesia es la única prostituta que hay de verdad en Sicilia. Sabes muy bien que opino que Leo es insensato e imprudente y, sin embargo, estoy con él. Siempre seré leal a Cándido.

C
APÍTULO
XIV

—Después de su reunión con el clan, Leo a menudo se mantenía alejado de mí y, cuando estábamos juntos, yo sentía la distancia entre nosotros incluso más que cuando se iba a dar un paseo a caballo él solo o cuando, tras cerrar la puerta con llave, se pasaba horas encerrado en la biblioteca. Cuando se decidió a hablar, habló de su temor. No lo hizo de forma ostensible, claro está, sino que lo disimuló bajo aspectos prácticos falsos: "Debemos dejar de salir a pasear a caballo por la mañana, porque hay muchísimo que hacer en el
borghetto
", me decía, cuando era evidente que, una vez puestos en su sitio y en funcionamiento los nuevos sistemas, los campesinos cada vez tenían menos necesidad de nosotros. Por ejemplo, la eficacia y el rendimiento se habían incrementado en los campos a un ritmo casi incalculable. Los campesinos tenían mejor alojamiento, mejor alimentación, mejor ropa y mejor atención de la que la mayoría de ellos había tenido en toda su vida. Dejando intactos aquellos aspectos fundamentales, los dos programas que más interesaban a Leo a continuación, es decir, la escuela y la enfermería, también prosperaban.

»Cosettina había mejorado tanto en sus estudios y había manifestado tantas ganas de asumir el puesto de maestra, que, el día que cumplió diecisiete años, Leo le regaló una cartera pequeña y delgada de piel de avestruz con sus iniciales grabadas. En el interior había una carta de felicitación para la nueva maestra de la escuela del
borghetto
. A mí me habían promovido al puesto de narradora de cuentos de los sábados por la mañana.

»Hasta mi presencia semanal en la enfermería ya resultaba superflua, porque las consultas del médico se habían incrementado a tres veces por semana y el Estado había comenzado a enviar enfermeras y asistentes sociales para colaborar con él y, según mis sospechas, para reunir información. Los rumores sobre el
borghetto
del príncipe Leo y sus programas nuevos habían atravesado discretamente el estrecho y habían subido por la península.

»Para rebatir la insistencia de Leo en que los campesinos cada vez nos necesitaban más, yo le recordaba que lo que él pretendía era que desarrollaran su independencia y él estaba de acuerdo; entonces tejía otro velo: "Tengo que descansar más, Tosca. Y tú,
amore mio
, tienes que reanudar tus estudios de los clásicos. Yo estoy descuidando mis negocios y debo ser más diligente con los abogados, los contables y los asesores agrícolas. Después de todo, tengo que dirigir una
finca
", solía decirme, fijando su mirada en algún punto situado por encima y a la izquierda de la mía.

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