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Authors: Marlena de Blasi

Tags: #Biografía, relato, romántico

Un verano en Sicilia (24 page)

BOOK: Un verano en Sicilia
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»—Me he hecho las maletas yo misma para este viaje en particular —había dicho y su risa tintineó como una cucharilla de plata que rebota sobre un suelo de mármol.

»Se arrellanó en la cama con mucho cuidado, me deseó buena salud y, si tenía el corazón fuerte que ella pensaba que yo tenía, me deseó mucho amor. Estuvimos allí sentados, envueltos por el aroma del neroli y el de las velas y el de aquella noche clara de febrero, mientras yo insistía en que debía cerrar la ventana, que hacía demasiado frío y que cogería una pulmonía y después los dos reímos y los dos lloramos.

»—La he dejado abierta para que no tuviera que llamar —dijo.

»Entonces me pidió que cogiera este bolsito del bolsillo interior de su maleta. Así lo hice y se lo pasé, pero ella dobló sus dedos largos sobre mi mano.

»—Es para ti, Leo, para que se lo des a la mujer que ames. Confío en que entiendas que no es mi intención dárselo a la
grisette
tonta con la que te has casado. No me importa ni un ápice cómo dividáis el resto de mis tesoros, pero te pido que esto lo conserves para ti, por si alguna vez te enamoras.

»Apartó la mirada entonces y se quedó callada, mientras hacía girar la alianza que llevaba en el dedo en una dirección y después en la otra, como si tratara de recordar los números de una combinación.

»—Sigo sin saber si desearte amor o desearte que el amor no te encuentre jamás, porque se sufre mucho en cualquiera de los dos casos. La esmeralda perteneció a mi madre y antes a la suya. No te puedo decir que traiga suerte, ni salud ni ninguno de estos dones tan difíciles de conseguir. Lo único que te digo es que me ha acompañado todos los días de mi vida desde los quince años. Sentir su peso alrededor de mi cuello siempre me ha servido de consuelo, como una especie de contrapeso, diría yo. Por favor, guárdame la esmeralda en un lugar seguro, Leo; guárdala bien hasta que la encuentres. Ella comprenderá lo que ha significado para mí; estoy segura de que lo hará. Hay algo más que quiero decirte, Leo. Ya sabes que he estado y sigo estando en contra de que tu padre abusara de tu generosidad. Fue demasiado pedirte que te casaras e ingresaras en aquella pandilla de
arrivistes
. Federico siempre había sido compañero de juegos de azar de tu padre en los balnearios y es posible que haya contribuido a arruinarlo; yo nunca he sabido toda la verdad. Pedirte que lo salvaras, que pagaras sus deudas, que liberaras nuestros bienes y nuestras tierras de las garras asquerosas de los buitres que batieron las alas a nuestro alrededor durante todos aquellos años, pedirte que hicieras todo eso fue lo que lo mató. No fue casualidad que muriera apenas unas semanas después de que todo se arreglara. En definitiva, te pidió que salvaras el patrimonio para ti. Tu padre no era malo, pero era débil, un hombre débil al que amé demasiado.

»Volvió a reír con aquella risa argentina y rio quedamente, como tintinean unas campanillas en la niebla. Me acercó a ella, me besó los ojos y me dijo que la dejara. Dijo que ella jamás me dejaría. Cuando ella lo quiso y de la manera en que ella quiso, murió aquella noche. Murió un mes y dos días antes de que yo fuera a buscarte para traerte al palacio y más de una vez he pensado que había sido ella la que te envió a mí. Es justo que te lo dé a ti. Tú eres la novia de su hijo. Es tu collar de boda, Tosca. Ojalá pudieras tener la boda que corresponde al collar. Tienes en mí a un esposo devoto, pero no tendrás boda. ¡Ojalá pudiera cambiar las cosas! A veces me atormenta pensar que sólo te puedo ofrecer esta media vida.

»Leo se levanta del
divanetto
, se alisa el pelo y pasea por la habitación.

»—Debo encontrar una manera de que estemos juntos y en paz en algún sitio; lejos de las amenazas y lejos de toda simulación y, si no lo consigo, debes marcharte, Tosca. Sí, debes irte de aquí y salvarte de todos nosotros, de todos ellos.

»—Es el consejo más extraño que un esposo haya dado jamás a su esposa recién desposada: que debe marcharse y salvarse. ¿No lo entiendes, Leo? Yo ya soy parte de la simulación; ya formo parte del "nosotros". Puede que, como Isotta, yo sea la heroína de tu historia; entonces ¿por qué quieres que huya?

»Él sigue dando vueltas por la habitación y yo prosigo:

»—No me gusta tanto este aspecto tuyo. Cuando te pones en el papel de príncipe barroco trágico, me dan ganas de pegarte o de reírme de ti. ¿No te alcanza, Leo? ¿Por qué siempre tienes que querer más? A pesar de su tendencia a ser desagradable, Simona ha tenido un comportamiento digno de admiración en las circunstancias extraordinarias que hemos creado en esta casa.

»—Ni por un momento ha considerado ella que soy suyo. No es que, por una cuestión de cortesía, ella me haya entregado a ti. Una boda era lo que ella quería de mí; eso y unos hijos legítimos de linaje aristocrático. Jamás he sido más que un reproductor legítimo y dispuesto y, desde que nació Charlotte y los médicos aconsejaron a Simona que no tuviera más hijos, ni una sola vez ha respondido a mis insinuaciones, aunque no fueran del todo sinceras, y desde luego no ha hecho ninguna. No tengo mucho que admirar en Simona, salvo que recuperara su urbanidad, su actitud distante de esteta.

»—No estoy sugiriendo que la veneremos, Leo. Dejando aparte las circunstancias de vuestro matrimonio o lo que pasó después, sois marido y mujer y vivís juntos en este palacio con vuestras hijas y con tu pupila, que ahora es tu amante. ¿No supone esto suficiente compromiso y complicación, sin tratar de enredarlo más? Cuando queremos más de una persona o incluso de una idea o de una cosa, entonces nos metemos en dificultades. Ese poquito más es lo que, al final, estropea todo el resto. Es posible que, como yo he comenzado con tanto menos que tú, me conforme con esta vida y le esté agradecida, a pesar de sus momentos extraños o dolorosos.

»Vuelve a ocupar su puesto sobre el
divanetto
, medio reclinado, y cierra los ojos.

»—Supongo que es suficiente. Lo supongo, Tosca. Puede ser que todo siga igual durante mucho tiempo, pero puede ser que no, y ahora no estoy hablando de Simona, ¿comprendes?

»Me levanta del escabel y me apoya junto a él, extendida sobre el pequeño sofá, mi pecho contra el suyo. Habla en un susurro, con la barbilla apoyada en mi coronilla:

»—Si por algún motivo yo ya no siguiera aquí, debes prometerme que te marcharás del palacio. Prométeme que te marcharás de inmediato. No pienses que puedes seguir viviendo aquí, en medio de esta serenidad monástica, si no estoy aquí para garantizarla.

»Me aparto de Leo.

»—¿Qué quieres decir con eso de "si ya no siguiera aquí"? ¿Me vas a decir que tienes tierras que dividir y repartir en algún lugar de Francia o de España? Había una rama de tu familia en algún lugar de Andalucía, ¿no es cierto?

»Como hice el día que conocí a Leo y como haré siempre, cuando tengo miedo me sale la vena sarcástica. Ahora soy yo la que se pone a dar vueltas por la habitación y, casi a gritos, pregunto:

»—¿Y adónde se supone que me vaya en caso de producirse este acontecimiento mítico de tu desaparición? ¿Tienes decidido eso también?

»—Ya no eres una niña o, como ya me has dicho bastantes veces, nunca lo has sido, aunque en muchos sentidos has estado protegida como si lo fueras, pero eres fuerte, Tosca. Puedes organizar tu vida como quieras y sobre todo si no careces de fondos. El resto de tus regalos de boda están en manos de Cosimo. Le he dado instrucciones y estipulaciones. Dondequiera que decidas irte, debes mantenerlo al corriente y, llegado el momento, él te ayudará a encontrar tu camino.

»Con voz más serena, digo:

»—No entiendo nada de esto. Así no vamos a ninguna parte. ¿Estás hablando de la eventualidad de tu muerte?

»—No. Sí, pero no sólo eso.

»—¿Acaso la eventualidad de tu muerte es parte del motivo por el cual mantienes tus intenciones de dividir en parcelas estas tierras? ¿Es parte del motivo por el cual hablas de enviar a los niños a escuelas en las aldeas, de desmontar la enfermería y enviar a los niños en camiones a Enna para las revisiones, de tomar medidas para que los campesinos de más edad se trasladen a hogares de ancianos? Justo cuando parecía que todo iba tan bien, propones aún más cambios. ¿Crees que vas a morir? ¿Es eso? Y por eso, como la tierra a los campesinos, me entregas a mí joyas y dinero. Es eso, ¿verdad? Te estás preparando para algún tipo de partida, ¿no? Pero no creo que sea tu muerte. Te vas a escapar, ¿es eso? El clan, tu esposa, tus hijas, tus campesinos, tu amante, tus ideales, la historia, las propiedades, la pasión, la belleza y la traición. Conozco el laberinto, Leo. Lo conozco desde hace más tiempo y puede que mejor que tú.

»—No lo dudo y no me estoy preparando para escaparme.

»—¿Te estás preparando para suicidarte? Por el amor de Dios, explícamelo todo.

»—No te lo puedo explicar, porque ni yo mismo lo entiendo. Sólo quiero estar a la expectativa; intento estar vigilante. Eso es lo primero que quería decirte y lo segundo es que, incluso considerando tu noble actitud sobre lo afortunados que somos y lo contentos que deberíamos estar, no creo que pueda, al menos no podré por todo el resto de mi vida, seguir viviendo sólo momentos aislados de libertad. Es extraño que yo hable de moralidad y sin embargo es precisamente lo que voy a hacer: me parece inmoral que sigamos como estamos. Nunca pensé que me enamoraría de la pequeña Tosca y porque mi amor por ti es tan puro estoy tratando de prepararte para una vida sin mí. Es muy posible que tú sepas algunas cosas mejor que yo, pero creo que soy experto en mi comprensión de la naturaleza de nuestra raza. Sé que, si nos damos a la fuga, un
fiutino
, juntos y desaparecemos, llegará un momento, antes o después, en que te sentirás totalmente abatida por la culpa. Que la culpa sea infundada no la volverá menos dolorosa. Te sentirás responsable de apartarme de mi vida, por poco sentido que hubiese tenido mi vida antes de ti y por poco que tendría sin ti y sin nuestro trabajo juntos; te sentirás infame. La libertad que consigamos huyendo la perderemos en la separación impuesta por la sociedad que nos veríamos obligados a guardar. En el mundo, viviríamos en otra forma de distanciamiento. En el mundo, nos juzgarían y nos recordarían, aunque fuese sutilmente, nuestras imprudencias. Si en el pasado te afligían los cuchicheos, te destrozaría lo que podrías llegar a oír si alguna vez salimos de aquí juntos.

»Vuelve a reclinarse; cierra los ojos y, a la luz de la lámpara, está pálido como el mármol. Finalmente, dice:

»—Tienes razón. Así no vamos a ninguna parte. No quiero que las cosas sigan como están y sin embargo no encuentro la manera de volver a comenzar. ¿Quién sabe lo que nos puede ocurrir a nosotros o a Simona o…? No lo sé.

»Se yergue de golpe y dice:

»—He pensado en el suicidio. Sería la forma más galante de salvarte de ellos y de mí. Te verías obligada a emprender tu propia vida. La idea del suicidio incluso puede llegar a echar raíces durante una hora o algo así, hasta que me acuerdo de algo más que quisiera contarte o enseñarte o hasta que sale el sol e imagino que te despiertas, con las trenzas deshechas y tus ojos del color del mar verde claro. Conozco los ocho pasos largos que te llevan hasta la puerta de tu cuarto de baño y la canción que cantas mientras el agua cae a chorros en la bañera y conozco los pasos más cortos y más rápidos que das, con el cuerpo todavía húmedo y las puntas del cabello goteando, al regresar a la cama para secarte contra mí. Te conozco demasiado para ser capaz de dejarte para siempre, Tosca. Además, aparte de ti, pensar en Yolande y en Charlotte me impide ser tan indulgente conmigo mismo como para matarme. Aunque siento poco amor paternal, sí que me siento responsable como padre, de modo que no les legaré a ellas nada de este asunto macabro ni a ti tampoco.

»Ninguno de los dos habla más y, durante un largo rato, nos quedamos sentados así, en silencio, distantes el uno del otro, hasta que digo:

»—Isotta tenía razón sobre no saber si desearte amor o desearte que el amor no te encuentre jamás, porque se sufre mucho en cualquiera de los dos casos. ¿No sufrías antes de este amor nuestro y no sufres ahora a consecuencia de él?

»—Sí.

»—¿Conque ahora todo se reduce a elegir el tipo de dolor que preferimos? ¿Como elegir lo que te apetece beber? ¿Es esta una síntesis adecuada de lo que te ofrece la vida?

»—Tal vez sí.

»—¿Así que siempre serás desdichado en tu dicha? Es lo que estoy empezando a creer con respecto a ti, Leo, y eso me asusta mucho más que ellos. ¿Te das cuenta? He adoptado tu costumbre de no nombrarlos siquiera. Pues bien, déjame decirlo en voz alta. Tú y tus obsesiones me asustáis más de lo que me asusta el clan. Lo peor que podrían hacer es matarme a mí, matarte a ti, pero la amenaza puede ser mucho mayor. Insistes en que nos quedemos sentados, reconozco que con gracia, como las presas en un hoyo a la espera de los lobos. Eso de estar atentos por si los oímos cuando atravesamos los prados o de buscarlos incluso entre los limoneros… Has reducido nuestra existencia a una especie de vagabundeo.

»—Cosimo tiene razón: eres implacablemente lúcida.

»—Por usar la misma palabra, creo que soy más lúcida que tú en este momento. Volvamos a la pregunta sobre la belleza: ¿cuánta belleza crees que es suficiente para una vida? ¿Y cómo se mide la belleza? ¿Cómo se debe envolver y cómo se ha de repartir? La verdad es que probablemente ya hayamos vivido más belleza de la que nos corresponde, más de la que muchos consiguen en toda la vida, quiero decir. Sin embargo, es posible que no hayamos agotado nuestra porción. Corramos el riesgo, Leo. Demos un paseo a caballo mañana por la mañana; vayamos a la
locanda
y tocaré
Le cygne
para ti y bebamos el té tibio junto al fuego y durmamos sobre la alfombra rojo oscuro con las rosas amarillas.

»—Iré a buscar la maldita alfombra de la
locanda
para que podamos dormir en ella aquí.

»—Sabes que no es lo mismo. Es hora de dejar de tenerles miedo, Leo. Si te quieren a ti o me quieren a mí o nos quieren a los dos, nos tendrán. Dejemos de prepararnos para la muerte. La única manera de salir del laberinto es recuperar nuestra vida.

C
APÍTULO
XV

—Sin embargo, no recuperamos nuestra vida. Como si tuviese una piedra atada a la espalda, trato de quitarle a Leo el temor:

»—Déjame ayudarte. Sé cómo ocuparme de esto. Puedo ayudarte a quitártelo de encima —le digo, pero el temor me afecta a mí también.

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