Authors: Ira Levin
—Lo que dice Lila es cierto —reconoció Rey—. Creo que todos tenemos momentos en los que deseamos que hubiera algún lugar adonde pudiéramos ir, algún asentamiento o colonia donde pudiéramos ser nuestros propios dueños...
—No yo —dijo Copo de Nieve.
—Y, puesto que este lugar no existe —siguió Rey—, sí, a veces nos sentimos infelices. No tú, Copo de Nieve; lo sé. Con raras excepciones como Copo de Nieve, ser capaz de sentir felicidad parece significar ser también capaz de sentir infelicidad. Pero, como ha dicho Gorrión, cualquier sentimiento es mejor y más sano que ninguno en absoluto; y los momentos infelices tampoco son tan frecuentes.
—Lo son —dijo Lila.
—Oh, tonterías —dijo Copo de Nieve—. Dejemos ya de hablar acerca de la infelicidad.
—No te preocupes, Copo de Nieve —dijo la mujer al otro lado de la mesa, Gorrión—; si se pone en pie y echa a correr, no podrá ir muy lejos antes de que le atrapes.
—Ja, ja, odio, odio —dijo Copo de Nieve.
—Copo de Nieve, Gorrión —reprendió Rey—. Bien, Chip, ¿cuál es tu respuesta? ¿Deseas ver reducidos tus tratamientos? Se hace a pasos; el primero es fácil, y si no te gusta cómo te sientes dentro de un mes a partir de ahora, puedes ir a tu consejero y decirle que fuiste infectado por un grupo de miembros muy enfermos a los que desgraciadamente no puedes identificar.
Al cabo de un momento, Chip dijo:
—De acuerdo. ¿Qué tengo que hacer? —Sintió que Copo de Nieve apretaba fuertemente su brazo.
—Bien —susurró Quietud.
—Espera un momento, estoy encendiendo mi pipa —dijo Rey.
—¿Estáis fumando todos? —preguntó Chip. El olor a quemado era intenso, secaba sus fosas nasales y hormigueaba en toda su nariz.
—No en este momento —dijo Quietud—. Solamente Rey, Lila y Leopardo.
—Pero todos lo hemos estado haciendo —dijo Copo de Nieve—. No es una cosa que hagas continuamente; lo haces durante un rato y luego paras durante otro.
—¿Dónde conseguís el tabaco?
—Lo cultivamos nosotros —dijo Leopardo con voz complacida—. Quietud y yo. En el parque.
—¿En el parque?
—Exacto —dijo Leopardo.
—Tenemos dos parcelas sembradas —dijo Quietud—, y el domingo pasado encontramos un lugar para una tercera.
—¿Chip? —dijo Rey, y Chip volvió la cabeza hacia él y escuchó—. Básicamente, el primer paso es sólo un asunto de actuar como si estuvieras siendo supertratado: trabajando más despacio, siendo lento en los juegos, en todo..., siendo un poco más lento, no llamativamente. Un día cometes un pequeño error en tu trabajo, y otro unos cuantos días más tarde. Y sé poco enérgico en el sexo. Lo único que tienes que hacer es masturbarte antes de ir al encuentro de tu amiga; de esta forma fracasarás convincentemente.
—¿Masturbarme?
—Vaya, he aquí a un miembro completamente tratado, completamente satisfecho —dijo Copo de Nieve.
—Llegar al orgasmo con ayuda de tu propia mano —explicó Rey—. Y luego no te muestres demasiado preocupado cuando no lo consigas con tu amiga. Deja que sea ella quien se lo diga a su consejero, tú no se lo digas al tuyo. No te muestres demasiado preocupado por nada, los errores que cometas, el llegar tarde a las citas o lo que sea; deja que sean los demás los que se den cuenta e informen de ello.
—Finge dormirte durante la televisión —dijo Gorrión.
—Te quedan diez días hasta tu próximo tratamiento —dijo Rey—. Si haces lo que te hemos dicho, en la reunión de la próxima semana con tu consejero éste te preguntará acerca de tu torpor general. No te muestres preocupado. Debes parecer apático. Si sabes hacerlo bien, los depresivos de tu tratamiento serán ligeramente reducidos, lo suficiente como para que, dentro de un mes a partir de ahora, te sientas ansioso por saber cuál es el segundo paso.
—Parece bastante fácil —dijo Chip.
—Lo es —respondió Copo de Nieve, y Leopardo añadió:
—Todos nosotros lo hemos hecho; tú también puedes hacerlo.
—Hay un peligro —dijo Rey—. Aunque tu tratamiento puede ser ligeramente más débil de lo habitual, sus efectos en los primeros días seguirán siendo fuertes. Sentirás revulsión hacia lo que has hecho, y el imperioso deseo de confesarlo todo a tu consejero y recibir un tratamiento más fuerte que nunca. No hay ninguna forma de decir si serás capaz o no de resistir a ese deseo. Nosotros lo fuimos, pero otros no. Durante este último año hemos dado esta misma charla a otros dos miembros; consiguieron la reducción, pero lo confesaron todo uno o dos días después de su tratamiento.
—¿No se mostrará suspicaz mi consejero cuando muestre esa apatía? Debe haber oído lo mismo de algunos otros miembros.
—Sí —dijo Rey—, pero hay apatías reales, cuando las necesidades de depresivos de un miembro se reducen de forma natural, por lo que si actúas convincentemente te saldrás con la tuya. Es la necesidad de confesar lo que debe preocuparte.
—No dejes de decirte a ti mismo —ésa era Lila— que es un producto químico el que te hace pensar que estás enfermo y que necesitas ayuda, un producto químico que te fue inyectado sin tu consentimiento.
—¿Mi consentimiento? —murmuró Chip.
—Sí —dijo la mujer—. Tu cuerpo es tuyo, no de Uni.
—El que confieses o lo retengas todo para ti mismo —dijo Rey— depende de lo fuerte que sea la resistencia de tu mente a la alteración química, y ahí no hay mucho que puedas hacer, de una u otra forma. Sobre las bases de lo que sabemos de ti, diría que tienes bastantes posibilidades.
Le dieron algunos otros datos sobre la técnica de fingir apatía —saltarse una o dos veces su galleta total del mediodía, irse a la cama antes del último campanilleo—, y luego Rey sugirió que Copo de Nieve lo llevara de vuelta al lugar donde se habían encontrado.
—Espero volver a verte de nuevo, Chip —dijo—, sin el vendaje.
—Yo también lo espero —respondió Chip. Echó su silla hacia atrás.
—Buena suerte —dijo Quietud. Gorrión y Leopardo le hicieron eco. Al cabo de un momento Lila dijo al fin:
—Buena suerte, Chip.
—¿Qué ocurrirá si resisto el deseo de confesar?
—Nosotros lo sabremos —respondió Rey—, y uno de nosotros se pondrá en contacto contigo unos diez días después del tratamiento.
—¿Cómo lo sabréis?
—Lo sabremos.
Copo de Nieve sujetó su brazo.
—De acuerdo —dijo Chip—. Gracias a todos.
Respondieron «De nada», «Eres bienvenido aquí, Chip» y «Encantados de ayudarte». Algo sonó extraño a sus oídos, y entonces, mientras Copo de Nieve lo sacaba de la habitación, se dio cuenta de que lo raro era que ninguno de ellos había dicho «Gracias a Uni».
Caminaron lentamente. Copo de Nieve sujetaba su brazo no como una enfermera, sino como una muchacha caminando con su primer amigo.
—Es difícil de creer —dijo Chip— que todo lo que puedo sentir y ver ahora... no sea todo lo que existe.
—No lo es —respondió ella—. Ni siquiera la mitad. Ya lo descubrirás.
—Eso espero.
—Lo harás. Estoy segura de ello.
Él sonrió y dijo:
—¿Estabais seguros de los otros dos miembros que lo intentaron y no lo consiguieron?
—No —respondió ella. Y añadió—: Sí, yo estaba segura de uno, pero no del otro.
—¿Cuál es el segundo paso? —quiso saber Chip.
—Será mejor que superes antes el primero.
—¿Hay más de dos?
—No. Si los dos funcionan, te proporcionan una reducción importante. Es entonces cuando empiezas realmente a vivir. Hablando de pasos, cuidado: hay tres escalones ascendentes delante mismo de nosotros.
Los subieron, y siguieron andando. Estaban de vuelta en la plaza. Todo estaba en un completo silencio, incluso la brisa había desaparecido.
—El joder es la mejor parte —dijo Copo de Nieve—. Se convierte en algo mucho mejor, más intenso y excitante, y serás capaz de hacerlo casi cada noche.
—Es increíble.
—Y, por favor, recuerda —siguió ella— que yo soy la que te encontró. Si te descubro mirando siquiera a Gorrión, te mato.
Chip se sobresaltó, y se dijo a sí mismo que no debía ser estúpido.
—Perdona —dijo ella—; si lo hiciera, actuaría agresivamente contra ti. Maxiagresivamente.
—No te preocupes —respondió él—. No me he sentido afectado.
—No mucho.
—¿Qué hay de Lila? —preguntó Chip—. ¿A ella puedo mirarla?
—Todo lo que quieras. Está enamorada de Rey.
—¿De veras?
—Con una pasión pre-U. Él es quien inició el grupo: primero ella, luego Leopardo y Quietud, más tarde yo, y por último Gorrión.
El sonido de sus pasos se hizo más fuerte y resonante. Ella lo detuvo.
—Ya hemos llegado —dijo. Chip sintió que sus dedos se agitaban a un lado de su vendaje; bajó la cabeza. Ella empezó a desenrollar la venda, y la piel que fue quedando al descubierto se enfrió instantáneamente. Terminó de retirar la venda, y finalmente quitó los algodones de encima de sus ojos. Chip parpadeó y los abrió mucho.
Ella estaba muy cerca de él a la luz de la luna, mirándole de una forma que parecía desafiante mientras se metía el vendaje en el bolsillo de su mono del medicentro. Había vuelto a colocarse su pálida máscara..., pero Chip, impresionado, se dio cuenta de que no era una máscara; era su rostro. Su piel era pálida. Más pálida que la de ningún miembro que hubiera visto nunca, excepto la de los que estaban a punto de cumplir los sesenta. Era casi blanca. Casi tan blanca como la nieve.
—La máscara encaja perfectamente —dijo ella.
—Lo siento —murmuró él.
—No importa —respondió ella, y sonrió—. Todos somos un poco extraños. Tú tienes un ojo verde. —Tendría unos treinta y cinco años, rasgos angulosos y una expresión inteligente. Su pelo parecía recién cortado.
—Lo siento —repitió Chip.
—Dije que no importa.
—¿Se supone que debes dejarme ver cuál es tu aspecto?
—Te diré una cosa —dijo lentamente ella—. Si no consigues pasar la prueba, me importa una pelea que todo el grupo sea normalizado. De hecho, creo que lo preferiría. —Sujetó la cabeza de él con las dos manos y le besó. Su lengua hurgó entre sus labios, se introdujo en su boca y una vez dentro se movió hábilmente en ella. Mantuvo su cabeza firmemente sujeta, apretó sus ingles contra las de él y las agitó con un movimiento circular. Chip notó la respuesta de su rigidez y apretó la espalda de ella con ambas manos. Su lengua se agitó tentativamente contra la de ella.
Ella se apartó un poco.
—Considerando que estamos a media semana —dijo—, me siento animada.
—Cristo, Marx, Wood y Wei —murmuró él—. ¿Es así como besáis todos vosotros?
—Sólo yo, hermano —dijo ella—; sólo yo.
Lo hicieron de nuevo.
—Ahora vuelve a casa —indicó ella—. No toques ningún escáner.
Chip se apartó un poco.
—Te veré el mes próximo —dijo.
—Será peleonamente mejor que lo hagas —respondió ella—. Buena suerte.
Chip salió de la plaza y se encaminó hacia el Instituto. Miró una vez hacia atrás. Sólo había pasadizos vacíos entre los lisos edificios blanqueados por la luna.
Bob RO, sentado tras su escritorio, alzó la vista y sonrió.
—Llegas tarde —dijo.
—Lo siento —respondió Chip. Se sentó.
Bob cerró una carpeta blanca con una etiqueta roja pegada a su tapa.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
—Estupendo —dijo Chip.
—¿Has pasado una buena semana?
—Mmm...
Bob lo estudió por un instante, con un codo apoyado en el brazo de su sillón, frotándose con los dedos un lado de su nariz.
—¿No hay nada en particular de lo que desees hablar? —quiso saber.
Chip guardó unos instantes de silencio, luego movió la cabeza en un gesto de negación.
—No —dijo.
—He oído decir que pasaste la mitad de la tarde de ayer haciendo el trabajo de otro.
Chip asintió.
—Tomé una muestra de la sección equivocada de la caja ETD —dijo.
—Entiendo —dijo Bob con una sonrisa, y gruñó.
Chip le miró interrogadoramente.
—Se trata de un chiste —dijo Bob—. ETD: entiendo.
—Oh —dijo Chip, y sonrió también.
Bob apoyó la barbilla en una mano y dejó que el costado de uno de sus dedos acariciara lentamente sus labios.
—¿Qué ocurrió el viernes? —preguntó.
—¿El viernes?
—Algo acerca de utilizar un microscopio equivocado.
Chip pareció desconcertado por unos instantes.
—Bueno —dijo—. Sí. En realidad no lo sé. Pero sólo entré en la cámara. No cambié ninguno de los ajustes.
—Parece que no ha sido una semana muy buena —dijo Bob.
—No, supongo que no —admitió Chip.
—Paz SK dice que tuviste problemas el sábado por la noche.
—¿Problemas?
—Sexualmente.
Chip negó con la cabeza.
—No tuve ningún problema —dijo—. Simplemente no estaba de humor, eso es todo.
—Ella dice que intentaste una erección y no lo conseguiste.
—Bueno, pensé que debía intentarlo, en consideración hacia ella, pero no estaba de humor.
Bob lo observó atentamente, sin decir nada.
—Estaba cansado —aclaró Chip.
—Parece que últimamente has estado muy cansado. ¿Es por eso por lo que no asististe a la reunión de tu club de fotografía el viernes por la noche?
—Sí —admitió Chip—. Me fui temprano a casa.
—¿Cómo te sientes ahora? ¿Cansado?
—No. Me siento bien.
Bob le miró de nuevo fijamente, luego se enderezó en su silla y sonrió.
—De acuerdo, hermano —dijo—; toca y vete.
Chip apoyó su brazalete sobre el escáner del telecomp de Bob y se puso en pie.
—Nos veremos la semana próxima —dijo Bob.
—Sí.
—A la hora.
Chip, que ya se dirigía hacia la puerta, se volvió de nuevo y dijo:
—¿Perdón?
—A la hora la próxima semana —repitió Bob.
—Sí, claro. —Se volvió de nuevo y salió del cubículo.
Pensó que lo había hecho bien, pero no había ninguna forma de saberlo, y a medida que se acercaba su tratamiento su ansiedad crecía. Aquel significativo aumento de sus sensaciones era más intrigante a cada hora que pasaba, y Copo de Nieve, Rey, Lila y los otros se volvían cada vez más atractivos y admirables. ¿Qué importaba que fumaran tabaco? Eran miembros felices y sanos —¡no, gente, no miembros!— que habían hallado una forma de escapar de la esterilidad, la uniformidad y la universal eficiencia mecánica. Deseaba verles y estar con ellos. Quería besar y abrazar la palidez única de Copo de Nieve; hablar con Rey como a un igual, de amigo a amigo; saber más de las extrañas pero provocativas ideas de Lila. «Tu cuerpo es tuyo, no de Uni»... ¡Vaya cosa inquietantemente pre-U de decir! Si había alguna base para ello, podía tener implicaciones que tal vez le condujeran a..., no podía pensar qué. ¡Un brusco y enorme cambio de algún tipo en su actitud hacia todo!