Un día perfecto (12 page)

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Authors: Ira Levin

BOOK: Un día perfecto
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Jesús HL se reclinó en su asiento y estudió el impreso del informe. Los dos médicos permanecieron a un lado del escritorio, observándole. Chip intentó mostrarse curioso pero no preocupado. Estudió a Jesús HL por un momento, luego miró el escritorio. Había papeles de toda clase apilados y esparcidos, y unos cuantos sobre un telecomp antiguo en una caja rozada. Un portalapiceros lleno de plumas y reglas de cálculo medio tapaba una foto enmarcada de Jesús HL, más joven, sonriendo frente a la cúpula de Uni. Había dos pisapapeles de recuerdo, uno cuadrado, muy poco usual, de CHI61332, y otro redondo de ARG20400; ninguno de ellos pisaba ningún papel.

Jesús HL examinó la tablilla de arriba abajo, separó el impreso de ella y leyó la parte de atrás.

—Lo que me gustaría hacer, Jesús —dijo la mujer—, es tenerlo aquí esta noche, y repetir algunas de las pruebas mañana.

—Una pérdida... —empezó a decir el hombre.

—O mejor aún —le interrumpió hablando más fuerte la mujer—, interrogarle bajo TP.

—Una pérdida de tiempo y material —dijo el hombre.

—¿Qué es lo que somos, médicos o analizadores de eficiencia? —preguntó secamente la mujer.

Jesús HL dejó la tablilla sobre la mesa y miró a Chip. Se levantó de la silla y rodeó el escritorio; los dos médicos se echaron rápidamente hacia atrás para dejarle pasar. Se detuvo delante de la silla de Chip, alto y delgado, llevaba el mono con la cruz roja manchado de amarillo.

Cogió las manos de Chip que estaban apoyadas en los brazos de su silla, las volvió hacia arriba y examinó las palmas, que brillaban de sudor.

Soltó una de las manos y sujetó la muñeca de la otra, con los dedos en el pulso. Chip se obligó a alzar la vista, aparentando despreocupación. Jesús HL le miró inquisitivamente por un momento y luego sospechó —no, supo—, y sonrió desdeñosamente mostrando su certeza. Chip se sintió vacío, derrotado.

Jesús HL sujetó la barbilla de Chip, se inclinó y le miró fijamente a los ojos.

—Abre los ojos tanto como puedas —dijo. Su voz era la de Rey. Chip lo miró fijamente.

—Así está bien —dijo Jesús HL—. Mírame como si hubiera dicho algo que te hubiera impresionado. —Era la voz de Rey, inconfundible. Chip abrió la boca—. No hables, por favor —dijo Rey-Jesús HL, apretando dolorosamente la mandíbula de Chip. Examinó fijamente los ojos de Chip, volvió su cabeza hacia un lado y luego hacia el otro. Finalmente lo soltó y retrocedió un paso. Se dirigió nuevamente detrás del escritorio y se sentó. Tomó la tablilla, la estudió brevemente, y se la tendió de vuelta a la mujer—. Te has equivocado, Anna —dijo—. Puedes estar tranquila. He visto a muchos miembros que estaban fingiendo; éste no lo hace. De todos modos, te recomendaré por tu preocupación. —Se dirigió al hombre—: Ella tiene razón, ¿sabes, Jesús?; debemos ser eficientes analizadores. La Familia puede permitirse malgastar un poco de tiempo y material cuando se halla en juego la salud de un miembro. ¿Qué es la Familia, al fin y al cabo, sino la suma de todos sus miembros?

—Gracias, Jesús —dijo la mujer con una sonrisa—. Me alegro de que estuviera equivocada.

—Pásale los datos a Uni —dijo Rey; se volvió y miró a Chip—. Conviene que nuestro hermano sea tratado adecuadamente a partir de ahora.

—Sí, enseguida. —La mujer hizo una seña a Chip. Éste se levantó de la silla.

Ambos abandonaron la oficina. En la puerta, Chip se volvió.

—Gracias —dijo.

Rey le miró desde detrás de su atestado escritorio. Sólo una mirada; ninguna sonrisa, ningún signo de amistad.

—Gracias a Uni —dijo.

Menos de un minuto después de regresar a su habitación, llamó Bob.

—Acabo de recibir el informe del Medicentro Principal —dijo—. Tus tratamientos estaban ligeramente desalineados, pero a partir de ahora serán exactamente los correctos.

—Estupendo —dijo Chip.

—Esta confusión y cansancio que has estado experimentando pasará gradualmente en una o dos semanas, y luego volverás a ser el de siempre.

—Eso espero.

—Seguro. Escucha, ¿quieres que te haga un repaso mañana, Li, o esperamos hasta el próximo martes?

—El próximo martes irá bien.

—Estupendo —dijo Bob. Sonrió—. ¿Sabes una cosa? Parece como si estuvieras ya un poco mejor.

—Me siento un poco mejor —admitió Chip.

3

Se sentía un poco mejor cada día, un poco más despierto y alerta, un poco más seguro de que la enfermedad era lo que había sufrido y la salud crecía en él día a día. El viernes —tres días después del examen— se sintió como se sentía normalmente el día antes del tratamiento. Pero sólo había pasado una semana desde el último tratamiento; todavía quedaban tres semanas por delante, amplias e inexploradas, antes del próximo. La treta había funcionado. Bob había sido engañado y el tratamiento reducido. Y el próximo, sobre las bases del examen, se vería más reducido aún. ¿Qué maravilla de sensaciones se abrirían ante él en cinco o seis semanas?

Aquel viernes por la noche, unos minutos después del último campanilleo, Copo de Nieve entró en su habitación.

—No te preocupes —dijo, mientras se quitaba el mono—. Sólo vengo a poner una nota en tu cepillo de dientes.

Se metió en la cama con él y le ayudó a quitarse el pijama. El cuerpo de Copo de Nieve era suave y dócil a sus manos y labios; más excitante que el de Paz SK o que el de cualquier otra mujer que hubiera conocido. Su cuerpo, mientras ella lo acariciaba, besaba y lamía, se estremecía más activamente que nunca, más lleno de deseo. Penetró fácilmente en ella —profundamente, acogedoramente—, y ambos hubieran alcanzado inmediatamente el orgasmo, pero ella lo retuvo, lo frenó, le hizo salir y volver a entrar de nuevo, situándose en una extraña pero efectiva posición, luego en otra. Durante veinte minutos o más se agitaron y buscaron, procurando hacer el menor ruido posible para que los otros miembros no les oyeran a través de los tabiques o en el piso de abajo.

Cuando terminaron, ella se apartó y dijo:

—¿Y bien?

—Bueno, ha sido tope velocidad, por supuesto —admitió él—, pero francamente, por lo que me dijiste, todavía esperaba más.

—Paciencia, hermano —sonrió ella—. Aún sigues siendo un inválido. Llegará un momento en que considerarás lo de esta noche como si nos hubiéramos dado la mano.

Él se echó a reír.

—Silencio —dijo ella.

La abrazó y la besó.

—¿Qué dice la nota de mi cepillo de dientes?

—El domingo por la noche a las once, en el mismo lugar que la última vez.

—Pero sin los ojos vendados.

—Sin los ojos vendados —confirmó ella.

Los vería a todos, a Lila y a los demás.

—Me estaba preguntando cuándo sería la próxima reunión —dijo.

—Me han dicho que te deslizaste por el segundo paso como un cohete.

—Querrás decir que fui tropezando durante todo el camino. No hubiera conseguido nada de no ser por... —¿Sabía ella quién era realmente Rey? ¿Tenía derecho a decírselo?

—¿De no ser por qué?

—De no ser por Rey y Lila —terminó—. Vinieron aquí la noche antes y me prepararon.

—Por supuesto —dijo ella—. Ninguno de nosotros lo hubiera conseguido de no ser por las cápsulas y todo lo demás.

—Me pregunto dónde las consiguen.

—Creo que uno de ellos trabaja en el medicentro.

—Eso lo explicaría —admitió. Ella no lo sabía. O lo sabía, pero no sabía que él lo sabía. De pronto se sintió irritado ante la necesidad de cautela que se había establecido entre ellos.

Copo de Nieve se sentó en la cama.

—Escucha —dijo—, me apena decir esto, pero no olvides que debes seguir como siempre con tu amiga. Mañana por la noche, quiero decir.

—Tiene a alguien nuevo —dijo él—. Tú eres mi amiga ahora.

—No, no lo soy. No los sábados por la noche. Nuestros consejeros se preguntarían por qué hemos ido a buscar a alguien de una casa distinta. Yo tengo a un encantador y normal Bob en el mismo pasillo de mi habitación, y tú debes encontrar a alguna encantadora y normal Yin o Mary. Pero si le das algo más que un orgasmo rápido, te romperé el cuello.

—Mañana por la noche no seré capaz de darle ni siquiera eso.

—Es cierto —admitió ella—; se supone que aún te estás recuperando. —Le miró seriamente—. Lo que quiero decir —prosiguió— es que tienes que recordar que no debes ser nunca demasiado apasionado, excepto conmigo, tan sólo debes mantener una sonrisa satisfecha entre el primer y el último campanilleo; trabajar intensamente en tu trabajo, pero no demasiado intensamente. Cuesta tanto mantenerse en un tratamiento bajo como conseguirlo. —Se tendió de espaldas a su lado e hizo que él la rodeara con un brazo—. Odio, daría cualquier cosa para poder fumar ahora.

—¿Es realmente tan agradable?

—Mmm... Especialmente en momentos como éste.

—Tendré que probarlo.

Permanecieron tendidos, hablando y acariciándose mutuamente durante un rato, luego Copo de Nieve intentó excitarlo de nuevo.

—Quien no lo prueba no lo consigue —dijo animosamente..., pero todos sus intentos fueron inútiles. Se fue hacia las doce—. El domingo a las once —dijo junto a la puerta—. Felicidades.

El sábado por la noche, en el salón, Chip conoció a una miembro llamada Mary KK cuyo amigo había sido transferido a Can aquella misma semana. La parte de su numnombre correspondiente al año de nacimiento era 38, o sea que tenía veinticuatro años.

Asistieron a una participación de canciones de pre-Marxvidad en el parque de la Igualdad. Mientras aguardaban sentados a que se llenara el anfiteatro, Chip miró atentamente a Mary. Su barbilla era ligeramente puntiaguda, pero por lo demás era completamente normal: piel bronceada, ojos castaños ligeramente rasgados hacia arriba, pelo negro cuidadosamente recortado, mono amarillo sobre su esbelto cuerpo delgado. Una de las uñas de sus pies, medio cubierta por la cinta de su sandalia, era de un descolorido púrpura azulado. Permanecía sentada sonriendo, contemplando el lado opuesto del anfiteatro.

—¿De dónde eres? —preguntó Chip.

—De Rus —dijo ella.

—¿Cuál es tu clasificación?

—Uno-cuarenta B.

—¿Y eso qué es?

—Técnico oftalmológico.

—¿Qué es lo que haces?

Se volvió hacia él.

—Coloco lentillas —dijo—. En la sección de niños.

—¿Te gusta?

—Por supuesto. —Le miró, insegura—. ¿Por qué me haces tantas preguntas? —quiso saber—. ¿Y por qué me miras como si..., como si nunca antes hubieras visto a un miembro?

—A ti nunca te había visto antes. Quiero conocerte.

—No soy diferente de cualquier otro miembro —dijo ella—. No hay nada inusual en mí.

—Tu barbilla es algo más afilada.

Ella se echó hacia atrás, con una expresión dolida y confusa.

—No pretendía molestarte —se apresuró a decir Chip—. Sólo quería señalar que hay algo inusual en ti, aunque se trate de algo de tan poca importancia.

Ella le miró escrutadoramente, luego desvió de nuevo la vista hacia el lado opuesto del anfiteatro. Movió la cabeza en un gesto de negación.

—No te comprendo —dijo.

—Lo siento —murmuró él—. Estuve enfermo hasta el martes pasado. Pero mi consejero me llevó al Medicentro Principal y allá lo arreglaron todo. Ahora ya estoy mejor. No te preocupes.

—Bien, eso es bueno —dijo ella. Al cabo de un momento se volvió y le sonrió alegremente—. Te perdono —dijo.

—Gracias —respondió él, y de pronto se sintió triste por ella.

Ella volvió a desviar la vista.

—Espero que cantemos
La liberación de las masas
—dijo.

—Lo haremos —le aseguró él.

—Me encanta. —Sonrió y empezó a tararearla.

Chip siguió mirándola, tratando de hacerlo de una forma que pareciera normal. Lo que ella había dicho era cierto: no era distinta de ningún otro miembro. ¿Qué significaba una barbilla un poco más afilada o la uña de un pie descolorida? Era exactamente igual que cualquier Mary, Anna, Paz o Yin que hubiera sido alguna vez su amiga: humilde y buena, dispuesta siempre a ayudar y a trabajar mucho. Sin embargo, le hacía sentirse triste. ¿Por qué? ¿Pasaría lo mismo con todos los demás, los miraría tan atentamente como estaba mirado a Mary, les escucharía tan atentamente?

Contempló a los miembros que había al otro lado, a las decenas de las filas de abajo, a las decenas de las filas de arriba. Todos eran como Mary KK, sonrientes y dispuestos a cantar sus canciones preferidas de Marxvidad; todos entristecedores, cada uno de los asistentes en el anfiteatro: los centenares, los miles, las decenas de miles. Sus rostros se alineaban en el gigantesco anfiteatro como bronceadas cuentas ensartadas, formando ristras en inconmensurables hileras ovaladas.

Los focos iluminaron la cruz dorada y la hoz roja en el centro del anfiteatro. Resonaron cuatro familiares notas de trompeta, y todo el mundo cantó:

Una Familia poderosa,

una única raza perfecta,

libre de todo egoísmo,

agresividad y codicia;

¡Cada miembro dando todo lo que tiene que dar

y recibiendo todo lo que necesita para vivir!

Pero no eran una Familia poderosa, pensó. Eran una Familia débil, digna de compasión, atontada por los productos químicos y deshumanizada por las pulseras. Uni era el poderoso.

Una Familia poderosa,

una única raza noble,

que envía a sus hijos e hijas

valientemente al espacio...

Cantó automáticamente las palabras, mientras pensaba que Lila tenía razón: la reducción del tratamiento traía consigo una nueva infelicidad.

El domingo por la noche a las once se reunió con Copo de Nieve entre los edificios de la plaza Baja de Cristo. La abrazó y besó agradecido, feliz con su sexualidad, su humor, su piel pálida y su acre sabor a tabaco...; todas las cosas que eran de ella y de nadie más.

—Cristo y Wei, me alegra verte —dijo.

Ella le dio un fuerte abrazo y le sonrió alegremente.

—Tiene que haber sido un poco deprimente estar con normales, ¿verdad? —quiso saber.

—Mucho —admitió él—. Esta mañana sentí deseos de dar puntapiés al equipo de fútbol en vez de al balón.

Ella se echó a reír.

Había sido deprimente desde que estuvo escuchando las canciones. Ahora se sentía relajado, más feliz y elevado.

—Encontré una amiga —dijo— y, adivínalo, jodí con ella sin el menor problema.

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