Read Un cadáver en la biblioteca Online

Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un cadáver en la biblioteca (22 page)

BOOK: Un cadáver en la biblioteca
13.7Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No creo que viera el asunto él así. Pensó en ello más bien como en... una broma. Es que se hallaba bajo la influencia del alcohol en aquellos momentos, ¿comprende?

—Bebido, ¿eh? —murmuró el coronel, que sentía cierta simpatía por los excesos alcohólicos—. Ah bien, no se puede juzgar a un hombre por lo que hace cuando está borracho. Cuando yo estaba en Cambridge, recuerdo que puse cierto utensilio... bueno, bueno, es igual. Menudo jaleo hubo con eso.

Rió. Luego se contuvo con severidad. Miró penetrante a la señorita Marple con ojos perspicaces. Inquirió:

—Usted no cree que cometiera el asesinato, ¿verdad, señorita Marple?

—Estoy segura de que no lo hizo.

La señorita Marple movió afirmativamente la cabeza.

La señora Bantry, como en un coro griego, dijo:

—¿Verdad que es maravilloso?

Y nadie la escuchó siquiera.

—¿Quién fue?

La señorita Marple contestó:

—Iba a pedirle a usted que me ayudara. Yo creo que si fuéramos a Somerset House
[3]
tendríamos una buena idea.

Capítulo XVII
1

El rostro de sir Enrique estaba muy serio. Dijo:

—No me gusta.

—Comprendo —reconoció la señorita Marple— que no es lo que suele llamarse ortodoxo. Pero sí que es muy importante, ¿verdad?, para estar completamente seguros. Yo creo que si el señor Jefferson se mostrase de acuerdo...

—¿Y Harper? ¿Ha de figurar él en esto?

—Pudiera resultar un poco embarazoso para él saber demasiado. Pero podría usted insinuar algo... Que vigilara a ciertas personas... que las hiciera seguir, ¿comprende?

Sir Enrique respondió lentamente:

—Sí; eso cubriría el caso...

2

El superintendente Harper miró penetrante a sir Enrique Clithering.

—Déjeme que vea esto claro. ¿Está usted insinuándome algo?

Contestó sir Enrique:

—Le estoy comunicando lo que mi amigo acaba de comunicarme... no me lo dijo en secreto... que tiene la intención de visitar a un abogado de Danemouth mañana para hacer un testamento nuevo.

Harper frunció el entrecejo.

—¿Tiene el señor Jefferson el propósito de comunicar su intención a sus hijos políticos?

—Piensa decírselo esta noche.

—Comprendo.

El superintendente golpeó la mesa con la pluma.

Repitió:

—Comprendo...

Luego su penetrante mirada se clavó de nuevo en los ojos del otro. Preguntó:

—Conque, ¿no está usted conforme con el caso que hay contra Basilio Blake?

—¿Lo está usted?

Tembló el bigote del superintendente. Quiso saber:

—¿Lo está la señorita Marple?

Los dos hombres se miraron.

Luego dijo Harper:

—Puede dejarlo en mis manos. Designaré agentes. No habrá tonterías... eso puedo prometérselo.

Dijo sir Enrique:

—Hay una cosa más. Mejor será que vea esto.

Desdobló un papel y se lo ofreció.

Esta vez el superintendente perdió la serenidad. Emitió un silbido de sorpresa.

—Conque esas tenemos, ¿eh? Eso hace que el asunto cambie de cariz por completo. ¿Cómo llegó a desenterrar usted esto?

—Las mujeres —contestó sir Enrique— tienen interés siempre por los matrimonios.

—Sobre todo —dijo el superintendente— las solteronas ancianas.

3

Conway Jefferson alzó la cabeza al entrar su amigo.

En su severo rostro se dibujó una sonrisa.

—Bueno, ya se lo he dicho. Han tomado las cosas muy bien.

—¿Qué dijiste?

—Les dije que, habiendo muerto Rubi, me parecía que las cincuenta mil libras que yo había decidido legarle debían emplearse en algo que pudiera yo asociar con su recuerdo. Pensaba dotar a una residencia para jóvenes que trabajaran como bailarinas profesionales de Londres. Es estúpido emplear así el dinero... me extraña que se lo hayan creído. ¡Como si yo fuera capaz de hacer una cosa así!

Agregó, meditabundo:

—¿Sabes? Hice el ridículo con esa muchacha. Debo estarme volviendo un viejo estúpido. Ahora lo veo. Era una criatura bonita. Pero la mayor parte de las cosas que vi en ella se las había puesto yo. Quise hacerme creer a mí mismo que era otra Rosamunda. El mismo colorido, ¿comprendes? Pero no el mismo corazón ni la misma mentalidad. Dame ese periódico... publica un problema de bridge muy interesante.

4

Sir Enrique bajó la escalera. Hizo una pregunta al conserje.

—¿El señor Gaskell, señor? Acaba de marcharse en su automóvil. Tenía que ir a Londres.

—Ah, ya... ¿Está la señora Jefferson por aquí?

—La señora Jefferson, señor, acaba de irse a acostar hace un instante.

Sir Enrique se asomó al salón y a la sala de baile. En el salón Hugo McLean estaba sacando un crucigrama y frunciendo mucho el entrecejo al hacerlo. En la sala de baile, Josita le sonreía valerosamente a un hombre obeso, sudoroso, mientras sus hábiles pies esquivaban los destructores pisotones de su pareja. El hombre obeso se estaba divirtiendo de lo lindo, evidentemente. Raimundo, fatuo y hastiado, bailaba con una muchacha de aspecto anémico, cabello pardo mate y un vestido muy caro, al parecer, que le sentaba muy mal.

Sir Enrique dijo para sí: "Y ahora a la cama."

Y subió la escalera.

5

Eran las tres de la madrugada. El viento había amainado. La luna brillaba sobre el mar tranquilo.

En el cuarto de Conway Jefferson no se oía más sonido que el de su propia respiración. Yacía medio incorporado sobre almohadas.

El intruso se fue acercando más y más y más a la cama. La profunda respiración del durmiente no se interrumpió ni un instante.

No hubo sonido, o lo hubo apenas. Un índice y un pulgar estaban preparados para pellizcar la piel; en la otra mano, la jeringuilla iba preparada.

Y de pronto, una mano surgió de las sombras y asió la muñeca de la mano que sujetaba la aguja hipodérmica. La otra mano sujetó al desconocido con fuerza.

Una voz sin emoción, la voz de la Ley, dijo:

—No, amigo. ¡Quiero esa jeringuilla!

Se encendió la luz y, desde su almohada, Conway Jefferson contempló, ceñudo, al asesino de Rubi Keene.

6

Dijo sir Enrique Clithering:

—Hablando como si yo fuera Watson y usted Sherlock Holmes, quiero conocer sus métodos, señorita Marple.

El superintendente Harper dijo:

—A mí me gustaría saber qué fue lo que la puso sobre la pista en un principio.

El coronel Melchett exclamó:

—¡Ha vuelto usted a triunfar, caramba! Quiero que nos lo cuente todo, del principio al fin.

La señorita Marple alisó la seda de su mejor vestido de noche. Se ruborizó y sonrió, y pareció un tanto cohibida.

—Temo que encontrarán ustedes mis "métodos", como los llama sir Enrique, terriblemente primitivos. La verdad es, ¿comprenden?, que la mayoría de la gente... y no excluyo a los policías... es demasiado confiada para este mundo tan malo. Creen lo que se les dice. Yo nunca creo. Tengo la manía de querer comprobar las cosas por mí misma.

—Ésa es la actitud científica —dijo sir Enrique.

—En este caso —continuó la señorita Marple— se dieron por sentadas ciertas cosas desde el primer momento, en lugar de atenerse uno a los hechos. Los hechos, tal como yo los observé, eran que la victima era muy joven, que se mordía las uñas y que le sobresalían los dientes un poco... como ocurre con frecuencia en muchachas jóvenes si no se les corrige el defecto a tiempo mediante el empleo de una placa. (Los críos son muy malos para eso, porque se quitan la placa cuando las personas mayores no están mirando).

»Pero eso es divagar y apartarse de la cuestión. ¿Adonde había llegado...? Ah, si... Estaba mirando a la muerta y compadeciéndola, porque siempre es muy triste ver cortada una vida en flor. Y me estaba diciendo que quienquiera que lo hubiese hecho era una persona muy malvada. Claro está que era motivo de confusión que fuese hallada en la biblioteca del coronel Bantry. Se parecía demasiado a una novela para que fuese verdad. Total, que formaba un conjunto antiestético. No era, en realidad, lo que
había querido hacerse
, y eso nos confundía una barbaridad. La verdadera idea había sido plantarle el cadáver al pobre Basilio Blake (una persona mucho más probable...) y su acción de trasladar el cadáver hasta la biblioteca del coronel Bantry retrasó considerablemente las cosas y debió molestar enormemente al verdadero asesino.

»Originalmente, como ustedes lo comprenderán, el señor Blake hubiera sido el primer sospechoso. Se hubiesen hecho indagaciones en Danemouth; se hubiera descubierto que conocía a la muchacha; que se había casado con otra... Y luego se supondría que Rubi había ido a hacerle victima de un chantaje o algo así, y que él la habría estrangulado en un acceso de cólera. ¡Un crimen corriente, sórdido, del tipo que pudiéramos llamar de
cabaret
!

»Pero, claro, todo salió mal y se concentró el interés demasiado pronto en la familia Jefferson... con gran rabia de cierta persona.

»Como les he dicho, soy desconfiada por naturaleza. Mi sobrino Raimundo me dice, en broma claro está, y cariñosamente, que tengo una mente como una cloaca. Dice que les ocurre lo propio a casi todos los de mi época, pero los de mi época conocían la naturaleza humana.

»Como digo, teniendo esta mente tan insanitaria... o, ¿no será más apropiado llamarla
sanitaria
...? examiné inmediatamente el lado económico de la cuestión. Dos personas podían salir beneficiadas con la muerte de la muchacha... Eso era innegable. Cincuenta mil libras esterlinas son muchas libras... sobre todo cuando uno tiene dificultades económicas, como a ambas de dichas personas les ocurría.

»Claro que las dos parecían personas muy agradables y buenas. Pero cualquiera sabe, ¿verdad?

»La señora Jefferson, por ejemplo... Todo el mundo la quería. Pero parecía bastante claro que se había mostrado inquieta y algo desasosegada aquel verano, y que estaba harta de la vida que llevaba, dependiendo por completo de su suegro. Sabía, porque se lo había dicho el médico, que no viviría mucho tiempo... Conque por ese lado no había peligro... o no lo hubiese habido si no hubiera aparecido Rubi Keene en escena. La señora Jefferson idolatraba a su hijo y algunas mujeres tienen la singular creencia que los crímenes cometidos por el bien de sus hijos casi están justificados moralmente. Me he tropezado con esa actitud una o dos veces en el pueblo. "Todo ha sido por Margarita, ¿comprende, señorita?", dicen, y parecen creer que con eso una conducta dudosa queda justificada. Una forma de pensar, a mi modo de ver, muy relajada.

»El señor Marcos Gaskell, claro está, ofrecía más probabilidades, si me permite la expresión. Era jugador y no tenía, en mi opinión, principios morales muy elevados. Pero, por ciertas razones, opinaba que una mujer estaba relacionada con el crimen.

»Como digo, estaba meditando sobre los móviles, y el del dinero se me antojaba muy sugestivo. Fue una verdadera desilusión comprobar, por consiguiente, que estas dos personas podían demostrar la coartada para el intervalo dentro del cual, según declaración facultativa, Rubi había hallado la muerte.

»Pero poco después se descubrió el coche incendiado con el cadáver de Pamela Reeves dentro y entonces todo el asunto me saltó a la vista. Las coartadas, naturalmente, no valían nada.

»Yo poseía ya dos mitades del caso, y ambas muy convincentes, pero no conseguía hacerlas encajar. Tenía que existir un eslabón de unión; pero no podía encontrarlo. La persona que yo sabía complicada en el crimen no tenía móvil alguno.

»Fui una estúpida —prosiguió la señorita Marple, musitando—. De no haber sido por Dina Lee, no se me hubiera ocurrido... y eso que era lo primero que debía habérsele ocurrido a cualquiera. ¡Somerset House! ¡Matrimonio! No era ya cuestión del señor Gaskell sólo o de la señora Jefferson... Existían las posibilidades del
matrimonio
. Si
cualquiera
de estos dos se casaba, o si había siquiera
probabilidad
de que se casaran,
entonces la persona con quien fueran a casarse estaría complicada también
. Raimundo, por ejemplo, podría creer que tenia una buena posibilidad de casarse con una mujer rica. Se había mostrado muy asiduo de la señora Jefferson y fue su encanto, creo yo, lo que la despertó de su prolongada viudedad. Había estado satisfecha con ser como una hija para el señor Jefferson... como Ruth y Noemí... sólo que Noemí, como recordarán ustedes, se tomó muchas molestias para prepararle un matrimonio adecuado a Ruth.

»Además de Raimundo, había el señor McLean. Ella le apreciaba mucho y parecía altamente probable que se casara con él a fin de cuentas. Él no disfrutaba de muy buena posición... y no estaba lejos de Danemouth la noche en cuestión. Conque parecía, ¿verdad?, como si
cualquiera
hubiese podido hacerlo.

»Pero, claro está, en realidad, en mi fuero interno, lo sabía. Pero no había manera de escapar de esas uñas mordidas, ¿verdad?

—¿Uñas? —dijo sir Enrique—. Sí; se arrancó una uña, y se recortó las demás.

—¡Qué tontería! —dijo la señorita Marple—. Las uñas
mordidas
y
recortadas
son completamente distintas. Nadie que supiera algo de las uñas de una muchacha podría confundir una clase con otra... Las uñas roídas son muy feas... como les digo siempre a las niñas de mi clase. Esas uñas, ¿comprenden?, eran un hecho, un hecho. Y sólo podían querer decir una cosa.
El cadáver hallado en la biblioteca del coronel Bantry no era el de Rubi Keene ni mucho menos
.

»Y eso le lleva a una directamente a una persona que no cabía la menor duda de que estaba complicada. ¡Josita! Josita identificó el cadáver de Rubi. Dijo que lo era. La curiosidad se la comía, al hallar el cadáver donde se encontraba. Casi puede decirse que delató ella ese sentimiento. ¿Por qué? Porque sabía, y nadie mejor que ella, dónde debía haberse hallado el cadáver. En la casa de Basilio Blake. ¿Quién dirigió nuestra atención hacia Basilio? Josita, al decirle a Raimundo que Rubi podía haber estado con el peliculero. Y, antes de eso, metiendo una fotografía suya en el bolsillo de Rubi. ¿Quién estaba tan enfurecida con la muerta que le era imposible ocultar sus sentimientos aun hallándose en presencia del cadáver. ¡Josita! Josita, que era astuta, práctica, dura
y a la caza del dinero a todo riesgo
.

»Eso es lo que quise decir al hablar de creer las cosas con demasiada facilidad. Nadie pensó en la posibilidad de que Josita estuviese mintiendo al decir que el cadáver era el de Rubi. Simplemente porque, por entonces, no parecía que pudiera tener motivo alguno para no decir la verdad. El motivo era la dificultad siempre... No cabía la menor duda de que Josita estaba complicada; pero la muerte de Rubi parecía, si acaso, contraria a sus intereses. Sólo cuando Dina Lee mencionó a Somerset House se me ocurrió la posible relación.

BOOK: Un cadáver en la biblioteca
13.7Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

First Person Peculiar by Mike Resnick
Son of a Mermaid by Katie O'Sullivan
Steamborn by Eric R. Asher
Where Women are Kings by Christie Watson
The Girl Next Door by Jack Ketchum
Leena's Men by Tessie Bradford
Glory's People by Alfred Coppel
Depth Perception by Linda Castillo
Stepbrother Fallen by Aya Fukunishi