El coronel Bantry vive apaciblemente su retiro, junto con su esposa Dorothy, en St. Mary Mead. Una mañana, su doncella rompe la tranquilidad cotidiana con una noticia insólita y escalofriante:
"Señora, hay un cadáver en la biblioteca"
. La joven que aparece estrangulada tiene todo el aspecto de haber sido artista. La historia se complica, las habladurías crecen de forma sorprendente, y Mrs. Bantry pide a su buena amiga Miss Jane Marple que investigue el caso y limpie el buen nombre de su marido.
Agatha Christie
Un cadáver en la biblioteca
ePUB v1.5
Ormi03.07.11
Título original:
The Body in the Library
Traducción: Guillermo López Hipkiss
Agatha Christie, 1942
Edición 1985 - Editorial Molino - 256 páginas
ISBN: 84-272-0052-8
En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:
BANTRY
(Arturo): Coronel retirado.
BANTRY
(Dorotea): Esposa del anterior.
BARLETT
(Jorge): Un joven, apuesto y asiduo concurrente a las veladas del Hotel Majestic.
BIGSS
(Alberto): Un labriego, testigo ocular del incendio de un auto.
BLAKE
(Basilio): Joven empleado en los Estudios cinematográficos Lemville.
BLAKE
(Selina): Madre del anterior y amiga de la señora Bantry.
CARMODY
(Pedro): Niño de nueve años de edad, hijo del primer matrimonio de Adelaida Jefferson.
CLEMENT
; Vicario del pueblo Saint Mary Mead, lugar del crimen.
CLEMENT
(Griselda): Esposa del vicario.
CLITHERING
(sir Enrique): Ex comisario de policía e íntimo amigo de Jefferson.
ECLES
: Cocinera de la familia Bantry.
EDWARDS
: Antiguo y fiel criado de Jefferson.
GASKELL
(Marcos): Viudo de Rosamunda Jefferson, hija que fue de Conway Jefferson.
HARPER
: Superintendente de policía de la localidad donde está enclavado el Hotel Majestic.
HAYDOCK
: Médico forense.
HIGGINS
: Sargento de policía.
JEFFERSON
(Adelaida): Viuda joven y bella, nuera de
JEFFERSON
(Conway): Anciano delicado de salud; millonario y muy amante de los suyos.
KEENE
(Rubi): Artista asesinada.
LEE
(Dina): íntima amiga de Basilio Blake.
LORRIMER
: Mayordomo muy adicto de los Bantry.
MARÍA
: Doncella de la señora Bantry.
MARPLE
(Juana): Anciana amiga de Dorotea y mujer muy aficionada a resolver cuestiones policíacas.
MCLEAN
(Hugo): Antiguo amigo y adorador de Adelaida.
MELCHETT
: Coronel jefe de policía del condado.
METCALF
: Médico de Jefferson.
MUSWELL
: Chófer de los Bantry.
PALK
: Agente de policía.
PRESCOTT
: Gerente del Hotel Majestic.
REEVES
: Comandante del ejército y padre de
REEVES
(Pamela): Una jovencita miembro de una Organización femenina de Exploradoras.
SLAK
: Inspector de policía.
SMALL
(Florencia): Compañera y amiga íntima de Pamela.
STARR
(Raimundo): Profesor de tenis, bailarín, pareja de Rubi. TURNER (Josefina): Mujer eficiente, alma del Majestic y artista de varietés.
WEST
(Raimundo): Un buen escritor, sobrino de la señorita Marple.
La señora Bantry estaba soñando. Sus guisantes de olor acababan de recibir el primer premio en los Juegos Florales. El vicario, con casaca y sobrepelliz, estaba repartiendo los premios en la iglesia. Pasó su esposa en traje de baño; pero según es bendita costumbre en sueños, este hecho no provocó muestra alguna de desaprobación por parte de los feligreses, como hubiera sucedido, a no dudar, de haber ocurrido semejante cosa en la vida normal.
El sueño era manantial de perpetuo deleite para la señora Bantry. Solían hacerla disfrutar siempre los sueños matinales, a los que la llegada de la taza de té de ritual ponía fin. Subconsciente, se daba cuenta de que habían empezado a oírse los primeros ruidos mañaneros de la casa. El tintineo de las anillas al descorrer las cortinas la doncella; el sonido de la escoba y el cogedor de la segunda doncella en el pasillo. En la distancia, chirrió el grueso cerrojo de la puerta de la calle al ser descorrido.
Empezaba otro día. Entretanto, era preciso que extrajera el mayor deleite posible de los Juegos Florales, porque ya se iba haciendo aparente que se trataba de un simple juego.
Llegaba de abajo el ruido producido por las grandes persianas de madera de la sala al ser abierta. Lo oía y, sin embargo, no lo oía. Durante media hora más continuarían percibiéndose los ruidos de la casa —discretos, amortiguados—. Eran tan conocidos que ya no turbaban. Culminarían en el rumor de pasos rápidos pero comedidos por el corredor, el roce de un vestido estampado, el tintineo de la taza y el plato al ser depositada la bandeja del desayuno sobre la mesa, fuera; luego el suave golpe en la puerta y la entrada de María para descorrer las cortinas.
La señora Bantry frunció el entrecejo, dormida. Un ruido fuera de lugar. Pasos por el pasillo, pasos que iban demasiado aprisa y acudían demasiado temprano. Aguzó el oído, intentando captar, subconscientemente, el tintineo de porcelana.
Llamaron a la puerta. Automáticamente, desde las profundidades de su sueño, la señora Bantry ordenó: "¡Adelante!" La puerta se abrió; ahora se oirían resbalar las anillas al ser descorridas las cortinas.
Pero las anillas no resbalaron. De la verdosa penumbra surgió la voz de María, fatigada, histérica:
—¡Oh, señora, señora!
¡Hay un cadáver en la biblioteca!
Luego, estallando en histéricos sollozos, salió corriendo de la alcoba.
La señora Bantry se incorporó en la cama.
O su sueño había tirado por derroteros inesperados, o... o María había entrado, en efecto, en el cuarto y dicho, ¡increíble!, ¡fantástico!, que había un cadáver en la biblioteca.
—Imposible —se dijo la señora Bantry—. Lo debo de haber soñado.
Pero aún estaba diciendo estas palabras cuando adquirió el reciente convencimiento de que no había soñado; de que María, su María, tan superior, siempre tan dueña de sí misma, había pronunciado verdaderamente aquellas fantásticas palabras.
La señora Bantry reflexionó un momento y luego dio un conyugal codazo a su durmiente esposo.
—Arturo, Arturo, despierta.
El coronel Bantry gruñó, murmuró y dio la vuelta para el otro lado.
—Despierta, Arturo. ¿Has oído lo que ha dicho?
—Es probable —dijo con voz borrosa el coronel—. Estoy completamente de acuerdo contigo, Dorotea.
Y volvió a quedar dormido. La señora Bantry le sacudió.
—Tienes que escucharme. María ha entrado a decir que hay un cadáver en la biblioteca.
—¿Eh? ¿Cómo?
—
Un cadáver en la biblioteca
.
—¿Quién lo ha dicho?
—María.
El coronel Bantry hizo un esfuerzo por concentrar sus dispersas facultades y procedió a hacer frente a la situación. Dijo:
—No digas tonterías. Has estado soñando.
—No. También yo lo creí al principio. Pero no, es verdad. Entró, en efecto, y lo dijo.
—¿Que entró María y dijo que había un cadáver en la biblioteca?
—Sí.
—Pero no es posible.
—No... no, supongo que no —dijo la señora Bantry, dudando.
Reanimándose, prosiguió:
—Pero, entonces, ¿por qué dijo María que lo había? ¿Por qué?
—No puede haberlo dicho.
—Lo dijo.
—Lo habrás imaginado.
—No me lo imaginé.
El coronel Bantry estaba ya completamente despierto y preparado para resolver la situación.
—Has estado soñando, Dorotea; eso es lo que te pasa. Es esa novela policíaca que has estado leyendo:
La pista de la cerilla perdida
. ¿Recuerdas? Lord Edgbaston encuentra a una hermosa reina muerta sobre la alfombra de la biblioteca. Siempre se encuentran los cadáveres en la biblioteca en las novelas. Jamás he conocido un caso en la vida real.
—Tal vez conozcas uno ahora. Sea como fuere, Arturo, tienes que levantarte a ver.
—Pero, en serio, Dorotea, tiene que haber sido un sueño. Los sueños se recuerdan frecuentemente con vividez al despertarse. Se siente uno seguro de que son verdad.
—Estaba soñando algo completamente distinto... algo de los Juegos Florales, y la mujer del vicario en traje de baño.
Con un arranque de energía, la señora Bantry saltó de la cama y descorrió las cortinas. La luz de un hermoso día de otoño inundó el cuarto.
—No lo sé —dijo la señora Bantry con firmeza—. Levántate inmediatamente, Arturo, baja la escalera y resuélvelo.
—¿Quieres que baje la escalera y pregunte si hay un cadáver en la biblioteca? Voy a hacer el más espantoso de los ridículos.
—No es preciso que preguntes nada. Si hay un cadáver... Y, claro está, existe la posibilidad de que María se haya vuelto loca y vea cosas que no existen... Bueno, ya te lo dirá alguien bien aprisa. Tú no tendrás que decir una palabra.
Gruñendo, el coronel Bantry se envolvió en su batín y salió del cuarto. Recorrió el pasillo y bajó la escalera. Al pie de ésta había un corrillo de criados, algunos de ellos sollozando. El mayordomo se adelantó, diciendo:
—Me alegro de que haya usted bajado, señor. He dado órdenes de que no se hiciera nada hasta que llegara. ¿Debo telefonear a la policía, señor?
—¿Telefonear a la policía? ¿Para qué?
El mayordomo dirigió una mirada de reproche, por encima del hombro, a la joven alta que lloraba histéricamente, apoyada en el robusto hombro de la cocinera...
—Tenía entendido, señor, que María le había informado ya. Dijo que lo había hecho.
María exclamó:
—Estaba tan aturdida que no sé lo que dije. Lo recordé todo de pronto otra vez, y se me doblaron las piernas y se me revolvió el estómago. Encontrarlo así... ¡oh!, ¡oh!, ¡oh!
Volvió a apoyarse en la señora Ecles, que dijo:
—Vamos, vamos, querida...
—María está un poco trastornada, señor; cosa muy natural, puesto que fue ella quien hizo el descubrimiento —explicó el mayordomo—. Entró en la biblioteca como de costumbre a descorrer las cortinas y... y casi tropezó con el cadáver.
—¿Pretende usted decirme —exigió el coronel Bantry— que hay un cadáver en mi biblioteca... mi biblioteca?
El mayordomo tosió.
—¿Tal vez, señor —dijo—, preferiría comprobarlo usted mismo?
—Diga... diga... diga... Comisaría al habla. Sí; ¿quién llama?
El guardia Palk se estaba abrochando la guerrera con una mano mientras sujetaba el auricular con la otra.
—Sí, sí, Gossington Hall. ¿Diga...? Oh, buenos días, señor.
El tono del guardia Palk sufrió una leve modificación. Dejó de ser tan impacientemente oficial al reconocer al generoso contribuyente a los deportes policíacos y principal magistrado del distrito.