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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un cadáver en la biblioteca (21 page)

BOOK: Un cadáver en la biblioteca
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—¡Dios Santo! ¡Dios Santo!

Dina corrió a su lado. Le asió de los hombros.

—Basilio, mírame. ¡No es verdad eso! ¡Yo sé que no es verdad! ¡No lo creo ni un solo instante!

Alzó él la mano y asió la de su esposa.

—Dios te bendiga, querida.

—Pero ¿por qué habían de creer...? Si ni siquiera la conocías, ¿verdad?

—Oh, sí que la conocía; ¡sí, sí! —aseguró la señorita Marple.

Basilio dijo con ferocidad:

—¡Cállate, vieja bruja! Dina, querida, apenas la conocía. La vi dos o tres veces en el Majestic. Eso es todo, te lo juro.

Dina preguntó aturdida:

—No comprendo. ¿Por qué había de sospechar nadie de ti entonces?

Basilio soltó un gemido. Se tapó los ojos con las manos y se tambaleó de un lado para otro.

Preguntó la señorita Marple:

—¿Qué hizo con la estera de delante del fuego?

Él contestó automáticamente:

—La metí en el cacharro de la basura.

La señorita Marple hizo un chasquido de disgusto con la lengua.

—Eso fue una estupidez... una estupidez muy grande. A nadie se le ocurre meter en la basura una estera en buen estado. Supongo que tendría lentejuelas de su vestido, ¿verdad?

—Sí; no pude sacarlas.

Dina exclamó:

—Pero ¿de qué estáis hablando los dos?

Basilio contestó con hosquedad:

—Pregúntaselo a ella. Parece estar enterada de todo.

—Le diré lo que yo creo que sucedió, si quiere. Puede usted corregirme, señor Blake, si me equivoco. Yo creo que, después de haber reñido violentamente con su esposa en una fiesta y después de haber ingerido, quizá, demasiado... ah... alcohol... vino usted aquí. No sé a qué hora llegaría.

Basilio aclaró:

—A eso de las dos de la madrugada. Había tenido la intención de acercarme a la ciudad primero. Luego, al llegar a los suburbios, cambié de opinión. Pensé que Dina pudiera bajar aquí en mi busca. Conque aquí vine. La casa estaba a oscuras. Abrí la puerta, encendí la luz y vi... y vi...

Tragó un nudo que se le había hecho en la garganta y calló. La señorita Marple continuó:

—Vio usted a una muchacha tendida en la estera. Una muchacha con traje blanco de noche... estrangulada. No sé si la reconoció usted entonces...

Basilio sacudió la cabeza negativa y violentamente.

—No pude mirarla después de echarle el primer vistazo. Tenia la cara azulada... hinchada... Llevaba algún tiempo muerta y se encontraba allí, en mi cuarto.

Se estremeció.

—No las tenía todas consigo, claro está. Se encontraba aturdido y no tiene usted buenos nervios. Si no me equivoco, se apoderaría de usted el pánico. No sabía qué hacer...

—Esperaba que Dina se presentara de un momento a otro. Y me encontraría aquí con el cadáver... el cadáver de una muchacha... y creería que la había matado yo. De pronto se me ocurrió una idea... me pareció, no sé por qué, una buena idea por entonces. Pensé: "La dejaré en la biblioteca del viejo Bantry." Ese fanfarria siempre me anda mirando con desdén, despreciándome por considerarme artístico y afeminado. Le estará muy bien empleado, pensé. La cara que va a poner cuando se encuentre con una joven muerta en la biblioteca. Estaba algo borracho entonces, ¿sabe? —dijo, como queriendo justificarse—. Me pareció verdaderamente
divertido
. El viejo Bantry con una rubia muerta.

—Sí, sí —dijo la señorita Marple—. AI pequeño Tomasito Bond se le ocurrió una idea por el estilo. Era un niño bastante delicado, con un complejo de inferioridad. Decía que la maestra siempre se estaba metiendo con él. Metió una rana en el reloj y la rana le saltó a la maestra en las narices. Usted hizo lo mismo. Sólo que, claro está, los cadáveres son cosas algo más serias que las ranas.

Basilio volvió a gemir.

—Al amanecer me había serenado ya. Me di cuenta de lo que había hecho. Quedé aterrado. Y luego se presentó aquí la policía... el jefe de policía, otro individuo que es todo pomposidad. Le tenía verdadero pánico... y no encontré más manera de ocultar mi miedo que mostrarme abominablemente grosero. En aquel momento se presentó Dina.

La muchacha atisbo por la ventana.

—Se acerca un automóvil ahora... Hay hombres dentro.

—La policía, creo yo —dijo la señorita Marple.

Basilio Blake se puso en pie. De pronto se tornó sereno y resuelto. Incluso sonrió.

—Conque buena me espera, ¿eh? Bien, Dina, dulzura, no pierdas la cabeza. Ponte en comunicación con Sims... es el abogado de la familia... y ve a mamá y anúnciale nuestro matrimonio. No te morderá. Y no te preocupes.
Yo no lo hice
. Conque a la fuerza ha de arreglarse todo, ¿comprendes?

Llamaron a la puerta. Basilio dijo: "¡Adelante!" Entró el inspector Slack acompañado de otro hombre.

—¿El señor Basilio Blake?

—Sí.

—Traigo una orden de detención contra usted. Se le acusa de haber asesinado a Rubi Keene en la noche del veintiuno de septiembre. Le advierto que cualquier cosa que usted diga podrá ser repetida en el juicio contra usted. Tenga la bondad de acompañarme ahora. Se le darán todas las facilidades para que se ponga en comunicación con su abogado. Puede avisarle cuando quiera.

Basilio asintió con un movimiento de cabeza.

Miró a Dina, pero no la tocó.

—Hasta la vista, Dina.

"¡Qué tipo más tranquilo!", pensó el inspector.

Saludó a la señorita Marple con una inclinación de cabeza y un "Buenos días" y pensó para sí:

"¡Astuta vieja! ¡Ya estaba ella al tanto! Menos mal que tenemos la estera. Eso y el averiguar por el encargado del parque de estacionamiento del Estudio que Blake se fue de la fiesta a las once en lugar de la medianoche. No creo que esos amigos suyos tuvieran la intención de perjurar. Estaban borrachos y Blake les dijo con seguridad al día siguiente que eran las doce cuando se marchó, y le creyeron. Bueno, ése ya está listo. Intervendrán los psiquiatras, seguramente. No le ahorcarán. Caso mental. Lo mandarán a Broadmoor. Primero la niña Reeves. Probablemente la estranguló. La llevó a la cantera, volvió a pie a Danemouth, recogió su propio coche en algún camino y se fue a la fiesta. Luego regresó a Danemouth, se trajo a Rubi Keene aquí, la estranguló, la metió en la biblioteca de Bantry. A buen seguro que después se arrepintió de haber dejado el coche en la cantera, volvió allí, le prendió fuego, regresó aquí... Loco... ávido de sangre... suerte que esta muchacha se ha salvado. Es lo que llaman manía periódica, seguramente."

Sola con la señorita Marple, Dina Blake se volvió hacia ella. Dijo:

—No sé quién es usted; pero ha de comprender una cosa:
Basilio no la mató.

Dijo la señorita Marple:

—Ya lo sé. Sé quién lo hizo. Pero no va a ser cosa fácil demostrarlo. Tengo una idea de que algo que usted dijo... hace un momento... podría ayudar. Me dio una idea... la relación que yo había estado intentando encontrar... Pero ¿qué cosa fue?

Capítulo XVI
1

—¡Estoy de vuelta en casa, Arturo! —declaró la señora Bantry anunciando el hecho como una Proclama Real, al abrir de par en par la puerta del amplio estudio.

El coronel Bantry se puso en pie de un brinco, inmediatamente dio un beso a su mujer y declaró con toda su alma:

—¡Eso es magnífico!

Las palabras eran impecables. Los gestos, muy bien hechos; pero una esposa afectuosa de tantos años como la señora Bantry no se dejaba engañar. Dijo inmediatamente:

—¿Sucede algo?

—No, claro que no, Dorotea. ¿Qué iba a suceder?

—¡Oh, no sé! —dijo la señora vagamente—. Ocurren cosas tan raras... ¿no te parece?

Se quitó el abrigo mientras hablaba y el coronel lo cogió con cuidado y lo puso sobre el respaldo del sofá.

Todo igual que de costumbre... y, sin embargo, no igual. Su esposo, pensó la señora Bantry, parecía haberse encogido. Dijérase que estaba más delgado, que tenia más encorvada la espalda. Tenía ojeras y sus ojos no parecían dispuestos a encontrarse con los de su mujer.

Dijo a continuación, con la misma alegría afectada:

—Bueno, ¿y cómo te divertiste en Danemouth?

—Oh, fue muy divertido. Debiste haberme acompañado, Arturo.

—No podía ser, querida. Tenia muchas cosas que atender aquí.

—No obstante, yo creo que el cambio de aires te hubiese sentado bien. ¿Y no te gustan los Jefferson?

—Sí, sí, pobre hombre. Buena persona. Muy triste todo eso.

—¿Qué has estado haciendo por aquí desde que me marché?

—Oh, no gran cosa. He estado girando una visita de inspección a las granjas, ¿sabes? He acordado que a Anderson le pongan tejado nuevo... no es posible remendarlo más.

—¿Qué tal fue la reunión del consejo de Radfordshire?

—Yo... pues... si quieres que te diga la verdad, no asistí.

—¿Que no asististe? Pero, ¿no ibas a presidirlo tú?

—Si quieres que te diga la verdad, Dorotea... parece haber habido un error en eso. Me preguntaron si no me daría igual que presidiera Thompson en mi lugar.

—Ya —dijo la señora Bantry.

Se quitó un guante y lo tiró deliberadamente al cesto de los papeles. Su marido fue a recogerlo; pero ella le contuvo, diciendo con viveza:

—¡Déjalo! Odio los guantes.

El coronel la miró con inquietud.

La señora Bantry dijo en tono severo:

—¿Fuiste a cenar con los Duff el jueves?

—¡Ah, eso! Lo aplazaron. La cocinera estaba enferma.

—¡Qué gente más estúpida! ¿Fuiste a los Naylor ayer?

—Les telefoneé y les dije que no me encontraba con ánimos y que esperaba que me excusaran. Comprendieron perfectamente.

—Conque sí, ¿eh? —exclamó la señora Bantry con ira contenida.

Se sentó junto a la mesa y, distraída, cogió unas tijeras de jardín. Con ellas cortó, uno tras otro, todos los dedos de su segundo guante.

—¿Qué estás haciendo, Dorotea?

—Sintiéndome destructora —respondió.

Se puso en pie.

—¿Dónde vamos a sentarnos después de cenar, Arturo? ¿En la biblioteca?

—Pues... ah... creo que no... ¿eh...? Se está muy bien aquí... o en la sala.

—Yo creo —dijo la señora Bantry— que nos sentaremos en la biblioteca.

Su firme mirada se encontró con la de él. El coronel Bantry se irguió. Brilló un destello en sus ojos.

Dijo:

—Tienes razón, querida. ¡Nos sentaremos en la biblioteca!

2

La señora Bantry soltó el auricular del teléfono con una mueca de enfado. Había llamado dos veces y en ambas le habían dado la misma contestación. La señorita Marple se hallaba ausente.

Impaciente por naturaleza, la señora Bantry no era de las que están dispuestas a reconocerse vencidas. Llamó por teléfono, en rápida sucesión, a la vicaría, a las casas de la señora Price Ridley, la señorita Hartnell, la señorita Wetherby y, como último recurso, al pescadero, quien, gracias a su ventajosa situación geográfica, solía saber siempre dónde se encontraban todos los del pueblo.

El pescadero lo sentía mucho, pero no había visto a la señorita Marple en el pueblo en toda la mañana. Ni había hecho su ronda de costumbre.

—¿Dónde puede estar esa mujer? —exclamó la señora Bantry con impaciencia, hablando lentamente para sí en alta voz.

Sonó una tosecilla respetuosa a sus espaldas. El discreto Lorrimer murmuró:

—¿Buscaba usted a la señorita Marple, señora? Acabo de observar que se está acercando a esta casa.

La señora Bantry corrió a la puerta principal, la abrió y saludó sin aliento a la anciana:

—¿Dónde has estado? —miró por encima del hombro. Lorrimer había desaparecido discretamente—. ¡Todo es horrible! La gente empieza a mirar a Arturo por encima del hombro. Ahora parece tener más años. Hemos de hacer algo, Juana. ¡Tienes que hacer algo tú también!

—No tienes por qué preocuparte, Dorotea —contestó la anciana con voz singular.

El coronel Bantry apareció en la puerta del estudio.

—¡Ah, señorita Marple! Buenos días. Me alegro de que haya venido. Mi mujer la ha estado buscando por todas partes, por teléfono, como una loca.

—Pensé que era mejor que os trajera yo misma la noticia —anunció la señorita Marple siguiendo a la señora Bantry al estudio.

—¿La noticia?

—Acaban de detener a Basilio Blake por el asesinato de Rubi Keene.

—¿A Basilio Blake? —exclamó el coronel.

—Pero él no la mató —dijo la anciana.

El coronel no hizo el menor caso de esta afirmación. Es dudoso que la oyera siquiera.

—¿Quiere usted decir con eso que estranguló a esa muchacha y luego vino a dejarla en mi biblioteca?

—La dejó en su biblioteca —contestó la señorita Marple—; pero no la mató él.

—¡Majaderías! Si la metió en mi biblioteca, claro está que la mataría él. Las dos cosas van muy juntas.

—Mas no necesariamente. Él la encontró muerta en su casa.

—Plausible historia —dijo el coronel con desdén—. Si uno encuentra un cadáver telefonea en seguida a la policía... naturalmente... si uno es persona honrada.

—Ah —respondió la señorita Marple—; es que no todos tenemos los nervios de acero como usted, coronel Bantry. Usted pertenece a la vieja escuela. Esta generación más joven es distinta.

—No tiene vitalidad —dijo el coronel, repitiendo una opinión suya muy gastada.

—Algunos de ellos —dijo la señorita Marple— han atravesado tiempos difíciles. He oído hablar mucho de Basilio. Trabajaba en la Defensa Pasiva cuando apenas tenia dieciocho años. Se metió en una casa incendiada y sacó a cuatro criaturas, una tras otra. Volvió luego en busca de un perro, aunque le dijeron que era peligroso. El edificio se le hundió encima. Le sacaron, pero tenía bastante aplastado el pecho y tuvo que estar tendido, enyesado, cerca de un año, y estuvo enfermo durante mucho tiempo después de eso. Y entonces empezó a sentir interés por las artes decorativas.

—¡Ah! —el coronel tosió y se sopló la nariz—. No... no sabia yo eso.

—No suele hablar él de ello —dijo la señorita Marple con displicencia.

—Ah... muy bien hecho. Así se hace. Debe valer más ese muchacho de lo que yo había creído. Siempre creí que había esquivado el ir a la guerra, ¿sabe? Lo que demuestra que uno debe andar con cuidado antes de emitir un juicio.

El coronel parecía avergonzado.

—No obstante —su indignación revivió—, ¿qué rayos pretendía al intentar cargarme a mi el asesinato?

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