Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén (8 page)

BOOK: Trilogía de las Cruzadas I. Del Norte a Jerusalén
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Ése era un razonamiento que Kristina no podía comprender. Más siervos son más bocas para alimentar, más animales para matar y más cereal para el molino, ¿eso no estaba más claro que el agua?

Sigrid intentó explicar los métodos del desplazamiento forzoso, la roturación de tierras y liberación aplicada al mismo ritmo que los siervos se reproducían, y cómo esto a su vez generaba ingresos a través de los toneles extra de cereal que los nuevos cultivos daban cada año, al igual que el, por lo demás, escaso consumo de alimentos de los siervos, si lo tenían que pagar ellos mismos, debido al elevado precio que se ponía a la libertad.

Kristina se reía tontamente ante esas absurdas ideas; era como soltar a las vacas a pastar para ordeñarse, sacrificar y finalmente asarse a sí mismas. Sigrid abandonó en seguida todo intento de explicación y al final se la llevó a la caseta del baño, donde un montón de siervos se estaban aseando para la noche.

El vapor les golpeó en forma de una gran nube cuando abrieron la puerta de la casa de baño y el frío del pleno invierno colisionó con el calor del interior. Cuando cerraron la puerta tras de sí y volvió la visibilidad, Kristina se asombró por primera vez de tal forma que no lo pudo ocultar. La habitación estaba llena de siervos desnudos que pasaban entre ellos con cubetas de agua hirviendo que echaban en grandes tinas de roble; otros estaban sentados en el agua humeante de las tinas. Sigrid se acercó y cazó a una sierva doméstica dejando que Kristina palpase su carne. ¿Verdad que estaban sanos y nutridos?

Pues sí, estaban bien. Pero ¿qué sentido tenía dejar que los siervos usasen leña y cobertizos como si fuesen personas? Le era imposible comprenderlo.

Sigrid explicó que de todos modos se trataba de siervos domésticos, que iban a girar los asados y servirlos, ofrecer la cerveza y sacar las sobras toda la noche. ¿Y no era más agradable con siervos domésticos limpios, que no con otros que apestasen? Por cierto, todos se vestirían con telas de lino limpias después de lavarse, ya que, de todos modos, en Arnäs se fabricaba más lino del que era posible vender por el momento.

Kristina sacudió la cabeza, no podía evitar manifestar lo ridículo que le parecía esta forma de tratar a los siervos. Podrían ocurrírseles ideas por estas cosas, decía. Ya tenían ideas, contestó Sigrid con una sonrisa que Kristina no lograba comprender.

Pero al iniciarse el banquete por la tarde fue una hermosa imagen ver cómo todos los siervos domésticos recién fregoteados entraron en procesión a la sala con ropa de lino blanca y con la primera tanda de carne, nabos, pan blanco y sopa de cebolla, judías y algo que Sigrid llamaba nabos rojos y que constituía una novedad para los invitados.

En el sitial noruego con los ornamentos draconianos estaban sentados Magnus y Erik Jevardsson. A la izquierda de Magnus estaba su hermano Birger, los hijos Eskil y el pequeño Arn y, junto a ellos, Knut, el hijo de Erik Jevardsson, que era de la misma edad. A la derecha del sitial estaban Kristina y Sigrid. A lo largo de las paredes ardían antorchas de brea en sus grandes soportes de hierro. En la mesa larga, donde los veinticuatro hombres de la guardia estaban sentados según la edad, ardían costosas velas de cera como en una iglesia y el muro de piedra tras el sitial irradiaba calor, aunque cada vez menos cuanto más al fondo de la sala se estaba. Los hombres más jóvenes de la guardia sentados al fondo del todo no tardaron en envolverse en sus mantos.

Los asadores habían empezado a servir lo más tierno y también lo que había sido más rápido de preparar fuera en el asadero entre los dos espacios de la casa principal, tiernos cochinillos para abrir el apetito. Luego seguirían los platos fuertes con ternero, cordero y jóvenes jabalíes y también pan moreno del tipo antiguo para quien no le gustase la novedad del pan blanco. La cerveza se servía en grandes cantidades, o bien fuerte sin condimentar o bien de esa que se daba a mujeres y niños, con gotas de miel y nebrina.

El banquete iba por buen camino y se conversaba alegremente acerca de asuntos poco importantes, y el siempre sonriente Birger tuvo que contar de nuevo la hazaña del día anterior cuando mató un lobo.

Erik Jevardsson y su guardia bebieron a la salud de los anfitriones. Magnus y su guardia bebieron a la salud de sus huéspedes y todo era alegría sin malos pensamientos ni palabras duras.

Erik Jevardsson incluso llegó a elogiar, una vez más, la belleza de la sala, el nuevo método de construcción con troncos largos y conseguir taponarlo de aquella manera, los bellos ornamentos draconianos que rodeaban el sitial y, sobre todo, las camas que formaban una hilera de compartimentos a lo largo de una de las paredes largas, construidas una encima de otra y con mucha tela y pieles de tal manera que se podían apañar bastantes en la misma cama sin que estuviesen demasiado apretados ni hiciese demasiado calor. También esto podía ser algo que hubiera que tener en cuenta cuando uno se fuese a construir una nueva morada. Magnus explicó tímidamente que aquella manera de organizar las camas era habitual en Noruega; todo noruego sabía que se evitaba mejor el frío si uno se alzaba y se separaba un poco del suelo.

Pero a medida que Erik Jevardsson iba engullendo cerveza, su lengua se iba afilando, sin que al principio se notara. Bromeaba acerca del rey Sverker, el único rey del Norte que podía ganar una guerra siendo cobarde, y bromeaba cada vez más acerca de los monjes y los problemas que había con ellos. Volvió a lo del cobarde rey Sverker y se burló del hecho de que
el viejo
se había casado una vez más con una vieja, aquella Rikissa, que incluso había sido la hembra de un ruso, Volodar o como se llamara, al otro lado del mar del Este.

—Pero mi querido huésped, con ello salvó, una vez más, al país de la guerra y de los incendios, ¿no has pensado en eso? —replicó Sigrid con una gran sonrisa, como si la cerveza también se le hubiera subido a la cabeza y por eso pudiese soltar la lengua con menos responsabilidad de lo normal. Magnus le echó una dura mirada que ella aparentó no ver.

—¿Cómo? ¿Qué favores puede haber hecho ese viejo por el país en la cama con una viuda doble? —replicó Erik Jevardsson en voz alta, dirigiéndose más hacia su propia guardia sentada al final de la mesa que hacia Sigrid. Los guardias no tardaron en reírse de sus palabras.

—Porque Rikissa tiene el hijo Knut Magnusson de su primer matrimonio y porque Knut Magnusson acaba de convertirse en el nuevo rey de Dinamarca y difícilmente atacará un país donde su madre es la reina —contestó Sigrid, cortante, en cuanto se hubieron apagado las carcajadas de los guardias. Sin embargo, parecía muy alegre cuando dijo aquello.

Cuando Erik Jevardsson se puso serio, ella pareció aún más contenta y añadió al embarazoso silencio que se hizo que precisamente, de esta manera, incluso un hombre viejo sin capacidad viril había utilizado la cama para evitar la guerra. Así que también un miembro fláccido podía hacer cosas buenas, cosa que no sucedía todos los días.

La última broma sobre el fláccido miembro del rey hizo que toda la guardia rompiera a reír a mayores carcajadas y vitorease más fuerte que por la broma de Erik Jevardsson.

Sigrid miró modosamente hacia abajo y parecía que se sonrojaba por su propio atrevimiento. Pero Magnus intuía un engaño. Nadie sabía mejor que él lo suavemente afilada que tenía la lengua su mujer. Tampoco nadie sabía mejor que él que si en este banquete se trataba de ver quién ganaba intercambiando palabras en el aire como golpes de espada, Sigrid les ganaría a todos, menos a Birger, quizá. Y eso no debía ocurrir, ya que acabaría en tragedia.

De momento salvó la situación iniciando una explicación larga y confusa sobre la importancia de los conocimientos que los monjes habían traído al país. Bastaba con ver Arnäs, la nueva forma de construir, cómo se podían colgar ruedas de molino más grandes que antes, cómo se podía sembrar trigo ya en otoño y dejar que el trigo durmiera el sueño del invierno para después cuidarse él mismo durante toda la primavera y el verano hasta la siega. Como aquella idea de cambiar mercancías por monedas de plata en lugar de mercancías por mercancías, seguro que pertenecía al futuro. Y otras cosas que le había enseñado Sigrid, pero que solo él y Sigrid sabían que era ella la que se lo había enseñado casi todo.

Ciertamente era difícil interrumpir a su anfitrión, pero cuando Magnus empezó a repetir por tercera vez la importancia de las monedas de plata en los negocios, Erik Jevardsson se levantó ostentosamente para salir a mear. Con ello Magnus calló y echó una mirada de intranquilidad a su hermano Birger. Pero Birger sonreía como siempre y no parecía nada intranquilo cuando se inclinó hacia Magnus y le susurró que quizá les sentaría bien salir también a mear porque iba a llegar el momento para el que el huésped se hallaba allí.

Además, era bueno hacer una pausa ahora. La mitad de la guardia había seguido el ejemplo del ilustre huésped y al poco casi todos los hombres estaban fuera en fila, charlando alegremente mientras rociaban las ramas de abeto superpuestas; en invierno un patio parecería muy sucio después de una visita si no se pusiesen ramas de abeto, que los siervos iban cambiando de vez en cuando.

Cuando Erik Jevardsson volvió a ocupar su puesto al lado de Magnus en el sitio de honor y tomó más cerveza fresca, levantó la mano en señal de que quería hablar sin ser interrumpido. Sonriendo, Birger le echó una mirada a Magnus y movió la cabeza afirmativamente.

—Antes de que esta gran hospitalidad se nos suba demasiado a la cabeza y hablemos más que nada de lo gigantes de hombres que somos —empezó sonriendo y esperando las risas corteses que sobre todo llegaron de sus propios guardianeses hora de que discutamos una seria cuestión. Los días del rey Sverker están contados. Y no exagero si digo que pronto ya no estará con nosotros en la vida terrenal. Karl Sverkersson está lejos, en Linköping, y cree que la corona real recaerá sobre sus rodillas. En Götaland Occidental somos muchos los que no queremos caer en esa desgracia, y yo soy uno de ellos. Por eso, con la ayuda de Dios, ganaré la corona real. Ahora os pregunto, parientes y amigos, ¿tengo vuestro apoyo o debo abandonar esta confortable casa como vuestro enemigo?

Un silencio total se hizo en la sala. Incluso los tres pequeños muchachos sentados al lado de Birger miraban con los ojos abiertos como platos hacia Erik Jevardsson, que estaba declarando que quería ser rey a la vez que amenazaba con su enemistad.

Magnus le echó una mirada desesperada y significativa a su hermano Birger, pero Birger sólo sonrió y le indicó con la cabeza que en adelante tomaría la responsabilidad.

—Señor Erik, hablas con tanta fuerza y decisión que en ningún momento he dudado de que pudieses ser el rey de todos nosotros —empezó a decir Birger en voz alta para que todos descubrieran que era él, el hermano joven debajo del sitial, y no Magnus, el que hablaba. Después bajó la voz.

—Primero déjame contestarte. Hablo en nombre de todo el linaje de Bjälbo, he recibido esa confianza. Y mi hermano Magnus puede contestar después de mí, pero has de saber que nuestros dos linajes están unidos con muchos lazos de sangre y difícilmente irán el uno contra el otro. Puedes confiar. No somos tus enemigos pero tampoco tus amigos en esta precisa cuestión en este preciso momento. Si quieres ser nuestro rey, deberías empezar en el punto opuesto del país que no sea el nuestro. Primero tendrías que conseguir que los svear te elijan rey ante las piedras de Mora. Si consigues esa proeza, ya tienes ganada la mitad. Si por el contrario intentas ser rey en Gdtaland Occidental en contra de la voluntad de los godo—orientales, sólo conseguirás la guerra y nadie sabe quién saldría victorioso de esa devastación. Lo mismo si vas por el otro camino. Por tanto, tendrás que ganarte primero a los svear. Y cuando lo hayas hecho, seguramente podrás contar con nuestro apoyo. ¿Tengo razón o no, hermano Magnus?

Magnus se dio cuenta de que todos lo observaban y de que se había hecho el silencio como en el momento en que el arco está tensado al máximo y la flecha a punto de ser soltada hacia su meta. Sólo se le ocurrió asentir con la cabeza lentamente, pensativo, como si fuera un viejo hombre sabio. Un murmullo de descontento empezó a oírse por parte de la guardia de Erik Jevardsson, sentados en un extremo de la sala.

—Birger, ¡no eres más que un pequeño descarado! —gritó Erik Jevardsson, enrojecido—. Te podría matar aquí y ahora por tus desvergonzadas palabras. ¿Quién eres tú para instruir a un guerrero hecho y derecho?

Erik Jevardsson hizo un gesto hacia el lugar donde le colgaba la espada, como si hubiera olvidado que ya no era uso ni costumbre sentarse a comer como huésped con la espada colgando; todas las armas estaban en unos soportes fuera en la casa del medio, donde se asaba la carne.

Birger no se dejó amedrentar por el gesto rebuscado que había hecho hacia la vaina vacía y su sonrisa no cesó ni por un momento cuando contestó:

—Puedes pensar que soy un descarado, Erik Jevardsson —empezó tranquilamente pero ahora en un tono de voz un poco más alto para que nadie en la sala dejara de oír sus palabras—. No me alegra saber que sólo ves en mí a un descarado. Pero de todas formas no tiene trascendencia alguna para este importante asunto, porque si sacas tu espada contra mí, a la vez llamas a que la desgracia caiga sobre ti, vaya como vaya.

—¿Crees, descarado, que ni por un momento podrías hacerme frente con la espada? —gritó Erik Jevardsson con la cara aún más roja y tan furioso que todos los de la sala temían lo peor, y una sierva se llevó rápidamente a los tres chiquillos que estaban al lado de Birger.

Birger se levantó despacio, pero su sonrisa no cesó cuando contestó:

—Te pido de verdad que reflexiones, como huésped nuestro que eres, Erik Jevardsson —dijo—. Si tú y yo intercambiamos golpes de espada, saldrás perdiendo. Si mueres aquí, nunca llegarás a ser rey. Si me matas, el resto de tu vida será un largo viaje en el que todo el linaje de los Bjälbo te perseguirá de concilio en concilio, y si eso no surte efecto al final, te asesinarán. ¡Contrólate y piensa! Tienes un reino a tiro de piedra, de eso no me cabe duda. ¡No lo eches todo a perder porque pienses que el portavoz del linaje de los Bjälbo es demasiado joven y descarado! Gánate primero a los svear, después a nosotros. Es mi consejo por segunda vez.

Birger se sentó tranquilamente, como si no hubiera pasado nada especial, y alargó la mano reclamando más cerveza hacia una de las siervas, que estaban muertas de miedo.

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